«Los trastornos alimenticios no
son sólo un problema de ricos»

 
 
«Los trastornos alimenticios terminan ocupando la vida de las personas que la padecen, haciendo que todo ronde alrededor de la comida, la restricción, la purga y en definitiva, en torno del ‘control’ de algo que no pueden controlar».
Susana Gutt es especialista en nutrición y Jefa del Servicio de Alimentación del Hospital Italiano, describe la dura realidad que atraviesan los pacientes que padecen Trastornos de Conductas Alimenticias (TCA).

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Por LAURA E. ROTUNDO

¿Cómo observa el panorama de los trastornos alimenticios en nuestro país?
Los trastornos de la conducta alimentaria incluyen desde patologías mayores como la anorexia nerviosa (AN) y la bulimia nerviosa (BN) a trastornos no especificados o como se los llama actualmente «trastornos parciales», que implican a los pacientes que no cumplen todos los criterios de las enfermedades mayores y a los comedores compulsivos. Además, involucran a quienes padecen por ejemplo, de «pica», que son aquellas personas que comen «picoteando» y «rumia» a quienes mastican, tragan, regurgitan el alimento para volver a masticarlo y tragarlo al igual que lo hacen los rumiantes.
La prevalencia se refiere al número de personas con la enfermedad en la población. Si bien no ha aumentado en los últimos años en la AN y BN, sí notamos en la práctica médica cotidiana que hay más consultas, o sea quienes la padecen actualmente, consultan más y pueden así acceder al tratamiento.
Notamos un aumento de la consulta por síndromes parciales, por ejemplo de pacientes que presentan vómitos compensadores sin «atracón» previo, que restrigen severamente la ingesta alimenticia pero no tienen amenorrea, etcétera. Lamentablemente no tenemos datos epidemiológicos de nuestro país.

¿Por qué una persona adquiere estos trastornos? ¿Puede tratarse de algo genético en algunos casos o es cien por ciento psicológico?
Las etiología de los trastornos de la conducta alimenticia es compleja y desconocida hasta hoy. Distintas teorías intentar explicarla.
En primer término, la Nutricional: indica que la restricción alimenticia lleva a alterar la conducta presentado el paciente alteraciones endocrinológicas y psicológicas que perpetúan el cuadro.
En segundo lugar, la Endocrinológica: quienes sostienen que existe una alteración del eje hipotálamo-hipofisario que perturba la alimentación y la conducta del paciente.
Una tercera teoría que es la Psiquiátrica: se trataría de una enfermedad netamente psiquiátrica que afecta la conducta alimenticia sumada a una alteración endocrinológica propia de la malnutrición. También las situaciones traumáticas de la infancia, principalmente el abuso sexual y la violencia familiar se relacionan con la aparición de trastornos alimentarios.
Y por último, una Social: la presión social sobre el rol de la «mujer» en la sociedad moderna, la valoración de la juventud y la belleza, el éxito basado en la estética, y hasta podríamos decir la valoración ética de la estética: «ser lindo es ser bueno»
Los modelos de belleza que desde la década del 60 obligan a una estética de «delgadez», que en algunos casos, como en la modelo «Twigy» o las modelos «androginas», los cambios en las medidas de los talles llevan a algunas personas a alterar su alimentación para cumplir con las expectativas sociales y familiares.
Sumado a esto, la mujer debe cumplir un doble rol, ya que es necesario que trabaje y también, en algunos casos, sostiene el hogar pero a su vez debe cumplir con este ideario social de belleza y perfección. La «imagen» cobra una valoración de aceptación o rechazo social muy importante.

¿Y con respecto a la genética?
Sí hay evidencia que habría una predisposición genética para desarrollar éstos trastornos: nacimientos prematuros, trauma obstétrico, alteraciones bioquímicas individuales. Tanto la AN como la BN son más frecuentes en miembros de una familia que en la población general, por ejemplo con antecedentes de la misma enfermedad en madres o tías, como expresando una trasmisión familiar de ese padecimiento.
Si bien algunos estudios muestran la «heredabilidad», aún no se ha podido diferenciar la genética del medioambiente como para determinar que es un gen el que se expresa en éstos trastornos.
Sí está demostrado un riesgo aumentado de desarrollar AN o BN en mellizos idénticos. Hay autores que hacen referencia a que del 50 al 83 por ciento habría un factor de herencia relacionado.

¿Cuáles son los comportamientos más comunes y más
preocupantes de los pacientes?

En general, los pacientes que padecen AN no tienen conciencia de la enfermedad, se tornan irritables, se asilan separándose de sus grupos de pares y a veces hasta de su grupo familiar con el que no hablan mucho y hasta llegan a no participar de la comida familiar.. comen solas y se presentan angustiadas.
La familia habitualmente las refiere como exitosas, excelentes hijas y alumnas, que cambian y se tornan un problema para la familia que no sabe qué o cómo ayudar.
En cambio, las pacientes con BN tienen conciencia del mal que padecen y acuden a la consulta. En cuanto a su comportamiento, vemos que varía según pueda o no controlar los síntomas de la enfermedad, si está en un período sintomático con atracones y purgas tiene mayor labilidad en el aspecto psicológico y en general se sienten deprimidas si están con menos síntomas y pueden sostener alguna actividad, ya sea el trabajo o el estudio y se ven mejor... suelen ser períodos más tranquilos en relación a su estado de ánimo.
En los trastornos parciales según los síntomas que prevalezcan llevará a una expresión de la alteración emocional de mayor o menor grado. Lo que hay que saber es que éstas enfermedades terminan ocupando la vida de las personas que la padecen haciendo que todo ronde alrededor de la comida, la restricción, la purga, en definitiva alrededor del «control» de algo que no pueden controlar y que seguramente poco tenga que ver con el alimento o el peso corporal del cual ya no tienen mucho registro porque en especialmente en el caso de la AN siempre se ven «gordas», presentan una alteración del esquema corporal, y aún estando severamente delgadas no pueden registrarlo.
En conclusión, si vemos un familiar que cambia sus hábitos alimentarios, que no comparte la mesa familiar, que come «otra comida» que la que el resto de la familia, que pasa horas en el baño, que cambia su carácter... deberemos acercarnos para ver qué le pasa y cómo podemos ayudarlos.

¿Y cuáles son las edades y las clases socio-económicas más afectadas por estas enfermedades y cuál es el sexo que más cae en ellas?
La AN tiene su mayor prevalencia en la pubertad y adolescencia temprana, aunque vemos pacientes de la segunda y hasta tercera década que consultan aunque es habitual que ya tengan características de la enfermedad desde la adolescencia o bien, se trate de una recaída de la enfermedad.
De la BN, podríamos decir que su edad de comienzo es mayormente después de los 16 años y que la mayor prevalencia se da en las alumnas universitarias, teniendo en cuenta que en los países del norte, después de esa edad ya comienzan la universidad.
Hasta hace unos años la clase social marcaba diferencia en la prevalencia, era una enfermedad de clase alta y media alta, pero la globalización, la comunicación hace que se consuma de todo, también enfermedades y los jóvenes ven en los medios que tal o cual tiene un trastorno alimentario y si tiene características de personalidad, familiares, biológicas puede desarrollar un trastorno alimentario más allá de la clase social.
Las consultas en hospitales públicos de estos trastornos alimenticios evidencia que no es sólo un problema de ricos.
La prevalencia en relación al sexo es de 9 a 1 para el sexo femenino. Otras estadísticas marcan que menos del 1 por ciento de los adolescentes insatisfechos por su cuerpo desarrolla trastornos alimentarios,
? la existencia de los síndromes parciales es del doble que los Trastornos de Conducta Alimenticia (TCA) 3,5 por ciento en mujeres jóvenes y que los síndromes parciales progresan a completos en un 14 a 46 por ciento.

El ritmo acelerado de la vida actual a veces hace que uno deje de
alimentarse bien y con tiempo suficiente. ¿Puede terminar esto, si se
vuelve una costumbre, en una enfermedad?

Los cambios alimentarios dados por el estilo de vida en ésta época están relacionados principalmente con una falta de tiempo de las mujeres para dedicarse a la preparación de la comida familiar. Por otro lado, la facilidad de los delivery de comidas, alimentos preparados y envasados, cuyas características es tener alta densidad calórica y alta proporción de grasas... esto trae hábitos poco saludables con enfermedades metabólicas y cardiovasculares. Pero para desarrollar un TCA no alcanza con la «vida moderna», se necesita tener «con qué»... aún no sabemos si biológico o psicológico pero no se enferma el que quiere sino el que puede. No se «acostumbra» una persona a restringir o a «purgar» lo que comió: padece de una enfermedad que lo lleva a ello.

Desde el Estado, ¿cómo cree que debe controlarse esta situación?
Ciertamente considero que si bien la Salud Pública debe ocuparse de éstas enfermedades asegurando que el sistema de salud provea atención multidisciplinaria y abarque la necesidad de tratamientos ambulatorios y en internación, ya sea clínica o psiquiátrica, también es importante prevenir las enfermedades y hacer prevención, en el área de la nutrición, no es resorte solo del área de salud sino que el área de Educación tiene un papel protagónico.
Pero hacer una campaña de prevención no es promocionar la enfermedad para que todos sepan cada uno de los criterios o síntomas para el diagnóstico, sino que se trata de trabajar sobre los hábitos alimentarios, sobre la salud psíquica de los niños y jóvenes, cuidados en la sexualidad y sobre el cuerpo como un bien preciado.
No considero que desde la escuela se deba recibir capacitación nutricional, debe dar muestras de buena alimentación. Si en la escuela hay comedor y allí se sirve comida saludable, rica, fresca y con buena temperatura, se está enseñando más que con clases teóricas o charlas y luego en la merienda se entrega un sándwich de fiambre .
Obviamente es importante proveer material de lectura, enseñar que todos somos distintos, que no todos somos altos o delgados, evitar el sedentarismo en los jóvenes que con los medios de comunicación y de juego actuales, han perdido la capacidad de movimiento para aumentar las horas frente al televisor o la computadora. Educar sobre los riesgos del alcohol y las drogas también resulta fundamental.

¿Y cuán importante es la educación alimenticia recibida en la casa para que una persona devenga enferma o no?
La conducta alimenticia es un complejo mecanismo que se estructura desde los primeros años de vida y va desarrollando hábitos, gustos, costumbres y selección de alimentos que actuarán como indicadores para la liberación de hormonas y neuropéptidos que regulan el apetito y la saciedad.
Los hábitos alimentarios de la familia actúan de modelo para los integrantes de la misma pero no alcanza sólo que un grupo familiar tenga «malos hábitos» para determinar que un integrante de la misma padezca un trastorno alimentario.

¿Cuánto influye la publicidad -vinculada al cuidado del cuerpo y a la estética- en la mente de los enfermos?
Una persona que tiene alterado su esquema corporal, que basa su autoestima en la valoración de los otros por su estética corporal, obviamente se ve muy influenciada por un medio que le dice «si no podés usar pantalones marca X no existís» y esa marca sólo oferta talles muy pequeños lo cual seguramente dejará a gran cantidad de personas sin poder adquirirla. Si una persona tiene un TCA, seguramente esta campaña lo afectará severamente, sino sólo deberá soportar una frustración que con el tiempo podrá elaborar.
Los jóvenes necesitan de la aceptación de sus pares, la opinión de los otros tiene un valor de «verdad», la publicidad no es tomada como un mensaje con interés comercial solamente sino como una «verdad» distinta de la verdad de los padres, hasta ahora, única fuente de opinión.

¿Qué le aconsejaría justamente a padres y amigos
de los pacientes para ayudarlos?

Es difícil dar «consejos» para quienes constituyen la familia o el entorno de quien sufre ésta enfermedad. Las personas con un TCA no permiten fácilmente ser ayudadas, más bien rechazan la ayuda y se aíslan, ven en los amigos que no acompañan su enfermedad sino personas que traicionan su confianza.
Mi sugerencia es que no teman acercarse, ya que quien padece un TCA los necesita.
Se debe ser severo con afecto y cierta flexibilidad, encontrar el punto justo para ayudar sin dañar no es fácil ni para los profesionales ni para la familia ni para el paciente, pero atreverse a encontrar el camino hacia la salud vale las dificultades.
Si la persona está muy mal, ya sea física o psicológicamente, deberá intervenirse con celeridad y severidad, el peligro más grave no es sólo el riesgo de vida sino la cronicidad de las conductas que lleven a una vida de padecimientos y dificultades.
A los padres es importante decirles que no hay culpables, hay una enfermedad. Nadie reta a alguien que tiene fiebre alta ni le exige que baje la temperatura... le sostenemos la mano, le alcanzamos un té, lo abrigamos, velamos su sueño y le damos el tratamiento que los médicos indican. Procedan igual, cumplan las indicaciones de profesionales con experiencia, cuiden, acompañen y sostengan a sus hijos en el tratamiento.
Los trastornos de la conducta alimenticia afectan en su mayor proporción a una población joven, que debe ser abordada con celeridad por profesionales idóneos en éstas patologías y requieren del acompañamiento familiar.
En más de 20 años, tratando pacientes con TCA he visto muchas pacientes que lograron recuperarse y otras que tal vez no o tuvieron recaídas, pero intentarlo con la mayor intensidad vale la pena. Las pacientes temen abandonar los síntomas de la enfermedad, si bien se sienten mal, conocen cómo es sentirse así y no conocen cómo es sentirse felices. El desafío es justamente ser feliz y no a todos les sale fácilmente, pero vale la pena.

 

 


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