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COLUMNISTA DEL DOMINGO
Dignificar la muerte
Por Marta Milesi (*)

Nos ha tocado ser protagonistas de una época signada por una palabra: cambio. Estos cambios se han dado en todos los órdenes de la vida y también, en la forma en que se conceptualiza y se accede al fin de la existencia: la muerte.
No sólo ha habido cambios en los paradigmas científicos o inmensos adelantos en lo tecnológico, sino también en los procesos sociales que les han dado sustento.
La vida moderna ha transformado su forma de concebir la muerte y prefiere desconocerla antes que abordarla con la seriedad que merece, se prefiere ignorarla antes que tratar de entenderla y asumirla como parte de la existencia. En este proceso de ignorar la muerte, de desconocerla, los medios de comunicación y el cine la presentan, hasta el hartazgo, en sus formas más violentas, es así que estamos evadiéndola, estamos jugando con ella.
Estamos pretendiendo verla como un suceso extraño que no nos pertenece y que por lo tanto no nos ocurrirá nunca. Como correlato de esta deshumanización del acto de morir, surge en todo su apogeo el proceso de «medicalización» u «hospitalización» de la muerte, lo que vale decir que, cada vez menos, se permite morir en los hogares, rodeados, de familiares, al calor de los afectos, para procurar otra forma de morir, bajo drogas, en clínicas u hospitales, sin dignidad y sin libertad.
Sin bien los adelantos científicos y tecnológicos, han sido espectaculares en materia de prolongar la vida de los seres humanos; si bien es verdad que los métodos de diagnóstico y tratamiento han avanzado y es posible obtener la curación a enfermedades concebidas, hasta no hace muchos años, como incurables; este innegable beneficio de la medicina, tiene otra arista que se está vislumbrando, cada vez, como más necesaria de abordar, y es la relación con el acto de morir.
Es correcto retrasar mediante medios artificiales, a veces cruentos y deshumanizados, el momento de expirar?. Es bueno condenar a las personas a terminar sus días en la soledad de una sala de hospital en un estado de aislamiento?.
Es ético prolongar el proceso de morir, condenando a los enfermos a la lenta agonía de la no vida?. Si a esto se le agrega que muchas veces se oculta la información al enfermo, que se deja en el saber médico las decisiones e iniciativas relacionadas con el tratamiento, es posible afirmar que se le quita al paciente la condición de ser dueño de su propia muerte y como tal, se lo priva del derecho de morir con dignidad.
Se puede decir entonces que el acto de morir se ha transformado en un acto pasivo, en el que el paciente no es consultado ni decide y lo que es peor en un acto aislado, que se produce en soledad.
Prolongar la vida se transforma en el objetivo de la medicina, el saber médico y la tecnología se apoderan del proceso de morir. Esta medicina invasora o agresiva produce más daños que beneficios. «El derecho a morir con dignidad no se debe restringir a evitar sufrimientos innecesarios o a mantener la calidad de vida del enfermo terminal. Va más allá de la dignidad que comporta morir en brazos de los seres que uno ama, en la propia casa y no en la soledad de un hospital. Todo ello son condiciones apetecibles que favorecen el ejercicio de este derecho, pero no pueden hacernos olvidar una dimensión más honda: la dignidad de morir comporta la dignidad con que cada uno asuma la propia muerte». (1)
El acto de morir coloca al hombre, frente a las decisiones más importantes, porque la enfermedad no implica sólo una cuestión biológica, ya que involucra a la mente y al espíritu o sea al hombre en su totalidad. Se impone entonces un desafío, que no es sólo para los médicos o el personal de salud, ya que muchas veces los familiares o el paciente mismo, prefieren aferrarse a esta prolongación artificial de la vida.
La medicina en su proceso de humanización debe acercarse más al paciente, debe tratarlo como ser humano en toda su dimensión, debe permitirle ejercitar sus derechos.
En todo el mundo existe una reacción a esta forma de morir, está surgiendo una necesidad de garantizar el ejercicio del derecho personalísimo a decidir y a elegir como terminar la existencia.
La Asociación Médica Mundial reunida en Lisboa en 1981 aprobó los derechos del paciente, que entre otros puntos establece que después de haber sido adecuadamente informado sobre el tratamiento propuesto, el paciente tiene derecho a aceptarlo o rechazarlo y que tiene derecho a morir con dignidad.
Desde el ámbito legislativo se está reconociendo la necesidad de legislar a fin de que se permita hacer efectivo este derecho.
En este instrumento legal se debe explicitar en primer lugar el derecho a la información. Estar informado acerca del diagnóstico y tratamiento de la enfermedad, en términos comprensibles, es imprescindible para poder decidir.
La ley debe permitir disponer de libertad para rechazar tratamientos o procedimientos quirúrgicos, de hidratación y alimentación y de reanimación artificial, cuando sean desproporcionados a las perspectivas de mejoría y produzcan dolor y/o sufrimiento desmesurado.
De la misma forma toda persona y en cualquier momento -ya sea al momento de ingresar al establecimiento asistencial o durante la etapa de tratamiento- puede manifestar su voluntad de que no se implementen o se retiren las medidas de soporte vital que puedan conducir a una prolongación innecesaria de la agonía y que mantengan en forma penosa, gravosa y artificial la vida.
Por otra parte el ejercicio pleno del derecho a un muerte digna se plasmará en una manifestación de la voluntad del paciente, ante el profesional o equipo médico interviniente y dos testigos. Esta declaración de voluntad será revocable solamente por quien la manifestó, no pudiendo ser desconocida por familiares, personal sanitario, ni autoridad o persona alguna.
Se debe garantizar en todos los casos la continuidad de las medidas y acciones tendientes al confort y control de síntomas para el alivio del dolor y el sufrimiento de las personas.
En síntesis el morir debe ser devuelto al paciente, para que sea dueño de su vida y su muerte, para que al arribar al momento final lo haga recuperando las cualidades que nos hacen más humanos: voluntad, libertad y dignidad.

(1) Jaime Aymar Ragolta- 1991.
(*) Marta Milesi es médica, diputada nacional, autora de un proyecto de ley sobre «muerte digna».

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