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El
granjero que se rebeló 1984 veces |
NEUQUEN.- Austero y crítico,
gran seductor y a la vez empedernido solitario, George Orwell ha pasado
a la Historia como el escritor que mejor supo denunciar los totalitarismos.
El miércoles hubiese cumplido 100 años.
Nacido en La India de padres funcionarios que apenas influyeron en
él, los recuerdos heroicos que escribió sobre una adolescencia
mítica en «Por Londres y París», fueron
sus primeras crónicas estremecedoras del cúmulo de penalidades
de un indigente urbano víctima del capitalismo.
Con este primer libro, publicado a los 30 años, el apocado
autor que se esconde tras sus páginas crea su propio personaje.
Eric Blair (su nombre real), pasa a ser George Orwell para no ser
reconocido por sus padres y el entorno familiar y de esta manera,
inventarse a si mismo.
Eric Blair era tímido, silencioso y solitario, un hombre que
apenas se atrevía a dar su opinión. George Orwell, en
cambio, se mostraba expansivo, un escritor locuaz que creía
en una sociedad coherente y luchaba abiertamente por ella.
La nueva personalidad de periodista comprometido con la causa socialista
fue el principal vehículo de la transformación. En el
fondo, no había conflicto. Blair vivía según
las ideas de Orwell.
El autor de esa aterradora profecía sobre el totalitarismo
tecnócrata que es «1984», o la ácida denuncia
del comunismo soviético de «Rebelión en la Granja»,
es una especie de fuerza moral, una luz en la oscuridad que guió
los pasos del autor.
Su código ético personal descansaba sobre una estricta
austeridad, tanto física como moral. Detestaba la riqueza y
el éxito. En 1937, Orwell viajó a España para
unirse a las Brigadas Internacionales que combatían al lado
de la República. Muchos eran comunistas y aceptaban sin oposición
las directrices soviéticas. Otros, como el escritor, no se
dejaron engañar fácilmente y denunciaron el acoso de
Moscú al POUM, el partido de inspiración trotskista
que buscaba la revolución sin olvidar el factor humano. Su
«Homenaje a Cataluña» es la crónica amarga
de aquella decepción, que le obligó a refugiarse de
las Brigadas que querían acabar con su vida.
Decepcionado y enfermo de tuberculosis, alquiló una remota
y destartalada casa en la isla británica de Jura (en las Islas
Hébridas), donde trató de sobrevivir cazando, pescando
y cultivando una huerta. Aquello, como muchas de sus iniciativas,
fue un fracaso.
En agosto de 1946 empezó a escribir «1984», su
obra cumbre. En la agonía solitaria de las Islas Hébridas,
sacó adelante un relato futurista y lúcido que habría
de conmocionar al mundo. «1984» era una terrible advertencia,
hecha cuando nadie se atrevía a hacerlo, mucho menos una izquierda
cegada por el paraíso soviético. La sociedad comunista,
venía a decir el escritor en su relato, podía degenerar
en una tiranía militarista ruin, manipuladora de las masas,
tan repugnante y reaccionaria como el fascismo.
En el otoño de 1949, con la tuberculosis muy avanzada, el escritor
tuvo que regresar a Londres. En enero de 1950, la mente privilegiada
del escritor inglés más rebelde e inconformista dejó
de existir.
“1984”, una advertencia hecha verdad
La fama no le alejó de sus principios libertarios. Para entender
su obra «cumbre», «1984», es preciso comprender
el momento político y el personal. La publicó en plena
Guerra Fría, en 1949, que la propaganda americana aprovechó
para denunciar el terror desatado al otro lado de la Cortina de Hierro.
Imagina un futuro presidido por un poder absoluto que controla hasta
los pensamientos. El héroe, Winston Smith, es torturado y reeducado
por agentes policiales cuyas técnicas serían imitadas
luego por muchas dictaduras. «El Partido quiere tener el poder
por amor al poder mismo», le dicen a Smith.
«No nos interesa el bienestar; sólo el poder. No la longevidad
ni la felicidad... El poder no es un medio, es un fin en sí
mismo». |
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