BUENOS AIRES.- El físico
modesto y la estampa endeble justificaron el apodo de «Chaplín»
que acompañó de por vida a Félix Loustau, quien
falleció ayer a los 80 años y encarnó la sabia
mezcla de coraje y talento desde el extremo izquierdo de «La
Máquina» de River Plate, la formación más
recordada del fútbol argentino.
Loustau, zurdo, fiel representante del extinguido wing izquierdo
del fútbol argentino de los años ’40 y ’50,
murió ayer en Avellaneda, días después de haber
cumplido 80 años.
En su carrera ganó ocho títulos con River y tres campeonatos
sudamericanos con el seleccionado argentino, pero, más que
cualquier trofeo, su apellido es recordado por el juego exquisito
que desplegó una formación que 60 años después
se repite de corrido: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y
Loustau.
«La Máquina» incluyó inicialmente a Aristóbulo
Deambrossi en la punta izquierda, hasta que la aparición
de Loustau, el 28 de junio de 1942 ante Platense, postergó
a otra gloria del historial «millonario».
Su debut, según recordó años más tarde
Adolfo Pedernera, fue obra del propio Deambrossi, quien en un gesto
de cortesía hacia un chico de 19 años que no tenía
posibilidades de jugar le pidió al técnico que le
incluyera en un partido. Así, Loustau jugó contra
Platense y ya no salió más.
Sus comienzos fueron en Defensores de Belgrano, de Avellaneda, en
la esquina de su casa. Después jugó en Sportivo Brandsen,
otro club del barrio, hasta que finalmente pasó en 1938 a
Racing, donde actuó como «back izquierdo» (marcador
de punta) en la quinta y sexta división.
Su pase a River resultó singular. Para cuidar las formas
y evitar una operación directa entre dos grandes, lo hicieron
jugar dos partidos para Dock Sud.
Después, con la banda roja jugó hasta 1957. Y consiguió
los campeonatos de 1942, 1945, 1947, 1952, 1953, 1955, 1956 y 1957,
un lapso en el que disputó 376 partidos y convirtió
101 goles.
«La formación de ‘La Máquina’ no
jugó muchas veces junta, pero nos conocíamos de memoria.
En ese tiempo River se podía dar el lujo de sacar a un titular
y poner a un pibe de las inferiores, y casi no había diferencias»,
recordaba el propio Loustau.
Con su fútbol Loustau clausuraba por entonces una de las
sempiternas discusiones de este deporte, aquella que opone la habilidad
y la técnica individual al sacrificio y la entrega. Su zurda
engañosa y su remate certero lo destacaban, pero también
era un aplicado hombre en las tareas defensivas y en la función
de presionar para recuperar la pelota.
Una característica que, naturalmente, se relacionaba con
sus comienzos como defensor. Un «error» que subsanó
Renato Cesarini. «Me cuidaba una barbaridad, tomaba naranjada,
me acostaba temprano. En una palabra, quería estar diez puntos
físicamente», rememoró Loustau en muchas oportunidades.
«Chaplín» vistió la camiseta del seleccionado
argentino en 27 ocasiones y consiguió 10 goles. Con ella
ganó los torneos continentales del ’45, ’46 y
’47.
El epílogo de su carrera fue en Estudiantes de La Plata,
donde jugó seis meses. Se despidió el 21 de septiembre
de 1958, en una derrota 2-1 frente a Boca Juniors.
Como tantos hombres de su tiempo, renegó de la evolución
que experimentó el fútbol argentino y añoró
el esplendor de los años ’40, quizás la década
de oro de la actividad vernácula.
Siempre aseguró que Diego Maradona era «simplemente
un buen jugador» y que en sus años había «cien
Maradonas».
Sus restos fueron velados en Crisólogo Larralde y Madariaga,
en la localidad bonaerense de Sarandí.
Con su figura fantasmagórica, su zurda atrevida, se fue el
penúltimo representante de «La Máquina»
(solamente la sobrevive Muñoz). El corazón ayer le
quitó el balón de la vida al puntero izquierdo más
emblemático de nuestro fútbol.
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