Por Andrea De Pascalis
Aunque su nombre quedó sólo por el uso popular y no
por lo que realmente es, la feria del trueque es en Neuquén
una realidad imposible de eludir. La feria está presente en
medio del centro de la capital y en los barrios, es costumbre y es
popular, pero por su naturaleza, es ilegal.
Al menos unas 700 personas se encuentran trabajo cada fin de semana
en estas ferias; cada sábado en Vuelta de Obligado hay entre
350 y 400 feriantes y lo mismo se estima que pasa en la feria de los
domingos en Unión de Mayo. Algunos se repiten, pero no son
la mayoría. Están los que venden y los que compran,
es una convivencia perfecta y por eso sería imposible erradicarla,
para esto el Estado debería haber actuado antes de que tome
forma. Hoy, ya es tarde.
Ante esta realidad, hay una sola opción: buscar soluciones
para que la venta de productos en la vía pública no
se convierta en una contravención, para que los vecinos lindantes
a las ferias no se sientan incómodos por la invasión
de gente y la ocupación del espacio público y para que
la venta de alimentos tenga un control bromatológico que asegure
a los clientes un la compra de un buen producto.
La nueva gestión municipal puso el ojo en este problema y decidió
revertir la situación. Para ello, resolvió buscar soluciones
en conjunto y se puso a trabajar con los mismos feriantes. Logró
lo que hasta el momento no se había solucionado, organizarlos
y comprometerlos en el trabajo por la conformación de una feria
con reglamentos y obligaciones.
Los controles se hicieron más estrictos y la semana pasada
una inspección municipal decomisó 21 kilos de leche
en polvo de planes sociales; este fin de semana un nuevo control volvió
a detectar lo mismo, la venta de leche y sopa deshidratada del Gobierno
rionegrino y la comercialización de chapas, colchones y aceite
de dudosa procedencia.
La venta de este tipo de productos siempre fue reconocida por todos
los que concurren a la feria, pero nunca había sufrido ningún
tipo de coto. La puesta en marcha de estas inspecciones comenzó
a generar un poco más de credibilidad en lo que se venía
anunciando: la regularización de la feria del trueque.
Regularizar no implicará sólo trasladarla de lugar,
darle forma de feria y eliminar todos aquellos productos ilegales
como la venta de CDs truchos o de elementos robados. Sino que también
habrá que trabajar en una ordenanza que convierta lo ilegal
en legal y que genere las pautas para una buena convivencia.
Esto no será tarea sencilla porque muchos no aceptan la usurpación
del espacio público, porque los comerciantes que pagan sus
impuestos lo consideran una competencia desleal y porque a otros les
molesta una feria en el centro de la capital.
Lo mismo pasó en la década del ‘80 con la feria
conocida como “Las Pulgas”, que surgió por la necesidad
generada de la crisis económica y social, se instaló
debajo del canal de la calle Lainez, y luego el Estado encontró
soluciones.
En el siglo XXI la situación es similar: una realidad que genera
descontentos, un Estado que deberá remediar un problema de
vieja data y que deberá avalar un hecho que tiene muchos puntos
ilegales, pero que necesita ser regularizado porque la realidad le
ganó de mano.
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