Por ADRIANO CALALESINA
Cuando el problema no se piensa, se reacciona. Y muchas veces, se
reacciona mal. Ese es el esquema –casi automático- de
una sociedad pidiendo «mayor seguridad», cada vez que
ocurren muertes violentas, tal cual pasó en Centenario.
Aceptar esta estructura es orillar la demagogia y alejarse de causas
endémicas. La muerte de la adolescente Eva Tapia y sus hijos
-Candela de dos años y tres meses y Héctor de 52 días-
es el desborde del «sin rumbo», que señalan los
sociólogos.
Identificar a culpables sería doblemente demagógico.
Existe hoy en Centenario un grave problema de inclusión social
–desde hace 20 años- que viene vinculado a la desmantelación
de un Estado y la economía, que no es ajeno a la ciudad.
Revertir este drama significa cambiar el pensamiento político,
que hoy sólo se reduce a ganar elecciones, y marcar diferencias
«de los que están de éste y el otro lado de la
vereda» en un juego de víctimas y genocidas por igual.
Es que quien llega a un gobierno «se venga» de su antecesor,
y la espiral de la historia no tarda en devenir en tragedia, política
o social. Y quien sufrió la venganza, acumula resentimiento.
A tal punto que una venda en los ojos no le permite ver qué
ocurrió con Eva y sus hijos. ¿Por qué esas muertes?
A modo de comparación, esto viene sucediendo en Argentina y
en esta localidad. No desde ayer. Desde hace muchos años. A
pesar de que los nuevos gobernantes intentan ponerle fin a este vicioso
esquema de venganzas, en la realidad los cambios apenas si pueden
apreciarse y se mueven muy lento.
Áreas de asistencia
Desde la Nación se intenta renovar hoy un discurso del Estado
benefactor –instalado en el peronismo de 1945 al 1955- para
revertir las «consecuencias del neoliberalismo». Fuera
del enfoque partidario y dogmático, habría que repensar
el planteo.
La muerte de los pequeños y su madre –sea cual sea el
trasfondo policial, si crimen o suicidio- nada tiene que ver con la
sensación de inseguridad. Por el contrario, es más un
problema que deben atender las áreas de asistencia social,
sin caer en que la culpa es de esta gestión, la anterior o
el conjunto de las anteriores. Se diría que cada cual heredó
una cadena de calamidades que será difícil de remediar.
Eva fue madre prematura, a los 15 años, cuando nació
Candela. Vivía en Barrancas, un pequeño pueblo del interior
de la provincia, y tuvo que emigrar en busca de una mejor vida (problema
de desarraigo). Desorientada por los malos tragos de una economía
que la superó, quedó embarazada nuevamente (problema
de educación sexual). Ahí, la vida se le cayó
encima como una estantería, y no dio más. «Cosas
que pasan», dicen.
El marido no tenía trabajo estable (problema de empleo) y pidieron
una casa prestada (problemas de falta de viviendas). Muchas veces
se vio obligado a realizar changas (problemas de capacitación)
y tareas que estaban por fuera de un circuito laboral formal (problemas
de falta de radicación de empresas). En la casa, la violencia
era moneda corriente (problemas de asistencia social y psicológica).
Un modo de vida y acostumbramiento necesario. Con este planteo, no
es descabellado decir que ellos no pudieron darse una oportunidad
de vivir mejor, porque el sistema no pudo acompañarlos (problemas
de falta de expectativas). Hace más de 20 años que esta
localidad no genera –en grandes cantidades- mano de obra genuina,
más allá del comercio informal, y el crecimiento explosivo
de la construcción. Será hora de comenzar con algo.
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