Por Ramiro Morales
Los primeros cien días de Jorge Sapag como gobernador de la
provincia marcaron claras diferencias, más desde la declamación
y lo gestual que desde políticas concretas, con los dos períodos
de Jorge Sobisch.
Son innegables la apertura al diálogo con los gremios y el
cambio de rumbo en la relación con Nación.
Una de esas dos grandes apuestas se traduce en un inicio de ciclo
lectivo sin conflicto, algo inédito durante los últimos
cinco años, pero que aparecía mucho más lejano
después del crimen del docente Carlos Fuentealba, ocurrido
el 4 de abril del año pasado durante la represión policial
de Arroyito.
En esta columna es propicio ubicar también la aceptación
de varias de las cuentas que dejó pendientes el sobischismo
como, por ejemplo, la situación de Fasinpat (ex Cerámica
Zanon). Es que no sólo se realizaron reuniones con los obreros
sino que, además, se acercó una eventual salida. Se
puede concordar o disentir con la iniciativa, pero no se puede refutar
la vocación de terminar con una situación de incertidumbre
que lleva más de seis años. Porque el hecho de que los
trabajadores hayan perdurado todo este tiempo con la fábrica
bajo su control tiene que ver con méritos propios pero, también,
con el elevado costo político que hubiese significado para
Sobisch el ordenar un desalojo. Seguramente, jamás consumado
por caro.
En cuanto a la relación con el Gobierno central, que incluye
la renegociación de la deuda neuquina y la liberación
del precio de gas para los nuevos pozos, otorga oxígeno financiero
para afrontar con éxito los próximos cuatro años,
con la proyección de obras, como la Multitrocha Neuquén
– Zapala, o el impulso de economías alternativas, como
la forestación.
Es nítido y saludable el mensaje de austeridad que se envía
a la sociedad, en contraposición con el de ostentación
y de impudicia que dominó la escena durante casi una década.
Las contradicciones sobre el sentido de algunas políticas de
gobierno, expresadas por el gobernador y por varios funcionarios de
primer nivel, fueron más evidentes durante las primeras semanas
de gestión. La compra de acciones de la petrolera española
Repsol, la construcción de planes de viviendas y la asistencia
económica a municipios con problemas financieros son las más
relevantes.
Es probable que la razón de dichos desaciertos verbales tenga
su origen en el desconcierto causado por el desalentador estado de
las cuentas provinciales. Desde el sapagismo se manifestó,
en reiteradas ocasiones, que no esperaban encontrarse con las arcas
repletas de dinero. Sin embargo, aseguran que tampoco tenían
una dimensión exacta de los males engendrados por la falta
de previsión del gobierno antecesor. El modo de afrontar el
pago bonos y de deudas a proveedores, la búsqueda de salidas
a las crisis de los sistemas de Salud y Educación –incluido
compromiso de aumento salarial de Sobisch a los docentes- y hasta
la situación financiera de una gran parte de los municipios
se convirtieron en rompecabezas de difícil solución.
Muchos sectores opositores no creen que exista tal crisis. Y los pocos
que la admiten, sostienen que está muy lejos de tener la magnitud
que acusa el Gobierno.
El gran interrogante, entonces, es si la situación es realmente
tan complicada como se expresa desde el entorno del mandatario, de
manera creciente desde el 10 de diciembre, o si existe un “marketing
de crisis”, que sitúa a Sapag en una posición
cómoda para manejar la relación con los gremios y que,
a la vez, le da tiempo para resolver problemas heredados.
Pero el acertijo sólo podría develarse con una precisa
descripción del estado de las cuentas tras ocho años
de sobischismo, algo impensado en la Argentina actual. Tal vez sea
el momento de conformarse con que la manta de la complicidad se haya
acortado y, al menos, deje en evidencia cuando las cosas se hacen
mal.
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