Por Laura E. Rotundo
El rechazo a las retenciones en el Senado, la actitud poco conciliadora
del Gobierno y la renuncia del jefe de Gabinete, Alberto Fernández,
marcan supuestamente el inicio de una nueva etapa en la gestión
de Cristina Fernández de Kirchner.
Sobre este escenario, Gustavo Martínez Pandiani, decano de
la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del
Salvador y presidente de la Asociación Argentina de Marketing
Político, dialogó extensamente con La Mañana
de Neuquén.
¿Cuál es su visión respecto del rechazo
a las retenciones en el Senado y del voto del vicepresidente Julio
Cobos en particular?
Los eventos de los últimos meses sacudieron el escenario político
nacional. De hecho, el rechazo parlamentario a las retenciones significó
el cimbronazo político más importante que los Kirchner
sufrieron en toda su historia.
En rigor, en el Senado estaba en juego mucho más que un mero
impuesto al agro. Luego de cinco años, se puso en cuestión
el polémico estilo de conducción de los Kirchner. El
malestar expresado por numerosos senadores y diputados, muchos de
ellos oficialistas, no es otra cosa que el reflejo del descontento
que siente gran parte de la sociedad ante la actitud confrontativa
y cerrada al diálogo que exhibe el kirchnerismo.
Cobos es sólo un emergente de dicha crisis política.
Habrá que ver entonces si, en los próximos meses, el
vicepresidente puede pasar de ser un emergente a ser un líder.
¿Cuál cree que hubiese sido el escenario político
y social hoy, si Cobos hubiese votado a favor del Gobierno?
El eventual apoyo de Cobos al Gobierno sólo hubiera acelerado
el desgaste político que, a todas luces, sufría el oficialismo.
Como expresé antes, el acompañamiento masivo por parte
de los sectores urbanos a la protesta del campo en realidad esconde
un rechazo generalizado de una buena parte de la sociedad respecto
de una forma de hacer política que parece haber cumplido su
ciclo.
En verdad, el estilo confrontativo rindió muy buenos réditos
a Néstor Kirchner durante la primera etapa de su gobierno.
Así, el ex presidente se enfrentó a sectores como la
Corte Suprema de Justicia y las Fuerzas Armadas para consolidar su
propio poder.
No obstante, de unos años a esta parte la ciudadanía
comenzó a sentirse incómoda y a reclamar al Gobierno
una actitud más conciliadora y dialoguista de cara a los demás
actores del escenario nacional.
¿Qué autocrítica cree que debería
hacerse el oficialismo, la oposición y el campo sobre el papel
que jugó cada uno en el enfrentamiento?
El oficialismo tendría que percatarse de que tanto los independientes
como buena parte del justicialismo le dieron una clara señal
de agotamiento respecto de un estilo de gestión que consideran
agotado. En este punto, la Presidenta tiene ante sí la gran
oportunidad de relanzar su gestión. A decir verdad, el gobierno
de Cristina Fernández de Kirchner todavía no tuvo la
chance de despegar, porque desde el comienzo se vio sobrepasado por
los acontecimientos. Pero tal relanzamiento no será posible
sin una autocrítica oficial.
Respecto del campo, creo que el conflicto le enseñó
una gran lección. El kirchnerismo logró en cuatro meses
lo que las entidades rurales no habían conseguido en décadas:
la unidad del sector agrícola. Ahora que lo peor de la crisis
ya pasó, los dirigentes deberán aprender a convivir
con la unidad recientemente ganada y superar genuinamente las diferencias
que se habían dejado a un lado durante la protesta.
Finalmente, no veo en la actualidad una oposición lo suficientemente
consolidada capaz de capitalizar los sucesivos desaciertos del Gobierno.
Si bien algunos dirigentes ganaron visibilidad en los últimos
meses, no creo que hayan logrado el peso suficiente para convertirse
en alternativas factibles de poder. Hoy tenemos un oficialismo que
se debilita y una oposición que no se fortalece.
¿Cómo observa esta «nueva» etapa
que inicia el oficialismo, con el alejamiento de Alberto Fernández
de la Jefatura de Gabinete y el reemplazo del ex titular del ANSES,
Sergio Massa?
Alberto Fernández fue el funcionario más importante
de las dos administraciones Kirchner, la de Néstor y la de
Cristina. No sólo por su cargo formal, sino porque se sentaba
en la mesa chica del matrimonio K. Era coordinador, vocero, armador
político y un largo etcétera. Sin dudas, cumplía
un rol difícil porque tenía que ser al mismo tiempo
un funcionario dotado técnicamente y astuto políticamente.
Por ello, reemplazarlo va a ser difícil.
Sergio Massa es un joven bien preparado que tendrá que resolver
un container de problemas acumulados. Y, para evitar el «síndrome
Losteau», deberá comprender que además de pericia
técnica su cargo reclama muñeca política. Y creo
que él tiene ambas. Hay que darle tiempo.
¿Qué actitudes cree que debería modificar
la Presidenta en cuanto a lograr consenso en los distintos sectores
sociales y económicos?
Insisto en que los episodios recientes dejaron en evidencia que gran
parte de la sociedad está cansada de un estilo de conducción
que considera cerrado a las disidencias. Salir del escenario actual
no será una tarea sencilla, pero todo problema político
representa una gran oportunidad para cambiar. En consecuencia, creo
que Cristina Fernández debe abocarse a recuperar la iniciativa
perdida y corregir algunas actitudes políticas que molestan
a la ciudadanía.
Sin embargo, la mera acumulación de anuncios no será
suficiente porque la gente espera que el Gobierno acuse recibo del
golpe y, aunque sea de modo implícito, realice una autocrítica.
Si el Gobierno se muestra incapaz de aprender de sus errores, está
condenado a repetirlos.
¿Qué papel considera que juega el ex presidente
Néstor
Kirchner en la gestión de su esposa?
Creo que, aunque el ex presidente tenga las mejores intenciones, su
protagonismo efusivo no sólo no fortalece al gobierno de Cristina
sino que a menudo lo debilita. Con el recrudecimiento del conflicto
agropecuario, el santacruceño se mostró como el más
acérrimo defensor de la gestión de su esposa, liderando
personalmente actos y marchas de «desagravio y apoyo a la Presidenta».
Paradójicamente, esta vocación desmedida por ser el
hombre fuerte del oficialismo alimenta la mordaz figura del «doble
comando» y desgasta tanto a Cristina como al propio ex mandatario.
¿Cree que la Presidenta debería establecer
algún tipo de relación con los medios o que esto no
influye en la imagen positiva de ella?
Sin dudas, el estilo comunicativo de la Presidenta a menudo le juega
en contra. Pese a que es una excelente oradora, a veces recurre a
un tono duro, algo irónico y con cierto exceso pedagógico,
como si estuviera aleccionado a los destinatarios. Y, además,
en ocasiones su lenguaje no verbal aporta una inconveniente rigidez
a sus palabras.
En algunos tramos del conflicto agropecuario la mandataria pareció
percatarse de esta situación y «ablandó»
su discursividad, a punto tal de que llegó a pedir «por
favor» a los dirigentes del campo que dieran fin a los cortes
de ruta.
Saliendo un poco de la gestión actual y pensando,
muy a lo lejos, en el 2011… ¿a qué dirigentes
actuales los vislumbra como posibles candidatos a la presidencia?
El dramático desenlace de la crisis con el campo aún
es demasiado reciente como para advertir su efecto concreto en el
panorama político nacional. En todo caso es factible que, ante
un oficialismo debilitado y una oposición que aún no
termina de consolidarse, la alternativa política de 2011 surja
nuevamente de las filas del propio peronismo.
En la historia argentina reciente queda claro que, ante la falta de
alternativas al peronismo, suelen surgir alternativas de peronismo.
Está demostrado que el justicialismo tiene una gran capacidad
de adaptación política que le permite recuperarse de
las crisis más complejas. Por ello, no me sorprendería
que el próximo presidente surja, con un discurso crítico
del actual gobierno, desde dentro de las entrañas mismas del
peronismo.
Como titular de la Asociación de Marketing Político,
¿qué cualidades cree que debe tener un dirigente en
la actualidad? ¿Y qué características considera
que busca la sociedad argentina en un líder partidario?
El escenario político actual está fuertemente marcado
por la lógica del paradigma televisivo. En consecuencia, el
mejor candidato es aquél que domina del modo más hábil
el formato audiovisual. Ello significa que, sin abandonar la sustancia,
el discurso político del siglo XXI debe cuidar también
la forma. Por lo tanto, no solamente es importante el «qué
decir», sino también el «cómo decir».
En momentos en que el discurso político tradicional está
desprestigiado, la sociedad ya no «escucha» los mensajes
sino que, sobre todo, los «ve». Eso significa que los
elementos no verbales comunican tanto como los verbales, y por ello
el postulante no puede descuidarlos.
De todos modos, la comunicación y el mercadeo no son buenos
sustitutos de las buenas ideas políticas. Lo que la democracia
argentina necesita son líderes con visión y convicciones,
no comunicadores con buen manejo de cámaras…
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