Y por casa, ¿cómo andamos?

 
 
«Antonini debió ser detenido en agosto la Argentina. Todo indica que el gobierno de Kirchner lo prefería bien lejos».
Más allá de las sospechas sobre las motivaciones de Estados Unidos en el nuevo capítulo del caso del “valijero” venezolano, el Gobierno argentino debería responder qué se hizo antes puertas adentro.

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Por Sergio Serrichio

Buenos Aires (Corresponsalía) > Firme, dirán algunos. Destempladada, dirán otros. En ningún caso, la reacción de la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, que trató de “operación basura” a las revelaciones difundidas desde Estados Unidos tras la detención, por parte de la justicia de ese país, de tres ciudadanos venezolanos (hay un cuarto prófugo) y uno uruguayo acusados de “conspirar” para ocultar el origen y el destino de los casi 800.000 dólares que en agosto pasado ingresó a la Argentina el ciudadano venezolano-norteamericano Guido Alejandro Antonini Wilson, deja espacio para la indiferencia.
Puesta a elegir entre permitirse un margen de duda acerca de qué se trataba o –en un solo acto- denunciar una conspiración imperialista y reafirmar la relación con el gobierno de Hugo Chávez, la presidenta se embanderó con la segunda opción, echando por tierra con cualquier expectativa inmediata de relación “amigable” con Estados Unidos.
El embajador de Estados Unidos en la Argentina, Earl Anthony Wayne, se molestó en aclarar que no fue un fiscal (esto es, un funcionario de la Justicia) de Estados Unidos quien afirmó que los 800.000 dólares de la valija de Antonini eran para la campaña electoral de Cristina, sino que simplemente expuso en una audiencia que eso fue lo que afirmó uno de los acusados. Pero Cristina ya había dicho lo suyo. Buscan presionarme, completó, invocando incluso su condición de mujer.

Puertas adentro
Sin embargo, la pregunta puertas adentro, -más allá de la satisfacción que un episodio que molesta tanto a Chávez como a los Kirchner pueda provocar en algunos funcionarios de Bush- sigue siendo qué hizo (o mejor, qué no hizo) antes el Gobierno argentino, por entonces presidido por Néstor Kirchner.
Fue la propia Argentina la que le dio a la justicia norteamericana una puerta de entrada al planeta Antonini con su moroso pedido de extradición, luego que el misterioso venezolano-norteamericano entrara a nuestro país con su valija cargada de dólares en un horario y un lugar por el que no suelen entrar los viajeros comunes, en un avión fletado por una empresa pública, y se fuera días después sin reclamar el dinero y sin que nadie se interpusiera en su camino.
Es patético escuchar a los voceros kirchneristas reeditar en diciembre los mismos argumentos de agosto: que fueron la seguridad aeroportuaria y la Aduana argentinas las que interceptaron a Antonini, olvidando que fue también el Gobierno argentino el que no atinó a iniciar una investigación por presunto lavado de dinero (presunción que tenía abundantes elementos a favor) y luego se tomó un mes para completar el pedido de extradición.
¿Antonini era un doble agente desde el inicio? ¿O era un agente venezolano que, presionado por el FBI y los fiscales de EE.UU. se pasó al gran enemigo de la república bolivariana? La primera pregunta podría haber sido ya respondido, y la segunda ni siquiera se habría planteado, si en agosto Antonini hubiera sido detenido en la Argentina, como debió haberlo sido. Todo indica que el gobierno de Kirchner lo prefería bien lejos.
Los vaticanos tiempos de la justicia argentina hicieron coincidir, además, la recidiva del episodio valijero con la primera sesión indagatoria a la ex ministra de Economía, Felisa Miceli, por la investigación judicial en torno de su bolso cargado de dólares y pesos termosellados en el baño del ministerio. Cinco meses no le han alcanzado a Miceli para encontrar una explicación verosímil acerca del origen de ese dinero, de por qué estaba ahí y a qué estaba destinado.

El desafío sindical
La desafortunada coincidencia de los nuevos capítulos de la bolsa y la valija llenas de dinero que ensombrecieron el final de la gestión Kirchner (y por ende, la campaña de Cristina) fue apenas posterior a la sugestiva advertencia del secretario general de la CGT, Hugo Moyano, de que si la nueva presidenta no acompaña sus reclamos, él y los suyos están dispuestos a pasarse “a la vereda de enfrente”.
¿Por qué Moyano dijo algo semejante? ¿Por miedo a que el Pacto Social de Cristina limite los reclamos salariales de los gremios en general, y de los gremios afines al líder camionero en particular? ¿O por miedo a quedar a la intemperie de los favores oficiales en la puja por la conducción del sindicalismo que marcará el año 2008?
Desde los albores del gobierno de Néstor Kirchner, el titular de la CGT sacó ventaja de los favores oficiales, como la creación en 2003 del “Régimen de fomento de profesionalización del Transporte de Cargas” (Refop), obra de una graciosa resolución que le dio a los camioneros acceso a una formidable caja y una poderosa llave de control sobre las empresas de transporte de cargas, que para acceder a los subsidios del sistema deben estar al día con el convenio del sector.
En esos cuatro años y medio el gremio de Moyano no hizo más que avanzar sobre otros, en disputas de “encuadramiento” que resolvió con la rudeza de los camioneros y la contundencia de los camiones.
La novedad es que, con la expiración del mandato del titular de la CGT a vuelta de calendario (junio de 2008) algunos gremios y capitostes gremiales (como el inefable líder de los gastronómicos, Luis Barrionuevo) parecen dispuestos a enfrentar a Moyano, incluso en la calle, y –de ser necesario- a los tiros.
La secuencia es demasiado clara y los hechos demasiado groseros como para ignorarlos. El 27 de noviembre fue asesinado el tesorero del sindicato de los camioneros, Abel Beroiz, el lunes 10 de diciembre fue agredido otro dirigente camionero y el viernes fue baleado el secretario gremial del Sindicato de Recolección, Barrido y Afines de Rosario, Carlos Alberto Albornoz, que también responde a Moyano.
Si Cristina no viene, como dijo en su asunción a definir internas políticas y sindicales, sería bueno que a estos episodios los esclarezca la Justicia, y con una eficacia mayor a la del capítulo local del caso de la valija. Porque si el problema es entre los muchachos, a Cristina no le quedará siquiera el recurso de denunciar conspiraciones imperiales.

 

 


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