Por laura rotundo
Villa Miseria: Inserto clandestino de las grandes
ciudades, síntoma brutal de la marginación y la pobreza.
Formalmente ilegal porque se asienta en terrenos ajenos, la “villa”
es la realización del anhelo de pertenecer.
Según un informe de la licenciada en Antropología María
Cristina Cravino, las villas de emergencia podrían definirse
como ocupaciones irregulares de tierra urbana vacante en las que:
“Se producen tramas urbanas muy irregulares, ya que no son barrios
amanzanados, sino organizados a partir de intrincados pasillos, donde
por lo general no pueden pasar vehículos.
Además, responden a la suma de prácticas individuales
y diferidas en el tiempo, a diferencia de otras ocupaciones que son
efectuadas planificadamente y en una sola vez.
Las viviendas son construidas con materiales de desecho. El contexto
posee una alta densidad poblacional y generalmente cuentan con buena
localización, en relación a los centros de producción
y consumo, en zonas donde es escasa la tierra.
Los pobladores las consideraban en sus orígenes como un hábitat
transitorio hacia un ‘posible’ y anhelado ascenso social.
Sus habitantes son portadores de apodos con connotación peyorativa
por parte de la sociedad de su entorno, como ‘villeros’
y ‘negros villeros’”.
Aunque parezca mentira -y absolutamente morboso-, en nuestro país
los turistas pagan hasta 70 euros para ver “cómo viven
los pobres”. Denominados “tours de la realidad”
o “tours de la miseria”, estos recorridos duran entre
dos y tres horas y consisten en visitar villas para descubrir cuáles
son las desdichas y las costumbres de sus habitantes.
Mayormente, estos “paseos” se realizan en la provincia
de Buenos Aires y en la Capital Federal, en asentamientos precarios
inmensos como lo son “La Cava” (en San Isidro), “La
20” (en Lugano), “La 31” (en Retiro) y “La
1.11.14” (en Bajo Flores).
Las agencias que comercializan los tours aseguran que los costos son
caros porque se destina mucho dinero en seguridad, ya que es la única
manera de garantizar que los visitantes “salgan vivos”.
Sin embargo, esta tendencia no es local. En todo el mundo suelen hacerse
este tipo de visitas a toda clase de suburbios: en Sudáfrica
se recorren barrios marginales y mucho más cerca, en Brasil,
se cotiza muy alto conocer la favela más famosa del país
vecino: “La Rocinha”.
En general, los más interesados en hacer aquí estos
tours son los turistas estadounidenses y europeos ya que, en su mayoría,
no se explican cómo tantos argentinos sean “homeless”
(sin techo) y puedan vivir así, en condiciones tan miserables,
a apenas minutos de grandes centros comerciales, lujosos edificios
u hoteles cinco estrellas.
Las principales problemáticas de quienes habitan las villas
-las cuales son explicadas en inglés por una intérprete
que acompaña a los turistas- giran en torno a la imposibilidad
de acceso a servicios y derechos esenciales como la educación,
el empleo y la salud; sumado a graves factores como la violencia,
la drogadicción y la delincuencia, que si bien existen y se
reproducen en la sociedad en general, al interior de este tipo de
barrios se potencian aún más.
En la actualidad, según los comentarios de varios referentes
institucionales, el problema más significativo está
dado por la abundancia de la “pasta base” o “paco”,
que por su alto nivel de adicción y su bajo costo (de apenas
un peso), fue ganando terreno entre los jóvenes. Asimismo,
el breve período que dura su efecto (veinte minutos), genera
tal desesperación que ocasiona que estos jóvenes recurran
al robo o a vender sus propias cosas con tal de conseguir plata para
acceder a esta droga. Esta situación repercute en el barrio,
aumentando la inseguridad dentro de él.
Otro problema significativo para quienes viven en la villa está
relacionado con la propiedad de la tierra: técnicamente ninguno
de ellos es propietario del lugar que ocupa, ya que los terrenos serían
fiscales, lo que trae aparejado el temor por un posible desalojo,
ante el cual no tendrían herramientas legales para resistir.
Un panorama desolador
Sólo en la Capital Federal viven 35.000 familias en las 14
villas miseria de la zona y desde 1996 a hoy, la población
en ellas aumentó un 400 por ciento. Según cálculos
del Gobierno porteño difundidos recientemente, se necesitarían
4.650 millones de pesos para urbanizarlas.
Sin embargo, los números son alarmantes a lo largo y a lo ancho
de toda la República Argentina a la hora de hablar de personas
que no pueden acceder a una casa digna.
En Córdoba, 260 mil familias no tienen hogar o habitan en asentamientos
extremadamente precarios. Según estimaciones oficiales, en
Tucumán y en Entre Ríos, respectivamente, se necesitan
40.000 viviendas nuevas para cubrir el déficit habitacional.
En La Rioja 31.000 familias esperan soluciones y sólo en la
ciudad de San Juan hay registrados 130 asentamientos.
En Río Negro, más del 20 por ciento de las viviendas
tiene piso de tierra y en Neuquén capital unas 7.500 familias
viven en una situación muy grave, dentro de las zonas más
pobres de la provincia.
Mucho más al Sur, en Ushuaia, el contexto es desesperante.
Por ejemplo, en la Reserva Forestal de El Escondido no hay casillas
de ladrillo, ni de chapa ni madera, sino pequeñas chozas de
telgopor -que en caso de incendio es un material sumamente inflamable-.
Sólo aquí viven 250 familias y hay registrados otros
30 asentamientos más.
En el caso de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, uno de los
trabajos que más abunda entre los habitantes de la villa es
el de “salir a cartonear”. El objetivo es reciclar lo
que otros consideran basura: botellas de plástico y de vidrio,
diarios, cajas de cartón, aluminio y cobre.
En casi todas las casas de las villas el ingreso familiar es el Plan
Jefas y Jefes de Hogar, de 150 mensuales.
Para ellos es casi imposible acceder al mundo formal del trabajo,
ya que la mayoría de los niños no asiste a la escuela
porque debe trabajar, revolviendo basurales o pidiendo dinero en la
calle.
Fuentes: Texto de la licenciada María Cristina Cravino
– Diario «Clarín» – Diario «La
Nación» – Organizaciones No Gubernamentales.
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