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Por Laura E. Rotundo
El economista Martín Hourest, Director del Instituto de Estudios
de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), sostiene en este reportaje
que el crecimiento de la economía en la Argentina es real pero
que debería complementarse con otros cambios para que la redistribución
de la riqueza resulte más justa.
¿Cómo observa hoy el “andar” de
la economía en nuestro país?
Estamos en lo que podría llamarse la estabilización
de un tipo de nuevo formato de desarrollo de la economía nacional,
asentada esencialmente sobre lo que podemos denominar un crecimiento
que se da hacia arriba y hacia fuera.
Hacia arriba en lo que tiene que ver en la concentración del
consumo de los sectores de mayores ingresos -que están representados
en el hecho que el seis por ciento de la población económicamente
activa, captura el 52 por ciento del consumo privado-. En paralelo
a esto, también se genera un incremento en relación
con la oferta general de bienes de aquellos que están destinados
básicamente a la exportación, tanto con lo que tiene
que ver con las exportaciones, es decir con el fenómeno de
la soja, las industrias extractivas de mar, de petróleo y de
gas, cuanto aquellos insumos industriales de uso difundido, como por
ejemplo tubos sin costura y demás.
Todo esto que acabo de mencionar significa que el proceso de crecimiento
liderado por una inversión, que está mayoritariamente
orientada a la construcción y no a la incorporación
de capital fijo -a diferencia de otros países que han iniciado
un sendero de crecimiento industrial sostenido- está casi en
dos tercios apuntado a la construcción y un tercio a la incorporación
de capital reproductivo.
Lo más llamativo, sin dudas es que de esa cantidad importante
de contribución de la construcción se orienta a la construcción
residencial, a abastecer el circuito de altos ingresos.
¿Cómo advierte el comportamiento de las principales
variables de la economía, en lo que resta de 2006?
Yo diría que no hay tensiones ni en materia fiscal, ni en materia
cambiaria y tampoco de precios. Insisto en sostener que lo que existe
hoy en Argentina es una suerte de estabilización de una forma
de producir y de distribuir la riqueza. En esa forma de generarla,
lo que aparece como dato más importante, es que luego de tres
años de crecimiento del PBI de casi un 9 por ciento, las condiciones
de producción -esto es: las condiciones de trabajos informales,
los niveles de desocupación y las características de
la distribución, como lo son los salarios- no han mejorado
substancialmente e incluso menos que la tasa de crecimiento de la
economía.
Con esto, podríamos decir que, al estar en una condición
de producción y de distribución peor a la del inicio
de 2001, lo que uno está advirtiendo en este contexto es que
esta manera de construir y producir riqueza, no va a tener remesones
por cuestiones relacionadas ni con la cuestión del ingreso
ni con la fiscal.
Aquellas tensiones que pueden aparecer en el camino tendrán
que ver en todo caso con problemas estructurales que no pueden ser
removidos como pueden ser: por un lado, el tema energético
y por otro, ya en el mediano plazo, la evidente insuficiencia del
tipo de inversión para sostener estos niveles en el futuro.
Respecto a la inversión, ¿qué cambios
deberían realizarse en el sistema impositivo que rige en nuestro
país, a veces juzgado como distorsivo, por la existencia de
algunos impuestos?
No es tanto distorsivo, como regresivo, ¿verdad?
Si partimos de la premisa de saber que este excedente magnífico
bruto, no debe ser discutido en materia fiscal, es decir que la política
tributaria no tiene que caer sobre los sectores de mayores ingresos
y sobre aquellos que han acumulado activos, y en paralelo se sostiene
que es el consumo de estos sectores el que tiene que liderar el proceso
de crecimiento, aparece por lo menos como difícil -dentro de
esta lógica de regresión social- la idea de una estructura
tributaria distinta.
El Gobierno se ha cansado de decir en los últimos años
que no hay ninguna reforma en este aspecto, en el horizonte... y no
sólo se cansó de afirmarlo sino que no la ha hecho.
Lo que sí existe por parte del Gobierno, contrariamente a un
cambio que achique la regresividad, es una suma de medidas de promoción
a la inversión, de subsidios al capital, de mecanismos de transferencias
directas a las empresas... las cuales generaron un tinte mayor de
regresividad a la lógica tributaria de la República
Argentina.
Tanto la aparición de la denominada “Ley Techint”,
vinculada con subsidios a las empresas para que inviertan, cuanto
el último paquete puesto a consideración del Congreso,
relacionado con incentivos a las grandes empresas petroleras, lo que
están afirmando es que ellos no tienen ningún interés
por definir una política fiscal progresiva sino que marchan
alegremente hacia una profundización en materia tributaria
y fiscal.
¿Con qué medidas se puede combatir el empleo
en negro?
Lo primero que se debe entender es que no hay forma de concebir una
lucha contra el trabajo en negro si ésta no es una prioridad
por parte de la política.
El colectivo de trabajadores que están en negro en Argentina,
es el que va más lleno... el grupo más grande del país.
Bajo los niveles de subregistración, tenemos al 46 por ciento
de los trabajadores, lo que evidencia que no se trata de un pequeño
problema sino que es “el” inconveniente, en términos
del reconocimiento que la venta de la fuerzas de trabajo en Argentina,
mayoritariamente se realiza en condiciones de ilegalidad.
Por eso creo que el primer elemento que hay que tomar en cuenta es
que esta realidad no es un accidente de la manera de producir riqueza,
sino que es una de las vigas mediante la cual la riqueza se produce
en nuestro país.
En segundo lugar, precisamente porque existe este nivel de trabajos
en negro y no registrados, el resto de la población que está
en blanco -básicamente me refiero al sector privado-, está
pudiendo negociar salarios porque lo hacen sobre la base de una muy
pequeña parte de los trabajadores realmente ocupados... que
son dos de cada diez, en todo el país.
El tercer punto, en este contexto, es que el proceso de tercerizar
funciones de producción, de subcontratar trabajadores, de generar
canales negros que abastezcan a la economía blanca -por decirlo
en términos vulgares-, no es un mecanismo que tenga que ver
solamente con las pequeñas empresas o con lo que se denominaba
en algún tiempo, la economía informal y de subsistencia.
Desde la aparición de estos elementos de trabajo esclavo, se
observa -por lo menos en la Ciudad de Buenos Aires- que el trabajo
en negro abastece a grandes productores que generar “productos”
que llegan como registrados al mercado y de grandes empresas porque
integran la lógica de la subcontratación y externalización
de planteles... es muy importante aclarar que esto no es un problema
exclusivo de pequeños talleres que no tienen relación
con la economía formal sino que ésta crece y se sostiene
sobre la base de la explotación de los trabajadores en negro.
¿Cómo cree que desde la economía se
puede encarar un comienzo de solución al problema de la pobreza?
Si además de todo lo mencionado hasta ahora, rescatamos ese
viejo mito de que “en Argentina no trabaja el que no quiere
y el que no quiere, por eso es pobre”, pero vemos, en realidad,
que tenemos trabajadores en negro y en blanco que están por
debajo de la línea de pobreza, la primera definición
dura que se debe trazar es que con el mercado de trabajo sólo
no alcanza para salir de esta miseria.
Si efectivamente al Estado y a la sociedad le importa que millones
de compatriotas salgan de la línea de la pobreza, se debe tomar
una decisión respecto de la redistribución de los ingresos,
para que se de por fuera del mercado de trabajo. Aquí aparecen
dos grandes colectivos de sociedad y ambos se vinculan con reconstruir
el pacto inter-generacional que debe sostener a toda sociedad... el
primero es el de los niños.
Me parece que un chico que ha nacido en un hogar de un trabajador
no registrado, no va a tener acceso a ninguna obra social, ni cobertura
de atención en un hospital que no sea el público, no
tiene ayuda escolar obligatoria ni tampoco un subsidio de ninguna
naturaleza o especie y en consecuencia, además de haber nacido
en un lugar que está castigado porque el ingreso es menor -ya
que un empleado en negro siempre percibe un salario de un 30 a un
50 por ciento más bajo, que al de uno registrado-, tampoco
tiene un reconocimiento social...
En este contexto, entiendo que la primera medida que debería
encararse es la de reuniversalizar los derechos de los niños
y partir de un criterio universal de asignación que ronde entre
los 100 y los 130 pesos para todos los niños de Argentina,
desde los 0 a los 18 años.
Un segundo cordón tiene que ver con la otra parte del pacto
intergeneracional que son los que ya se fueron del mercado de trabajo.
Hoy en Argentina, un tercio de los mayores de 65 años no tienen
cobertura previsional y por eso es necesario avanzar sobre mecanismos
que operen como redistribuidores de ingresos sobre esos sectores.
Pero además, todas estas medidas deben plantearse con visión
de futuro. Con el 46 por ciento de los trabajadores en negro, el nivel
de colapso del sistema previsional en el futuro va a ser fenomenal...
primero porque este porcentaje ya no aporta y segundo, que de todos
los que están registrados, la mitad que se encuentra en las
AFJP’s, tiene aportes intermitentes y tampoco se podrán
jubilar.
¿Cree que el Gobierno se orienta a estas decisiones?
Para nada. El Gobierno ha dicho que son el crecimiento y la discusión
salarial de los formales, las herramientas idóneas para resolver
esta cuestión, que expresan lo que nosotros hemos denominado
“el orden del desprecio”.
Sin dudas la política económica del oficialismo desprecia
a los informales, a los no registrados y a los que no han podido integrarse
a los canales formales de discusión e incluso los utiliza como
rueda de auxilio para que el resto del sistema “funcione”
como si todo estuviera bien.
Esta lógica presupone el desprecio hacia millones de argentinos,
en su mayoría mujeres y niños, que no entran en la ponderación
o en el juicio acerca de cómo funciona el orden social. Desde
la óptica del Gobierno, éste pareciera medirse con cuánto
crece la economía, cuánto se exporta, cuánto
es el superávit fiscal y cuánto mejoran los salarios
formales.
Toda la situación de penuria, de crueldad y de desigualdad
que campea al resto de la sociedad argentina, no entra en la consideración
pública.
¿A través de qué decisiones cree que
podría volverse más fácil la entrega del crédito
a más personas físicas?
Lo principal sería la modificación de la ley de entidades
financieras, que no sufre modificaciones sustantivas desde la época
de (Alfredo) Martínez de Hoz al día de hoy.
El crédito es un servicio público y no significa simplemente
darle plata a quienes ya la tienen sino considerar el tipo de proyectos
y de iniciativas que distintos actores sociales tengan para llegar
a un financiamiento.
Lo cierto es que el tipo de negocios que se le ha planteado al sistema
financiero por parte del Estado, además del tipo de regulación,
es una cosa asociada o bien a instrumentos de deuda pública
o a incentivar créditos al consumo de los sectores registrados
o a iniciativas que no tienen la carnadura suficiente como es el destinado
a la compra de viviendas...
¿Por qué?
Simplemente porque no toma en cuenta la lógica del mercado
argentino ni tampoco los especulativos atroces que tiene el mercado
inmobiliario. Yo creo que sino se replantea el funcionamiento global
del crédito y sino se vuelve a un criterio que esté
concebido bajo la idea de que éste es un servicio público,
no vamos a tener soluciones mucho mejores que las que hoy por hoy
se están brindando... y que por cierto son insuficientes y
regresivas.
Hace un tiempo se hablaba mucho sobre el tipo de cambio...
¿cree que debería mantenerse en los niveles actuales
o que tendría que ser más flexible a la baja?
Me parece que el tema del tipo de cambio hay que “desmitificarlo”
en alguna medida. Es un instrumento de política económica,
aunque no es el único. Sin embargo, junto con el superávit
fiscal se los ha convertido aquí, como los dos ejes principales
en este aspecto.
Uno necesita más y mejor política industrial, de ingresos,
así como de difusión tecnológica y también
una seria reforma tributaria.
Si la idea de mantener el actual tipo de cambio es no hacer ninguna
de estas modificaciones, yo entiendo que hablamos de una lógica,
por lo menos, errada. Está claro que Argentina, como país
que tienen problemas de endeudamientos substantivos, es un país
que no puede pensar en tipos de cambios bajos o en volver a fenómenos
de sobre-valuación cambiaria, típicos de la década
de los ’90.
Lo que vale la pena destacar es que este nivel de tipo de cambio récord,
tiene como contrapartida también la peor distribución
de la riqueza en Argentina, de la historia.
Con este tipo de cambio se puede hacer otra política económica
pero el problema es que el Gobierno ha tomado la decisión errada
y regresiva de establecer como prioridad que ésta se asiente
sobre el superávit fiscal, de cuenta corriente y sobre un alto
nivel de reservas.
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