Por Andrea De Pascalis
Una imagen repetida todos los días de la semana en el oeste
neuquino: más de diez personas esperan que pase un colectivo
de la línea Indalo, pero el colectivo circula abarrotado de
gente y sigue de largo. Se suman cinco personas y otro micro pasa
de largo. Finalmente el tercero para, se llena y al chofer no le queda
otra opción que seguir de largo en la parada siguiente, donde
también aguardan otras diez personas. Así, el primer
vecino que llegó a la parada perdió alrededor de 40
minutos, aunque ya está acostumbrado y sabe que no tiene otra
opción.
Otra imagen repetida es durante la espera: los más apurados
deciden agruparse y tomarse un taxi, pero los autos amarillos no pasan;
y cuando lo hacen no paran. A ellos se les suman los que caminan hacia
al centro, a veces, la mejor opción.
En el centro de la ciudad las imágenes también se repiten
a horario pico en cualquier parada de taxi: 15 personas haciendo cola
y el taxi pasa con gente. La espera, al menos, demanda 20 minutos.
Igual situación se da durante la espera: los remiseros, que
no pueden usar las paradas de los taxistas, toman la posta y suben
pasajeros en cualquier lado, incluso frente al mayor órgano
de control, la Municipalidad de Neuquén.
Si hay algo a lo que los vecinos están acostumbrados es a esperar.
No importa si es un taxi o un colectivo, cualquiera de las dos opciones
demandará más de 15 minutos de pérdida. Entonces,
es ahí donde surge la pregunta ¿Qué pasa en la
capital donde estas situaciones son comunes, y que a pesar de las
quejas y los enojos siguen pasando como si esta realidad fuese un
cuento?
Dicen que la regionalización del transporte será la
solución. Sin embargo, el problema no está sólo
en creer que la magia del acuerdo entre las ciudades terminará
con este caos, sino que también será necesario un órgano
de control efectivo para que esta situación, tan molesta para
los usuarios, deje de ser tan común.
Si hay frecuencias estipuladas y no se cumplen, si un remise para
donde no debe o si un taxi trabaja 8 horas en vez de 16, no es sólo
responsabilidad de quien está en falta, sino también
de quien debe controlar que la norma se cumpla.
El Municipio aduce que no tiene empleados para el control, que no
puede estar detrás de cada taxi o colectivo controlando si
cumple con lo establecido; pero, efectivamente, lo que hace tampoco
sirve porque los micros y taxis demoran y la gente sigue esperando,
llegando tarde a sus destinos deseados y perdiendo su tiempo en la
calle.
A pesar de la falta de empleados justificada desde la comuna neuquina,
la planta de agentes comunales en este año asciende a 2.634.
Además, no tiene ningún servicio a su cargo, llámese
transporte, recolección de basura, estacionamiento medido o
el gerenciamiento de la Terminal de Ómnibus. A ello se le suma
la ausencia en gran parte el cuidado de los espacios verdes del centro,
la seguridad de muchos de los espacios públicos y de los edificios
comunales, además de que la Policía lo ayuda en el control
de tránsito y la confección de multas por las infracciones.
Tiene más de 2.500 empleados para funcionar, pero lo que no
tiene es un control estricto de lo que pasa en la calle, en lo que
respecta al buen funcionamiento del servicio de transporte público
de pasajeros, una de las necesidades primarias de la cual el vecino
depende para movilizarse a diario. No hay opciones, y al no poder
elegir entre otras alternativas, deberá seguir aguardando.
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