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Por Laura Rotundo
Gustavo Lazzari es economista y miembro de la Fundación
Atlas.
En este reportaje ofrece su visión sobre la realidad económica
de la República Argentina, las expectativas en torno al nuevo
ministro de Economía, Martín Lousteau, y a la gestión
del próximo Gobierno.
¿Cómo observa actualmente el funcionamiento
de las principales variables económicas?
Argentina tiene un resultado irregular en las variables económicas.
Pese a la euforia oficial y a la apatía social, es necesario
ver los números con objetividad.
La tasa de crecimiento es la adecuada para un mundo que crece al 6
por ciento. Es decir que estamos encima del promedio (Argentina crece
al 8/9 por ciento en 2007 y se espera una tasa similar para el 2008).
No obstante no hay que minimizar el extraordinario momento de la economía
mundial. Lo relevante es preguntarnos si lo estamos aprovechando correctamente.
Vale aclarar que la parte más pobre de África crece
al 5 por ciento y sólo cuatro o cinco países en el mundo
no están creciendo.
El índice de desempleo es bastante bajo…
Efectivamente. La tasa de desocupación es un dato más
que alentador llegando al 8 por ciento. Y en claro descenso.
Ahora queda darle más seguridad y calidad al empleo.
Seguridad pues muchos empleos creados corresponden a la burbuja
inmobiliaria y a sectores sustitutivos de importaciones que dependen
de tipo de cambio alto y restricción a la competencia externa.
Sabemos que eso no puede durar mucho tiempo.
Y calidad, ya que es necesario dotar de más instrucción
y capacitación al empleo para que las propias habilidades del
trabajador sean su mejor seguro de desempleo y garantía de
mayores salarios.
En cambio, la tasa de inflación es altísima. Tanto la
oficial del 9 por ciento -dibujada y distorsionada ex profeso por
el Gobierno- como la «térmica» del 20 por ciento.
La tasa de inflación oficial es la tercera más alta
de América. La real, es una de las más altas del mundo
excluyendo a Zimbabwe que tiene hiperinflación.
Este dato no es menor, puede ser el gusano destructor de todo el modelo
económico. La inflación no respeta nada. Licúa
los salarios, distorsiona inversiones, genera pobreza y desigualdad
y detrás de ello, caen ministros y gobiernos. Es el tema más
serio, y peor encarado por la actual administración.
¿Cómo habría que frenar el avance de
este índice?
La inflación es siempre un fenómeno monetario. Si los
precios subieran menos de un cinco por ciento podríamos buscar
explicaciones en la economía real. Pero cuando los precios
suben en promedio más del 10 por ciento, sin duda la explicación
es monetaria. Por lo tanto la respuesta es de política monetaria.
Tenemos que ver qué es lo que hace que se expanda la cantidad
de dinero. En los ochenta era el déficit fiscal, hoy es el
tipo de cambio.
Argentina mantiene un tipo de cambio muy alto financiado con emisión
monetaria. Comprendo que el tipo de cambio competitivo sea una clave
del modelo. Pero es necesario reconocer que la competitividad de nuestras
empresas y exportaciones no puede basarse sólo en un tipo de
cambio real alto.
En números, ¿cómo cree que cerrará
el 2006?
La inflación estará entre el 18 y el 22 por ciento,
el crecimiento en un 9 -un poco «inflado»-, el desempleo
en 8 por ciento, la tasa de interés inaccesible y el crédito
al sector privado: poco serio, sólo para consumos menores,
no para inversión de largo plazo, ni para empresas grandes
ni para pymes, ni préstamos hipotecarios para viviendas.
En cuanto a las exportaciones, cerrarán en 50.000 millones
de dólares, un número alto comparado con nuestro propio
pasado, pero bajo comparado con países vecinos.
La inversión externa es muy baja y la inversión local
con crecimiento más lento.
¿Qué opinión le merece Martín
Lousteau, el designado ministro de Economía para el futuro
Gobierno?
Tiene a favor su capacidad y juventud que le da un natural empuje
y notable actitud. Su cosmovisión ideológica se ubica
en la «heterodoxia». Esto es que es esencialmente un capitalista
pero que acepta y fomenta cierta intervención del Estado en
materia de controles, de gasto público. Es un típico
defensor del actual modelo (tipo de cambio alto, superávit
fiscal aunque sea mediante confiscaciones al campo o impuesto al cheque,
intervención del Estado). La pregunta no obstante es si él
asumirá la cartera de Economía o el ministro seguirá
siendo Néstor Kirchner, en las sombras.
¿Cuál cree que será el gran desafío
de Cristina Kirchner al asumir?
Sin duda son dos. Uno: resolver la inflación en serio. No se
trata de dibujar con mejor maquillaje el índice. No hay que
cambiar ni la metodología, ni los funcionarios. Resolver la
inflación significa adoptar las medidas monetarias y fiscales
necesarias sin temores ni falsos conceptos. La inflación es
el impuesto al pobre más cruel. Es increíble que los
«progresistas» demuelan el esfuerzo de los más
pobres con políticas inflacionarias.
El segundo gran desafío, no menos importante, es aprovechar
definitivamente el extraordinario escenario que el mundo nos ofrece.
Argentina está en condiciones de desterrar la pobreza, mejorar
sensiblemente la distribución del ingreso, actualizar toda
la infraestructura y sentar las bases para volver a ser un país
como Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
Si seguimos mirando a Hugo Chávez y a Evo Morales, vamos por
el lado equivocado. El mundo nos compra todo lo que vendemos a precios
extraordinarios, nunca vistos. Si no aprovechamos eso para rehacer
la estructura impositiva, abolir todas las distorsiones del mercado
laboral, dar vuelta la coparticipación, «eficientizar»
el estado en salud, educación, seguridad y justicia, y darle
a los productivos las herramientas -no las mochilas- para que generen
empleo y riqueza, habremos destrozado una gran oportunidad.
¿Qué cambios cree que se darán -o deberían
darse- en la nueva gestión?
La nueva gestión tiene toda la cancha a su favor. No tiene
elecciones en los próximos dieciocho meses, mayoría
en el Congreso, y en las provincias, la oposición fragmentada,
los medios alineados...
Debería encarar las reformas centrales: impuestos, menos sindicalismo
en las relaciones laborales, más apertura, más mundo,
más largo plazo. Debería meterle más velocidad
a la reforma de un Estado amorfo y bastante inútil.
Sería un grave error seguir pensando en la política
de cortísimo plazo, mirando sólo la tapa del diario.
¿Qué es lo que le falta a Argentina para atraer más
inversiones del exterior?
La inversión externa es bajísima en Argentina. Según
la Cepal, en 2006 entraron cerca de 5.000 millones de dólares
y la cifra para 2007, no mejoró sustancialmente. Hoy, países
como Ecuador y Colombia reciben más inversión externa
que la Argentina. Ni hablar de Brasil, México o Chile. Eso
responde a que el Gobierno se cerró mentalmente. Eso no es
nacionalismo. Ser nacional no significa renegar o temer a la inversión.
Eso es ser timorato.
Argentina debe mejorar la seguridad jurídica (y física)
y debe mostrar previsibilidad y buen clima de negocios hacia el futuro.
Con eso solo, la inversión extranjera puede ser un motor de
crecimiento genuino y sostenido durante muchísimos años.
¿Se acerca el final de esta bonanza económica
que hace unos años vive el país?
No. El mundo seguirá creciendo porque los motores de la economía
mundial siguen potentes. India y China crecen al 10 por ciento. El
45 por ciento de la población mundial crece a más del
nueve.
Eso aumenta los precios de todo lo que vendemos. Estados Unidos tendrá
algún ajuste, tras los desequilibrios de la guerra de Irak,
pero estimo (y espero) que no sea muy brusco, con lo cual continuará
empujando negocios y actividad económica.
En este mundo es poco probable que la Argentina no crezca. En términos
futboleros «hay que ser muy madera para perder este partido».
Haciendo un poco de visión a largo plazo, ¿cree
que se cumplirá eso de que «las segundas partes nunca
son buenas»?
Sinceramente creo que la presidencia de Cristina Fernández
de Kirchner es la «parte de la primera parte». Esto es,
no es un segundo gobierno, sino la continuidad del mismo modelo económico
en el mismo mundo. La pregunta crucial es: ¿A la administración
de Néstor Kirchner le perdonamos que priorice la urgencia antes
que la posibilidad real de aprovechar la bonanza para cambiar definitivamente
la Argentina?
Hoy nuestro país es el mismo que en el 2002, pero con menor
conflictividad social, cierta recuperación de salarios y buenas
rentas en algunos sectores. El resto está igual. Ahora, ¿le
perdonaremos a Cristina volver a desaprovechar esta oportunidad que
el mundo nos ofrece? Si dentro de cuatro años estamos igual, con
la misma infraestructura, con tasas de pobreza elevadas, con los mismos
problemas de vivienda, educación y salud, ¿volveríamos
a decir que la gestión fue buena?.
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