Por laura rotundo
El 19 de diciembre de 1994 la Asamblea General de la ONU proclamó
el 17 de junio como el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación
y la Sequía. En esa ocasión se invitó a los Estados
a que dedicaran la jornada a sensibilizar a la opinión pública
respecto de la necesidad de cooperación internacional para
luchar contra los efectos de estos fenómenos.
Ricardo Mascheroni es docente e investigador de la Facultad de Ciencias
Jurídicas y Sociales, de la Universidad Nacional del Litoral
(Provincia de Santa Fe) y en esta entrevista hace referencia a la
necesidad de tomar conciencia sobre esta fecha que hoy se conmemora.
¿Qué es exactamente la desertificación?
Para resumirlo brevemente, podríamos decir que es la deshidratación
progresiva y la pérdida de las capas humíferas de los
suelos, como consecuencia de fenómenos naturales, pero también
de la actividad del hombre a través de modelos agrícolo-ganaderos
insustentables, de la deforestación y del riego artificial.
Justamente el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación
y la Sequía se estableció a los fines de generar conciencia
sobre la importancia de los suelos y alertar sobre la desertificación
que sufre el Planeta, para tratar de evitar su degradación
creciente a través de usos insustentables, que potencian los
efectos negativos de los procesos naturales.
Sin dudas se trata de uno de los procesos de degradación ambiental
más alarmantes del mundo y que está poniendo en serio
riesgo la vida de millones de personas.
¿Cuáles son los efectos que puede producir
este fenómeno?
Que los suelos se tornan estériles e improductivos, casi irreversiblemente
en la mayoría de los casos y para que ello cambie se necesitaría
largo tiempo y grandes inversiones.
Entre 1980 y 1995, sólo la industria maderera terminó
con 200 millones de hectáreas y en la actualidad, subsisten
apenas un 20 por ciento de los bosques originales del Planeta y otro
32 por ciento sobrevive en difíciles condiciones. Nuestro país
no ha escapado a la media general, según el Primer Inventario
Forestal de Bosques Nativos, quedan hoy 32 millones de hectáreas
de bosques naturales de las 105 millones que teníamos hacia
1914.
Sólo la deforestación tiene por objetivos la obtención
de maderas para construcción o producción de pasta de
papel y la ampliación de las fronteras agrícolas. Cabe
destacar que perdida la cubierta forestal y consecuencia de la sobreexplotación
con técnicas industriales, monocultivos, maquinaria pesada,
riego artificial e incorporación de agroquímicos; los
suelos se agotan y pierden fertilidad, tornándose vulnerables
a la erosión eólica e hídrica y el desierto avanza.
Cuando esto sucede, es casi imposible que la tierra vuelva a recuperar
sus condiciones, y aunque se pudiera, conlleva muchas décadas,
ya que la regeneración siempre es onerosa y mucho más
lenta que el proceso erosivo.
¿Cómo influye el cambio climático en
este tema?
Precisamente del resumen del grupo de trabajo del Panel Intergubernamental
de Cambio Climático, surge que el calentamiento global incide
en la cuestión, ya que para el caso de América Latina
las preocupaciones mayores son básicamente tres: que las inundaciones
y las sequías se harán más frecuentes, que los
rendimientos de importantes cosechas disminuirán y que aumentaría
la tasa de pérdida de la diversidad biológica, de lo
cual existe una certidumbre alta.
Sin embargo, a ese deterioro de suelos, debemos sumarle también
el agujero de la capa de ozono y la mayor incidencia de la radiación
ultravioleta, que provocará que la productividad agrícola
decline en el Sur, contrayéndose la cosecha de maíz
en el Sur de Asia y en Sudamérica entre un 10 y el 65 por ciento.
Con la pérdida de la cubierta forestal, el mal manejo de los
monocultivos agrointensivos y los suelos irrigados, ríos como
el Amazonas, Huang Ho en China y el Ganges-Brahmaputra arrastran cada
año miles de millones de toneladas de capas humíferas.
En el sistema Paraguay-Paraná ocurre otro tanto y las tierras
de su cuenca no se vuelven a recuperar.
Haciendo una referencia global, distintas estadísticas indican
que las de1.500 millones de hectáreas de tierras cultivables
del Planeta, el 40 por ciento de ellas se encuentran deterioradas
y cada año entre 5 y 12 millones de hectáreas sufren
erosión grave, con un costo de sustitución de nutrientes
de por lo menos de 250.000 millones de dólares por año.
¿Y cómo repercuten en nuestro país las
sequías y la desertificación?
En Argentina particularmente, este problema afecta al 70 por ciento
de sus tierras, empezando a abarcar zonas que hasta poco tiempo atrás
eran consideradas parte de los suelos más fértiles.
El proceso iniciado en la Patagonia a partir de la introducción
descontrolada de los lanares, se ha extendido al Alto Valle del Río
Negro, Cuyo y comenzó la invasión lenta y firme de la
Pampa Húmeda.
La verdad es que en nuestro país el ritmo de deforestación
ha superado en mucho a algunas regiones de África y Asia, tendiente
a abastecer la demanda de nuevas tierras para el monocultivismo irracional
y depredador, que “cual caballo de Atila” no deja volver
a crecer lo pastos.
A largo plazo, ¿cree que la situación respecto
de la desertificación y
la sequía empeorará?
La realidad indica que pese a la gravedad del problema, las grandes
transnacionales de agroquímicos y semillas siguen imponiendo
en los países en vías de desarrollo este sistema de
destrucción masiva que nos condena a muerte y lo que es peor,
las dirigencias no tienen capacidad ni poder de corrección
de estas tendencias.
Lamentablemente nada indica que la cosa vaya a cambiar, si nos atenemos
a informes como el que indica un reciente informe -de la Fundación
Producir Conservando- que dice que Argentina expandiría su
volumen de producción en los próximos 10 años
de 84 a 115 millones de toneladas de granos.
Según este organismo, haciendo una operación simple
y teniendo en cuenta las mejoras en la eficiencia productiva de algunos
cultivos, esto significa que debería incorporarse al cultivo
de granos anualmente una superficie de 620 mil hectáreas, algo
así como un cuadrado de aproximadamente de 79 kilómetros
de lado.
En este contexto, no extrañan estudios que manifiestan que
en la Argentina el 75 por ciento del territorio nacional está
sujeto a procesos erosivos causados por las actividades agroganaderas
y forestales.
Si a lo expuesto, le sumamos el modelo «sojadependiente»
en franca expansión, sobre todo a partir de la nueva figura
estelar en el firmamento productivo, como es el biodiesel, y el cambio
climático en marcha, el cuadro no deja de ser de lo más
preocupante y de pronóstico incierto.
Ya el General Manuel Belgrano advertía sobre la gravedad de
este tema. Citando sus propias palabras en un discurso, decía:
“Es indispensable poner todo cuidado y hacer, los mayores esfuerzos
en poblar la tierra de árboles, mucho más en las tierras
llanas, que son propensas a la sequedad cuando no están defendidas;
la sombra de los árboles contribuye mucho para conservar la
humedad, los troncos quebrantan los aires fuertes, y proporcionan
mil ventajas al hombre; así es que conocidas en el día
en Europa, se premia a todos los que hacen nuevos plantíos,
señalando por cada árbol que se da arraigado un tanto
y sin esto, los particulares por su propia utilidad se destinan a
este trabajo, además de haberse prescrito leyes por los Gobiernos
para un objeto tan útil como éste”.
Belgrano también citaba que “en algunos cantones de Alemania
que no se puede cortar ningún árbol por propio que sea
para los usos de carpintería sin antes haber probado que se
ha puesto otro en su lugar; añadiendo a esto que ningún
habitante de la Campaña puede casarse sin presentar una certificación
de haber comenzado a cultivar un cierto numero de árboles…
que todo propietario que corte un árbol ponga en su lugar tres”.
Pasó ya mucho tiempo desde que el prócer advertía
esta situación, que insisto, conocía muy bien.
Es decir, que no es Usted muy optimista…
Es decir que por todo ello entiendo que aprender del pasado para no
repetir viejos y nefastos errores y preservar los suelos a través
de la adopción de modos de producción sustentables,
se constituyen en las únicas garantías para el desarrollo
y la vida futura.
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