Por FRANCICO CARNESE
Fortunato Mallimaci, especialista en religión y catolicismo,
afirma que estas posturas son compartidas por el conjunto de la institución
eclesiástica.
Neuquén > La primera exhortación
apostólica del Papa Benedicto XVI dejó bien en claro
las características que impregnarán su mandato. La restauración
de la misa en latín, el rechazo al divorcio, a la intercomunión
con otras religiones y a cualquier cambio en el celibato sacerdotal
denotan una vuelta a un conservadurismo acérrimo. Fortunato
Mallimaci - ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad
de Buenos Aires, investigador principal del Conicet y especialista
en religión y catolicismo - analiza las implicancias de lo
declarado por el pontífice y el futuro de la Iglesia Católica
en ese contexto.
¿En su primera exhortación apostólica
Benedicto XVI confirmó las presunciones que se tenían
con relación a una posición más conservadora
respecto a la del anterior Papa?
Sí, se confirman sus posturas intransigentes y ortodoxas, es
difícil pensar que alguien pueda cambiar sus conceptos doctrinales
a los 80 años y mucho más luego de haber sido en el
anterior papado de Juan Pablo II el responsable del control ideológico
de la doctrina católica por casi 20 años. Además,
el último documento que podríamos tildarlo de muy conservador
no es solo obra de él, sino que se puede afirmar que la mayoría
de los obispos del mundo entero aceptan esas posturas.
¿Qué significado tiene el querer restaurar
la misa en latín?
La restauración es un intento de volver a un pasado glorioso
que se idealiza frente a un presente tormentoso. Debemos recordar
que para Benedicto el análisis que él hace de la sociedad
es ontológicamente pesimista: la sociedad está cada
vez más en decadencia. Para eso trata entonces de afirmar identidad
católica ligada a «verdades» que se quieren como
eternas: el latín, el canto gregoriano, el celibato, es decir,
rehacer un cemento católico que produzca verdades inamovibles,
que tranquilice en una sociedad del riego a aquellos que buscan orden,
autoridad y disciplina. O más aún: más orden,
más autoridad y más disciplina.
¿El rechazo absoluto a la intercomunión con
otras religiones tiene alguna relación con principios históricos
de la Iglesia Católica?
Todo lo que dijo el actual Papa es apoyado y difundido por el conjunto
de la institución eclesiástica, si se los consultase
casi todos estarían de acuerdo o simplemente callarían.
En esta misma línea es mucho más preocupante todavía
la condena al sacerdote Jesuita John Sobrino por opinar de manera
distinta al consenso dominante eclesial. Y también muestra
la casi inexistente manera de plantear alternativas en la Iglesia
Católica, esto hace que el disenso sea cada vez más
estrecho y que cuando alguien habla y dice algo diferente es castigado.
El rechazo a la intercomunión con otras religiones, anteriormente
a este mandato de Benedicto, ya sucedía. El Cardenal Jorge
Bergoglio, para mencionar esto referido al orden local, opina exactamente
lo mismo sobre la participación de los otros cultos, el rechazo
a los divorciados, el no darle la comunión a aquella gente
que se considere en pecado, el rechazo a la repartición de
preservativos, es más, fue el único que condenó
a un artista como blasfemo (el caso de León Ferrari). Es decir,
esto se inscribe en un movimiento de reafirmación de una sola
identidad dirigida por los eclesiásticos en Roma y que es tomada
por los Cardenales de todos los países.
El gran cambio, después del Vaticano II, es que este grupo
y ahora la mayoría por motivos varios, quiere seguir afirmando
que la única y verdadera religión cristiana es la Iglesia
Católica. Una vez que se afirma eso, el tema del ecumenismo
y la posibilidad de diálogo se hace muy difícil.
¿Cuál es el futuro de la Iglesia Católica
frente a este panorama?
Aquí lo que ha cambiando centralmente, que ya había
comenzado con Juan Pablo II y que se reafirma con Benedicto XVI, es
el hecho de querer mantener «verdades» para pequeños
grupos iluminados y a todos aquellos que piensan de manera distinta
dejarlos de lado. Esto no es nuevo en la historia del Cristianismo,
ya en otro momento histórico se intentó. El problema
es que hacerlo en una época como la actual - pluralista, en
una sociedad de la información, donde la autoridad ya no viene
dada simplemente por el cargo y por la fuerza - aleja a los creyentes
que buscan un catolicismo más democrático, más
cercano a las angustias de la población y a la ampliación
de derechos. Pero al mismo tiempo, atrae a aquella gente que en esta
época de incertidumbre busca a alguien que les garantice ese
orden y esas jerarquías que en la sociedad actual creen que
se han desvirtuado.
En una sociedad cada vez más compleja y fragmentada a nivel
planetario, estos sectores eclesiásticos se quieren presentar
como un núcleo de «verdades eternas» que en realidad
aleja a un grupo infinitamente mayor de fieles.
El Catolocismo debe abrirse a ideas más plurales, a consentir
el disenso, a ampliar derechos, a acompañar el complejo mundo
de los pobres donde hay católicos pero donde también
hay gente de diversas realidades.
Finalmente, la evaluación que hace este grupo de gente es que
al descrédito que pierde en la mayoría de los creyentes
y de la sociedad se lo compensa con una mayor presencia en la sociedad
política y en el estado. Por eso los intentos, reflejados en
Benedicto XVI, en el Cardenal de Buenos Aires y en tantos otros, de
que la Iglesia Católica debe volver a tener un lugar en esos
estamentos. Ahora, en momentos también de crisis de representación
política volvemos a la posibilidad de una utilización
partidaria de lo católico y una también utilización
católica de lo partidario. El caso argentino es un claro ejemplo
de esto, es decir, mientras la Iglesia Católica pierde numerosas
adhesiones sobre todo en sectores populares, por el otro lado recibe
millones y millones de pesos para realizar una obra social que supone
entonces que le va a garantizar legitimidad.
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