Recuperando obras perdidas

 
 
Ileana Lascaray junto a algunos
de los óleos de Adolfo Bellocq
en Neuquén.
Pinturas del célebre artista plástico argentino Adolfo Bellocq, que ilustraron las Leyendas araucanas de Bertha Koessler, “duermen” en un depósito neuquino.

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La destacada historiadora Ileana Lascaray, primera directora del que fuera llamado Museo Regional Daniel Ezequiel Gatica, hizo el descubrimiento.

El Museo Histórico Municipal Dr. Gregorio Álvarez cumple como tal un nuevo aniversario desde que se le impusiera su nombre actual. Cuánta gente importante colaboró con muchas de sus primeras colecciones, y se los recordó cuando, cada una de sus salas, exhibía los respectivos nombres.
Una ex directora se inició allá por 1948, fue designada por Concurso Nacional como primera Directora a cargo del pequeño “Museo Regional” al que se le impuso el nombre del brillante educador Daniel Ezequiel Gatica, quien obtuvo las primeras piezas pertenecientes a las antiguas culturas indígenas de Neuquén, por donación u obsequio de docentes y alumnos.
Don Daniel fue un hombre visionario que se adelantó a su época. Su pasión de educador le permitió donar su patrimonio, que atesoraba en sus oficinas de la ciudad de Zapala, para abrirle una puerta grande a la cultura neuquina.
Por otra parte, un inolvidable funcionario de la Gobernación sumaba a su tarea administrativa una gran pasión por nuestra historia. Atesoró en el enorme Archivo General Administrativo, un sector dedicado a cada uno de los gobernantes; valiosísimo material que permitió al primer Gobernador Constitucional, don Ángel Edelman, presentar para el “Cincuentenario” de la Fundación de la Capital, en el año 1954, su libro “Recuerdos Territorianos”.

El creador
El funcionario aludido, don Ángel Spinelli, asesoró con inteligencia a las autoridades nacionales que ejercían la administración del Neuquén en 1962, contribuyendo a la creación del Museo y Archivo Histórico, incorporando al material atesorado en la Casa de Gobierno, el material del Museo Regional “Daniel E. Gatica”.
La primera directora del flamante organismo “Dirección de Museos, Monumentos y Archivo Histórico”, transcurridos algunos años de su creación interrumpió sus funciones en el año 1976. A partir de 1980 se produce la separación del Museo y el Archivo, creándose el “Archivo Histórico Provincial”.
El patrimonio crecía incesantemente con la colaboración de numerosos donantes. Entre ellos, el investigador y arqueólogo neuquino, incorporado al Conicet, Jorge Fernández.
Nuestro co-provinciano publicó el rico muestrario del “Arte Rupestre” del Norte neuquino que realizó en Las Lajas, en la famosa Cueva de El Haychol. Este preciado material, una vez estudiado y clasificado científicamente, se incorporó a nuestro Museo.
También los herederos del primer Gobernador del Neuquén, Manuel José Olascoaga, donaron el primer escritorio del mencionado con su nombre grabado y lo más valioso: el primer mapa del Neuquén realizado por Olascoaga en 1881. En la Sala que llevaba su nombre se exponía también el “botiquín de viaje” conservando en estado intacto remedios y vendas. También se exhibían en su sala balanzas de bronce y óleos de su autoría. La creación de esta Sala fue idea de don Angel Spinelli quien realizó gestiones para obtener, de los herederos, las donaciones.

Desconocido
Pocos saben que, entre el valioso patrimonio del Museo Gregorio Álvarez, se conservan pinturas y xilografías de un gran pintor y grabador argentino, Adolfo Bellocq que pasó sus veranos en San Martín de los Andes, entre los años 1958 a 1961.
Este artista plástico entabló una hermosa relación con la notable escritora Berta Koessler Ilg, autora de las “Leyendas araucanas”. Bellocq realizó una serie de obras sobre lienzo inspirándose en estos temas originarios del Neuquén algunos de los cuales se guardan en el depósito de nuestro querido Museo y algunas otras pasaron a enriquecer colecciones particulares.
(Sobre textos de Ileana Lascaray)

Sobre las huellas del artista

Bellocq nació en Buenos Aires en 1899. Expuso por primera vez en el año 1917 en el salón de Grabadores y Acuarelistas. Su perfil más destacado lo define como grabador aunque es también un agudo y perfeccionista pintor de caballete. El contenido de su vasta obra expresa un compromiso profundo con la temática de carácter social. Bellocq retrató los barrios pobres del país, los trabajadores, y una de sus obras cumbre fueron las ilustraciones del máximo poema gauchesco, el Martín Fierro.
Integrante del Grupo de Boedo, nombre que proviene de la dirección de la editorial de la revista “Claridad” ubicada en la avenida Boedo al 800 en Capital Federal, tuvo entre sus pares a escritores revolucionarios y realistas que utilizaron la pluma para defender a los trabajadores.
Bellocq, desde su lugar de artista plástico, describió la miseria del pueblo humilde, al igual que sus pares José Arato, Abraham Vigo y Guillermo Hebécquer.
Las leyendas araucanas de Bertha Kossler Ilg fueron fuente de atractivo para Bellocq quien se interesó profusamente en la historia de los pueblos originarios de la Patagonia y sus mitos.

Vocación
Como miembro del Club de la Estampa de Buenos Aires, fue considerado por los críticos de arte de los años ’60 como uno de los grabadores argentinos más genuinos. “Cuando se escriba la historia de las artes gráficas en el país, la presencia de Bellocq será definida como una vocación dada en plenitud como precursor del arte inciso a través de todos los procedimientos clásicos”.
Sus obras forman parte de la exposición permanente del Museo Nacional de Bellas Artes y muchos de sus grabados pertenecen a colecciones particulares en Estados Unidos, Francia, Italia, Suecia, Bélgica, Colombia, Brasil y Cuba.
El Museo Gregorio Álvarez de Neuquén cuenta con una serie de lujo. Lástima que esté empolvada dentro del depósito.

El gigante del río Kollon-Kura

Adolfo Bellocq, para los poco conocedores del arte es un ilustre desconocido. Sin embargo, su trayectoria está avalada por los más importantes museos del mundo.

«A orillas del río Kollon Cura habitaba un terrible gigante, devorador de hombres, a quienes cebaba previamente para que engordaran bien.
Sus piernas eran gruesas como troncos de árbol y tan largas que le permitían pasar de un cerro a otro manejando un bastón, que era el tronco de un alto enebro, gracias al cual podía atravesar los valles.
Naturalmente, un monstruo semejante era un peligro para los habitantes de la región, a quienes aterrorizaba el Trauko, que así se llamaba el gigante, de barba desmesurada y cuyos cabellos parecían tallos de totora y eran de un rojo fuego, lo cual contribuía a darle un aire más feroz.
En cierta ocasión, raptó a una muchacha, que caminaba en compañía de su hermanito y se la llevó a su cueva. Pero el hermanito no se apartaba de las cercanías, escuchando siempre el llanto de la cautiva. Esto disgustó al gigante, quien le dijo cierto día a la muchacha: -Debes matar a tu hermano. Si no lo haces tú, lo haré yo mismo, pero en forma cruel, ya que estoy harto de su presencia. Y ahora, escucha. Nadie te servirá de puente para llegar al Huekúfu.
Como esto era una amenaza de muerte para la muchacha, ésta prorrumpió en sollozos, ya que para ella su hermano era todo lo que le quedaba en el mundo fuera de sus padres. Pero, reaccionando, le dijo a su hermano:
-Quédate lejos de la caverna, no te dejes ver. Frota tu cuerpo con grasa de león y adiestra mientras tanto a nuestros dos trewuas, nuestros tan fieles perros Norte y Sur. Y cuando yo te llame con el chillido del pájaro Fûrüfuhue, apresúrate a venir con los perros, que me buscarán por todas partes.
Un día, el pérfido gigante Trauco le dijo a la muchacha:
-Ya que has amaestrado a los perros Norte y Sur, lánzalos contra tu hermano. Llámalo, pues sabes dónde está; porque si no lo haces, yo aplastaré a ese taimado, lo mismo que a los perros.
Entonces, la muchacha imitó el chillido del pájaro Fûrüfuhue. Y cuando su hermano llegó con los perros Norte y Sur, el terrible Trauco, el devorador de hombres, ordenó:
-Ve con tu hermano. Debéis ir a la montaña. ¡Llévate a los trewas y lánzalos sobre él para que lo despedacen!
El cruel gigante quiso gozar el espectáculo; pero como los perros obedecían al muchacho más que a su hermana, cuando ésta les gritó “¡Norte!¡Sur! Sus , al gigante”, ambos se lanzaron con furor salvaje sobre el gigante mordiéndolo en las partes más sensibles de su cuerpo, sin tregua, hasta ultimarlo.
En su desesperación y dolor, el gigante se retorcía de tal modo que todavía hoy se ven las huellas de su cuerpo que forman un valle y su cabeza se convirtió en piedra.
Muerto el Trauco, ambos hermanos se fueron con los trewas a la cueva del gigante malo y allí encontraron tanto oro y piedras preciosas, así como admirables Llankas de la clase más valiosa, que se hicieron ricos. Los perros Norte y Sur se quedaron siempre con ellos y los reconocieron como sus salvadores no sólo ambos hermanos, sino también todos los habitantes de los alrededores, que tanto había hecho sufrir la vecindad del gigante y la constante amenaza de devorarlos.
Según otros narradores, en el valle del cerro Feo puede reconocerse no sólo el rastro del cuerpo del gigante, sino también el de su pétrea cabeza: con su sangre se formó un arroyuelo y con los pelos de sus barbas se hicieron los juncos.

 

 


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