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Eduardo crió junto a su
mujer Susana sus doce hijos, que hoy le dieron 24
nietos. Muy saludable y animado espera con ansia el domingo para festejar
otro día del padre.
Neuquén> Eduardo Azar tiene 80 años y es
médico pediatra jubilado. Su apellido perdurará en la
historia de Neuquén por años: tiene junto a su mujer
Susana, 12 hijos, seis mujeres y seis varones, los cuales les dieron
24 nietos de los que está orgulloso.
Su casa, en la zona céntrica de la ciudad, tiene un auténtico
patio español con cascada y pileta incluida, por el cual siente
particular cariño. En verano suelen cenar ahí, juntan
muchas mesas, encienden la cascada y comen bajo el gran árbol
que domina el jardín.
“Para tener tantos hijos hay que tener una mujer excepcional
como la que yo tengo. Estoy muy orgulloso de mis hijos, todos nos
salieron personas muy buenas, y se llevan bien entre ellos y conmigo”,
expresó Eduardo.
Eduardo, al igual que todos en su familia, es alto y flaco, simpático
e inquieto “voy a natación dos o tres veces por semana.
Lo único que tengo me lo operaron hace poco: las cataratas
en los ojos”, y aclaró que le falta mucho tiempo todavía:
“en mi familia somos todos longevos, mi papá y mis abuelos
se murieron después de cumplir los 100 años”.
El día del padre es un espectáculo, admite que no puede
organizar un almuerzo para tantas personas –en total son 45-
porque se cansa mucho, pero le gusta que todos lleguen en el transcurso
de la tarde. “El día del padre lo festejamos así:
mi mujer, mi hija soltera y yo almorzamos juntos, después vienen
el resto de mis hijos a la tarde a tomar mate, comer facturas y charlar.
Los regalos suelen ser un vino Malbec, un whisky o un par de medias”,
bromea Eduardo.
Su orgullo
El mérito por tener una familia tan grande y hermosa se lo
da por completo a su mujer Susana, que conoció en un ‘asalto’
(reunión festiva) en Buenos Aires cuando estudiaban en la universidad.
“Hay que tener una mujer excepcional –repite-, y como
digo siempre: para tener un matrimonio de 54 años hay que tener
mucho amor, tolerancia y una gran fidelidad”.
Juntos tienen 24 nietos que son su mayor orgullo, una de ellas estudia
en General Roca Comunicación Social, otro se recibió
de Licenciado en Relaciones Internacionales en Buenos Aires, su hermano
estudia Filosofía y Letras en la UBA, y su gran jactancia es
Fernando Bertolami de 24 años que estudia piano con los mejores
concertistas del país.
“Tenemos más de dos mil libros, mi mujer es una excelente
lectora, por eso uno de mis nietos escribe tan bien, y el otro toca
el piano como lo hace, porque ella tocó siempre y los incentivó
a escuchar de nuestra gran colección de música clásica”,
así explica por qué todos tienen una marcada inclinación
social y educativa.
Cuando hace un balance sobre sus hijos, Eduardo sonríe: “están
alrededor nuestro, eso me da la pauta de que como padres no hemos
fracasado, porque lo único que les dejamos en la vida a los
hijos es amor, cariño, ejemplo, y que sepan defenderse en la
vida de forma honesta. Son todos muy buenas personas”.
La niñez
Hay 18 años de diferencia entre el hijo más grande y
el más chico. No hay ningún mellizo o gemelo, todos
fueron “llegando uno por uno. No los planificamos, sólo
queríamos una familia grande”. También cuenta
que cada vez que iban al sanatorio “todos los chicos se sentaban
en la vereda de la casa esperando ver llegar a su nuevo hermanito”.
La casa en la que crecieron todos sus hijos es muy acogedora, la sala
de estar tiene cerámicos de cada región de España
colgado en las paredes, discos de música, colecciones de películas,
y libros por doquier.
“Cuando los chicos eran pequeños comían en tandas
porque algunos iban a la mañana a la escuela y otros a la tarde,
por eso comían en diferentes momentos, pero hacíamos
como una olla popular, había un único plato: les gustara
o no, era lo único que había para comer”, cuenta
Eduardo.
Aunque admite que no todo es fácil, “no es moco de pavo
tener tantos hijos, ellos se cuidan entre sí, pero igual nosotros
les exigimos que terminaran el secundario, después cada uno
siguió su camino”.
Lo que Eduardo expresa con vanidad es que “se llevan muy bien
entre sí, cada uno tiene su carácter, su modalidad,
su genio, su manera de pensar, uno es de Boca otro de River, pero
todos se llevan muy bien”, dice contento.
Su vida
“Nací en Buenos Aires, y viví ahí hasta
que me recibí de médico pediatra en el ’52. Como
no estaba afiliado al Partido Peronista no me dejaban trabajar en
ningún hospital. Un día mi concuñado me ofreció
trabajar en la aviación con él, y acepté porque
el sueldo era significativo pero me cansé de la milicia. El
universitario tiene otra mentalidad, más abierto de mente,
así que pedí la baja, -a pesar de que tenía 7
hijos-, y me quedé en Pampa y la vía”, relata
Eduardo.
“Llamé a Neuquén para pedir trabajo y lo conseguí
en el hospital Regional, luego llegué a ser jefe del servicio
de pediatría del Castro Rendón. Con ayuda de mi familia
y la de mi mujer me compré esta casa en la que vivo hoy. Antes
acá terminaba el pueblo, era todo tierra, y ahora estoy en
pleno centro, a dos cuadras de la avenida”.
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