La pobreza, una atracción turística

 
 
«Los turistas que vienen desde Estados Unidos y Europa no se explican cómo tantos argentinos pueden vivir así».
El fenómeno de las villas miseria en Argentina. Los turistas extranjeros pagan hasta 70 euros para ver “cómo viven los pobres”. Se los denomina “tours de la realidad” o “tours de la miseria”.

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Por laura rotundo

Villa Miseria: Inserto clandestino de las grandes ciudades, síntoma brutal de la marginación y la pobreza. Formalmente ilegal porque se asienta en terrenos ajenos, la “villa” es la realización del anhelo de pertenecer.
Según un informe de la licenciada en Antropología María Cristina Cravino, las villas de emergencia podrían definirse como ocupaciones irregulares de tierra urbana vacante en las que:
“Se producen tramas urbanas muy irregulares, ya que no son barrios amanzanados, sino organizados a partir de intrincados pasillos, donde por lo general no pueden pasar vehículos.
Además, responden a la suma de prácticas individuales y diferidas en el tiempo, a diferencia de otras ocupaciones que son efectuadas planificadamente y en una sola vez.
Las viviendas son construidas con materiales de desecho. El contexto posee una alta densidad poblacional y generalmente cuentan con buena localización, en relación a los centros de producción y consumo, en zonas donde es escasa la tierra.
Los pobladores las consideraban en sus orígenes como un hábitat transitorio hacia un ‘posible’ y anhelado ascenso social.
Sus habitantes son portadores de apodos con connotación peyorativa por parte de la sociedad de su entorno, como ‘villeros’ y ‘negros villeros’”.

Aunque parezca mentira -y absolutamente morboso-, en nuestro país los turistas pagan hasta 70 euros para ver “cómo viven los pobres”. Denominados “tours de la realidad” o “tours de la miseria”, estos recorridos duran entre dos y tres horas y consisten en visitar villas para descubrir cuáles son las desdichas y las costumbres de sus habitantes.
Mayormente, estos “paseos” se realizan en la provincia de Buenos Aires y en la Capital Federal, en asentamientos precarios inmensos como lo son “La Cava” (en San Isidro), “La 20” (en Lugano), “La 31” (en Retiro) y “La 1.11.14” (en Bajo Flores).
Las agencias que comercializan los tours aseguran que los costos son caros porque se destina mucho dinero en seguridad, ya que es la única manera de garantizar que los visitantes “salgan vivos”.
Sin embargo, esta tendencia no es local. En todo el mundo suelen hacerse este tipo de visitas a toda clase de suburbios: en Sudáfrica se recorren barrios marginales y mucho más cerca, en Brasil, se cotiza muy alto conocer la favela más famosa del país vecino: “La Rocinha”.
En general, los más interesados en hacer aquí estos tours son los turistas estadounidenses y europeos ya que, en su mayoría, no se explican cómo tantos argentinos sean “homeless” (sin techo) y puedan vivir así, en condiciones tan miserables, a apenas minutos de grandes centros comerciales, lujosos edificios u hoteles cinco estrellas.
Las principales problemáticas de quienes habitan las villas -las cuales son explicadas en inglés por una intérprete que acompaña a los turistas- giran en torno a la imposibilidad de acceso a servicios y derechos esenciales como la educación, el empleo y la salud; sumado a graves factores como la violencia, la drogadicción y la delincuencia, que si bien existen y se reproducen en la sociedad en general, al interior de este tipo de barrios se potencian aún más.
En la actualidad, según los comentarios de varios referentes institucionales, el problema más significativo está dado por la abundancia de la “pasta base” o “paco”, que por su alto nivel de adicción y su bajo costo (de apenas un peso), fue ganando terreno entre los jóvenes. Asimismo, el breve período que dura su efecto (veinte minutos), genera tal desesperación que ocasiona que estos jóvenes recurran al robo o a vender sus propias cosas con tal de conseguir plata para acceder a esta droga. Esta situación repercute en el barrio, aumentando la inseguridad dentro de él.
Otro problema significativo para quienes viven en la villa está relacionado con la propiedad de la tierra: técnicamente ninguno de ellos es propietario del lugar que ocupa, ya que los terrenos serían fiscales, lo que trae aparejado el temor por un posible desalojo, ante el cual no tendrían herramientas legales para resistir.

Un panorama desolador
Sólo en la Capital Federal viven 35.000 familias en las 14 villas miseria de la zona y desde 1996 a hoy, la población en ellas aumentó un 400 por ciento. Según cálculos del Gobierno porteño difundidos recientemente, se necesitarían 4.650 millones de pesos para urbanizarlas.
Sin embargo, los números son alarmantes a lo largo y a lo ancho de toda la República Argentina a la hora de hablar de personas que no pueden acceder a una casa digna.
En Córdoba, 260 mil familias no tienen hogar o habitan en asentamientos extremadamente precarios. Según estimaciones oficiales, en Tucumán y en Entre Ríos, respectivamente, se necesitan 40.000 viviendas nuevas para cubrir el déficit habitacional. En La Rioja 31.000 familias esperan soluciones y sólo en la ciudad de San Juan hay registrados 130 asentamientos.
En Río Negro, más del 20 por ciento de las viviendas tiene piso de tierra y en Neuquén capital unas 7.500 familias viven en una situación muy grave, dentro de las zonas más pobres de la provincia.
Mucho más al Sur, en Ushuaia, el contexto es desesperante. Por ejemplo, en la Reserva Forestal de El Escondido no hay casillas de ladrillo, ni de chapa ni madera, sino pequeñas chozas de telgopor -que en caso de incendio es un material sumamente inflamable-. Sólo aquí viven 250 familias y hay registrados otros 30 asentamientos más.
En el caso de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, uno de los trabajos que más abunda entre los habitantes de la villa es el de “salir a cartonear”. El objetivo es reciclar lo que otros consideran basura: botellas de plástico y de vidrio, diarios, cajas de cartón, aluminio y cobre.
En casi todas las casas de las villas el ingreso familiar es el Plan Jefas y Jefes de Hogar, de 150 mensuales.
Para ellos es casi imposible acceder al mundo formal del trabajo, ya que la mayoría de los niños no asiste a la escuela porque debe trabajar, revolviendo basurales o pidiendo dinero en la calle.

Fuentes: Texto de la licenciada María Cristina Cravino – Diario «Clarín» – Diario «La Nación» – Organizaciones No Gubernamentales.

 

 


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