“Nos acostumbramos a que las cosas nos vengan ya servidas, digeridas»

 
 
«El salto a la universidad no sería un abismo tan grande si el secundario incorporara características del medio universitario»
El filósofo Julio Castello Dubra estuvo en Neuquén para presentar un ensayo. Dialogó sobre la filosofía y su relación con la sociedad, los problemas del sistema educativo y analizó la pérdida del hábito de la lectura.

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Por HERNÁN GIL

El Dr. Julio Castello Dubra estuvo en Neuquén para presentar un ensayo inconcluso titulado «Sobre la posibilidad de definir un criterio de rigor propio de la filosofía». «Hace muchos años, en un congreso de filosofía, presenté un trabajo en colaboración con mi colega Alejandro Ranovsky sobre la incorporación de la filosofía al paradigma científico. Era un análisis crítico de algunas de las pautas y conductas que ha asumido la filosofía para su desenvolvimiento académico. Aquel trabajo contemplaba, de alguna manera, una segunda parte acerca de en qué podía consistir el rigor propio de la filosofía, si es que puede definírselo», aseguró Dubra. Y agregó: «Continué con ese trabajo en forma personal y elaboré un escrito que no concluí en su parte positiva. Lo que expuse es básicamente un análisis de tres tipos de falsos criterios de rigor aplicados a la filosofía: uno importado acríticamente de las disciplinas científicas, otro consistente en una suerte de idolatría de las grandes obras filosóficas, y, finalmente, otro reducido a una práctica discrecional administrada desde espacios de poder».

¿Cuál es el panorama actual de la filosofía en la Argentina?
En lo que hace al medio académico, en nuestro país hay una importante tradición de trabajo e investigación en filosofía, incluso, con proyección en el medio académico internacional. Por cierto, el sistema universitario está continuamente aquejado por inconvenientes que tienen que ver con problemas presupuestarios, crisis institucionales y una discusión pendiente sobre la organización interna del gobierno de la Universidad. Y después hay una serie de inconvenientes derivados de la situación periférica de la Argentina en relación a los centros de estudio más importantes del mundo. Para desarrollar una investigación académica en Argentina, hay que contar con un material de trabajo, bibliografía, conexión con centros de estudios del exterior y todo se dificulta por la posición periférica (en el sentido geográfico) de nuestro país. Pero más allá de ese desenvolvimiento «profesional» de la filosofía, no cabe duda de que en la Argentina hay pensamiento, o se trabaja en el pensamiento. Aunque creo que estamos demasiado atados a las categorías y los planteos de las corrientes en boga o de otros centros culturales. Sin perder conexión con el mundo actual, habría que aprender a trabajar con mayor autonomía.

¿El interés hacia la filosofía es creciente o decreciente?
La filosofía no es una disciplina que precisamente vaya a caracterizarse por ser masiva, quizá por la índole reflexiva que tiene. Esto no significa que, tarde o temprano, se advierta la importancia que tiene el ejercicio reflexivo que implica la filosofía. Tampoco significa, paradójicamente, que haya pocos estudiantes de filosofía. Si uno lo compara con la cantidad masiva de estudiantes que se inscriben en medicina, abogacía u otras profesiones consagradas socialmente, el número va a parecer muy exiguo. Pero en los últimos diez años, se registró un incremento notable en el estudio de las humanidades. Es un fenómeno conocido que, hasta cierto punto, fue analizado. Y tiene que ver con las dificultades en las condiciones de inserción en el mercado laboral, en un contexto general de serios niveles de desocupación. Esta situación hizo que se derribe el mito de las carreras que ofrecían una salida laboral inmediata, como una especie de cobertura o seguro establecido. La fragilidad del empleo en la época moderna puso en crisis ese mito. En ese contexto, muchos que tenían una vocación por disciplinas que, de manera inmediata, no parecen prometen un panorama fácil (entre ellas, las artes), se han volcado con menores reparos a este tipo de estudios. Mientras se trata de sobrevivir o superar la crisis laboral, los jóvenes se dan un tiempo para estudiar aquellas disciplinas que siempre han sido de interés.

¿Cambió también el perfil del estudiante?
En parte sí y en parte no. Generalmente, el perfil del estudiante que accede a las carreras de humanidades sigue siendo el mismo: el de un joven con un interés personal por la lectura, que ya se inició en lecturas propias, con una predisposición al hábito reflexivo, y una visión crítica de la realidad social. Quizás cambió el perfil en el sentido de que la juventud de hace algunos años tenía una personalidad más avasallante, rebelde y crítica. Esto constituía un aporte muy importante, pero al mismo tiempo, esa actitud traía algunas desventajas: cierta dificultad a la hora de aceptar una orientación o una tendencia a ir directamente a la confrontación. Ahora se ve mucho más el perfil de un estudiante receptivo, con mayor docilidad para incorporar ciertas pautas, pero quizás con demasiada docilidad. El estudiante de humanidades debe ser inquisitivo, tiene que estar dispuesto continuamente a exigir más de sus profesores. Quizás por una característica de nuestra época, nos hemos mal acostumbrado a que las cosas nos vengan ya servidas, digeridas. A la universidad no debe asistirse como mero espectador, sino como protagonista.

¿Cómo se mejora el enlace entre la enseñanza media y la Universidad?
Creo que hasta que no se articule seriamente todo el sistema universitario nacional y hasta que no se cumpla con esa deuda, no sólo en la legislación, sino en la práctica, será difícil. Entiendo que la enseñanza media tiene que sufrir un proceso de modernización, a fin de que no resulte tan distante de la universidad. El salto a la universidad no sería un abismo tan grande si el secundario incorporara algunas características del medio universitario. El secundario tiene una estructura rígida en cuanto al seguimiento personal del alumno. Es la famosa idiosincrasia del profesor que le dice a uno «Fulano, lo veo por mal camino ...». Cuando uno ingresa a la universidad se encuentra con un ambiente muy distinto, abierto, contradictorio, por momentos anárquico, pero sobre todo, en el que sólo uno es responsable por su trayectoria. Nadie le está recordando a uno lo que debe hacer. Y de ese modo es como uno crece, aprendiendo a administrar la propia libertad. El secundario debería tener algo de ese ambiente de flexibilidad o apertura que tiene la universidad. Del otro lado, la universidad debería vincularse con la escuela media a través de algo más que las usuales visitas de los profesores universitarios a colegios para promocionar sus carreras.

¿Cómo se puede producir el acercamiento hacia la filosofía para quien tiene interés?
A la filosofía hay que ponerla en el marco general de la cultura, de las humanidades (junto a la historia, y a las letras). Pienso que la afición por la filosofía no está desligada de la pasión por el conocimiento de la historia y de la literatura. A través de cualquiera de estas tres grandes puertas que son la historia, las letras y el pensamiento, si uno se interna en ellas, tarde o temprano va a arribar a la filosofía. Pero en este proceso de entrar a la lectura, hay dos aspectos a considerar, en cierto sentido contradictorios. Se habla mucho de la necesidad de que los chicos lean, como si no fuera necesario invitar a los adultos a que lean (porque en realidad una cosa lleva a la otra). Lo principal para que un chico lea, es que haya libros en su casa, y que cuente con un tiempo y un espacio adecuados para leer. Esto que sucede en el caso del chico, se da igual en el adulto. Creo que uno tiene que respetar sus propios ritmos, y tratar de avanzar en la lectura en la medida de sus propios intereses y tiempos. En ese sentido hay que desacralizar la lectura «metódica», perfecta. Pero por otra parte, hay una realidad palpable: si uno quiere hacer una sólida formación en campos tan vastos de la cultura, requiere de apoyo y orientación, conocer los distintos contextos históricos, aprender el vocabulario y estilo de los autores, etc. Si uno desconoce todo ello, puede encontrar dificultades para avanzar, y entonces uno se desanima y abandona. Es justamente la Universidad el ámbito donde se ofrece esa orientación, porque es uno de los lugares donde se atesora y se renueva el trabajo que la cultura ha hecho a lo largo de siglos.

¿En qué medida la TV representa un obstáculo para la lectura?
La televisión es un medio que va tomando ciertas características según los diseños y estrategias del mercado. En un momento tuvo un cierto perfil, ahora tiene otro. Pareciera que la televisión actual está invadida de frivolidad, de una especie de culto a lo ordinario, por no decir a la estupidez. Pero no hay que convertir a la televisión en un enemigo diabólico. Si uno tiene interés por la lectura y preocupación por cultivarse, no va a dejar de hacerlo porque mire la TV. No veo ningún problema en que uno mire un programa de televisión, o, incluso que uno tenga algún momento de frivolidad al día. No es posible vivir en un estado de solemnidad perpetua. Hay tiempo para cosas importantes y tiempo, a veces, hasta para hacer estupideces. El problema está en que nos dediquemos toda la vida a cultivar frivolidades o hacer estupideces. Hay que ver las cosas de este modo: no hay que dejar que el culto de la frivolidad o las estupideces nos prive de conocer y disfrutar cosas valiosas o importantes. La lectura y el cultivo de las humanidades ofrecen la posibilidad de grandes placeres y disfrutes. Sólo que requiere mayor dedicación y una cierta dosis de esfuerzo. Lo otro sencillamente es más cómodo. Y de la comodidad vienen la mayor parte de nuestras pérdidas. Quizá el principal aporte de la filosofía sea ese ejercicio reflexivo que nos permite advertir lo importante y lo valioso.

 

 


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