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Por LAURA E. ROTUNDO
¿Cómo observa el panorama de los trastornos
alimenticios en nuestro país?
Los trastornos de la conducta alimentaria incluyen desde patologías
mayores como la anorexia nerviosa (AN) y la bulimia nerviosa (BN)
a trastornos no especificados o como se los llama actualmente «trastornos
parciales», que implican a los pacientes que no cumplen todos
los criterios de las enfermedades mayores y a los comedores compulsivos.
Además, involucran a quienes padecen por ejemplo, de «pica»,
que son aquellas personas que comen «picoteando» y «rumia»
a quienes mastican, tragan, regurgitan el alimento para volver a masticarlo
y tragarlo al igual que lo hacen los rumiantes.
La prevalencia se refiere al número de personas con la enfermedad
en la población. Si bien no ha aumentado en los últimos
años en la AN y BN, sí notamos en la práctica
médica cotidiana que hay más consultas, o sea quienes
la padecen actualmente, consultan más y pueden así acceder
al tratamiento.
Notamos un aumento de la consulta por síndromes parciales,
por ejemplo de pacientes que presentan vómitos compensadores
sin «atracón» previo, que restrigen severamente
la ingesta alimenticia pero no tienen amenorrea, etcétera.
Lamentablemente no tenemos datos epidemiológicos de nuestro
país.
¿Por qué una persona adquiere estos trastornos?
¿Puede tratarse de algo genético en algunos casos o
es cien por ciento psicológico?
Las etiología de los trastornos de la conducta alimenticia
es compleja y desconocida hasta hoy. Distintas teorías intentar
explicarla.
En primer término, la Nutricional: indica que la restricción
alimenticia lleva a alterar la conducta presentado el paciente alteraciones
endocrinológicas y psicológicas que perpetúan
el cuadro.
En segundo lugar, la Endocrinológica: quienes sostienen que
existe una alteración del eje hipotálamo-hipofisario
que perturba la alimentación y la conducta del paciente.
Una tercera teoría que es la Psiquiátrica: se trataría
de una enfermedad netamente psiquiátrica que afecta la conducta
alimenticia sumada a una alteración endocrinológica
propia de la malnutrición. También las situaciones traumáticas
de la infancia, principalmente el abuso sexual y la violencia familiar
se relacionan con la aparición de trastornos alimentarios.
Y por último, una Social: la presión social sobre el
rol de la «mujer» en la sociedad moderna, la valoración
de la juventud y la belleza, el éxito basado en la estética,
y hasta podríamos decir la valoración ética de
la estética: «ser lindo es ser bueno»
Los modelos de belleza que desde la década del 60 obligan a
una estética de «delgadez», que en algunos casos,
como en la modelo «Twigy» o las modelos «androginas»,
los cambios en las medidas de los talles llevan a algunas personas
a alterar su alimentación para cumplir con las expectativas
sociales y familiares.
Sumado a esto, la mujer debe cumplir un doble rol, ya que es necesario
que trabaje y también, en algunos casos, sostiene el hogar
pero a su vez debe cumplir con este ideario social de belleza y perfección.
La «imagen» cobra una valoración de aceptación
o rechazo social muy importante.
¿Y con respecto a la genética?
Sí hay evidencia que habría una predisposición
genética para desarrollar éstos trastornos: nacimientos
prematuros, trauma obstétrico, alteraciones bioquímicas
individuales. Tanto la AN como la BN son más frecuentes en
miembros de una familia que en la población general, por ejemplo
con antecedentes de la misma enfermedad en madres o tías, como
expresando una trasmisión familiar de ese padecimiento.
Si bien algunos estudios muestran la «heredabilidad»,
aún no se ha podido diferenciar la genética del medioambiente
como para determinar que es un gen el que se expresa en éstos
trastornos.
Sí está demostrado un riesgo aumentado de desarrollar
AN o BN en mellizos idénticos. Hay autores que hacen referencia
a que del 50 al 83 por ciento habría un factor de herencia
relacionado.
¿Cuáles son los comportamientos más
comunes y más
preocupantes de los pacientes?
En general, los pacientes que padecen AN no tienen conciencia de la
enfermedad, se tornan irritables, se asilan separándose de
sus grupos de pares y a veces hasta de su grupo familiar con el que
no hablan mucho y hasta llegan a no participar de la comida familiar..
comen solas y se presentan angustiadas.
La familia habitualmente las refiere como exitosas, excelentes hijas
y alumnas, que cambian y se tornan un problema para la familia que
no sabe qué o cómo ayudar.
En cambio, las pacientes con BN tienen conciencia del mal que padecen
y acuden a la consulta. En cuanto a su comportamiento, vemos que varía
según pueda o no controlar los síntomas de la enfermedad,
si está en un período sintomático con atracones
y purgas tiene mayor labilidad en el aspecto psicológico y
en general se sienten deprimidas si están con menos síntomas
y pueden sostener alguna actividad, ya sea el trabajo o el estudio
y se ven mejor... suelen ser períodos más tranquilos
en relación a su estado de ánimo.
En los trastornos parciales según los síntomas que prevalezcan
llevará a una expresión de la alteración emocional
de mayor o menor grado. Lo que hay que saber es que éstas enfermedades
terminan ocupando la vida de las personas que la padecen haciendo
que todo ronde alrededor de la comida, la restricción, la purga,
en definitiva alrededor del «control» de algo que no pueden
controlar y que seguramente poco tenga que ver con el alimento o el
peso corporal del cual ya no tienen mucho registro porque en especialmente
en el caso de la AN siempre se ven «gordas», presentan
una alteración del esquema corporal, y aún estando severamente
delgadas no pueden registrarlo.
En conclusión, si vemos un familiar que cambia sus hábitos
alimentarios, que no comparte la mesa familiar, que come «otra
comida» que la que el resto de la familia, que pasa horas en
el baño, que cambia su carácter... deberemos acercarnos
para ver qué le pasa y cómo podemos ayudarlos.
¿Y cuáles son las edades y las clases socio-económicas
más afectadas por estas enfermedades y cuál es el sexo
que más cae en ellas?
La AN tiene su mayor prevalencia en la pubertad y adolescencia temprana,
aunque vemos pacientes de la segunda y hasta tercera década
que consultan aunque es habitual que ya tengan características
de la enfermedad desde la adolescencia o bien, se trate de una recaída
de la enfermedad.
De la BN, podríamos decir que su edad de comienzo es mayormente
después de los 16 años y que la mayor prevalencia se
da en las alumnas universitarias, teniendo en cuenta que en los países
del norte, después de esa edad ya comienzan la universidad.
Hasta hace unos años la clase social marcaba diferencia en
la prevalencia, era una enfermedad de clase alta y media alta, pero
la globalización, la comunicación hace que se consuma
de todo, también enfermedades y los jóvenes ven en los
medios que tal o cual tiene un trastorno alimentario y si tiene características
de personalidad, familiares, biológicas puede desarrollar un
trastorno alimentario más allá de la clase social.
Las consultas en hospitales públicos de estos trastornos alimenticios
evidencia que no es sólo un problema de ricos.
La prevalencia en relación al sexo es de 9 a 1 para el sexo
femenino. Otras estadísticas marcan que menos del 1 por ciento
de los adolescentes insatisfechos por su cuerpo desarrolla trastornos
alimentarios,
? la existencia de los síndromes parciales es del doble que
los Trastornos de Conducta Alimenticia (TCA) 3,5 por ciento en mujeres
jóvenes y que los síndromes parciales progresan a completos
en un 14 a 46 por ciento.
El ritmo acelerado de la vida actual a veces hace que uno
deje de
alimentarse bien y con tiempo suficiente. ¿Puede terminar esto,
si se
vuelve una costumbre, en una enfermedad?
Los cambios alimentarios dados por el estilo de vida en ésta
época están relacionados principalmente con una falta
de tiempo de las mujeres para dedicarse a la preparación de
la comida familiar. Por otro lado, la facilidad de los delivery de
comidas, alimentos preparados y envasados, cuyas características
es tener alta densidad calórica y alta proporción de
grasas... esto trae hábitos poco saludables con enfermedades
metabólicas y cardiovasculares. Pero para desarrollar un TCA
no alcanza con la «vida moderna», se necesita tener «con
qué»... aún no sabemos si biológico o psicológico
pero no se enferma el que quiere sino el que puede. No se «acostumbra»
una persona a restringir o a «purgar» lo que comió:
padece de una enfermedad que lo lleva a ello.
Desde el Estado, ¿cómo cree que debe controlarse
esta situación?
Ciertamente considero que si bien la Salud Pública debe ocuparse
de éstas enfermedades asegurando que el sistema de salud provea
atención multidisciplinaria y abarque la necesidad de tratamientos
ambulatorios y en internación, ya sea clínica o psiquiátrica,
también es importante prevenir las enfermedades y hacer prevención,
en el área de la nutrición, no es resorte solo del área
de salud sino que el área de Educación tiene un papel
protagónico.
Pero hacer una campaña de prevención no es promocionar
la enfermedad para que todos sepan cada uno de los criterios o síntomas
para el diagnóstico, sino que se trata de trabajar sobre los
hábitos alimentarios, sobre la salud psíquica de los
niños y jóvenes, cuidados en la sexualidad y sobre el
cuerpo como un bien preciado.
No considero que desde la escuela se deba recibir capacitación
nutricional, debe dar muestras de buena alimentación. Si en
la escuela hay comedor y allí se sirve comida saludable, rica,
fresca y con buena temperatura, se está enseñando más
que con clases teóricas o charlas y luego en la merienda se
entrega un sándwich de fiambre .
Obviamente es importante proveer material de lectura, enseñar
que todos somos distintos, que no todos somos altos o delgados, evitar
el sedentarismo en los jóvenes que con los medios de comunicación
y de juego actuales, han perdido la capacidad de movimiento para aumentar
las horas frente al televisor o la computadora. Educar sobre los riesgos
del alcohol y las drogas también resulta fundamental.
¿Y cuán importante es la educación alimenticia
recibida en la casa para que una persona devenga enferma o no?
La conducta alimenticia es un complejo mecanismo que se estructura
desde los primeros años de vida y va desarrollando hábitos,
gustos, costumbres y selección de alimentos que actuarán
como indicadores para la liberación de hormonas y neuropéptidos
que regulan el apetito y la saciedad.
Los hábitos alimentarios de la familia actúan de modelo
para los integrantes de la misma pero no alcanza sólo que un
grupo familiar tenga «malos hábitos» para determinar
que un integrante de la misma padezca un trastorno alimentario.
¿Cuánto influye la publicidad -vinculada al
cuidado del cuerpo y a la estética- en la mente de los enfermos?
Una persona que tiene alterado su esquema corporal, que basa su autoestima
en la valoración de los otros por su estética corporal,
obviamente se ve muy influenciada por un medio que le dice «si
no podés usar pantalones marca X no existís» y
esa marca sólo oferta talles muy pequeños lo cual seguramente
dejará a gran cantidad de personas sin poder adquirirla. Si
una persona tiene un TCA, seguramente esta campaña lo afectará
severamente, sino sólo deberá soportar una frustración
que con el tiempo podrá elaborar.
Los jóvenes necesitan de la aceptación de sus pares,
la opinión de los otros tiene un valor de «verdad»,
la publicidad no es tomada como un mensaje con interés comercial
solamente sino como una «verdad» distinta de la verdad
de los padres, hasta ahora, única fuente de opinión.
¿Qué le aconsejaría justamente a padres
y amigos
de los pacientes para ayudarlos?
Es difícil dar «consejos» para quienes constituyen
la familia o el entorno de quien sufre ésta enfermedad. Las
personas con un TCA no permiten fácilmente ser ayudadas, más
bien rechazan la ayuda y se aíslan, ven en los amigos que no
acompañan su enfermedad sino personas que traicionan su confianza.
Mi sugerencia es que no teman acercarse, ya que quien padece un TCA
los necesita.
Se debe ser severo con afecto y cierta flexibilidad, encontrar el
punto justo para ayudar sin dañar no es fácil ni para
los profesionales ni para la familia ni para el paciente, pero atreverse
a encontrar el camino hacia la salud vale las dificultades.
Si la persona está muy mal, ya sea física o psicológicamente,
deberá intervenirse con celeridad y severidad, el peligro más
grave no es sólo el riesgo de vida sino la cronicidad de las
conductas que lleven a una vida de padecimientos y dificultades.
A los padres es importante decirles que no hay culpables, hay una
enfermedad. Nadie reta a alguien que tiene fiebre alta ni le exige
que baje la temperatura... le sostenemos la mano, le alcanzamos un
té, lo abrigamos, velamos su sueño y le damos el tratamiento
que los médicos indican. Procedan igual, cumplan las indicaciones
de profesionales con experiencia, cuiden, acompañen y sostengan
a sus hijos en el tratamiento.
Los trastornos de la conducta alimenticia afectan en su mayor proporción
a una población joven, que debe ser abordada con celeridad
por profesionales idóneos en éstas patologías
y requieren del acompañamiento familiar.
En más de 20 años, tratando pacientes con TCA he visto
muchas pacientes que lograron recuperarse y otras que tal vez no o
tuvieron recaídas, pero intentarlo con la mayor intensidad
vale la pena. Las pacientes temen abandonar los síntomas de
la enfermedad, si bien se sienten mal, conocen cómo es sentirse
así y no conocen cómo es sentirse felices. El desafío
es justamente ser feliz y no a todos les sale fácilmente, pero
vale la pena.
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