Por Adriano Calalesina
Quienes viven en Centenario afirman que -por ciclos- la sociedad
manifiesta «conductas atípicas e involucionadas»
respecto de otras, tanto de los mismos vecinos como de la clase política
gobernante, sea del color partidario que sea.
El caso del adolescente desaparecido hace 166 días, José
Ignacio Tissera, es una muestra de que en la ciudad puede caer una
bomba atómica que pasará indiferente para una mayoría
tradicionalmente descomprometida con hechos sociales.
Otro ejemplo de ello fue la nula convocatoria del 24 de marzo, donde
la comuna –principal interesada en rememorar la fecha por ser
gobernada por algunos militantes del peronismo de izquierda- organizó
un tibio acto protocolar donde primaron más las vacaciones
de algunos funcionarios que «el compromiso militante».
Incluso el intendente Javier Bertoldi brilló por su ausencia.
Pero ello, será motivo de análisis en una futura publicación.
El que sí estuvo fue el presidente del Concejo Deliberante,
Oscar Nahuel, considerado la persona más «ideológica»
de esta gestión.
Crimen «inadvertido»
Pero volviendo al hallazgo de restos óseos en la meseta –hoy
se conoce que pudieron haber sido enterrados- todo hace suponer que
de tratarse del joven Tissera –u otra persona cualquiera sea-
estaríamos ante un macabro asesinato que ocurrió inadvertido
e impune para todos.
Si bien la Justicia tiene que desprenderse del poder político
local y provincial, la trascendencia que tuvo el caso Tissera no tuvo
la trascendencia ni por asomo de otras confusas desapariciones como
las de los estudiantes Sergio Ávalos y Florencia Pennachi.
En otras localidades más «evolucionadas» como Cipolletti,
las reacciones ante hechos de esta naturaleza son distintas. Cuestionado
o no por la intromisión de poderes, Alberto Weretilneck se
animó a encabezar una marcha en reclamo de Justicia por el
crimen de la bioquímica Ana Zerdan. También el ex jefe
comunal Julio Arriaga llamó a una rebelión impositiva
para con la provincia, como un mecanismo directo de presión
hacia la Justicia por la resolución de crímenes. Pero
en Centenario la realidad dista mucho de esas conductas, tanto de
vecinos como del poder político de turno y anteriores.
En junio de 2002, la docente Susana Ruminot fue asesinada en su casa,
en presencia de su hija de dos años y tres meses, y aún
–luego de dos fallos en contra de la familia- la Justicia no
pudo encontrar a los autores del homicidio, aunque la mayoría
sabe que «están sueltos y caminan por la calle».
El caso Tissera parece ser uno de los más complejos ocurridos
en la ciudad, pero parece que nadie quiere ir «a fondo».
El joven desapareció el 10 de octubre del año pasado,
y el único testigo fue su propio padre, Robustiano Tissera
quien, además, no estuvo con el ese día sino el día
anterior.
Se sabe por testimonios de docentes y alumnos que el muchacho –tal
vez como muchos en la ciudad y la provincia- padecía problemas
de integración y habría un crónico conflicto
dentro de la familia. Esta pista fue investigada por la Policía,
aunque no pudo recabar elementos fácticos como para que la
hipótesis tome fuerza, y se vierta luz sobre la oscuridad del
caso. Si se comprueba que el joven José Ignacio Tissera fue
asesinado hace cinco meses, encontrar a los responsables es difícil.
Como dice una frase muy frecuente entre los criminólogos, «el
tiempo en un crimen, es la verdad que se aleja». Al igual que
el compromiso de una sociedad.
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