Opinión: La Semana en Neuquén

El susto y las enseñanzas del Llaima

 
 
Los efectos de la erupción del volcán chileno desnudaron las dificultades para hacer frente a contingencias naturales de este tipo.


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Por Ramiro Morales

Cuando el volcán chileno Llaima comenzó a erupcionar era la media tarde del primero de año; mal momento –sin dudas- para poner en marcha planes de contingencia y de seguridad aun para las propias autoridades trasandinas.
Los efectos de la erupción inicial (impresionante por sus características) no demoraron en manifestarse en Neuquén, especialmente en las localidades cordilleranas donde las nubes de cenizas comenzaron a cubrir grandes superficies, desde Villa Pehuenia, Zapala, Mariano Moreno, la comarca petrolera y hasta Neuquén capital.
Esplendoroso, el Llaima es el volcán activo más importante de Chile. Y cada erupción es una caja de sorpresas: puede ocasionar severas consecuencias tanto al medio ambiente como a la gente; o bien transformarse en sustos aunque no sin acontecimientos de pánico entre quienes se sienten intimidados.
Algo así fue lo que se vivió en esta capital.
Exagerado y sobreactuado, tal vez por la hora en la que se desencadenaron los acontecimientos, pero también estimulado por la impericia de policías que intentaban hacer lo que podían para evitar eventuales perjuicios en la población.
Las escenas de caos se fueron alimentando, asimismo, por una cadena de mensajes de texto transmitido por celulares alertando cerrar las ventanas, quedare en el interior de las viviendas o, en todo caso, colocarse barbijos para cuidar las vías respiratoria de elementos presuntamente tóxicos de la nube de cenizas que llegaban de Chile.
Estas escenas denudaron no sólo la vulnerabilidad de la población sino la inexistencia de un sistema coordinado de alertas y comunicaciones entre las autoridades.
No deberían resultar extraños eventos de este tipo en Neuquén. Aquí han acontecido episodios, aunque de menor magnitud, semejantes a los del Llaima. Fue con el volcán Copahue por tres veces en los últimos años.
De modo que, desde la erupción de 1992 hasta la de 2000 se podría haber avanzado en la organización de planes de acción a ser aplicados no sólo en las localidades próximas al volcán sino en todas las poblaciones que pudiesen resultar afectadas por poluciones tóxicas y todas sus consecuencias.
Pero nada de eso ha ocurrido.
Al impulso inicial de las autoridades esta semana de realizar análisis químicos de las cenizas del volcán chileno, distribuir agua potable, etc, debería seguirle la concreción de planes y una amplia campaña de difusión e información entre los habitantes, aprovechando el sistema de salud, el de educación y seguridad respecto de la actividad volcánica.
También, sería una ocasión propicia para revisar el estado de salud del Plan de Acción Durante Emergencias (PADE) elaborado por Organismo Regulador de Presas (Orsep) dependiente del gobierno nacional.
Ese plan incluye un manual de acción ante eventuales casos de urgencia aguas abajo de las represas. Sería propicio revisarlas para evitar sorpresas desagradables, como la del Llaima, la semana que pasó.

 

 


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