Por darío soto
La política rionegrina mostró en los últimos
días su peor perfil. Por un lado el viejo partido de Perón
pretendió dirimir diferencias a las trompadas (como en los
viejos tiempos), y por el otro el radicalismo fue intervenido por
la conducción nacional, también como en los viejos tiempos
de Balbín y Línea Nacional. Lo llamativo y paradójico
es que ambas situaciones pueden reconocer un mismo origen, una misma
causa, el afán hegemónico del presidente Néstor
Kirchner.
El vergonzoso y desastroso final del congreso peronista sucedió
por la pretensión de imponer al candidato bendecido desde la
Casa Rosada, a pesar del conocimiento preexistente en la dirigencia
local de que Osvaldo Nemirovsci contaba con mas resistencia que adhesiones.
Tratando de echar una mirada positiva a lo sucedido en Godoy podríamos
convenir que en definitiva afloró el orgullo del justicialismo
provincial y con los últimos vestigios de dignidad pretendieron
ponerle el pecho a las imposiciones y frenar el avasallamiento presidencial.
Pero más allá de cómo se definan las candidaturas
al congreso nacional, el justicialismo rionegrino mostró una
vez más la desorientación política que padece
y que pareciera haberse profundizado luego de la última derrota
electoral que se suma al largo rosario de frustraciones cosechadas
en el último cuarto de siglo.
En este marco no se debe descuidar la fragilidad que muestra por estas
horas el Frente para la Victoria que, en Cipolletti al menos, ya demostró
que como herramienta político electoral se consideró
agotada y el Frente Grande (liderado por Alberto Weretilnek) decidió
ir con lista propia a las próximas elecciones comunales y los
justicialistas –como para reafirmar sus contradicciones- a su
lista de concejales le impondrán la fórmula de la Concertación.
Por donde se observe (al menos en Río Negro) ya es muy difícil
establecer límites claros entre justicialistas y radicales,
ya no se distinguen colores en sus camisetas de tanto manoseo y transfuguismo.
Intervención anunciada
Mas allá de la pirotecnia verbal en que derivó la decisión
del Comité Nacional de la UCR de intervenir el distrito rionegrino,
nadie ignoraba que mas tarde o mas temprano la conducción nacional
debía tomar esa decisión, no tenía otra opción.
Más allá de las críticas a los dirigentes que
adoptaron tal decisión (que es cierto ninguno de ellos debe
recordar algún triunfo electoral propio), lo que debe tenerse
por sentado es que el partido decidió su estrategia para los
próximos comicios nacionales, anunció candidaturas y
debe lograr cohesión en todos los distritos justamente por
ser un partido nacional, con una conducción elegida democráticamente
por los delegados de todos los distritos que la integran, más
allá de que algunos no estén de acuerdo con ella. Esto
es así en los papeles, en la práctica es otra cosa.
La UCR como partido nacional muestra síntomas de extinción
y sus dirigentes parecieran pretender usar los viejos sellos para
negociar espacios de dudoso poder que les permita continuar existiendo
como dirigentes políticos de dudoso calibre. Su propio presidente
(ahora candidato a Vicepresidente de la Nación detrás
de Lavagna) representa a un distrito (Jujuy) donde nunca en su historia
(desde que el justicialismo existe) la UCR ganó una elección.
Por eso mas allá de los argumentos lo que está en cuestión
es la autoridad moral de los dirigentes que tomaron la decisión
de intervenir un distrito radical exitoso. Lo definitivamente cierto
es que, como ya se anunciaba desde el propio gobierno provincial desde
el año pasado, Kirchner (Cristina) puede potencialmente obtener
el 80 % de los votos, ya que peronistas y radicales llevarán
la fórmula oficialista en sus boletas. Los nombres de los diputados
son un tema menor, tan menor que lo único importante es que
los nominados sean profundamente kirchneristas para levantar obedientemente
la mano en un congreso absolutamente devaluado y casi inexistente
como poder en un sistema republicano visiblemente vapuleado.
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