Son casi las 10.30 de la mañana.
Un pibe de unos 15 años sale a recibirnos (periodista y reportero
gráfico) en delantal y con las manos enharinadas. Sobre su
cabeza lleva un pañuelo anudado, que evidencia rastros de su
contacto con el volátil polvo leudante.
Después de mi breve presentación pregunté por
David Torres, mi entrevistado. Enseguida, sin decir nada, nos acompañó
hasta la puerta de al lado. Mientras esperábamos ser atendidos,
surgió una ligera conversación que me introdujo a la
rutina de la Asociación. Pero también, pocas palabras
me alcanzaron para percibir las reglas básicas de convivencia
que aprenden a respetar estos chicos que provienen de la calle.
*¿Cómo va la mañana? ¿Mucho trabajo?.
“Bien. Como siempre. Desde temprano, porque vengo a las ocho
de Plottier y después me voy para la escuela al mediodía”.
En ese momento, una mujer se asomó y sin preámbulos
de mi parte, el joven se adelantó a presentarnos: “Ellos
vienen del diario, quieren hablar con David”. Satisfecho de
haber cumplido con un deber, el joven se retiró amablemente
del lugar.
Neuquén > El exquisito aroma a pan recién
horneado reflotó los conceptos -aún tibios- volcados
durante una entrevista de casi dos horas con David Torres, presidente
de la asociación civil Sueños del Sur para chicos de
la calle.
Trabajo. Perseverancia. Límites. Pautas de convivencia. Son
los ejes más importantes a partir de los cuales logra funcionar
hace cinco años la institución. Las palabras pronunciadas
por Torres aterrizaron, sólo unos instantes después
de haber concluido el reportaje.
Un envolvente olor procedente de la panadería me retrotrajo
a la imagen de aquel pibe que nos recibió -empapado en harina-
cuando tocamos por fortuita causalidad la puerta de la cocina donde
elaboran los panificados.
Pero también despertó recuerdos de una adolescencia
tan distinta y distante de la de aquellos chicos que quizás
por eso merezca establecer ese fino vínculo. Casi invisible,
pero fundamental.
El inolvidable olor a pan casero y tostadas recién salidas
del horno, son pequeños placeres que saben valorar las familias
bien constituidas. Respetando las mismas bases, y el verdadero sentido
de la vida, una asociación integrada por chicos de la calle
se esfuerza por aprender a funcionar diariamente como una gran familia.
«La idea es poder brindarle una oportunidad a los pibes que
no la tuvieron. Trabajamos con niños carentes de afecto en
el ámbito familiar, de educación en las escuelas, de
contención en los barrios. Por eso tratamos de posibilitarle
un espacio de aprendizaje para que puedan desarrollar una vida normal»,
explicó Torres, quien desde hace 14 años trabaja con
chicos desprotegidos socialmente.
Una asociación distinta
La asociación civil Sueños del Sur se creó en
el 2003, bajo una metodología distinta a la que maneja la mayoría
de las organizaciones que se ocupan de chicos en estas condiciones.
Para esto recibe un subsidio del Ministerio de Acción Social,
con quien mantiene un convenio de acuerdo a lo establecido por la
Ley 2302 para esta clase de instituciones.
Los menores asisten a diferentes grupos de acuerdo a la situación
en la que se encuentran. En esta ciudad funciona la panadería,
donde concurre en dos turnos la mayor cantidad de chicos de la asociación.
«Acá vienen unos 30 pibes entre 12 y 18 años.
En principio deben proveer pan a toda la asociación y también
hay un porcentaje, sobre todo de masitas, budines y dulces que se
vende afuera», dijo Torres. Agregó que existen grupos
en Arroyito y Balsa Las Perlas que también incorporan el trabajo
como una parte fundamental de la convivencia.
«Si vos querés que los pibes hagan algo, tenés
que empezar por hacer algo vos, como adulto. Si querés que
el chico lave los platos, pero vos no los lavás, no lo va a
hacer nunca. Si el adulto lo hace primero le está enseñando
y a la vez quitándole la vergüenza, que es el gran temor
que sufren todos los adolescentes», reflexionó.
Para Torres se trata de poner en práctica los principios básicos
que fueron perdiéndose con el tiempo. La perseverancia es uno
de ellos y está ligada fuertemente a la cultura del trabajo.
«Para que haya cosas que sean duraderas y que sirvan a los otros
hay veces que tenés que llenar de perseverancia la vida»,
explicó. Pero aclaró que ese significado «no existe
para estos chicos porque no están acostumbrados a decidir que
es lo que quieren y entonces no tienen proyectos serios y comprometidos».
«Nadie les enseñó a elegir y la vida es eso, un
camino de constante elección. Cada vez que optamos por algo,
estamos descartando otras decisiones, porque no se puede encarar todo
junto», indicó.
Torres responsabilizó a los adultos de esta grave disfunción,
ya que sufren los síntomas propios de la adolescencia.
«Parece que todos quieren jugar el rol de adolescentes. Quieren
desprenderse de su familia y ser uno solo, cuando arrastran con cinco
hijos atrás. El hecho de que todo el mundo esté pensando
en eso y no haya nadie que piense que el otro sin mi no puede, vuelve
complicada la relación», sostuvo.
«Los padres buscan ser amigos de sus hijos y las madres en muchos
casos tratan de competir con las hijas por los novios. Entonces automáticamente
se desdibuja lo que tiene que ver con la imagen de padre y madre»,
indicó.
La pedagogía del “No”
Sus 14 años de experiencia con chicos de la calle, o del «pueblo»
como prefiere llamarlos, le enseñaron que «estos pibes
piden a gritos que les pongan límites para que le demuestren
hacia dónde se va».
«La adolescencia es de por sí un trastorno muy grande
para ellos. Descubren un mundo en el que se puede ir para cualquier
lado, y si no tienen un cierto límite o guía que les
indique para dónde tomar se genera un caos. Y ese caos los
desespera y en el medio de esa desesperación hacen cualquiera»”,
explicó.
Simulacro familiar
La asociación intenta hacer una especie de simulacro sobre
cómo deben ser las pautas de convivencia para que los chicos
después puedan traspolar lo que aprendieron a sus familias.
Torres define la parte terapéutica de «Sueños
del Sur» en la práctica cotidiana, «al tratar de
volver a estos pibes a la normalidad».
“Estamos convencidos de que el aprendizaje viene a partir del
hacer. Si queremos aprender a convivir con el otro tenemos que convivir.
Tienen que encontrarse con el otro y saber decirle que no a lo que
no le conviene”.
Según comentó, el mayor logro en el abordaje del tratamiento
del pibe con respecto a las drogas «es cuando el chico puede
encontrarse con el grupo de compañeros en el barrio y le puede
decir no a lo que está mal».
Ejes y diferencias
La asociaicón no trata a los chicos adictos como si tuvieran
una patología. El joven incorpora estas conductas producto
de las carencias.
En principio, trata de negar el ingreso del chico. Es el menor quien
tiene que covencer a la asociación de que necesita entrar.
No aísla a los chicos del resto del grupo para “curarlo”.
Lo terapéutico de la asociación se evidencia en la práctica.
La construcción de una vida distinta se hace en un colectivo
con los otros. Nadie se puede salvar solo.
El chico que consume puede manejar plata y administrarla. El buen
ejemplo del adulto es la mejor pedagogía.
Los dispositivos están planteados terapéuticamente
pero difiere en gran parte de este tipo de tratamiento.
Está en contra de la explotación infantil, pero prioriza
el trabajo como uno de los motores más gratificantes que posee
el ser humano.
Adicción
El 95% de los chicos que llegan a la asociación han consumido
o consumen drogas esporádicamente. Básicamente son inhalantes,
especialmente Poxirrán. Su efecto sobre los órganos
es muy dañino. No causa efectos alucinógenos como otras
sustancias, pero anula completamente los sentidos, porque los va secando
progresivamente. “No sienten frío, ni calor, no ven bien,
no oyen bien”.
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