Por Jorge Guala-Valverde.*
Neuquén > Con directa vinculación
a la industria petrolera, se ha convertido en un lugar común
referirse a los pasivos ambientales que la actividad genera. Dentro
de dichos pasivos, una importante fracción está dada
por los suelos empetrolados, provenientes de derrames accidentales,
maniobras imperfectas, etc.
El riesgo ambiental que tales suelos conllevan está dado por
su eventual migración a áreas limpias. Las lluvias constituyen
el principal vehículo capaz de mediar la migración.
Es por ello que la sociedad en su conjunto y las ONGs ambientalistas
en particular ponen especial atención a estos problemas, sugiriendo
a las empresas generadoras de residuos la remediación de los
aludidos pasivos.
Para la recuperación de suelos empetrolados se han propuesto
un sinfín de métodos, que van desde la incineración,
lavado, entrampamiento calcáreo, macro y micro encapsulado,
“land farming”, etc.
A la hora de seleccionar uno de tales métodos resulta imperioso
definir qué se entiende por suelo recuperado. Sin entrar en
pormenores técnicos, nos valdremos del sentido común
para aproximar tal definición. Admitiremos que un suelo inicialmente
dañado ha sido recuperado, cuando sus propiedades fisicoquimicas,
reológicas y biológicas exhiben indicadores lo más
cercanos posibles a las condiciones naturales (suelo virgen, sin contaminar).
A nuestro entender, lograr que el suelo recupere su potencial biológico
constituye el más importante de los puntos a considerar cuando
se califican métodos de remediación. Y una forma de
ponderar la recuperación del potencial biológico, sobre
la que todo el mundo estará de acuerdo, es poner a prueba su
capacidad de re vegetación.
A lo largo de una década, la Fundación Julio Palacios
investigó las posibilidades que sobre el particular ofrece
la “Biocombustión Estimulada de Hidrocarburos”,
sinónimo de Biodegradación Asistida de Petróleo.
El fundamento es muy sencillo: se trata de dotar al suelo dañado
de condiciones óptimas para la actividad bacteriana de especies
autóctonas, normalmente presentes en todos los suelos. En otras
palabras, “inducir” a las bacterias aerobias a “comer”
petróleo.
Tras múltiples ensayos de laboratorio, pruebas piloto y obras
“in situ”, operando sobre varios miles de metros cúbicos
de suelos altamente comprometidos, podemos afirmar que este método,
de fácil ejecución, de bajo coste y riesgos operativos
nulos (se trata, en definitiva, de una “agricultura dirigida”)
ofrece excelentes resultados. En las operaciones de recuperación
de suelos realizadas en Neuquén se partió de suelos
con más del 10% de petróleo. Cuando el suelo comprometido
alcanzó el 2% de hidrocarburos recuperó su capacidad
de re vegetación. Por tratarse de biocombustiones, los productos
finales de la destrucción de hidrocarburos son, esencialmente,
bióxido de carbono y agua.
* Fundación Julio Palacios.
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