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Fue un verdadero acto de osadía
salir a la calle en pleno auge de la peor dictadura que sufrió
Argentina.
Buenos Aires > El 30 de abril de 1977 un puñado
de madres de desaparecidos encabezadas por Azucena Villaflor irrumpió
por primera vez en la Plaza de Mayo para exigir información
sobre sus hijos secuestrados por la dictadura.
Esa osadía sin precedentes, en pleno apogeo del terrorismo
de Estado, fue el acta de nacimiento de las Madres de Plaza de Mayo,
como se las conoció después, un hecho del que se cumplirán
tres décadas de lucha y dignidad mañana lunes 30.
Pero la fecha fue consignada pasado un tiempo, con la pregunta del
periodista francés Jean Pierre Bousquet, muy comprometido con
la denuncia de las violaciones a los derechos humanos y autor del
libro «Las locas de Plaza de Mayo».
Aquellas madres no estaban solas frente a la dictadura genocida instalada
el 24 de marzo de 1976 ni en la asistencia a sus víctimas,
ya que también actuaban la Comisión de Familiares y
varios organismos de derechos humanos, entre otros opositores.
Pero ese día ellas estaban solas en Plaza de Mayo, ante la
sede del poder y rodeadas por un descomunal despliegue represivo.
Desde hacía muchos meses las madres deambulaban por iglesias,
cuarteles, comisarías, juzgados y nadie les respondía
sobre el paradero de sus hijos, detenidos-desaparecidos por la dictadura
de la Junta Militar presidida por Jorge Videla.
«Individualmente no vamos a conseguir nada, ¿por qué
no vamos todas a la Plaza de Mayo? Cuando seamos muchas, Videla tendrá
que recibirnos», propuso Azucena Villaflor a las madres que
la acompañaban a la espera de ser atendidas en la iglesia Stella
Maris, sede del vicariato castrense, próxima al Edificio Libertad
de la Armada.
El peregrinar de las madres no era nuevo pero su existencia cobró
notoriedad y una dimensión conmovedora, dentro y fuera del
país, cuando se «mostraron» en la histórica
Plaza de Mayo.
«Mucha gente se pregunta por qué habiendo otros organismos
las madres fuimos a la Plaza, y por qué nos sentimos tan bien
en la Plaza», dijo hace dos décadas en una conferencia
Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza
de Mayo.
Explicó De Bonafini que conocían a esos organismos de
derechos humanos pero que al acudir a ellos no se sentían bien
porque «había siempre un escritorio de por medio, había
siempre una cosa más burocrática».
«Y en la Plaza éramos todas iguales (...) Éramos
una igual a la otra; a todas nos habían llevado los hijos,
a todas nos pasaba lo mismo (...) Por eso es que nos sentíamos
bien. Por eso es que la Plaza agrupó. Por eso es que la Plaza
consolidó», explicó la dirigente.
La cita inicial fue un sábado pero se consolidó los
jueves después de descartar los viernes, «día
de brujas» y los lunes, «día de lavado de la ropa»,
según objetaron dos de las mujeres y relató más
tarde Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo-Línea
Fundadora.
La ronda de las Madres los jueves en la Plaza, forzada por la policía
que les impedía quedarse en un lugar, se convirtió en
el símbolo de la resistencia y la denuncia del terrorismo de
estado durante la dictadura, una cita que persiste como ejemplo y
legado.
En 1977, el terrorismo de estado cobraba día a día nuevas
víctimas pero ellas persistieron aun después de la desaparición
de la gestora del movimiento, el 10 de diciembre de ese año.
Azucena Villaflor fue secuestrada igual que otras madres y las religiosas
francesas Léonie Duquet y Alice Domon por una patota de la
ESMA que infiltró en el grupo al represor Alfredo Astiz, haciéndolo
pasar por hermano de un desaparecido.
La palabra «desaparecidos» fue resignificada en esa época
para dar cuenta de los secuestros masivos, primera evidencia del sistema
clandestino de centros de detención ilegal, torturas y exterminio
montado por el régimen dictatorial.
«Los desaparecidos no existen, son una entelequia», afirmó
con mirada distraída el dictador Jorge Videla durante una conferencia
de prensa, en esos años, cuando la preguntaron por los millares
de secuestrados.
Y también soltó: «¿Dar a conocer dónde
están los restos? ¿Pero, qué es lo que podemos
señalar? ¿En el mar, el Río de la Plata, el Riachuelo?»,
según palabras de Videla citadas en el libro «El dictador»,
de María Seoane y Vicente Muleiro.
Videla sabía de qué hablaba: los restos de la hermana
Duquet, Villaflor y otras dos madres, Esther Ballestrino de Careaga
y MariPonce de Bianco, fueron hallados en el cementerio de la localidad
bonaerense de General Lavalle e identificados en 2005.
En diciembre de 1977 estuvieron en cautiverio en la ESMA y días
después las arrojaron vivas a las aguas donde el mar se confunde
con el Río de la Plata durante un vuelo de la muerte.
Sus cuerpos aparecieron en playas de Santa Teresita y San Bernardo
y los enterraron como «NN-masculino» en el cementerio
de General Lavalle, hasta que fueron hallados y el Equipo Argentino
de Antropología Forense (EAAF) los identificó en agosto
de 2005.
Astiz fue citado en enero de este año por el juez federal Sergio
Torres como imputado en la causa por la desaparición en 1977
de las 12 personas, entre ellas Azucena, nucleadas en la iglesia de
la Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal.
Y las Madres siguen ahí, con una fuerza que explicó
Osvaldo Bayer en el prólogo al libro «La Rebelión
de las Madres», de Ulises Gorini (Grupo Norma, 2006).
«Un movimiento de origen no político que va a las raíces
mismas de lo que tiene que ser la política: la discusión
de cómo llegar a lo justo en solidaridad. Armadas solamente
de Amor materno , primero, y luego, la asombrosa transformación
en mujeres protagonistas de la política», resumió
Bayer.
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