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Noventa páginas imperdibles
que compilan gran parte de su experiencia en todos los rincones del
Neuquén.
Idóneo en topografía y dibujo técnico, Rubén
“Tata” Todero cuenta en su haber con el privilegio de
haber sido el primer empleado de la “Dirección general
de hidráulica”. Su primera labor fue realizando tareas
administrativas hasta que, en cierta ocasión, necesitaron hacer
un plano. Rubén se animó –tal como cuenta con
humor e ironía- y desde ese momento se convirtió en
el primer dibujante oficial de esa dirección.
En la actualidad, luego de la presentación de su segundo trabajo
literario, “Casos y cosas de pueblo” ya tiene en carpeta
uno nuevo, esta vez de poesías.
“Con este libro, que está en venta en librerías,
kioscos y casas de artículos regionales, he comprobado que
hay gente que se ha visto reflejada en mis cuentos. Hay que pensar
que abarca parte de la época territoriana hasta el pasado reciente
y también hay temas de la actualidad. Algunos de los cuentos
se basan en relatos que, en ciertos casos me los han contado, mientras
que otros los he vivido personalmente y he conocido a los circunstanciales
protagonistas. Traté de darle, a los acontecimientos que relato
en mis cuentos, un tinte de comicidad. La mía es una forma
diferente de contar la historia. Considero que escribí historias
cómicas y tragicómicas que tienen que ver con el perfil
que identifica a los neuquinos.”
El interior
Trabajar en la “Dirección general de hidráulica”
le permitió recorrer el interior y conocer bien a fondo toda
la provincia. Casi se puede decir que le tocó “hacer”
varios pueblos que, con el correr de los años, se han convertido
en ciudades.
“Hice el pueblo de Barrancas. Y decir “el pueblo”
es decir la escuela, la municipalidad, la plaza. En Taquí Milal
hice el hospital, la usina y el juzgado.”
Rubén comenzó a construir en los años en que
todavía “no había nada”. Le tocó
en suerte recorrer el Norte, al que conoce como la palma de su mano.
Trabajó en Chos Malal, Tricao Malal, Varvarco, Las Ovejas.
También inició los trabajos del canal de La Picaza en
Picún Leufú. En la capital neuquina, ya con su empresa
de construcción privada, realizó algunas estructuras
de hormigón como la del Policlínico Neuquén,
la torre Agrolote (ubicada en Juan B. Justo y Diagonal), otra torre
en intendente Carro y Olascoaga y también la ampliación
del Hospital de Plottier.
Orígenes
Perteneciente a una familia de trabajo, que se asentó a principios
del siglo XX, en el entonces territorio, de la mano de Ferruccio Verzegnassi,
el primer boticario neuquino. El recuerdo de su abuela, Catalina Comuzzi,
y de su heroica tarea de llegar a la Argentina desde el imperio austro-húngaro,
viuda y con muchos hijos, es algo que Rubén tiene siempre muy
presente. Uno de esos hijos fue su padre Massimino Todero quien, junto
a su madre y hermanos, trabajaron la tierra en diversas chacras hasta
que se asentaron en Colonia Confluencia. Esa rica historia familiar
que contó en su primer libro “Lo que el viento no llevó”
se une a la fuerte cadena de historias de vida de los primeros pobladores
que se asentaron en una tierra de naturaleza hostil.
“Mi intención, como escritor de sucesos exclusivos de
la región, es ubicar geográficamente al lector, para
acrecentar el lugar de pertenencia y proyectarlo como amena lectura
para los más jóvenes. Estos cuentos los escribí
muy inspirado, tardé bastante poco en armar los contenidos
de cada uno porque estaban muy presentes en mi memoria. Me hubiera
gustado presentar este, mi segundo libro, para el aniversario de la
capital neuquina pero, por razones de imprenta, recién logré
dar a conocer mi trabajo literario los últimos días
de 2006.”
Sus hijos, Gustavo, Rafael, Marcelo y Rubén Alejandro son los
destinatarios de su dedicatoria en esta nueva, y espontánea
tarea, de escritor.
A modo de prólogo, Todero indica en las primeras páginas
de «Casos y Cosas de Pueblo»: “El presente libro
tiene como finalidad –independientemente de recrear diversas
anécdotas- ubicar al lector en distintos lugares de la provincia
del Neuquén, Patagonia Argentina, tratando de hacer historia
de lo que en alguna oportunidad fueron parajes, pueblos y luego ciudades.
He intentado, en lo posible, ponerles una nota de comicidad en todos
los casos, para que en el futuro, las generaciones venideras, sepan
no sólo cómo se crearon los diferentes lugares, sino
también recordar el sacrificio que realizaron sus habitantes
en la concreción de los hechos, con tenacidad, coraje y con
un profundo amor por lo que hacían. Muchos de los personajes
que dejaron su anecdótico recuerdo ya no existen, pero quedaron
sus herederos: el pueblo.
Quiero agregar que lo que relato en mis cuentos es absolutamente cierto,
y que cualquier semejanza con la realidad los hace más verídicos
todavía.”
De pocas palabras, elegante y siempre bien dispuesto para el diálogo,
Rubén «Tata» Todero agregó: “Para
mí fue muy importante el gesto de Naldo Labrín que me
ofreció publicarlo a través de la provincia. En “Lo
que el viento no llevó” auspiciado por el municipio revaloricé
la historia de mis abuelos, mi padre y sus hermanos, que apostaron
al futuro en y para nuestra Neuquén”.
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Es el número de cuentos de “Casos y cosas de pueblo”
donde la esencia neuquina se impone. Los nombres de cada relato llaman
a la curiosidad de los lectores. Los personajes como “el negro
Tincho”, “el lechero”, “el zurdo” “Peri”,
“Tuco”, “don Juan”, “Catalino”
y sus debilidades, evocan nombres y situaciones verdaderas. También
las secuencias como Historia de la Grande y La Fábula por citar
algunos de los títulos que, con mayor rasgo humorístico,
escribió Rubén Massimo “Tata” Todero.
Historias desconocidas
Los atributos de Don Jaime
Pocos neuquinos saben que uno de los vitrales de la catedral María
Auxiliadora fue diseñado con el escudo del primer obispo, don
Jaime De Nevares. Fue su hermana María Rosa quien, junto a
otra religiosa benedictina realizó los bocetos para ornamentar
el templo máximo del Neuquén.
El famoso vitralista español Antonio José Estruch fue
quien hizo realidad los diseños de las benedictinas, quienes
dieron preponderancia a la idea de concretar un “catecismo visual”
al estilo de las grandes catedrales del mundo.
Años atrás, el vitral perteneciente al primer obispo
resultó dañado y el párroco Carlos Calzado conserva
hasta el más pequeño de los trozos de vidrio que pudieron
rescatar sus colaboradores del Grupo Catedral.
Los fondos recaudados por la venta de la edición del libro
sobre la obra, “Los vitrales de la Catedral María Auxiliadora”,
tiene además de fines benéficos, el objetivo de recuperar
ese espacio con los atributos del primer obispo neuquino.
Ubicado en la nave principal, a pocos metros del altar sobre el ala
derecha, es uno de los vitrales de mayores dimensiones y la luz que
lo atraviesa proviene del gran patio, centro de las aulas donde se
dicta catequesis, en el corazón mismo donde nacen las actividades
de jóvenes y niños que perseveran en la lectura de textos
bíblicos y enseñanzas del Nuevo Testamento, para recibir
los sacramentos.
El escudo del primer obispo de Neuquén tiene a la araucaria,
árbol regional, el volcán Lanín y el río
Limay. Estos elementos están dominados por la Cruz, el Sagrado
Corazón y una estrella que simboliza a María Auxiliadora.
Al pie, las palabras de San Pablo “Caritas Christi urget nos”
(Necesitamos la caridad de Cristo).
Le pasó al zurdo
Jorge Figueroa, un amigo de la localidad de San Martín de
los Andes, al que todo el mundo había apodado “El Zurdo”,
era el hijo del Jefe de la Seccional de Vialidad Nacional.
Por aquellos años “cuando el Zurdo era adolescente”
el pueblo era chico y se conocían todos . Como la televisión
todavía no existía y las diversiones eran muy pocas,
él y sus amigos, vivían inventando entretenimientos
que por esa época se consideraban sanos.
En determinada ocasión, al padre del Zurdo, la repartición
le cambió la camioneta por una nueva, justo en el momento en
que éste había adquirido el “hábito de
robársela” cuando su progenitor se iba a dormir.
Sacarla del predio era toda una operación comando. Había
que empujarla hasta la calle sin que el responsable de cuidar las
máquinas se diera cuenta. Seguramente, “el responsable”,
en más de una ocasión se haría el distraído,
ya que al hijo del Jefe lo conocía desde muy pequeño.
Una noche, el Zurdo, con “su” camioneta nueva, se fue
hasta el “boliche” de Gogo de Mateo, lugar donde habitualmente
la juventud se reunía para bailar. En determinado momento,
Luis Campos, muy amigo de Jorge, le pidió el vehículo
para llevar la novia hasta la casa. De hecho, éste se la negó
considerando que era absolutamente nueva, pero el amigo en cuestión,
insistió y lo convenció diciéndole que iba a
ir con sumo cuidado y “despacito”.
Rato después, cuando Luis regresó, al ver que el Zurdo
estaba bailando, le dejó las llaves a Gogo y se marchó
de inmediato.
Media hora más tarde, mi amigo decidió partir. Grande
fue la sorpresa cuando salió a la calle y vio que la camioneta
tenía chocado el guardabarros derecho.
Desesperado e indignado por las actitudes del amigo que cobardemente
se había ido sin advertirle lo ocurrido, se fue hasta la casa
de un chapista con quien mantenía cierta amistad. Comenzó
a golpear la puerta del domicilio hasta lograr que éste se
levantara.
Al instante, el Zurdo lo puso al corriente de la gravedad de lo ocurrido,
agregando que el padre seguramente lo iba a “matar”. Ante
tamaño pronóstico, el chapista decide, de “gauchada”,
repararle la avería esa misma noche.
Al día siguiente Juan, que era el encargado de cuidar el parque
automotor, a las 7 a.m, tal como era su costumbre, comenzó
a preparar el mate a la espera de su Jefe. Cuando éste llegó
, pasó frente a la camioneta, se detuvo un momento y luego,
apresuradamente, se dirigió a la oficina.
¡Buen día Jefe!- dijo Juan extendiéndole el mate.
Este no respondió el saludo, recibió el mate y mirándolo
a los ojos preguntó:
-¡Juan! ¿Quién usó mi camioneta anoche?...
-Nadie Jefe –respondió éste al instante.
-¿Nadie?...¡Cómo que nadie!!!-vociferó
el Jefe y agregó al momento. —Si ayer, cuando salí
del distrito de Zapala, yo choqué el guardabarros derecho contra
el portón cuando hice marcha atrás.
Los socios del café
Dos amigos del barrio que habían logrado juntar una determinada
suma de dinero deciden asociarse para instalar una confitería,
bar o café.
Como ninguno de los dos era ducho en ese tipo de rubro, deciden hacer
un estudio de inversión y de mercado al “uso nostro”.
Luego de efectuar los análisis correspondientes y de analizar
la disponibilidad monetaria, deciden que un bar sería lo más
adecuado, no sólo por las características de la zona,
sino porque era, en definitiva, lo que más les gustaba.
A partir de allí, comenzaron a buscar un lugar que fuera apropiado
para tal fin aunque no era tarea fácil. A decir verdad los
mejores lugares eran onerosos y además pedían una garantía
a satisfacción del eventual propietario.
En medio de esa búsqueda, dan con una anciana que disponía
de un salón contiguo a su casa. La anciana conviene en alquilarles
el local a precio módico y sin garantía, posiblemente
seducida (en la mejor acepción de la palabra) por la simpatía
de los jóvenes. Esta mujer necesitada de afecto y compañía,
prontamente hace grandes migas con los locatarios y decide comenzar
a cobrarles el alquiler cuando tuvieran el café disponible
al público, siempre y cuando estos no se extendieran más
allá de los tres meses.
Con gran esfuerzo propio comienzan las tareas de remodelación,
alentados siempre por la buena disposición de esta noble mujer,
que no dejaba pasar un sólo día sin fiscalizar las tareas
que realizaban en el salón.
Aunque los trabajos se demoraron más de lo previsto, doña
Clara, que así se llamaba la propietaria, les condonó
la deuda hasta la fecha de apertura.
Al fin, un día comenzaron a llegar las mesas y las sillas y
una semana después, con bombos y platillos inauguraban el café.
Para ser breve, sólo diré que los comienzos fueron duros
pero el final fue peor.
Cinco meses después de la apertura, un transporte comenzó
a cargar con las mesas y sillas que habían sacado a crédito
y de las que no habían pagado ni una sola cuota. Doña
Clara, extrañada por el acontecimiento, se acercó al
salón para preguntar qué estaba pasando.
Uno de los socios, sorprendido por la candidez de la mujer, sólo
se atrevió a decir:
-¡No, abuela!...No pasa nada, estamos desocupando para baldear
el piso.
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