Buenos Aires (Télam, por Agustín
Argento) > El 30 de enero de 1975 Adolf Hitler asumía
como jefe de Gobierno alemán con el 39% de los votos, debido
a que los partidos de izquierda no consensuaron una coalición,
y dio comienzo al gobierno más sanguinario y macabro del siglo
XX, cuyo sustento fue el ingreso a la modernización.
El período posterior a la Primera Guerra Mundial encontró
a Alemania sumida en una gran crisis económica -producto de los
gastos bélicos- con seis millones de alemanes desempleados y
con la obligación internacional de hacerse cargo de la derrota
en el primer gran conflicto armado del siglo.
Sin embargo, la llegada al poder de este dictador, como la de Benito
Mussollini en Italia, no puede ser entendida si no se tienen en cuenta
las bases materiales con las que Alemania ingresó a la modernización,
entendida esta como el capitalismo industrial.
A diferencia de Estados Unidos, Francia y Reino Unido, el proceso de
modernización alemán fue llevado adelante por los grandes
terratenientes miembros de la nobleza, que se convirtieron en una ascedente
burguesía de intereses locales no nacionales que tenía
su apogeo hacia comienzos del siglo pasado.
Mientras que las tres potencias mencionadas tuvieron sus respectivas
revoluciones que instauraron una nueva clase dominante (la Guerra de
Indepencia estadounidense, la Gloriosa Revolución inglesa y la
Revolución Francesa), Alemania ingresó a la modernidad
de la mano de la misma nobleza que dominaba la Nación.
En términos del sociólogo alemán Ralf Dahrendorf,
en Alemania faltó tanto la «revolución de las titularidades»
(derechos políticos) como la «revolución de las
provisiones» (formas de producción).
Esta situación de no ruptura con el aparato dominador del modo
de producción vigente encontró su apoyo en que, a diferencia
de los casos mencionados, no se formaron grandes centro industriales,
por lo que la asociación de grupos de personas fue aún
más complicada.
De ahí el «apatismo político» de la sociedad
alemana de posguerra,.
De esta forma, Hitler encontró el apoyo de una población
campesina desempleada y desorganizada para llegar a la jefatura de gobierno
en 1933 y tomar fáctimente todos los controles del Estado en
18 meses, para de esta manera dar rienda suelta a su macabro plan de
exterminio racial y a sus aspiraciones de conquistar Europa y fundar
el gran imperio nazionalsocialista.