Por Laura rotundo
Gustavo Martínez Pandiani es Decano de la Facultad de Ciencias
de la Educación y de la Comunicación Social de la Universidad
del Salvador y Presidente de la Asociación Argentina de Marketing
Político.
En esta entrevista, nos brinda su visión sobre el escenario
político actual, luego de la asunción de Cristina Fernández
de Kirchner como Presidenta de los argentinos.
¿Cómo observó las primeras semanas de
gestión de Cristina
Kirchner en el Gobierno?
Luego del interesante discurso ante la Asamblea Legislativa, ocasión
en la que la presidenta logró mostrar cierta una impronta personal
y distintiva, la primera semana de su gestión se vio complicada
por dos hechos políticos sustantivos: las declaraciones rebeldes
de Hugo Moyano y la reaparición en Estados Unidos del episodio
de la valija de Antonini Wilson.
A pesar de ambos, creo que la presidenta trató de diferenciar
su mandato del de su esposo y envió algunos gestos positivos
a diferentes sectores de la vida nacional, en especial a la Iglesia
Católica.
Igualmente, siendo éste un gobierno de continuidad, quedó
claro que no tendrá el beneficio de la «luna de miel»
del que goza todo nuevo gobierno.
A propósito del caso de la valija, ¿qué
opinión le merece este hecho?
Hay que dejar trabajar a la justicia y no sacar conclusiones antes
de tiempo.
¿Cuáles cree que serán los mayores desafíos
de la nueva Presidenta?
Dado que en los próximos años la batalla por el poder
no se dará en el campo de los partidos políticos sino
en el de las corporaciones sociales, Cristina Fernández tendrá
que actuar en el sinuoso terreno de los intereses sectoriales, con
la mira puesta en el interés colectivo. Considero que el principal
desafío que tendrá la presidenta se dará en el
terreno de los intereses en pugna. En particular, en lo referido a
la puja salarial entre trabajadores y empresarios. Desde el comienzo,
y sin medias tintas, la presidenta formuló algunas advertencias
y marcó la cancha. Aprovechó el puntapié inicial
de su gobierno para marcar límites a las demandas anticipadas
de aquellos actores sociales que serán clave en el marco de
la dura puja de intereses que se viene.
Fiel a su estilo asertivo y enérgico, no dudó en anunciarles
a empresarios y sindicalistas que no jugará el juego interno
de ninguno de ellos. Y que la presidenta será ella.
Resulta evidente que dentro de cada uno de los mencionados sectores
existen subgrupos que compiten por el poder interno y por el manejo
de la agenda. Para la presidenta será un gran desafío
entonces operar como una articuladora eficaz de dichas compulsas.
¿Considera que habrá algún cambio sustancial
respecto de la gestión
de Néstor Kirchner?
Teniendo en cuenta que la historia política argentina se caracteriza
por rupturas profundas y cambios bruscos, la verdadera novedad de
la presente transición presidencial es la continuidad. En consecuencia,
no resulta sorprendente que los ejes centrales anunciados por C.F.K.
sean esencialmente los mismos que los puestos en práctica por
su esposo a lo largo de los últimos cuatro años.
En efecto, el vigente «modelo de acumulación con inclusión
social» se mantendrá intacto, independientemente de que
se serán redefinidos los roles de la sociedad política
que, desde hace más de tres décadas, constituye el matrimonio
Kirchner.
Si bien, como ella misma lo expresara, el gobierno de Cristina Fernández
se enmarca en un proceso político más amplio que comenzara
el 25 de mayo de 2003 con la presidencia de Néstor Kirchner,
es probable que la primera mandataria intente darle a su administración
ciertos rasgos propios. Es probable que dicha «diferenciación
dentro de la continuidad» se concentre en dos áreas principales:
reforma institucional y política exterior.
Así, las pistas o insinuaciones de cambio se concentraron en
una serie de problemáticas puntuales que promete convertirse
en el capítulo más innovador de su mandato: reforma
judicial, pacto social, educación e investigación científica,
y reforzado protagonismo internacional (como por ejemplo con caso
Betancourt, reclamo por Malvinas y lucha contra el terrorismo mundial).
Pero, en verdad, todo ello dependerá de la evolución
de los primeros 100 días de gobierno.
¿Cómo analiza a la oposición en este
contexto?
En general, la oposición sigue siendo incapaz de transformarse
en alternativa de poder. Es cierto que, a partir de la profunda crisis
de representación que siguió al fiasco de la Alianza,
el sistema político argentino implosionó de un modo
dramático e inédito. Pero, en rigor, el tan mentado
«que se vayan todos» de finales de 2001 -que transformara
el PJ y la UCR en meras cáscaras vacías-, no es un hecho
del pasado lejano sino más bien un hecho del presente cercano.
En consecuencia, resulta lamentable que sean muchos los opositores
que se enorgullecen por considerarse a sí mismos candidatos
más allá de los partidos. Lejos de constituir un indicio
de saludable renovación dirigencial, el apartidismo militante
de algunos opositores puede significar un ilusorio acercamiento entre
clase política y ciudadanía. Más allá
de que algunos candidatos se ufanen de su cualquerismo representativo,
el pésimo estado de salud que atraviesa el sistema de partidos
es una muy mala noticia para la democracia toda.
¿Cómo observa a la sociedad en su relación
con la clase dirigente?
La incapacidad demostrada por las agrupaciones partidarias más
antiguas del país a la hora de canalizar la participación
de los ciudadanos está dando lugar a una cuestionable forma
de aglutinación electoral: la identificación personalista.
Millones de votantes rechazan hoy reconocerse en términos de
pertenencia partidaria o ideológica y prefieren identificarse
«a título personal» con figuras políticas
individuales.
Sucede que, merced a la mediatización de las campañas
electorales y al imperio de la política-espectáculo,
las personas tienen más posibilidades de crear sentido de pertenencia
que las instituciones. En consecuencia, para la videopolítica
del siglo XXI los mensajeros han pasado a ser más importantes
que los mensajes.
¿O será que, como anticipaba hace casi medio siglo el
comunicólogo Marshall McLuhan, los mensajeros son los mensajes?
En cualquier caso, es evidente que algunos dirigentes han desarrollado
una capacidad de representación mayor a la que poseen sus propios
sellos partidarios. Así, por ejemplo, Elisa Carrió es
mucho más icónica que el ARI y Mauricio Macri es claramente
más convocante que el PRO. Pero, en mi opinión, nunca
es sano que un proyecto político dependa tanto de una persona
en particular.
Como Decano de la USAL, ¿cuáles cree que deben
ser los cambios o las iniciativas que deberían aplicarse en
forma urgente y/o paulatinamente en materia educativa para detener
el deterioro en este aspecto?
Tenemos que volver a educar en valores. En especial, vincular la educación
con la cultura del trabajo, la igualdad de oportunidades y la meritocracia.
Pero, para ser sostenible, cualquier reforma educativa que se proponga
debe ser una reforma integral que comprometa a todos los actores en
juego: Estado, docentes, alumnos y padres.
¿Cuál es su reflexión sobre la coyuntura
de la República Argentina?
La extrema personalización que sufre en la actualidad la política
criolla constituye una objetable inversión del principio de
la sociología moderna que estipula que «los roles deben
ser siempre más importantes que sus ocupantes». Caso
contrario, la construcción de poder será estructuralmente
débil, toda vez que el sistema dependerá de algo tan
finito y frágil como es el destino de un individuo. Y ello
vale tanto para la oposición como para el oficialismo.
Justamente para evitar dicho peligro, las sociedades crean sus instituciones.
Y, en el ámbito electoral, son los partidos políticos
los que deben ejercer las funciones básicas de representar
a los ciudadanos comunes y de articular los intereses de los múltiples
sectores que conforman el conjunto social. Es indiscutible que en
el presente las organizaciones partidarias tradicionales han ingresado
en una espiral de insignificancia colectiva que hace difícil
imaginarlas cumpliendo ese vital papel. Pero, resulta aún más
difícil vislumbrar una democracia consolidada con partidos
políticos que dependan exclusivamente de la voluntad o el capricho
de una sola persona.
Numerosos analistas y politólogos sostienen que, en el estado
de desmantelamiento en que se encuentran hoy, los partidos nacionales
de la Argentina (en particular el Partido Justicialista y la Unión
Cívica Radical) no tienen mucho para aportar.
Allí radica entonces el gran desafío de las nuevas generaciones
de peronistas y radicales: modernizar y readaptar las estructuras
de sus respectivas fuerzas a las realidades del nuevo siglo. Ello
es, reconstruir sus partidos, abrirlos de cara a la sociedad y convertirlos
en usinas formadoras de cuadros que fortalezcan el andamiaje institucional
de la política. Porque una democracia sin partidos políticos
fuertes es una democracia débil.
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