«Al no haber denuncias, se tiene
una idea incierta sobre la homofobia»

 
 
«Entiendo al «Gay» como aquella persona que se identifica como
un homosexual».
El sociólogo y escrito Ernesto Meccia analiza la vigencia de la discriminación hacia la comunidad homosexual en Argentina, a días de de conmemorarse el Día del Orgullo Gay-Lésbico, el próximo 28 de junio.

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Por laura rotundo

A pocos días de conmemorarse el Día del Orgullo Gay-Lésbico, el próximo 28 de junio, el sociólogo Ernesto Meccia (UBA) dialogó con La Mañana de Neuquén sobre la homofobia y sobre la discriminación vigente hacia la comunidad homosexual.
En su libro «La cuestión gay, un enfoque sociológico» (de Gran Aldea Editores), Meccia hace hincapié en estos temas, de un modo muy interesante.

¿Cómo observa el comportamiento de la sociedad argentina hacia
la comunidad homosexual?

Si comparamos hacia atrás en el tiempo, notaremos que en Argentina pueden advertirse algunos avances en la lucha contra las diversas formas que adquiere la homofobia, tanto por parte de la sociedad como del Estado. Sin embargo, en comparación con la dignidad intrínseca de todo ser humano, la situación es precaria y sumamente contradictoria. Aún la alteridad sexual sigue representando un gran desafío para el armado de políticas públicas realmente inclusivas.
En rigor, cuando hablo sobre los «avances» estoy haciendo referencia a la conformación, en la psiquis de los damnificados, de un sistema de alertas que, cada vez con más frecuencia y en lugares cada vez más heterogéneos, señala la existencia de acciones o de climas homofóbicos. En este sentido, me parece que en la actualidad se ve más la homofobia y que ello es el resultado de la desnaturalización de la discriminación, uno de los grandes legados de la cultura de los Derechos Humanos.
Pero notemos que este sistema de alertas tiene un carácter esencialmente informal, lo que equivale a decir que aún no tiene un correlato formal y sistemático ni en las leyes ni en las políticas del Estado: muchas veces las personas se dan cuenta que están siendo víctimas de la homofobia pero no tienen a mano una ley que taxativamente las ampare, o si la tienen, no la conocen. Y a esto, en no pocas ocasiones, debe sumársele el hecho de que a pesar de advertirse actitudes de este tipo, la gente no se anima a denunciarlas.
Existe un círculo vicioso en lo que estoy planteando: al ser pocas las leyes y -cuando las hay, desconocidas- mucha gente sigue guardando silencio. Por eso, a pesar de algunos avances, el desafío es enorme. La batalla no es meramente jurídica sino también cultural, porque muy poco efecto producirán las leyes si no está paralelamente instalada en la cultura la idea de que se pueden y se deben denunciar crímenes de este tipo y que, en tanto crímenes contra la identidad y la integridad personal, son perfectamente homologables con otras clases de crímenes.
Lamentablemente aún, alojado muy en el fondo del inconsciente de muchos de nosotros, permanece un sentimiento de vergüenza, o un oscuro presentimiento de que las denuncias de crímenes relacionados con la expresión de la sexualidad no servirán de nada. Así, al no haber denuncias, nunca podemos tener una idea bien aproximada sobre la vigencia de la homofobia.

¿Qué es exactamente la homofobia y en qué países del mundo cree que se demuestra más y menos?
Para el pensador Daniel Borrillo, la homofobia puede ser definida como la hostilidad general, psicológica y social, respecto de aquellos y aquellas de quienes se supone que desean a individuos de su propio sexo o tienen prácticas sexuales con ellos. Como la hostilidad está dirigida a gays, lesbianas y transgéneros, en rigor, habría que referirse también a la lesbofobia y a la transfobia.
No obstante, en el marco de esta entrevista utilizo la homofobia en términos genéricos. Es una forma específica del sexismo, que rechaza también a todos los que no se conforman con el papel predeterminado por su sexo biológico. Es una construcción ideológica que consiste en la promoción de una forma de sexualidad (hetero) en detrimento de otra (homo, lésbica, trans). De esta forma, la homofobia organiza una jerarquización de las sexualidades y extrae de ella consecuencias políticas.
Podríamos especificar dos dimensiones de análisis para su estudio: una de tipo afectivo (o psicológico) y otra social. La dimensión afectiva alude a los sentimientos aversivos que los sujetos pueden experimentar ante la presencia de gays, travestis o transgéneros en los ámbitos de interacción cotidianos; una especie de pánico derivado de proyectar involuntariamente en la figura del otro los rasgos arquetípicos contenidos en los discursos heterosexistas. Esta imputación no guarda necesariamente relación con alguna acción que hayan podido desarrollar aquellos sujetos; se trata, más bien, de una proyección obstinada e irracional que, por lo general, desatiende los estímulos cognitivos que pudieran provenir de la «realidad» para deshacer la figura del otro, tal como la homofobia lo construyó. Como sostengo en mi libro «La cuestión gay. Un enfoque sociológico», en este punto, el homofobo se parece al antisemita sobre el que escribió Jean Paul Sartre, el cual estaría dispuesto a inventar al judío en caso de que el judío no existiera. La homofobia opera como todas las ideologías racistas: construye al otro como un monstruo para que la monstruosidad ajena confirme la propia normalidad. Se trata de una necesidad imperiosa de afirmación identitaria por parte los «normales», que deben sentirse inseguros o insatisfechos con algunos aspectos de su vida. Para el caso que nos ocupa, pareciera que la mejor garantía de que existan sujetos heterosexuales consiste en construir sujetos homosexuales o «raros», es decir, en construir un «exterior constitutivo» de la normalidad. En este sentido, la homofobia construye la homosexualidad tanto como la heterosexualidad.

¿Y la dimensión social?
Ésta se refiere, por un lado, al carácter de aversión y ansiedad propios de la homofobia, y por otro, al conjunto de las actitudes cognitivas negativas hacia la homosexualidad a nivel social; moral, jurídico y/o antropológico. Para el pensamiento homófobo, no es un individuo homosexual el objeto de rechazo, sino todos ellos, es decir, que rechaza la homosexualidad entera como fenómeno psíquico y social. En este plano de análisis ya no está bajo vigilancia alguna persona en particular, sino –por ejemplo- la homosexualidad en sí misma, lo que implica que todos los homosexuales como «especie» quedan cubiertos por la red cognitiva de la homofobia; a un extremo que hasta hace relativamente pocos años se creaban leyes especiales para la homosexualidad, o se investigaba cuál era la mejor terapia aversiva para curarla. También se deriva de esta clase de homofobia la construcción de la homosexualidad como amenaza social, capaz de corromper la unidad de las familias, de disolver valores culturales, de atentar contra la supervivencia de la especie humana o de contagiar patologías a la población.

En lugares como Perú, se dice que aún hoy abunda la violencia homo, trans y lesbofóbica y que suelen producirse hasta crímenes por odio hacia la orientación sexual. ¿Qué cree que es lo que lleva a una sociedad a tener esta conducta?
La irracionalidad, nada más que la irracionalidad que despierta la diferencia. Pero, me gustaría hacer algunas precisiones: pensar la problemática de la homofobia implica abordar simultáneamente dos cuestiones… la de la «orientación sexual» y la de la «identidad de género». Por orientación sexual hemos de entender la predominancia de nuestros deseos eróticos (por ejemplo, heterosexual u homosexual), por «identidad de género» la forma íntima de nuestra subjetividad sexuada, es decir, la manera en que queremos expresarnos ante los demás con independencia de nuestra orientación sexual, ya sea como mujeres, como hombres o como andróginos. Por ejemplo, un joven con orientación homosexual puede sentir la necesidad de expresarse como mujer. He aquí uno de los grandes puntos para pensar la homofobia: la «discrepancia» entre las expectativas sociales asignadas al sexo y la imagen que las personas quieren dar de sí mismas.

¿Cómo define el término homosexual?
En la línea del pensador norteamericano Andrew Sullivan, yo utilizo el término «homosexual» para referirme a aquellas personas constitucional, emocional y sexualmente atraídas por personas de su mismo sexo. Aunque el término tiene una connotación clínica, es el más neutral de los disponibles.
Por el contrario, utilizo el término «gay» para referirme a aquellas personas que se identifican como homosexuales. Ambos términos pueden aplicarse tanto a hombres como a mujeres.

¿Cuál es su visión respecto de las uniones de hecho y de que una pareja de gays o de lesbianas adopten? ¿Cree que esto podría perjudicar a los niños?
Por favor, pongámonos del lado de los niños y las niñas. Lo único que ellos necesitan es amor. El resto del asunto de la adopción -por ejemplo que los padres sean gays o lesbianas- son asuntos de menor importancia, si están dispuestos a dar lo que los niños necesitan: amor. No caigamos en cuestionamientos falsos.

En Argentina particularmente, ¿cree que faltan avances legales o políticas públicas que favorezcan a la comunidad homosexual?
Existen, aunque son pocos y en su conjunto evidencian lo errático e indeciso de las políticas públicas al respecto. En el artículo 11º de la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aunque no se garantiza amparo legal a propósito de la identidad de género «se reconoce y garantiza el derecho a ser diferente, no admitiéndose discriminaciones que tiendan a la segregación por razones o con pretexto de raza, etnia, género, orientación sexual, edad, religión, ideología, opinión, nacionalidad, caracteres físicos, condición psicofísica, social, económica o cualquier circunstancia que implique distinción, exclusión, restricción o menoscabo». En la Ciudad de Rosario (Provincia de Santa Fe) existe una ordenanza (nº 6.321) que también prohíbe la discriminación por orientación sexual, entre otras.
La revisión para la derogación y/o modificación de las leyes provinciales mencionadas más arriba, se enmarcan dentro de las directivas que emanan de un documento del Poder Ejecutivo denominado «Hacia un Plan Nacional contra la Discriminación. La Discriminación en Argentina. Diagnóstico y Propuestas». Éste es del año 2005 e indica, en el Capítulo 5º, punto 17 que se deben «Derogar los artículos de todos los Códigos provinciales y municipales con figuras contravencionales ‘abiertas’ (falta de moralidad, escándalo en la vía pública, merodeo, prostitución, etcétera) que otorgan facultades a la policía para realizar detenciones sin intervención judicial previa».

¿Cómo observa la postura de la Iglesia en relación con este tema?
Espantosa, como siempre y aclaro: de Iglesia Católica y de la gran mayoría de las demás religiones establecidas. La Iglesia sigue sosteniendo la visión prohibicionista que Santo Tomás de Aquino desarrolló en sus escritos. El teólogo sostuvo que todos los seres humanos tienen una sola naturaleza y están destinados a cumplir finalidades únicas, entre ellas, la procreación: único motivo que fundamenta el ejercicio de la sexualidad.
No obstante, es evidente que no todos los seres humanos son heterosexuales por naturaleza, y que esto se ha manifestado en todos los lugares y en cualquier tiempo. Aquí comienzan los problemas en la teoría de Santo Tomás de Aquino, porque al basar la ley natural en la observación de la naturaleza, ha omitido observar que la homosexualidad siempre se manifestó a lo largo de la historia, es decir que –en los términos que él mismo propone- la homosexualidad es tan natural como la heterosexualidad, sólo que aparentemente desarrollada por un número menor de personas.
Desde hace casi tres décadas, al calor del movimiento gay, la Iglesia Católica ha tenido que seguir enfrentando esta enorme contradicción a la hora de detener la problematización pública de la homosexualidad y vetar la concreción de políticas públicas; comenzó a tener grandes dificultades para explicar cómo era posible que algo que era evidente ocurría de modo natural e incesantemente pudo llegar a ser profundamente antinatural y obrar contra la finalidad de la creación divina.

Desde hace diez años al día de hoy, ¿observa algún cambio de la sociedad a favor de los homosexuales?
En «La cuestión gay» sostengo que está en ciernes una sociedad transparente cuya lógica hace trizas las distinciones entre lo público y lo privado. También, una sociedad marcada como nunca por una profunda cultura del respeto a las elecciones individuales. Sin embargo, esa sociedad aún no vio del todo la luz porque debe enfrentarse con las vetustas certezas cognitivas legadas por la lógica social del patriarcado heterosexual, cuya textura está hecha de deberes en lugar de elecciones y por las distinciones consecuentes entre lo público y lo privado.
La coexistencia de ambas sociedades es fácilmente discernible si se realiza un estudio generacional que tenga como unidades de análisis gays y no-gays de -aproximadamente- más de cuarenta años, y gays y no-gays de –aproximadamente- menos de treinta años. Los gays del primer grupo han construido sus lazos de sociabilidad y su identidad teniendo como referente negativo y omnipresente al Estado y sus agencias represivas; en tanto que los no-gays del mismo grupo han visto en la homosexualidad los atributos negativos puestos a circular por el Estado y las distintas instancias de divulgación científica. Ambos han experimentado pánico frente a la homosexualidad.
Por el contrario, los gays del segundo grupo, han vivido su juventud crecientemente liberados de la referencia negativa del Estado en tanto agente represor, y construido lazos de sociabilidad más abiertos al calor de la visibilización de la homosexualidad. Por su parte, los no-gays de nueva generación han vivido su juventud una vez reinstalada la democracia y están entrando a la madurez en los tiempos en que la televisión trata recursivamente la temática; para ellos, los gays no representan una abstracción tan grande como antes. Por transición, es muy factible que ambos grupos de nueva generación no experimenten pánico frente a la homosexualidad.
Por supuesto, el atenuamiento del pánico trae consecuencias en relación a la discriminación. No queremos significar que en las grandes ciudades la discriminación ya no exista, sí queremos decir que las discriminaciones son otras (muy distintas).

 

 


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