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Ligado a la estirpe de los pioneros
de la medicina en la región, al margen de su calidad profesional
trabajó incesantemente como empresario de varios rubros apoyando
el crecimiento de su terruño.
En su elegante departamento del centro de la capital Neuquina, Elisa
“Elita” Portanko, esposa de uno de los grandes pioneros
de las ciencias médicas de la región, desgranó
recuerdos y anécdotas que engrandecen la tarea y la dedicación
de una generación de hombres y mujeres que nacieron y engrandecieron
la capital.
“Mi esposo tuvo la visión de construir el primer sanatorio
de la ciudad. La apertura del Sanatorio hizo que, en ese sentido,
fuera un innovador. Lo llamó “Sanatorio y Maternidad
de Neuquén” allá por el año 1948. Funcionaba
en la calle Catamarca al 200, denominación que fue cambiada
por Almirante Brown, y fueron habilitadas entre ocho y diez habitaciones
para la atención de los pobladores de la capital. A partir
del éxito que tuvo mi esposo, en sociedad con el Dr. Luis Ramón
y el Dr. Emilio Zingoni comenzaron la construcción de un nuevo
sanatorio con el mismo nombre del anterior, en la calle Rivadavia
250, edificio que se constituyó en la base del desarrollo posterior
del actual «Policlínico Neuquén». Por aquellos
años ya se habían reunido en la Cooperativa Conrado
Villegas para formar el Colegio Médico neuquino. Mi marido
fue el tercer médico de la ciudad –afirma Elita- Llegó
con todas las técnicas nuevas y fue el heredero de los mayores,
del Dr. Castro Rendón y el Dr. Ramón. Rafael fue el
número tres, pero con la característica de ser el primero
nacido en la ciudad. Además, Rafael había sido paciente
del Dr. Castro Rendón, como yo. Sería lindo que se mantuviera
en la memoria de la ciudad.”
Gran capacidad
“Mi esposo fue un hombre con mucha capacidad para programar
actividades que eran pioneras- indica Elita- porque no sólo
hizo el Policlínico aquí, sino también, en el
año 1956, en Cinco Saltos junto a los doctores Diego Benito,
Ricota y Rigoni, construyeron un Sanatorio con el nombre de esa localidad
rionegrina. Por muchos años trabajó en el hospital local,
después en el Policlínico y viajaba a Cinco Saltos para
las operaciones. Hay que tener en cuenta que no sólo era la
decisión de abrir un Sanatorio sino también empezar
los cimientos y además supervisar la construcción…Rafael
era médico generalista. Lo que más le gustaba hacer
era cirugía y partos. El Dr. Natalio Burd, de Centenario, derivaba
a sus pacientes para que fueran intervenidos quirúrgicamente
por mi esposo. Además, Rafael fue médico de la cárcel
de Neuquén y de los ferroviarios. En un principio los médicos
de la ciudad eran el Dr. Castro Rendón, el Dr. Ramón
y el Dr. Vitale a los que les tocó hacer de todo, también
atendían fracturas. Alrededor de la década del cincuenta
empezaron a venir nuevos médicos y vinieron muchos especialistas
convocados por él, como por ejemplo el Dr. Robiglio.”
Polifacético
Hombre polifacético, al margen de su actividad como médico
incursionó, en el año ’52, en sociedad con el
Dr. Andrés Linares, en la construcción de un barrio
de veinte casas ubicadas entre las calles Brentana, Chrestía,
Carlos H. Rodríguez y Juan B. Justo. Además desarrolló
una fábrica de dulces y conservas, “El Valle”,
con instalaciones en la calle San Martín 1250. Frutas de la
región fueron degustadas en el exterior ya que, con la marca
“Pendón”, colocó sus productos “for
export”. En esa época contaba con más de cien
empleados.
Su actividad comercial iba en paralelo con el ejercicio de su pasión
como médico. En 1960 con seis camiones de media y larga distancia
abrió su empresa de transportes.
En el antiguo edificio de la fábrica de dulces, en el año
1967 construyó cuatro modernos galpones y depósitos
dándole empleo a más de un centenar de neuquinos. Complementó
esta actividad con la producción agrícola de cinco chacras
ubicadas en Centenario y Cinco Saltos.
Coincidencias
“Cuando yo terminé la primaria en la Escuela Nº2
–indica Elita- mi papá, para que hiciera mis estudios
secundarios, me mandó a Buenos Aires. Y esa fue la consecuencia
de conocer a mi marido. A pesar de que aquí vivíamos
a una cuadra de distancia, nunca nos tratamos. Nos llevábamos
siete años de diferencia. Cuando yo era una niña de
diez años él era un muchachito de diecisiete ya con
novia, y qué se yo. Cuando yo fui allá a los dieciséis
años, él ya era practicante. Yo terminé la secundaria,
estudié tres años en la facultad de Filosofía
y Letras y él terminó su carrera, en 1945. Nos casamos
en el mes de agosto en Buenos Aires y pocos meses después regresamos
a Neuquén. Yo fui para hacer el colegio secundario en Buenos
Aires a la casa de una tía de él, la tía María
que era hermana de la mamá de Rafael. El esposo de la tía
era ferroviario, amigo de mi padre –sostiene Elita- Pasó
una cosa, él era muy celoso, ya había bailado todo lo
que quería y yo todavía no había empezado. Fue
un noviazgo de siete años hasta que Rafael se recibió
de médico. Ese tiempo nos sirvió para conocernos mejor,
superando problemas que pueden surgir en una relación de pareja.
Es mucho más fácil que cuando uno está casado.”
Ocho hijos
“Tengo el arquetipo de madre. Cuando era chiquilina en la Colonia
Ferroviaria las vecinas que tenían bebés me decían:
«Elita, vení por favor, dormímelo porque con vos
se duerme y yo no puedo». Es algo que está en mí,
la capacidad natural de ser mamá- indica Elita desovillando
sus recuerdos- Con Rafael tuvimos algunas coincidencias ya que él
era prácticamente hijo único porque a su hermano Roberto
le llevaba doce años de diferencia. Y yo, también le
llevo a mi hermano Norman doce años. Siempre digo que Norman
para mí fue mi primer hijo. Otra coincidencia con Rafael es
que a los dos nos gustaba el nido lleno. El nido que se convirtiera
en una familia. Yo me dediqué a cuidar el nido y él
se dedicó a trabajar. Trabajaba mucho; también incursionó
como empresario porque tuvimos un galpón de empaque”.
Hogar, dulce hogar
“La primera casa donde vivimos fue en Independencia y Diagonal
25 de mayo. La casa está tal cual, entera, allí funciona
una escribanía. Cuando vivíamos allí, la calle
era de tierra y mi hija mayor, María Elisa “Tati”,
a los tres años, se me escapaba por el garaje y se iba a la
vereda de enfrente, a lo de los vecinos. Y después de ahí,
nos mudamos a nuestra casa de toda la vida, en la calle Santiago del
Estero 178, la casa está tal cual, y en la actualidad funcionan
oficinas de la provincia.”
Sobre la mesa, ordenadas, están las fotografías que
atesora la familia. “Tati” y Roberto acompañan
a Elita en los detalles y las emociones de cada momento en el recuerdo
de Rafael.
“La economía familiar era así, yo gastaba, él
ganaba. Siempre tuve el dinero disponible. Muchas veces él
me comentó, cuando se iniciaba algún emprendimiento
nuevo: “Mirá, yo puedo avanzar en estas cosas porque
vos me cuidás la espalda”.
Su consultorio particular estaba en casa. Y cuando recién empezó
a trabajar como médico en la ciudad que lo había visto
nacer y crecer, yo lo acompañaba a las visitas domiciliarias.
Era uno de los pocos momentos en que compartíamos algo. Él
vivía entre el Hospital, el Policlínico y el Sanatorio;
teníamos poco tiempo para charlar. Cuando tenía que
ver algún paciente en Colonia Valentina o cerca de Plottier
lo acompañaba conduciendo el auto. Recuerdo que en una ocasión
vino muy afectado porque le había tocado actuar en un parto,
en un rancho, sobre piso de tierra. A veces suena ridículo
decirlo, pero eso sucedía muy a menudo en aquellos tiempos.”
El «Morris»
“La familia iba creciendo, había que llevar chicos a
la escuela, moverse, y en uno de mis cumpleaños Rafael me regala
un «Morris», un autito hermoso. Por supuesto, no me enseñó
a manejar él sino un vecino. Además, pasa eso, para
enseñarle a otro a manejar hay que tener paciencia y Rafael
era un hombre muy ansioso. Él tenía su auto y yo tuve
el Morris mucho tiempo. Él, en la medida que sus actividades
se lo permitieron, iba cambiando de auto, prácticamente todos
los años, por modelos nuevos. Había una camioneta que
manejaba un chofer. Mis hijos se llevan muy poca diferencia, un año
y medio o dos años, y había que tener ayuda para la
movilidad que hacía falta para “la pandilla” de
la casa. Y nos acompañó un señor, Julio Benegas,
durante por lo menos veinte años. Cuando me veían muy
enredada con los chicos, Benegas los llevaba a dar una vuelta. Justamente
todas esas cosas de comprar o vender lo hacía Rafael; yo recibía
lo que me ponían en la puerta, en ese caso fue el Morris. Pero
me acostumbré a andar con la independencia que da el auto,
en la actualidad sigo manejando, tengo mi auto. Cuando no lo tengo
lo extraño mucho. Mi vida fue siempre muy activa, muy ocupada,
con muchas actividades, con muchas responsabilidades.”
Anécdotas
“El director de la Escuela Nº 61, Enrique Bonet, papá
del médico Alberto Bonet, se ofreció a venir a casa
por las mañanas a revisar los cuadernos y los deberes cuando
ya había unos cuantos de nuestros hijos en edad escolar”-
memora sonriente Elita- La cocina era mía. Cocinaba yo porque
era complicado el tema. Era más difícil enseñar
a hacerlo, que hacerlo yo misma. Me ayudaban en la parte de la preparación,
pero la comida la hacía yo. Rafael no tenía un plato
favorito. Él venía de una familia muy a la italiana,
comía mucho y mal. Por eso él era gordito. En cambio
yo venía de una familia más europea, yo conocía
el yogur, conocía la kombucha, que preparaba mi papá.
En mi casa se comía como lo que hoy se pregona que es lo más
sano. Yo seguí con esas costumbres alimenticias y mi marido
así se sentía muy bien. Había mucha comida sana.
Yo tenía tres platos para preparar. Para los chicos un menú,
para mi esposo otro, y para mi suegro que vivía con nosotros
otro menú diferente .
Éramos quince personas al mediodía y otro tanto a la
noche, pero nunca sentí que fuera pesado o que no lo pudiera
hacer. Los fines de semana teníamos una chacra. En un momento,
cuando teníamos el galpón de empaque, teníamos
cinco chacras. Hacíamos todo un recorrido por las chacras.
Teníamos chacra en Cinco Saltos, en Centenario mantengo una
que es el “club de la familia” donde nos reunimos para
los cumpleaños y los casamientos; ya somos más de setenta
en la familia.”
Amigos
“Nosotros éramos un grupo muy unido –indica Elita-
en ese momento, con los colegas de mi marido, los doctores Zingoni,
Ramón, Focaccia, Chrestía, Planas, había una
forma de compartir. Nosotros nos reuníamos todos los sábados
a cenar en una casa o en otra. Y después los hombres se ponían
a jugar a las cartas, pasaban el rato. Y las mujeres tejíamos,
charlábamos, criticábamos, hasta que a mí me
llegaba la hora de darle el pecho al más chiquito, así
que nunca podía terminar ninguna reunión. Porque siempre
vivimos así, yo en la casa con los chicos y él con su
trabajo.
Homenaje pendiente
Tati, la hija mayor del Dr. Rafael Vitale y su reflexión:
“Fue muy importante el trabajo que papá hizo en muchas
esferas. Y por ahí, siento que quizás se van perdiendo
esas historias de Neuquén de antes. Todavía nos encontramos
con muchas personas a las que papá operó o atendió
en el nacimiento. Papá tuvo el mérito de ser el primer
médico de Neuquén, nacido en la ciudad. Entonces me
parece que sería importante que quede algún recuerdo
en alguna calle, en alguna plaza, en la fuente nueva. Por ejemplo
en este caso, a esa fuente tan linda que está en la rotonda
de la Ruta 7, llega la calle Dr. Ramón. Mirá qué
lindo sería que esa fuente se llamara Dr. Rafael Vitale. Así
quedarían inmortalizados los dos grandes médicos que
también fueron grandes amigos y se encontrarían como
siempre, juntos, como un símbolo de amor a Neuquén”
Bien neuquino
Nació en Neuquén capital el 21 de febrero de 1915.
Sus padres, Félix Vitale y Dolores González.
Sus abuelos llegaron a Neuquén alrededor de 1904, María
Santana y José González Fleitas, tropero.
Egresó en 1927 de la Escuela Nº2
Estudios secundarios: Colegio Pío IX, Capital Federal.
Se recibe de doctor en medicina, en la Universidad de Buenos Aires,
en 1945.
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