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Aldo Luis Robiglio nació en la Capital
Federal un16 de diciembre de 1930. Hijo de Juan Bautista y María
Tascherio pasó su infancia en su barrio natal, Parque Chacabuco,
con mayor precisión, sobre la calle Puan.
“Nací en la casa de mis padres. La partera, que se llamaba
Marieta decidió que yo me llamara Aldo. Y cuando llegué
a Neuquén observé que se mantenían también
estas costumbres. A los recién nacidos les ponía la
partera el nombre, o los padres les ponían el nombre del partero”.
En su casa del Alto neuquino, Robiglio se explaya acerca de temas
que hacen a su vida y su trayectoria dentro de la región.
“Tuve un hermano, médico también, Claudio Juan
que era doce años mayor. Los dos estudiamos en la Universidad
de Buenos Aires. Cuando mi hermano se recibe de médico, era
reservista del Ejército y es convocado, pero no quería
porque él era médico civil. Al aceptar la convocatoria
finalmente lo convierten en médico militar. En ese momento
había dos lugares de destino para elegir que eran Chaco y Neuquén,
y a él le aconsejaron venir para Neuquén.”
Comienza la historia
“Al tiempo vine yo –afirma Robiglio- Me recibí
en 1955 y comencé a ejercer aquí el 11 de febrero de
1956. Al igual que mi hermano tenía alma de médico rural.
Nosotros hacíamos toda la medicina que podíamos hacer
en ese momento. Si había una fractura, había que atenderla,
si había que hacer cirugía, la hacíamos. Después,
con el correr de los años yo me especialicé en imágenes.
Cuando vine, mi hermano había sido echado de todas partes cuando
vino la revolución, porque él había sido secretario
de la gobernación, durante el gobierno del Dr. Pedro Luis Quarta.
Y después se fue a Buenos Aires a estudiar filosofía
y psiquiatría y llego a ser profesor adjunto de psiquiatría.
Falleció en Buenos Aires muy joven a los 45 años”.
Trabajo y familia
«Aquí conocí a mi señora, Nori Da Roda,
me casé en el ’58, su familia venía de Martínez,
provincia de Buenos Aires. En esa época yo era médico
del Hospital, médico de reconocimiento. Ahí sí
estuve muchos años en el servicio de radiología hasta
el ’78 en que renuncié. Comencé justamente en
la calle Rivadavia, donde ahora está el «Restaurante
Cabildo», ahí tenía mi consultorio y mis equipos
de radiólogo. Antes trabajábamos todo el día,
a la mañana en el hospital, a la tarde en el consultorio y
después hacíamos las visitas domiciliarias. Además,
en el hospital una semana atendíamos hombres, otra semana mujeres
y en la siguiente, niños -las imágenes pasan por su
memoria con la misma rapidez con que Robiglio las convierte en palabras-
En un pasillo muy ancho se improvisó la sala de niños.
Como no había mucha plata para pagar personal y no había
muchas enfermeras especializado, las madres se quedaban con los chicos
y dormían en la cama con sus hijos. Era verdaderamente un hospital
de campaña. Muy precario, pero bien; se trabajaba bien, era
muy romántico, era otra época. Nos manejábamos
muy distinto. En la actualidad las prácticas médicas
son costosísimas y hay mucha tecnología. Antes había
que suplir, en mayor o menor medida, con la parte privada que significaba
el equivalente de otro sueldo. Pero el día que no se trabajaba
no se cobraba. Nosotros decíamos que las vacaciones nos costaban
el doble: lo que gastábamos y lo que dejábamos de ganar.
En el año ’66 Onganía socializó la medicina.
La única profesión socializada en este país es
la medicina, donde el estado marca. Por eso, en cierto sentido lo
privado también está marcado por el estado, con el que
hay que pactar los aranceles. No es tan fácil. Las mutuales
pagan cundo quieren y como quieren. Así que el grupo médico
pasa a financiar las prestaciones».
Sin nada
«Yo vine a Neuquén como todo el mundo, sin nada. Y con
deudas, porque había que comprar cosas, había que comprar
equipos en una época en que se podía comprar y pagar.
Yo me siento agradecido a Neuquén porque aquí desarrollé
mi profesión, formé mi familia. Neuquén me dio
de vivir y yo estoy agradecido. Y cuando yo tenía 42 años
me vinieron a ver para ver si yo quería ser Intendente. Y esa
es una edad muy especial porque entre los cuarenta y los cincuenta
es la época en la que el hombre se realiza. Una vez que acumuló
cierta experiencia, cierto conocimiento el hombre quiere proyectarse.
Entonces, se dio esa edad especial y mi deuda de gratitud de devolver
todo lo que había recibido, entonces dije que sí».
24 de marzo
«Y fui intendente desde el año ’73 hasta que finalmente
nos echaron el 24 de marzo de 1976. Ese mismo día volví
a mi casa y terminé de pintar un cuadro. Y lo tengo ahí
con fecha de ese mismo día. Y es un cuadro de una calle de
España donde estuve en el año ‘75 cuando fui a
hermanar la ciudad de Almería con Neuquén. Aquí
había muchos nativos de esa ciudad. Le aclaro que lo pagué
todo yo, de mi bolsillo y tuve el honor de estar con el alcalde. Conmigo
iba a viajar un grupo de españoles radicados en Neuquén,
pero luego no se llegó a concretar. Recapitulando, el 24 de
marzo del ’76 yo estaba en la intendencia. Dos o tres días
antes ya sabíamos que eso iba a suceder. Y da la casualidad
que quien toma la intendencia es un coronel, que me estimaba muchísimo,
el coronel Pastor, una excelente persona. Estaba muy agradecido porque
yo había atendido unos años atrás a uno de sus
hijos que estuvo muy grave, creo se llamaba Alexis, que después
se puso bien. Imagínese que nosotros hacíamos visitas
domiciliarias a todos, sin excepción».
Movimiento
«Yo no puedo decir ahora que soy apolítico, porque soy
del Movimiento Popular Neuquino. Yo antes era apolítico porque
de política no entendía nada, ni pensaba en la política.
Y nunca fui político porque a mí me gusta hacer. Me
gusta estar en la parte ejecutiva. En el ’83 se hace la apertura
democrática y don Felipe me llamó y me dijo “acompáñeme”.
Y a don Felipe no se le puede decir que no. Y yo estaba muy consustanciado
con él. Porque el Movimiento, quería a Neuquén,
queríamos a la gente, era un sentimiento ser del Movimiento.
Y había de todo, había intransigentes, peronistas, y
yo que era apolítico, no tenía partido y me hice del
Movimiento y soy del Movimiento y me moriré siendo del Movimiento.
Fue un gran gusto formar parte del gobierno porque era una época
en la que teníamos que hacerlo todo. Recordemos que era un
momento en que recién comenzaba la provincia. Porque cuando
yo llegué era Territorio que dependía del Ministerio
del Interior de la Nación. Lo mismo pasó con el Chaco,
con La Pampa. La verdadera provincia se hace cuando se reúne
la Asamblea Constituyente y cuando se formalizó la gente lo
vivió con mucho entusiasmo porque se comenzó a tener
autonomía. Por primera vez se comenzó a comprender qué
era la democracia, y todavía hoy nos falta mucho para llegar
a ser un pueblo democrático. Hay gente que cree que tiene todos
los derechos pero se olvida también que tienen todos los deberes;
porque los derechos hay que saber ganarlos».
Memoria
«Mi hermano estaba en primer año de la facultad, yo vivía
con mi madre que decidió hipotecar la casa de Parque Chacabuco
y con esa plata alquilar un piso en el Barrio de Once, en la calle
Sarmiento, entre Larrea y Paso. Y fue y compró las sábanas
y armó una casa de pensión. Por eso yo siempre digo
la mujer... La mujer siempre salva la familia, la mujer es una imposición
natural que tiene de juntar la prole. A veces hay algunos padres que
agudizan el ingenio, pero por lo general eso lo hace la mujer. Mamá
puso la casa de pensión, yo me encargaba de hacer los mandados,
limpiaba la cocina, le pasaba viruta al piso y más de una vez
me clavé una astilla. Y uno de los pensionistas vio que yo
dibujaba y entonces se le ocurrió que yo podía aprender
dibujo publicitario. Tendría 10años. Mi mamá
me inscribió en una Academia de Dibujo que había en
Avenida de Mayo y Piedras, justo en la boca del subte. Mamá
me daba diez centavos para el viaje y yo me colaba en los colectivos,
que en aquel entonces tenían una rueda de auxilio. Allí
me agarraba del neumático, y siempre con la cabeza baja para
que el chofer no me viera por el espejito retrovisor. Cuando llegaba
a la esquina me bajaba donde estaba la garita del agente de policía.
Mi madre tenía alguna sospecha porque me conocía y fue
a ver qué pasaba conmigo en la Academia, entonces me sacó.
Ahí se terminó el dibujo publicitario. Sin embargo fue
ahí donde aprendí a pintar con la aguada que hacíamos
con tinta china en barra que, la diluíamos, y con eso se pintaba,
lograba unas tonalidades muy lindas. Después, a los catorce
años, empecé a trabajar en la Cámara Argentina
de Comercio, ubicada entre Avenida de Mayo e Hipólito Irigoyen.
Para trabajar me tuve que poner los pantalones largos que antes había
que ganárselos. Mamá me llevó a la sastrería
“Muro” y me compró un traje y una camisa con dos
cuellos duros. En la Cámara de Comercio estuve trabajando hasta
los 22 años. Hice todo el Nacional en el Colegio Mariano Moreno
y parte de la Universidad trabajando. Me recibí de médico
a los 25 años y de inmediato vine a Neuquén».
Pintar al óleo
«Acá me pongo a pintar solo. Hice réplicas de
Velásquez. Me fui a Bellas Artes, para verlo a Saraco, me presenté
y le dije que yo quería pintar pero tenía muy poco tiempo
porque tenía que atender el consultorio y el hospital. Y me
dijo que, lamentablemente, así no se podía estudiar
pintura.»
En el living de su casa, decorada con sobriedad, y poblada de óleos
pintados por Robiglio, continúa relatando sus inicios en el
arte de manejar el pincel- De ahí salí y veo a una profesora,
una de las chicas de Elissetche, yo atendía al padre y a ella
la atendió mi hermano y con el tiempo le traje unos sobrinos
al mundo. Eran otros tiempos cuando el médico iba a la casa
y entraba así nomás, saludaba e iba hasta la cama donde
estaba el enfermo. Elissetche siempre tenía una mesita con
jarrones y aprendí cómo se pinta al óleo. Entonces
me fui a la Casa Falleti, que tenía la misma librería,
me compré de todo, me fui a mi casa esa misma noche, agarré
la «Singer» de mi madre, que todavía guardo, con
la que aprendí a coser a máquina, y la usé de
atril. Puse un jarrón, un paño rojo y un frasco de aceitunas
y empecé. Ahora me siento casi un autodidacta. Y así
comencé a pintar. Después seguí copiando obras
de autores clásicos, siempre que podía, pintaba. Como
ésta, tengo muchísimas anécdotas de mi vida como
médico. Estaba atendiendo a un chiquito que se moría,
y cuando llego a la casa, la madre estaba preocupada. Yo pensé
que algo malo había sucedido, pero ¡estaba con el curandero!
Entonces entro, lo saludo y le digo: «¿Usted qué
opina?» Lo escuché y le dije: «Mire, hay una sola
cosa, este chico está grave, hay que salvarlo. Vamos a hacer
lo que dice el señor y vamos a hacer lo que digo yo. Y que
Dios nos ayude y que el chico se salve, no importa quién lo
salve». En aquel entonces los chicos morían porque había
toxicosis, una infección aguda, que los deshidrataba. Lo provocaba,
por ejemplo, la mamadera sucia. La gente no tenía agua corriente
ni posibilidades de hervirla».
Cumplen 50 años
«Justamente en Neuquén había que formarlo todo
porque no había nada. Los médicos que estábamos
acá dijimos bueno, vamos a conocernos bien y a entendernos
bien en el ejercicio de nuestra profesión. Cómo podemos
mejorar, qué ateneo se puede hacer, y defender lo que es nuestro
medio de vida.
Y así fue que se formó el «Colegio Médico»,
pero no participaron todos, creo que éramos doce. Y los otros
cinco o no entendieron el tema o no les interesaba, y directamente
no participaron. Yo veo en la actualidad a los nuevos médicos,
con una gran fuerza y entusiasmo».
Alma de artista
Una de
las grandes pasiones de Robiglio es la pintura. Varias de sus
obras fueron premiadas.
Amante de las artes plásticas, el Dr. Aldo Robiglio donó
a muchas instituciones de Neuquén varios de sus trabajos. En
la Catedral María Auxiliadora el cuadro de la Virgen de Guadalupe
se encuentra a metros del altar. La capilla de Lourdes, del padre
Ítalo cuenta con cinco cuadros obsequiados por Robiglio. El
asilo de ancianos de las Hermanitas de los Pobres posee otra pintura
de Robiglio, la «Virgen de los Dolores» como así
también el Rotary Club exhibe el retrato de su fundador Paul
Harris, con la firma de Robiglio. Varias de sus obras se encuentran
exhibidas en Chos Malal y realizó especialmente dos retratos,
uno para don Felipe Sapag y otro para el ingeniero Pedro Salvatori.
En la recepción del Policlínico Neuquén, está
expuesto casi como un mural un cuadro de gran superficie que representa
una clase de fisiología de la época victoriana, en un
lugar digno de ser visitado para admirar las virtudes plásticas
del autor.
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