Graciela Capo recibió el
60% del hígado de su hijo Matías Soto, tras una operación
que se hizo en la Fundación Favaloro y que duró doce
horas.
Neuquén, por Silvio Ricci> Hace 29 años
Graciela Capo daba a luz a Matías el primero de sus seis hijos.
Y por esas paradojas de la vida, 22 años después, ese
primer hijo del matrimonio entre Graciela y Luis, le devolvía
la vida a su mamá. Una hepatitis fulminante la dejó
al borde de la muerte y su única salvación era un trasplante
hepático y «el salvador» fue justamente su hijo
Matías, ese que 22 años antes veía la luz de
la vida al salir del vientre de su madre.
Por aquella época, y también, hoy en día, mucha
gente se sorprende por la actitud de ese hijo de regalarle su vida
a la madre, pero para Matías es algo «casi normal»,
como si fuera una obligación: «cuando me enteré
que podía donar, ni lo dude», recuerda, este amante de
las motos y de los autos, de 29 años, al que no le gusta que
lo elogien por el gesto que tuvo hace siete años. Es más
hasta se sonroja cuando su mamá afirma «mi hijo me devolvió
la vida».
Una larga espera
En el año 1999 Graciela fue a hacerse unos estudios para operarse
de las várices y le detectaron que estaba muy alto colesterol
y la bilirrubina, y por eso no la podían operar. «Algo
raro había. Entonces me hicieron un hepatograma y ahí
dio que tenía hepatitis C», recuerda.
Y a partir de ese momento comenzó casi un calvario para Graciela:
«tuve que estar tres meses en reposo, después se hicieron
seis, un año. Estaba muy mal. Me hicieron un tratamiento de
comidas, de medicamentos y reposo (todo acá en Neuquén).
No podía ir a trabajar, no podía dormir, me agarraba
una tremenda picazón en todo el cuerpo. Así estuve todo
un año hasta que entro en lista de espera para trasplante cadavérico»
Ese amor de hijo
Los meses, los años (llegaron a ser tres) pasaban y la vida
de Graciela se apagaba (estaba 6.000 de una larguísima lista
de quienes esperaban un donante), hasta que surgió la posibilidad
de hacer un transplante relacionado (o sea de vivo a vivo) y la primera
que apareció fue la hermana de la señora Capo, pero
surgió una anomalía en su higado y se descartó,
«fue un verdadero bajón», evoca Graciela.
Pero ante este contratiempo, y si dudarlo un segundo Matías
se fue a Buenos Aires, a la Fundación Favaloro donde estaba
su madre y se internó con ella para darle su hígado,
ya que era compatible, «como existía la posibilidad,
yo ya estaba preparado, pero como estaba mi tía nunca me imaginé
que iba a ser yo el que le daría el hígado a mi mamá.
Tuve que dejar el trabajo (pero cuando volví lo seguí
teniendo)», comenta Matías, que recuerda todo con una
precisión exacta, casi como un profesional hepático.
¿Tuvieron miedo?
M: No, simplemente un poquito de cosa de cómo iba a ser el
después, de cómo saldría todo.
G: Si, porque no quería que mi hijo sufriera y yo se bien lo
que sufrió Matías.
Pura felicidad
Tras doce horas de operación a cargo de los doctores Federico
Villamil y Gustavo Podestá, Matías despertó en
perfectas condiciones, «aunque bastante dolorido», aclara
el dador, quien recuerda «ni bien me desperté pregunté
por ella». Obviamente, en otra sala de terapia intensiva, Graciela
preguntaba insesantemente por su «nene».
¿Qué sintió Graciela?
No lo se. Lo único que siento es el de agradecerle
día a día a Matías el haberme devuelto la vida
(ella se ríe y Matías hace un gesto como diciéndole
«mamá dejate de joder, si lo que hice yo lo hubiese hecho
cualquiera»).
Tras la operación llegó el momento de la recuperación
la cual llevó un largo tiempo para Graciela, con viajes de
Neuquén a Buenos Aires cada tres meses, con todo lo que eso
implica, sobretodo en lo económico, y respecto a eso Graciela
no se olvida del Instituo de Seguridad Social de Neuquén: «se
portaron diez puntos con nosotros, al igual que el intendente Horacio
Quiroga».
Imborrable
Poca gente en el mundo tuvo la posibilidad a uno de los personajes
más relevantes de la historia argentina, el doctor René
Favaloro y los Soto tuvieron ese enorme privilegio: «una persona
mágica, sencilla. Una pérdida enorme para el país»,
recuerda con orgullo.
Hoy la vida de los Soto está plagada de felicidad. Están
todos juntos, y todo gracias a esa palabra tan sencilla y a la vez
enorme, amor.
Una experiencia de vida
Neuquén>
Se nota a primera vista que Matías es de esos pibes de barrio,
humilde, al igual que toda la familia Soto, y el joven recuerda las
cosas que pasaron tras la donación: «yo lo que menos
quería era salir en los diarios y todo eso, es más me
ofrecieron plata, trabajos, de todo, para darle la primicia a un canal,
a un diairo o a una revista. Pero lo mío son las motos y no
iba a salir de mi hábitat. Al final salí en los medios
solamente para concientizar a la gente de la importancia de donar».
|