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Por LUIS CASTILLO / FOTOGRAFIAS: CLAUDIO
ESPINOZA Y FABIAN CEBALLOS A pesar de estar rodeados
de tantas miserias, humanos si se quiere, los chicos se toman un tiempo
para entrenerse jugando a los dados.
Neuquén > “Lo único que no sale acá
es la felicidad”. La frase poco alentadora pero sincera y hasta
contundente es de Héctor, un pibe de 18 años que vive,
se alimenta, se viste y trabaja de la basura. En la meseta de Nueva
Esperanza, ubicada a pocos kilómetros de la Ruta 7camino a
Centenario, se encuentra uno de los basureros más grandes de
la capital. Allí abundan aves de carroña, que vuelan
en permanentes círculos durante horas y son parte de un cuadro
desolador. Héctor y sus amigos junto a otras familias pasan
días hurgando en montañas de desperdicios y haciendo
guardia a la espera de los camiones de la empresa privada encargada
de la recolección de residuos y contenedores ,y los camiones
contratados por los hipermercados que arrojan los alimentos y productos
en mal estado.
Junto a Héctor está Miguel, de 32 años, proveniente
de Chubut, y que frecuenta el basural desde hace 10 años. Los
rasgos marcados en su cara delatan una vida que le pegó duro.
Realmente aparenta ser más grande. Sin embargo, parece feliz,
o al menos, es lo que intenta.
Ambos se entregan amablemente a desnudar su vida y sueltan una frase
contundente entre risas e ironía. “Bienvenidos al shopping”,
donde “primero hay que pegarle a algunos para que coman y después
hay que pegarles para que dejen de hacerlo”, sentenció
Héctor, que luce sus manos casi negras y manchadas por la faena
a la que se dedica diariamente.
El shopping o el “Cachu” -por “cachureo” tal
como lo denominan los jóvenes y las familias que arriban al
lugar -, son montañas y montañas de lo que comúnmente
se denomina basura. La misma se halla dispersa por todas partes en
un perímetro que abarca casi una manzana.
Sin embargo, estos productos impuros son el alimento de cada día
y, a su vez, funcionan como sustento de vida. “Acá podés
encontrar lo que quieras”, suelta Miguel mientras alrededor
suyo, a escasos metros, el movimiento persistente de personas busca
algo que les sea útil.
Productos y precios
Desde carne asada, obviamente en bolsas de residuos provenientes de
algún hogar, a plásticos, papas con poca descomposición,
hierro, cobre, papel, vidrio, yerba, herramientas, paneles de madera,
ropa, reproductores de CD y todo lo que uno se pueda imaginar, sirve
y se cotiza en este shopping.
Según Héctor, además de juntar comida también
se recolectan materiales para vender y ropa que esté en buen
estado. Para esta tarea, el grupo de los “Zánganos”
- tal como se autodefinieron - llena bolsas y bolsas para canjear,
luego, por unos pesos.
De acuerdo a la tabla de valores que se utiliza, la bolsa de arpillera
con vidrios tiene un valor de $ 1.50 , mientras el kilo de diario
y trapos vale desde $ 0.15 hasta 0.30 centavos, respectivamente.
Los más cotizados son los bolsos de un kilogramo de aluminio
a un costo de $4 y de cobre que pueden valer hasta 10 pesos.
Rareza para algunos o sorpresa para otros, los ataúdes son
una presa codiciada por estos “cirujanos de la basura”,
ya que su estructura posee hierro y manijas de aluminio.
Otro de los bolsones que se llena es el de comida para los chanchos
que se vende a un precio de $ 2.50 .
“En este mundo todo es plata. Todo tiene su valor. El otro día
un compañero que andaba necesitado vendió una carpa
a 20 pesos”, dice Miguel, quien vive en el bajo, palabra que
utilizan para describir a los barrios periféricos al basural.
Habitantes, clientela y horarios
En esta comunidad, donde hay códigos, respeto y “nadie
se queda sin comer”, según afirma categóricamente
Miguel, las personas que llegan a pasar semanas en el basural provienen
de barrios como Cuenca 15, Los Hornos, Belén, Almafuerte, Gran
Neuquén, Hipódromo, Toma Norte y Alto Godoy. También
están los que llegan desde Centenario y Vista Alegre, como
es el caso de los mellizos Rubén y Daniel de 15 años
de edad.
Miguel, conocedor de los movimientos de la zona, comenta: “La
mayor cantidad de gente se puede ver por la mañana. Algunos
llegan en autos, en carros tirados por un caballo y otros a pie”.
En ese horario se puede dar con algunas “prensas”, nombre
con el cual ellos denominan a los camiones de basura que arriban al
lugar para hacer su descarga.
Preciado contenedor
La hilera de polvo a mil metros da la señal de que
se aproxima el esperado contenedor. Ni bien lo divisan, todos se preparan
para asaltarlo. Se lanzan sobre el vehículo como si se tratara
de una presa. Los niños y jóvenes más osados
se trepan y se cuelgan mientras el automotor maniobra para la descarga
final.
Estos transportadores de basura están bien identificados de
acuerdo al número que llevan impreso a sus costados. Experto
en el tema Héctor manifiesta: “La prensa dos mil cinco,
seis y tres vienen del centro. Ahí podemos encontrar todo lo
que viene de los restaurantes y parte de verdura del hospital. Algunas
pastillas como Azepan o Rivotril que también se buscan para
consumir”.
“De domingo a martes la prensa (camión de la basura)
llega a las doce y media de la noche. De miércoles a viernes
vienen entre las 2 y 6 de la mañana. Después están
las tazas (container) que no tienen horario y tiran paneles o maderas”,
describe Héctor que conoce la hoja de ruta como nadie.
Por supuesto, los más esperados son los camiones que provienen
de los hipermercados. Precisamente, Rubén de 15 años
se encargó de informar: “Los de La Anónima caen
a las siete de la mañana. Los de Jumbo a las siete de la tarde”.
Estos arriban con alimentos vencidos. Sin embargo, los jóvenes
no se hacen problema ya que se dan cuenta de qué puede ser
o no comestible.
Respecto a la alimentación, Martín de 29 años
expresa: “Si te cagás de hambre es porque no te la rebuscás
y sos un pancho. A veces es como una lotería. Pero hemos encontrado
pollo, salchichas y hasta carne que se puede comer. Acá siempre
hay papeo (comida)”.
De acuerdo con algunas anécdotas que comentaron el grupo de
“Los Zánganos”, cuando la suerte acompaña
hacen algún que otro asado. Mientras alcance nadie se queda
sin comer. Como si fuera una máxima del Martín Fierro
todos están de acuerdo en que en el Shoping “se comparte
todo menos la mujer”.
De todas maneras cuando la comida no abunda el mate y el “faso”
es lo único que hay para pasar el día o la noche.
Martín que viene al basural desde hace cinco años explica:
“acá hay laburo para toda la vida. En el bajo no pagan
bien. Como saben que somos pobres casi todos se aprovechan”.
Uno de los mellizos también da su opinión al manifestar:
“solamente vivís del aire. En este lugar sacás
comida, ropa y hasta vicios como el cigarrillo. Acá nada te
llama la atención. Sale de todo”.
Entre otra de las declaraciones sobre lo que significa el basural
para muchos de los jóvenes que subsisten y apalean el hambre,
Miguel comenta con una pizca de ironía pero conciente de su
realidad: “acá no hay doctores y nada por el estilo.
Somos todos cirujanos. Hasta que me muera pienso seguir viniendo.
Con algunos pesos que rescato come hasta mi familia”.
Los testimonios son poco alentadores pero auténticos. Se puede
pensar horas cómo un pibe de 15 años se encuentra sumergido
en la desolación sin ningún tipo de sueño. Sin
ninguna esperanza. Sin la inquietud de buscar algo mejor para su vida.
Pero, a pesar de todo tipo de análisis, preguntas, estudios,
diagnóstico que se pueda hacer, la pobreza es la única
razón que los deposita en un basurero. La pobreza que no les
da oportunidades ni opciones.
Quizás, ante las urgencias y necesidades se entregan a este
tipo de vida. Precisamente, Martín y Miguel, los mayores del
grupo simplifican el tema: “Nosotros fuimos al colegio. Hasta
el secundario llegamos. Pero cuando hay hambre tenés que salir
a buscar algo. Podríamos meter caño (asaltar) que es
más fácil pero ¿para qué? Si sabés
que podés dejar tu vida. Cada uno elige. Si laburás
de otra cosa te pagan 200 ó 300 pesos. En este lugar, sacás
más o la misma plata con lo que podés llegar a vender.
Sabemos que nuestra vida va a ser así. Somos pobres y vivimos
de la basura”.
La mirada y la cara de ambos son de resignación. No hay signos
de esperanza. Sólo viven el día a día. Lejos
de todo. Lejos de las noticias que poco interesan o bien que no llegan.
Ironía del destino. En un lugar cerca de un barrio denominado
Nueva Esperanza y mientras se planifica un shopping en los altos de
la ciudad (sobre calle Doctor Ramón).
En un mundo desconocido para muchos y no muy lejano ya existe el primer
shopping de la capital. En el que se encuentra de todo. Menos felicidad.
Cerca de la tragedia
En el 2003 la tragedia estuvo cerca. Es que uno de los tantos chicos
que se trepa al camión en su arribo al predio fue alcanzado
por la prensa en momentos que se estaba descargando la basura. Como
resultado el niño tuvo fractura de pelvis. Respecto a la desgracia
con suerte Martín dijo: “todos se apuran para agarrar
lo mejor. Pero eso pasa por “golosina” (ambicioso). El
“Mono” fue el que fue apretado por la prensa. Fue hace
cuatro años o cinco”.
Otro de los casos que también no hace mucho pudo cobrarse una
vida fue cuando otro de los chicos fue golpeado por una “taza”
(container). Justamente Martín comentó: “La taza
cuando la bajan siempre se mueve de un lado a otro. Uno de los pibes
que estaba esperando calculó mal la distancia y cuando lo golpeó
lo tiró como 40 metros. Safó de “pedo”.
Si le agarra la cabeza se la saca”.
Tétrico
Todos dan por hecho que se puede encontrar cualquier tipo de elemento.
Aunque nunca se pensó e imaginó que podrían toparse
con una tremenda noticia como la de encontrar un feto humano. El terrible
hecho ocurrió hace meses atrás cuando uno de los chicos
de los denominados “Zánganos” revisó una
bolsa amarilla de un conocido supermercado.
“No me rescaté. Primero vi sangre y después me
di cuenta de que era un feto. Hay un playero que se encarga de avisar.
Pero después nunca se dice nada ni tampoco sale en la “tele”,
dijo uno de los mellizos de Vista Alegre.
Otro momento aterrador fue cuando otro de los tantos chicos que hurga
en las miles de bolsas halló un cuerpo de niño con la
oreja cortada. Así como este tipo de noticias corre de boca
en boca en segundos uno de los jóvenes dijo: “se decía
que la nena era de un barrio cerca del Ruca Che”.
Difícil de asimilar y hasta dudoso de corroborar si se quiere,
los “Zánganos”, no exageran y cuentan la historia
como una más. Se impresionan ante los hechos pero cantan la
verdad de un mundo distinto donde las realidades son fuertes y chocantes.
Plata dulce
Más allá de las penurias y necesidades, los golpes
de suerte se dan de vez en cuando en este ámbito en el que
el aroma no es para nada perfumado. Como si fuera un regalo de Dios,
en una oportunidad una señora encontró mil dólares
en una valija. Justamente respecto de lo sucedido Martín se
encargó de manifestar “cuando se encuentra dinero o algo
de valor nadie dice nada. Todos se hacen los distraídos. Te
enterás a las horas o al otro día. A veces la suerte
te toca. Otras no”.
7 y 11
Como si se tratara de una sala de juego o como si fuera la hora del
recreo los pibes que pasan el día en “El Shopping”
tienen su tiempo para el juego de azar.
Una mesa improvisada, un cubilete y dos dados sirven para entretenerse
un buen rato. Reír, divertirse, hacer chistes. Todo es válido
mientras se aguarda el arribo de otro camión.
“Se busca el 7 y 11. La apuesta es de un peso. Siempre jugamos.
Es una manera de pasar el tiempo y esperar por los camiones Sino te
tirás a dormir en algún bolsón”, comentó
Héctor.
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