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En ediciones anteriores relatamos
las peripecias de las tres brigadas expedicionarias organizadas según
la estrategia del coronel Villegas para que los territorios argentinos
se rigieran en su totalidad con las leyes de la Nación.
A fines de 1882 las tropas se desplegaron sobre la línea del
río Agrio. A continuación de estas medidas se dispuso
la iniciación de una campaña denominada “Expedición
de los Andes, al mando del general Villegas. El plan contemplaba la
necesidad de la movilidad de los efectivos en operaciones.
La Primera Brigada recibía órdenes desde Ñorquín
para operar sobre su frente y su flanco derecho, debiendo tomar contacto
con la vanguardia de la Segunda Brigada que operaría sobre
la confluencia del Collón Curá con el Quemquemtreu.
La Segunda Brigada operaría desde la Confluencia antes citada
para reconocer el terreno a su frente y flancos y exploraría
la zona del límite internacional, tomando contacto con la Primera
y la Tercera Brigada, sobre el arroyo Caleufú.
La Tercera Brigada debía llegar al Nahuel Huapi y tomaría
contacto con la Segunda Brigada en Caleufú, operando sobre
las altas cumbres.
En definitiva, las Brigadas operarían desde Ñorquín,
Catan Lil y Nahuel Huapi, rastrillando todas las zonas mencionadas.
Ese mismo año, la República de Chile decidió
ocupar definitivamente la Araucanía, islas y archipiélagos
costeros.
Propósito
El general Villegas tomó conocimiento de la resolución
del gobierno chileno por información del jefe de las fuerzas
de ese país, coronel Gregorio Urrutia, quien a lo informado
agregaba: “Yo puedo asegurar a Ud. que el propósito del
Gobierno de Chile es evitar las depredaciones que hasta ahora se han
hecho y que es indudable se conseguirá el objetivo pues este
año quedará definitivamente terminada la ocupación
de la Araucanía. He podido ver por mí mismo que todas
las tribus que antes no obedecían ni respetaban nuestras leyes,
se han sometido a ellas con entera voluntad y sin otras condiciones
que respetarles algunas de aquellas costumbres que no se oponen al
buen orden y que por ahora no conviene quitar”.
La actividad simultánea de las tropas de Argentina y Chile
dio origen a inconvenientes fronterizos posiblemente provocados por
la no visualización de los límites. La población
chilena existente en el Neuquén no cooperaba con las fuerzas
nacionales a las cuales trababa en el desempeño de sus tareas.
Vale recordar lo manifestado por el coronel Manuel Olascoaga cuando
decía: “El gran valor de esta feliz operación
está en haber cortado para siempre la escandalosa especulación
chilena que nos arruinaba y humillaba a la vez, y en haber vencido
no a los indios, sino a los elementos chilenos que estaban posesionados
de esa rica zona territorial (inmensa avenida de tránsito de
ladrones) que derramaba en las cordilleras la opulencia pastoril de
Buenos Aires y era, a la vez, el vía crucis de los cautivos
que sobrevivían a la matanza y al incendio de nuestras poblaciones.”
Operaciones
Sobre el comienzo de la campaña, el comandante de la Primera
Brigada, coronel Rufino Ortega, recibió las propuestas de Namuncurá
y Reuque Curá ofreciendo concretar la paz, lo que no sucedió
por razones que aún se desconocen.
La Brigada marchó hacia el sur, costeando el Rio Agrio, y luego
de sacrificadas jornadas vadearon el Aluminé y acamparon sobre
el cerro Melún.
El 28 de noviembre de 1882 el comandante recibió al capitanejo
Millamán. Desde ese día el coronel Ortega ordena operar
a sus tropas en destacamentos.
En las órdenes del destacamento, Ruibal debía operar
contra Queupo; Daza tras la captura de Namuncurá y Reuque Curá.
Por su parte el destacamento O’Donnell debía ocupar el
paso de San José para impedir que el cacique Ñancucheo,
perseguido por Saturnino Torres, pudiera huir.
Las operaciones descriptas no tuvieron el éxito esperado dado
que los indios, eximios conocedores del terreno, pudieron trasponer
la cordillera. Ocupado el río Agrio se tomó la decisión
de levantar seis fortines para vigilar los pasos de la cordillera
e impedir futuras invasiones.
Lago Huechu Laufquen
El 19 de noviembre de 1882 parte la Segunda Brigada a fijar su base
de operaciones en la confluencia de los ríos Quenquemtreu y
Collón Curá, alcanzando normalmente su objetivo.
El 25 de noviembre se ordenó al mayor Peiteado operar sobre
la zona del lago Huechu Laufquen con el objetivo de reducir y tomar
prisionero al cacique Ñancucheo, planeando el operativo con
el comandante Suárez de la Tercera Brigada, quien había
sido destacado para operar sobre el flanco sur del lago Nahuel Huapí,
donde se sospechaba acampaba el cacique Sayhueque.
El 5 de diciembre de 1882 Peiteado llega a orillas del Quenquentreu,
desde donde se dirige al norte en busca de la toldería de Ñancucheo.
A orillas del río Chimehuin ataca al cacique Platero, quien
logró escapar hacia la frontera. El teniente primero Canavery
recibió la orden de atacar al capitanejo Antener, sin tener
éxito.
Con personal y caballada disminuidos, el mayor Peiteado no puede impedir
la fuga de Ñancucheo, Reuque Curá, Namuncurá,
Platero y varios capitanejos, debiendo regresar al campamento de la
Brigada.
Contra los fugitivos
El comandante de la Brigada lanzó contra los fugitivos al teniente
coronel Juan Díaz quien partió desde Quenquentreu, pasó
por el valle de Chimehuin para internarse en una zona de desfiladeros
sumamente escarpada. Transpuesto este lugar, divisó una línea
de defensa de los indios, quienes contaban con armas de fuego.
Díaz eludió el ataque, trepó con su tropa a las
alturas, obligando a los defensores indígenas a abandonar el
frente de defensa mencionado. Pese a la arriesgada maniobra de Díaz,
Ñancucheo pudo escapar nuevamente.
El jefe de esta Brigada, teniente coronel Godoy, reagrupa sus tropas
y decide operar en persona para reducir los lugares donde operaban
Namuncurá, Reuque Curá, Maniqueil y capitanejos a quienes
se ubicaba sobre la margen del río Aluminé.
Al mando del Regimiento 5 de Caballería y el Batallón
2 de Infantería partió el 1 de diciembre de 1882 hacia
el río Picún Leufú desde donde avanzó
hasta la zona central del departamento de Catan Lil, acampando en
el lugar.
Desde allí cursó comunicaciones a los caciques Namuncurá,
Reuque Curá y Maniqueil, intimándolos a dar cumplimiento
a lo prometido al teniente coronel Rufino Ortega.
Reiniciada la marcha, alcanzó la margen Este del río
Aluminé, donde se le presentó el cacique Maniqueil con
su tribu.
Por boca de este cacique, Godoy se entera de la rendición de
la mayor parte de la tribu de Reuque Curá y también
que Namuncurá huía a Chile.
Desconcierto
El teniente coronel Godoy apunta en su diario: “La invasión
a la tribu de Reuque Curá ha desconcertado absolutamente nuestros
planes, pero nos consuela el buen suceso obtenido en aquella operación
por las fuerzas de la Primera Brigada.
Laméntase sí que Namuncurá con los suyos haya
podido escaparse esparciendo el pánico y la desconfianza entre
sus hermanos de raza. Los antecedentes de su gran poder en época
no lejana, las tradiciones de su poderosa tribu ligaba a la omnímoda
voluntad de su padre, el formidable Calfucurá, especie de Anticristo
por sus hazañas, sagacidad y talento, que todos admiraban,
le dan a Namuncurá un prestigioso respeto que, sin duda alguna,
empleará para sostener el espíritu de rebelión
y de guerra.
Es, pues, por estas consideraciones que estimábase en mucho
el sometimiento o captura de este enemigo recalcitrante y nos proponíamos,
para conseguirlo, emplear todos los medios suaves o enérgicos”.
La realidad para los expedicionarios al analizar el resultado de sus
operaciones era que estaban ante un enemigo huidizo, eximio conocedor
del terreno y con fácil acceso a Chile.
A las tropas les es imposible cercarlo pues siempre encontraba la
puerta de escape. Las condiciones del tiempo también atentaban
contra las operaciones de las tropas nacionales.
El día 8 de diciembre se vieron obligadas a acampar en Catan
Lil, en una quebrada abrigada: “Porque el viento arrecia y empieza
a caer la nieve en mucha abundancia porque tenemos al frente una alta
y escarpada cordillera con desfiladeros difíciles de atravesar,
siendo peligroso este pasaje con semejante temporal”
Desde ese lugar se destacó una tropa para capturar al cacique
Ñancucheo, pero logra fugarse nuevamente después de
haber asaltado a la tribu de Nanquiel para apoderarse de ganado para
el consumo.
(Continuará)
(Fuente: Mauricio Arabarco, “Ocupación del Neuquén
y del sur de Río Negro por las tropas nacionales al mando del
general Conrado Villegas”. IV Congreso de Historia Regional
del Neuquén-Fotos SPA y Archivo Histórico Nacional).
Organización de las tropas
Teniente coronel Ruibal, con 85 hombres debía capturar al
cacique Queupo quien, acorralado, logró ir a Chile dejando
muertos y prisioneros.
Teniente coronel Saturnino Torres debía atacar al cacique
Cayul quien derrotado, cayó prisionero con 80 indios.
Mayor José Daza: su misión era ubicar
y reducir a Namuncurá y Reuque Curá quienes avisados
por sus bomberos (espías) cruzaron con tiempo a Chile.
Alférez Ignacio Albornoz: se le ordenó
atacar a los capitanejos Cayupán y Nahuelpán. Sin resultados
concretos, el jefe de la Brigada ordenó el reagrupamiento de
sus tropas y el 4 de diciembre de 1882 dispone la organización
de cuatro destacamentos para operar contra los caciques Namuncurá
y Ruque Curá, ente otros de menor importancia.
Historias desconocidas
Distribución de los originarios
Las primeras intromisiones europeas a mitad del siglo XVI
hallaron tribus indígenas del centro al sur patagónico.
Según la denominación, los exploradores ubicaron a
los “huarpes” en el noreste y norte de Neuquén.
Los “puelches” o “pehuenches” originarios
del oeste de la actual provincia de Neuquén, se extendieron
a Chile y al lago Nahuel Huapi.
Los “picunches” (gente del norte), los “mapuches”
(gente del país) y los “huilliches” (gente del
sur) habitaron el centro y sur de Chile y luego se extendieron por
la Patagonia.
Los “tehuelches” estaban desplazados en la provincia de
Santa Cruz y Chubut. Con esta tribu el adelantado Hernando de Magallanes
tuvo contacto durante su estadía en el Puerto de San Julián
y los llamó “patagones”. Los “yaganes”
se encontraban en la parte sur de la isla de Tierra del Fuego. Los
“onas” ocupaban la parte oriental de la isla.
Todas las tribus fueron amenazadas por el avance europeo, concentrándose
bajo caciques con fuerte disposición al liderazgo. Desde la
Cordillera de Los Andes al Oeste hasta el Río Diamante por
el Norte, desde el río Limay al Sur y el Salado al Este se
situaron los “pehuelches” conducidos por jefes como Reuque
Curá y Feliciano Purrán. Desde el Salado hacia el este,
el sur de San Luís, Córdoba, parte de Santa Fe, parte
oriental de la Pampa y oeste de Buenos Aires, dominaban los «ranqueles»
sobresaliendo los caciques Yanquetruz, Painé y Mariano Rosas.
Entre Salinas Grandes y gran parte de la pampa húmeda, zona
imperaban los caciques de la dinastía de los Curá, llamada
de “los salineros”, respetados y temidos, como Calfucurá
y su hijo Namuncurá.
En la zona de Trenque Lauquen, estaba Pincén y en Tandil Catriel
y Coliqueo. Los tehuelches araucanizados, entre el Neuquén
y Río Negro, en la región de La Manzanas, al mando de
Shayhueque. Las tribus estaban agrupadas en dos grandes Confederaciones,
una liderada por Calfucurá y la otra por los «ranqueles».
Vidas ejemplares
Sagrada «hermandad»
A comienzos del siglo XX arribaron a nuestro territorio mujeres que
contribuyeron a forjar los cimientos de la educación territoriana.
Provenían de diferentes provincias donde se habían formado
en las viejas escuelas normales dependientes de la Nación.
El futuro de un país y el de cada uno de sus habitantes depende
de la educación y ésta de la Escuela y el Hogar. Pero
muy pocos, se atrevieron a hacer frente a las connotaciones de esta
realidad.
Una de las mujeres que se preocupó por la educación
fue doña Clodulfa Francisca “Tota” Fernández
Vera de Bustamante que nació en Chilecito, en los Llanos de
La Rioja el 17 de septiembre de 1902.
El hijo de Clodulfa, Héctor Bustamante, atesora recuerdos de
su infancia: “Mi abuelo Javier me contaba que iban en carreta
a Córdoba, en la mitad del camino le pagaban a una bandolera,
“chapanai” la llamaban, para que los dejara pasar: era
como un peaje. Mi abuelo me decía que el Chacho Peñaloza,
gran caudillo, era rubio y de ojos celestes”. La mamá
de Clodulfa se preocupó por la educación de sus hijos
y los envió a estudiar a Catamarca, donde “Tota”
egresó como maestra.
Su esposo, don Héctor Bustamante, santiagueño de origen,
fue jefe de Investigación de la policía neuquina y por
cuestiones políticas (era radical) abandonó Catamarca
cuando llegaron al poder los conservadores. Casado con Tota, a fines
de 1925 se radicaron en Neuquén. En el camino, en Santa Fe,
nació el hijo mayor, Héctor. En Neuquén nacieron
Raúl, Lidia Ordalía y Zulema.
Doña Tota fue maestra de la Escuela Nº121 y al poco tiempo
ingresó en la vieja Escuela Nº 2, en la que permaneció
como directora hasta el fin de su carrera. Héctor recuerda
que su madre daba conferencias en la “Biblioteca Alberdi”
sobre educación, ad honorem, a beneficio de la institución.
Emilio Bustamante (cuñado de Clodulfa) casado con la profesora
de piano Luisita Serrano, fue director de la Escuela Nº 125.
Nacieron en Neuquén sus hijos: Emilio y el conocido cardiólogo
Jorge Bustamante.
“Mamá era prima hermana de Rosario Vera Peñaloza,-recuerda
Héctor- aquella docente especializada en Jardines de Infantes,
que formó parte del Consejo Nacional de Educación. “Un
día viajamos con mamá a Buenos Aires para hacer trámites
al Consejo y no nos querían recibir. Entonces le dijo a la
secretaria: Soy Tota Fernández Vera. De inmediato salió
una señora a recibirnos: era su prima Rosario Vera Peñaloza”.
Cundo el esposo de Clodulfa fue trasladado a Buta Ranquil, Héctor
era un niño y lo acompañó. «Era un lugar
totalmente desolado» -dijo Héctor- nos llevó en
taxi don Casal, el padre del comisario. Tardaromos tres días
en llegar. En el lugar vivían Abraham Elem, el turco Emilio,
el director de la Escuela de apellido Catalá y nosotros”.
Cuando Héctor regresó a Neuquén e ingresó
en la Escuela Nº 2, la maestra trajo su certificado de sexto
grado y su madre, doña Clodulfa, directora del establecimiento
lo rompió porque consideraba que su hijo “no estaba preparado
para pasar de grado”.
Embargado de emoción, Héctor habló de la honradez
de su padre “Cuando fue interventor en la Municipalidad, en
el “Chateau gris” no aceptó en pago hectáreas
de tierra en Centenario. Lo mismo ocurrió en Buta Ranquil cuando
un ingeniero de la dirección de Tierras que se hospedó
en su casa, en agradecimiento, le quiso donar tierras que no aceptó.
En 1955 “Tota” se jubiló y con su esposo se fueron
a vivir a Buenos Aires, a Morón y luego a la Capital .
En la actualidad, sus escritos cobran vigencia acerca de la labor
de la escuela y el hogar:
“Me concentraré en hacerles llegar ligeras consideraciones
a los padres de mis alumnos, acerca de la necesidad de que ellos contribuyan
con su autoridad y sanos consejos a la finalidad de la ardua tarea
que realiza el maestro. La Escuela sólo retiene al niño
en sus aulas pocas horas, las restantes las pasa en compañía
de sus padres, y es allí donde debe seguir la acción
de la Escuela, el consejo del maestro y el ejemplo de sus progenitores.
¿Cómo conseguiremos entonces la hermandad entre la Escuela
y el Hogar? Muy sencillo: que concurra el padre del alumno a la casa
de estudios toda vez que su presencia sea requerida; que no permita
que en su presencia se viertan conceptos despectivos de la Escuela
donde se prepara el espíritu, se cultiva la inteligencia y
se forma el carácter de sus hijos para la vida sana y productiva
del mañana. Cuando la Escuela consiga ese acercamiento del
hogar, esa “hermandad”, realizará una obra cultural
más eficaz para el bien de la sociedad y el progreso de la
Patria.”
(Sobre textos de la Lic. Vicky Chávez)
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