La Noche de los Lápices

 
 

El 16 de setiembre de 1976 ocho estudiantes fueron secuestrados. A 30 años de ese día, seis todavía continúan desaparecidos.

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Buenos Aires (Télam) > La madrugada del viernes 16 de setiembre de 1976, ocho militantes estudiantiles secundarios de La Plata fueron secuestrados de sus casas paternas por grupos de tareas, lo que dio inicio a uno de los crímenes emblemáticos del terrorismo de Estado argentino: «La Noche de los Lápices».
Torturados durante meses antes de hacer desaparecer a seis de ellos, el cruel episodio será evocado en gran cantidad de actos, recordaciones escolares y manifestaciones.
El aniversario redondo encuentra al ex comisario Miguel Etchecolatz, principal responsable vivo de esos crímenes, esperando sentencia tras un nuevo juicio y ya preso en una cárcel común, lo que reabre -aunque tardía- la esperanza de justicia.
Arrancados de sus camas con la promesa de que serían devueltos en pocas horas, los chicos de La Noche de los Lápices pasaron por un calvario antes de pasar a integrar la nómina de 232 adolescentes desaparecidos en el país.
Llevados al destacamento policial de Arana, convertido en un depósito de presos «por izquierda», fueron torturados de todas las maneras posibles durante días para sacarles nombres de otros activistas.
Militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), la organización estudiantil de masas creada por el peronismo revolucionario, para los represores no había demasiadas distinciones entre ellos y guerrilleros.
Exponentes genuinos de una generación ansiosa de cambios sociales y políticos que irrumpió en la política con el regreso de Perón al país, en 1972, todos hacían trabajos voluntarios de apoyo escolar, sanitario y jurídico en barrios pobres y habían participado en 1975 de las movilizaciones por el boleto estudiantil secundario (BES).
Acaso con los destinos marcados de antemano, siete de esos pibes fueron trasladados al Pozo de Banfield, de donde sólo uno, Pablo Díaz, salió vivo para contarlo. El gobierno bonaerense dispuso la transformación de esas antiguas instalaciones cercanas al Camino Negro en un museo de la memoria.
Otros fueron a parar al Pozo de Quilmes, donde al cabo de varios meses fueron «blanqueados» y permanecieron presos hasta cuatro años a disposición del Poder Ejecutivo sin que se les sustanciara proceso ni acusación formal alguna.
La noticia del secuestro de adolescentes sacudió en su momento a la capital bonaerense, una ciudad orgullosa de su tradición cultural y educativa donde los juzgados comenzaban a llenarse en esos días con unos 2.500 pedidos de hábeas corpus.
La mayoría de esos trámites debieron ser presentados por los propios familiares luego de que el secuestro de los abogados radicales Sergio Karakachof y Domingo Teruggi, en la misma semana que La Noche de los Lápices, denotara la transversalidad del terror.
«Fue como un rayo y nos llenó de espanto por la edad de los chicos», recordó la también platense Hebe de Bonafini, porque algunos eran de familias muy conocidas, como Claudia Falcone. «Su papá, un hombre recto y extraordinaria persona, había sido intendente peronista y luego fue secuestrado en la búsqueda», evocó.
Hubo que esperar la restauración democrática para que el impresionante caso se hiciera universalmente conocido cuando los periodistas María Seoane y Héctor Ruiz Núñez reconstruyeron paso a paso el testimonio de Díaz, que en el juicio a los comandantes de 1985 se puso la historia al hombro.
Entonces militante guevarista, Díaz cree aún hoy que la razzia contra la izquierda peronista correspondió a un plan perfectamente estructurado por el jefe de policía bonaerense, Ramón Camps, para desarticular lo que en los documentos castrenses se había definido como «semillero subversivo».
Hubo incluso especulaciones de que la fecha elegida correspondía al aniversario de la llamada Revolución Libertadora, que 21 años antes había depuesto al gobierno constitucional peronista.
Por curioso que resulte, se trata de un tema controvertido ya que otros sobrevivientes, como Gustavo Calotti y Emilce Moler -que militaban junto al grupo y compartieron jornadas de cautiverio clandestino-, creen que la idea de una sola noche en vez de un largo operativo «es sólo un recorte mediático de la realidad».
La historia canónica de La Noche contada por Díaz fue llevada al cine con todo su aliento dramático por Héctor Olivera, y batió récord de espectadores en 1987, el año que la presión militar se encendió en dos alzamientos liderados por los carapintadas de Aldo Rico.
Cuando a fines de setiembre de 1988 fue emitida por Canal 9 con recortes, para no irritar la sensibilidad militar antes que la de un público ávido, el ráting rozó los 50 puntos y según reconoció después el general Caridi estuvo a punto de encender la tercera chirinada.
El espeluznante relato visual recorría con mirada naturalista la galería de tormentos que atravesaron esos chicos hasta creer que la muerte era un final deseable: picana eléctrica, hambre, desnudez, violaciones, capuchas, simulacros de fusilamientos, convivencia con moribundos, obligación de atender a parturientas, incertidumbre ante cada traslado y certezas de adioses definitivos.
«En Banfield ellos me gritaban que no los olvide, y que los recuerde siempre. Como sobreviviente, yo respondo a eso», dijo Díaz, hoy un exitoso empresario energético.
Casi ceñida a la lucha por el boleto estudiantil, la historia de esos chicos castigados de manera salvaje no tardó en instalarse como un símbolo de los crímenes de la dictadura, que en ese entonces recién empezaban a destaparse.
«Fue una forma eficaz de enterarse, sobre todo en aquel momento de fuerte presión militar por los juzgamientos», estimó el historiador Federico Lorenz, que durante una década organizó exhibiciones y charlas en escuelas secundarias de todo el país. «Hoy sabemos que el relato de pibes no subversivos fue una gran simplificación, pero en aquel momento ocupaba el espacio de lo posible. La realidad es que los levantaban porque eran activistas que habían luchado por el boleto y tras el golpe seguían militando», añadió.
La teoría de la versión descafeinada fue aceptada por el mismo Díaz, quien contó que para escribir el guión de la película «se decidió que lo importante era reconstruir valores», de modo de evitar que la misma sociedad que hasta hace poco antes decía «por algo será» aceptara ahora sin complejos el relato de los hechos.

Los mártires del boleto secundario

La fecha de la trágica jornada es un emblema de la lucha por los
derechos estudiantiles.

Buenos Aires (Télam) y Neuquén > Una escuela de la localidad de Gonnet, próxima a La Plata, será bautizada con el nombre de Horacio Úngaro, uno de sus ex alumnos desaparecido en La Noche de los Lápices.
Un enorme mural de seis metros de alto por 17 de ancho, pintado por los alumnos del establecimiento de Gonnet, recordará el episodio.
En tanto, hoy en Neuquén capital se realizará una marcha convocada por la multisectorial.
La actividad comenzará a las 18 con concentración en la escuela San Martín (Avenida Argentina y Basavilbaso) y la acompañarán organismos que trabajan en defensa de los Derechos Humanos, organizaciones sociales y obreros.
Las actividades se extenderán a lo largo del mes, oportunidad en que la Asociación Permanente por los Derechos Humanos (APDH) recorrerá las instituciones escolares para brindar charlas informativas sobre la época más nefasta de nuestro país.

«Vive tu vida, hermano mío, pero también vive la mía»
Entre la noche del 16 de setiembre de 1976 y la madrugada del 17 un grupo de militantes secundarios platenses de entre 16 y 18 años fue secuestrados y torturados durante meses hasta hacerlos desaparecer.
La mayoría de ellos estaba vinculada a la peronista Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y habían participado de las luchas por el boleto estudiantil secundario, un año antes.
Horacio Úngaro, que tenía 17 años y era un alumno excelente en el Normal 3 de La Plata, además de la militancia estudiantil realizaba trabajos voluntarios en barrios pobres de La Plata, una actividad característica de los estudiantes comprometidos de aquellos años.
Cuando fue secuestrado por un grupo de tareas en su casa familiar platense, junto a él se encontraba su amigo Daniel Racero, quienes también permanece desaparecido después de haber sido vistos torturados en los centros de detención clandestina de Arana y Pozo de Banfield.
Los otros secuestrados desaparecidos en ese episodio fueron: Claudio de Acha, Francisco López Muntaner, Claudia Falcone y María Clara Ciocchini.
Esa misma noche fueron secuestradas Emilce Moller y Patricia Miranda, que sobrevivieron, al igual que Gustavo Calotti y Pablo Díaz, secuestrados antes y después de esa fecha.
Se trata de la segunda escuela a la que se asigna el nombre de uno de los chicos de aquella noche ya que el año pasado un establecimiento del barrio porteño de Palermo fue bautizado con el de Claudia Falcone.
Desde 1998, el calendario escolar argentino conmemora en esa fecha el Día de los Derechos Estudiantiles, debido a la participación del grupo en las luchas por el boleto estudiantil secundario aún vigente y en los colegios se dan clases alusivas al hecho.
«Horacio quería un país más justo y solidario y por eso entró a la UES en 1974 y en 1975 participó de la lucha por el boleto», dijo la mayor de sus tres hermanos, Marta Úngaro.
Jugador de ajedrez en el club de Gonnet y luego en Estudiantes de La Plata, nadador en el club Universitario, cuando un grupo de tareas irrumpió en su casa preguntando «dónde están las armas» sólo atinó a tirar por la ventana del quinto piso su «Manual de Filosofía» de Afanansiev, una lectura clásica de quienes querían iniciarse en la lectura del marxismo.
Los secuestradores no encontraron un arsenal pero, en cambio, pudieron leer en la pared de su cuarto la leyenda: «Vive tu vida, hermano mío, pero también vive la mía» escrita por Horacio el 12 de marzo de 1975, cuando fue asesinada Mirta Aguilar.
Estudiante avanzada de derecho, la joven era su referente política -expresión entonces desconocida- con quien compartía las tareas solidarias barriales, de apoyo escolar y asesoramiento jurídico, en la villa que estaba detrás del hipódromo de La Plata.
A la semana del secuestro de Horacio, de la misma casa fue llevada su hermana Nora, estudiante de veterinaria de 22, que en el reciente juicio a Miguel Etchecolatz corroboró haber visto a algunos de los chicos de La Noche en Arana y Pozo de Banfield, por cuyas sesiones de tortura todos pasaron.

«Pensé que nadie me creería»

La fantasía de no poder contarle nunca a nadie la historia de su cautiverio clandestino angustió durante años a Emilce Moller, una de los cuatro sobrevivientes de La Noche de los Lápices.
Incluso en 1984, seis años después de liberada y cuando la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (Conadep) comenzó a recolectar testimonios para volcarlos en su informe «Nunca Más», desistió de hacer la denuncia «no por miedo, sino porque pensé que nadie me iba a creer», según aclara.
«Mis compañeros de militancia estaban desaparecidos o muertos. Yo estaba viva y había estado con gente que había sufrido mucho más que yo y que no habían tenido la suerte mía, de sobrevivir. Es increíble pero pensé que nadie me iba a creer», relató a 30 años de aquellos hechos.
El silencio y el miedo a contar la tragedia vivida es un comportamiento característico de los que pasaron por campos de concentración, tal como lo testimoniaron en un diálogo memorable dos sobrevivientes de Auschwitz: el Nobel de literatura isrealí Elie Wiesel y el escritor español Jorge Semprúm.
El sobreviviente alberga un sentimiento de orfandad que pugna con el mandato interior de dar testimonio de lo ocurrido, por la memoria de los que ya no están y como forma de saldar la culpa.
Emilce recién comenzó a saldar su deuda diez años después, cuando 1986 testimonió ante el tribunal que juzgó a Ramón Camps, el jefe de la policía bonaerense de 1976 a 1979 condenado, entre otros crímenes atroces, por el secuestro y desaparición de un grupo de estudiantes secundarios, un episodio emblemático del que ella misma fue víctima.
«Iba a declarar en el juicio a los comandantes pero la Fiscalía prefirió reservarme para el de Camps, para aprovechar mejor el testimonio de mi viejo», asegura.
Su viejo, Oscar Moller, era un comisario retirado que había sido superior de Miguel Etchecolatz, y que en ese juicio fue el primer policía en certificar detalles de «La Noche de los Lápices».
«A mí me vinieron a buscar en la madrugada del 17 de setiembre de 1976. Por la hora, fue poco después de que levantaran a Claudia Falcone y María Clara Ciocchini, mis compañeras de Bellas Artes. A Alejandra Pérsico, la hermana de Emilio, también la pasaron a buscar pero no estaba», evoca.
Todas pertenecían a la peronista Unión de Estudiantes Secundarios (UES), una militancia que a sus 17 años había provocado un disgusto familiar, porque «mi viejo era un gorila furibundo».
«Pero cuando vio que me sacaban de casa en pijama y que la daban vuelta buscando armas, primó el amor por el hijo. De inmediato identificó al enemigo y obró en consecuencia», contó con ojos brillosos.
Hoy graduada en matemáticas y epistemología, y funcionaria de carrera en el Ministerio de Educación, no se explica por qué su propia historia fue borrada de la versión canónica llevada al cine.
Lo cierto es que en Arana, a donde fue llevada como sus demás compañeros, la torturaron de diferentes maneras y tras una semana de suplicios fue trasladada al Pozo de Banfield. En ese otro centro clandestino permaneció hasta fines de diciembre, cuando fue «blanqueda», aunque permaneció otro año presa en Devoto, donde cumplió la mayoría de edad.
«Mi papá había sido superior de Etchecolatz, a quien tenía conceptuado como un policía corrupto. Pero ahora mi vida dependía de él. Así que evitó pedirle pero hizo gestiones, y en Banfield lo dejaron que me viera para constatar que estaba viva», relató la ex desaparecida.
Fue una concesión excepcional...
No tanto. Walter Docters había militado en la Coordinadora de Estudiantes Secundarios pero cuando lo secuestraron era policía como su padre, que también era comisario y pudo verlo. La diferencia es que él selló un pacto de gratitud con Etchecolatz, como el propio Walter denunció siempre en los juicios.

¿Y su viejo?
No, mi viejo terminó colaborando con los organismos de derechos humanos. Fue el primer policía que declaró en el juicio a Camps. Nadie podía desmentirlo.

Usted sobrevivió gracias a él...

«Me gritaban que no los olvide»
Pablo Díaz

«Yo respondo por mi juramento, que está basado en los últimos minutos de convivencia. Ellos me gritaban que no los olvide y que los recuerde siempre. Como sobreviviente respondo a eso», dice Pablo Díaz, el gran «relator» de La Noche de los Lápices.
Detenido el día de la primavera de 1976, cinco días más tarde que el resto de sus compañeros, asegura que su rol, ése que cumplió durante el juicio a los comandantes de 1985 y luego, durante años recorriendo colegios, poniéndose frente a micrófonos y cámaras, y volviendo a testimoniar en tribunales, «es un mandato».
«Soy el único que salió con vida del Pozo de Banfield, el único que estaba con ellos cuando me dijeron que tenía un salvoconducto que me salvaba de la ejecución y que me trasladaban bajo la amenaza de no contar nunca lo que había vivido, de lo que había sido testigo. Sólo ellos me gritaban que no los olvide y que los recuerde siempre», repite. Su relato se amolda al de un tipo que dice que lo suyo durante 90 días fue «esperar el traslado final», igual que los seis pibes que se llevaron la peor parte: «En Banfield estábamos condenados a morir».
Díaz, a los 48 años, es un exitoso empresario del área energética, replica también con algún enojo cuando se le insinúa «arbitrariedad» en el recorte de su relato. «El operativo de La Noche de los Lápices fue un secuestro planeado y sistemático de estudiantes secundarios, relacionado con un hecho justificado para ellos: anular una potencial resistencia al proyecto adulto o político a implementar».

¿Por qué un operativo contra los secundarios y no contra militantes?
El documento elaborado en la Jefatura de Policía decía textualmente que había que eliminar el semillero subversivo. El operativo partió de suponer la desarticulación política y militar de las organizaciones guerrilleras, y de los sectores universitario o barrial, de modo que buscaban la desarticulación de los secundarios. Todo hace pensar que ese operativo empezó en agosto y terminó en noviembre.

¿Se simplificó el relato para que hubiera poca militancia y hacerla una historia «posible» en los ‘80?
Sí, a la distancia es así. Yo recuerdo que cuando trabajamos en el guión de la película había un marcado miedo de que la gente nos viera culpables por haber militado en una organización política, algo que hoy es parte de la normalidad democrática. Pero en ese momento trabajábamos contra prejuicios fuertes como el «por algo será». Allí razonamos que lo importante era reconstruir valores, porque ninguna sociedad admite fácilmente las cosas que dejó pasar aunque luego le horroricen.

Y hoy, 30 años después, ¿cómo es la memoria de «La noche...»?
La Noche de los Lápices será la historia de todos los sobrevivientes secundarios reprimidos en la dictadura, será la historia de todos los estudiantes secundarios reprimidos hoy, será la historia que querrán que sea los secundarios de mañana. Pero también hay una historia que no podrá ser contada por ellos, los 90 días de soledad, de amor, de compañerismo de despedida y de muerte. Sólo de ahí, y de ningún lado más, yo soy el sobreviviente.

«Aquellos días fueron para siempre»

Gustavo Calotti fue detenido el 8 de setiembre de 1976, una semana antes de la Noche de los Lápices, pero nunca dudó en definirse como un sobreviviente de esa noche trágica en que fueron secuestrados ocho de sus antiguos compañeros del secundario con quienes compartió, además, meses de tortura y prisión clandestina.
«El Francés», como le decían entonces, había participado en 1975 en la Coordinadora de Estudiantes Secundarios en representación del Colegio Nacional de La Plata, en uno de cuyos patios una placa evoca a sus 94 alumnos y profesores asesinados o desaparecidos en esos años.
«Se construyó una historia con el boleto estudiantil y se hizo de ésta un símbolo que vació el contenido», dice hoy a treinta años de distancia y algo menos de vida en Francia, donde trabaja como maestro.
«En ningún interrogatorio se mencionó el boleto. Nos detuvieron por militar en organizaciones populares; lo que queríamos era hacer la revolución», asegura.
En sus vacaciones de este año viajó a Argentina para testimoniar en el juicio al ex jefe de investigaciones Miguel Etchecolatz, reconocer su lugar de detención en el Pozo de Banfield y, como siempre que está en La Plata, visitar a los amigos y recordar a sus compañeros que ya no están y son muchos.
«Aquellos días fueron para siempre, han estado los treinta años», dijo evocando su cautiverio, que se inició en la Jefatura de Policía platense, donde cumplía tareas administrativas como cadete policial.
«Las grandes manifestaciones por el boleto estudiantil fueron en el ‘75. En ese entonces yo militaba en la UES con Claudio de Acha, que fue secuestrado esa noche; con Adela Segarra, que ahora es senadora provincial, y con Rubén Scaramilo, que desapareció un año más tarde. En el ‘76 ya estaba en otro ámbito», relató con la minuciosidad de quien no quiere equivocar detalle.

¿Por qué se considera un sobreviviente de La Noche?
Yo siempre digo que no hubo una noche sino muchas, y que no fueron seis los desaparecidos sino muchos más. Y que también sobrevivimos muchos otros. La versión de la película es un recorte en el que el símbolo vació al contenido.

¿Cuál sería ese contenido?
Yo empecé a militar a los 14 años, el año que mataron a los 22 guerrilleros en Trelew y que volvió Perón. Nosotros éramos producto de ese proceso: militantes populares, no del boleto estudiantil, queríamos hacer la revolución. En el relato «oficial» ni siquiera están los que dirigieron las luchas por el boleto.

¿Quiénes fueron?
Quiero nombrar a «Patulo» Rave, que fue el alma mater del UES de La Plata y lo mató la Tripe A en diciembre del ’75 colgándolo de un puente. Después desaparece Abel Vigo, «Homero», y años más tarde Alfredo Reboredo. Ellos no han tenido una fecha de homenaje. Tampoco los chicos secuestrados el 4 de setiembre del ’76 en la puerta del Colegio Nacional.

¿Cuál era su relación con los chicos de La Noche?
La militancia, aunque yo ya hubiera egresado. A mí me detiene el comisario Luis Vides, «Lobo», en la jefatura, donde yo era cadete. Me llevan a Arana y me torturan pidiéndome nombres pero nada del boleto. Allí había algunos secundarios que yo conocía, como Claudio de Acha y Horacio Úngaro. También cambié algunas palabras con Claudia Falcone, a quien yo no conocía pero me acuerdo que lloraba. Después nos trasladaron y ya no supe de ellos.

¿A dónde los llevaron?
El 23 de setiembre nos cargan en dos camiones. En el que iba yo fue al Pozo de Banfield. Allí estábamos Emilce Moller y Patricia Miranda, secuestradas la noche del 16, y Victor Trevino, «chupado» a comienzos del mes y que luego desapareció. Al mes nos llevaron a la Comisaría 3ª de Valentín Alsina y allí nos encontramos con Walter Docters, que había militado en el secundario y luego se había recibido de policía, y Nilda Eloy, que había estado en la Coordinadora. Luego llegó Pablo Díaz con José María Novielo. A todos nos blanquearon el 28 de diciembre, Día de los Inocentes, pero seguimos presos a disposición del PEN un año más.

¿Qué es lo que más recuerda de esos días?
Todos los que sobrevivimos nos acordaremos para siempre de ese 21 de setiembre del ’76 en Arana. Nos sacaron de la celda para lavarlas, nos pusieron de rodillas con los ojos vendados en un patio y nos sacaron por un rato las ataduras de las manos. Nos dieron ñoquis y nosotros pensábamos en los compañeros que estarían festejando en Pereyra Iraola. Pero, la verdad, aquellos días fueron para siempre, han estado los treinta años.

La triste lista
DESAPARECIDOS

MARÍA CLAUDIA FALCONE
16 años

Hija de un ex intendente peronista de La Plata, se sumó a la UES a poco de ingresar a Bellas Artes. Después del ‘73 participó en tareas de apoyo escolar y de sanidad en barrios pobres de La Plata. En el ‘75 participó en la campaña por el boleto estudiantil secundario (BES). Secuestrada 16.09.76 en la casa de su abuela paterna, fue vista en Arana y Pozo de Banfield.

MARíA CLARA CIOCCHINI
18 años

Alumna de colegios católicos, participó del scoutismo parroquial y en la UES de Bahía Blanca. Debido a los crímenes de la Triple A, a fines del ‘75 se mudó a La Plata donde se inscribió en Bellas Artes y se fue vivir a la casa de Claudia Falcone. Fueron secuestradas juntas el 16.09.76. Fue vista en Arana y Pozo de Banfield.

FRANCISO LÓPEZ MUNTANER
«Panchito», 16 años

Hijo de trabajador petrolero peronista preso durante el Plan Conintes que en el ‘73 se alineó con el sindicalismo ortodoxo. Panchito marchó contra la corriente familiar: militó en la UES de Bellas Artes. Junto a Claudia Falcone participó en trabajos voluntarios en barrios pobres y en la lucha por el BES en ‘75. Secuestrado 16.09.76, fue visto en Arana y Pozo de Banfield.

CLAUDIO DE ACHA
17 años

Sus padres eran trabajadores con ideas de izquierda y tras el triunfo de Cámpora participó de la toma del Colegio Nacional por su democratización. Tímido y gran lector, se incorporó a la UES luego de la muerte de Perón. Como todos, participó en las manifestaciones por el BES. Secuestrado 16.09.76, fue visto en Arana y Pozo de Banfield.

HORACIO ÚNGARO
17 años.

De familia comunista, en el ‘74 rompió la tradición familiar y se sumo a la UES del Normal Nº3. Gran lector y excelente alumno, participó de la lucha de la Coordinadora por el BES. Realizaba tareas de apoyo escolar en la villa miseria ubicada detrás del hipódromo platense. Secuestrado 16.09.76, fue visto en Arana y Pozo de Banfield.

DANIEL ALBERTO RACERO
«Calibre», 18 años.

Hijo de un suboficial naval peronista que murió en el ‘73, trabajó desde pibe como mensajero. Cuando ingresó a la UES del Normal 3 de La Plata, escribió: «Encontré una trinchera para luchar por una causa justa». Realizó labores de vacunación, recuperación de viviendas y apoyo escolar en barrios pobres y participó de la conquista del BES. Secuestrado en la casa de Horacio Úngaro el 16.09.76. Fue visto en Arana y Pozo de Banfield.

SOBREVIVIENTES

PABLO DÍAZ
18 años

Hijo de un docente universitario peronista de derecha, fue expulsado de un colegio católico y recaló en «La Legión». Había militado en la UES pero en 1976 militaba en la Juventud Guevarista. Secuestrado 21.09.76. Estuvo en Arana y Pozo de Banfield, Comisaría 3 de Valentín Alsina
y U- 9 de La Plata (a disposición del PEN hasta 1980).

GUSTAVO CALOTTI
«Francés», 18 años

Egresado del Colegio Nacional de La Plata, era cadete policial cuando fue secuestrado 8.09.76. Había militado en la UES pero en el ’76 ya se había desvinculado y estaba en agrupaciones de izquierda. Estuvo en Arana, Pozo de Quilmes, Comisaría 3 de Valentín Alsina y U-9 de La Plata (a disposición del PEN hasta 1979).

EMILCE MOLLER
17 años

Militante de la UES en Bellas Artes, era hija de un comisario inspector retirado. Secuestrada el 17.09.76. Estuvo en Arana, Pozo de Quilmes, Comisaría 3 de Valentín Alsina y Devoto (a disposición del PEN hasta marzo ‘78)

PATRICIA MIRANDA
17 años
Estudiante de Bellas Artes, nunca participó de las luchas por el boleto estudiantil ni tuvo militancia política. Secuestrada el 17.09.76, nunca hizo la denuncia. Estuvo en Arana, Pozo de Quilmes, Valentín Alsina y Devoto (a disposición del PEN hasta marzo ‘78).

OTROS SECUESTRADOS
La Comisión bonaerense de la Memoria registra varios «ensayos» de la Noche de los Lápices: el 1 de setiembre, y tras ser interrogados por el vicerrector del Colegio Nacional de La Plata, Juan Antonio Stormo, son secuestrados a pocas cuadras cuatro alumnos: Eduardo Pintado, Víctor Vicente Marcaciano, Pablo Pastrana (militantes comunistas) y Cristian Krause (sin militancia). Pintado logra escapar.
El 4 de setiembre son secuestrados Víctor Trivino, de «La Legión» (desaparecido), Fernanda Gutiérrez (Liceo Mercante), Carlos Mercante (Colegio del Pilar) y Alejandro Desío, Abel Fuks, Graciela Torrado (los tres de Bellas Artes) y Luis Cáceres (Escuela Técnica), los cuatro últimos militantes del Gesa (Grupo de Estudiantes Secundarios Antiimperialistas).

 

 


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