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Por Cristina gonzález, Fotos
Sergio dovio A las 10,30 de una mañana del mes de
julio de 2007, nos recibió el arquitecto Oscar Niemeyer en
su estudio ubicado frente a la playa de Copacabana, en Río
de Janeiro, en un noveno piso. Después debimos subir un tramo
más por una estrecha escalerita, cosa que él hace todos
los días a la edad de 99 años.
Nos hicieron pasar a un reducido ambiente que se encuentra girando
a la izquierda más de una vez. Al final del recorrido entramos
y un señor mayor acompañado por su asistente, nos recibió
amablemente. Nos dio la mano y nos hizo tomar asiento frente a él,
reclamando que debíamos hablar más alto para escucharnos
bien.
Tanta palabra para describir no trasmite la agitación que se
siente. A veces, los segundos no son como los vemos trazados en el
reloj, y cuando estamos frente a algún episodio de gran importancia,
éstos se amplían y transcurren con lentitud. Cómo
decir que estamos fascinados de estar ahí!…. Delante
de un artista que ha hecho de la arquitectura su modo de expresión.
Que por sus obras ha ganado premios que están a la atura de
los Premios Nobel.
Por fin estuvimos ¿listos? para iniciar el diálogo.
Sirvió, para dar comienzo, traer al presente un pensamiento
suyo inscripto en el Museo de Arte Moderno “un punto de poyo
central y desde allí surgiendo la arquitectura libre como una
flor”, el gerundio explica la forma y ante nuestra inquietud
por saber cómo ensambla en sus obras, el arte, la arquitectura
y la naturaleza, respondió con total sencillez que ahora la
arquitectura «es sólo invención, con el hormigón
hoy se permite todo. No hay límites para crear, antes era difícil
construir una cúpula de 30 metros, yo hice en Brasilia un museo
que tiene una cúpula de 80 metros…».
«Es maravilloso, ahora se puede construir sin límites…
Yo busco hacer algo diferente. Yo comienzo el trabajo reduciendo los
apoyos, o sea, el número de columnas, eso permite a la arquitectura
una audacia diferente. Después busco la forma estructural,
llegar a una solución que produzca la sorpresa que una obra
de arte debe generar, pero no hay nada importante en eso, lo importante
es la vida», dice.
Pero como si no interesara mucho el tema de la arquitectura, sin mediar
comentario ni pregunta alguna, prosiguió con su acento pausado:
«hago lo que puedo, lo importante es la vida y luchar por un
mundo mejor. Tengo el placer de ayudar al prójimo y esto es
esencial para mí. Me gusta leer y estar informado, eso es bueno…
estar informado. En Niteroi estoy haciendo una escuela, pero aunque
la formación intelectual es muy importante, más lo es
saber cómo vivir una buena vida».
Y continuó con toda convicción y lucidez: «la
arquitectura moderna no cambia nada, si bien se hace para los políticos
y para los que tienen dinero, yo dirijo mi arquitectura para quien
la va a mirar y se asombra… para las personas comunes que pueden
disfrutar de mis diseños. El pobre pasa por la vida y ni se
da cuenta lo que es la arquitectura. Pero cuando mira algo diferente,
se detiene, se queda emocionado un momento y ahí está
la importancia de la arquitectura».
Niemeyer no siente que por lo que ha hecho con su profesión
deba ser admirado ya que «cuando una persona realiza una protesta
contra el capitalismo hace un trabajo más importante que el
que hago yo. América Latina está amenazada por un cretino
como Bush y tenemos que luchar contra eso. Rechaza a los que se creen
importantes, muchos piensan que lo son pero nadie lo es… todos
somos iguales. El hombre tendría que ser simple, no hay ninguna
razón para que se crea importante. Vivimos en un universo fantástico
que me encanta y al mismo tiempo humilla, somos todos insignificantes.
Todo el mundo debería estar desnudo de pretensión, no
hay razón para eso. Hoy, por ejemplo, hablan conmigo de fútbol,
a mí, el jugador que más me interesó fue Maradona.
Pelé fue un gran jugador, pero Maradona es más humano,
hablaba bien de sus compañeros… llevaba la vida como
él quería, eso es lo importante», señaló.
Y remató la frase diciendo: «la vida es un soplo, un
minuto».
Es incansable trabajando, de eso da fe también, quien lo acompaña.
«Trabajo el día entero, desde las 9 de la mañana,
pero en esta época estoy perdiendo un poco las mañanas
porque hay mucha gente que me busca, diarios, revistas… me siento
obligado a atender, no voy a quedar en un rincón como una persona
misteriosa. Así como ahora estoy atendiendo a ustedes…
Nosotros charlamos… Hay que tener esta forma, no hay que estar
escondido», confiesa.
Era de rigor la pregunta acerca de su relación profesional
con otro gran arquitecto, el suizo Le Courbousier, y asombra su franqueza.
«Él pensaba de sí mismo que era grandioso, pero
simplemente hacía una arquitectura diferente. Cuando trabajamos
juntos construyendo el edificio de Naciones Unidas, en Nueva York,
Le Courbousier me pidió que no hiciera el salón de la
asamblea como yo lo había diseñado y lo escuché
porque él era el maestro. Ahora pienso que está mal
hecho, ahora no lo escucharía»; y prosiguió diciendo:
«cada uno hace su arquitectura, yo no critico a mis colegas,
cada uno hace lo que quiere y es responsable por ello».
Pero queríamos saber más, porque ese estudio es muy
silencioso y ordenado, si bien su escritorio es pequeño, el
salón de entrada con vista a la playa y el mar, es muy amplio
y está decorado con muebles de su propio diseño. Le
preguntamos si con él trabaja mucha gente y sin dar muchos
detalles respondió: «No. Somos pocos, porque el trabajo
de la creación es muy personal, yo soy el responsable de esa
etapa y me gusta hacerla solo, después me reúno con
la gente que trabaja conmigo y desarrollamos el trabajo en conjunto.
Pero para el momento de crear estoy solo. Cada arquitecto piensa diferente
y así debe ser, cada uno tiene sus ideas».
También le preguntamos si conoce Argentina y nos dijo que estuvo
una vez en Buenos Aires y es «muy linda». «El tango
-dice- es mucho mejor que el samba brasilero, es más sensual,
más bonito». Y volvió a insistir, como si fuera
una misión: «somos hermanos de la América Latina
luchando contra Bush, es muy importante que los pueblos de Latinoamérica
se den las manos para luchar en contra de la decadencia a la que nos
quiere someter el presidente norteamericano».
Volviendo al trabajo relata: «estoy haciendo un museo para Chile
en Valparaíso y otro para España, tengo mucho trabajo
pero la edad es fuego , nos dice sonriendo. Yo hago todo lo que hacía
a los 60 años y siempre digo que tengo 60. La edad que está
escrita no es la importante, lo que sí importa son las actividades,
leer libros, participar en el partido, defendiendo el partido , escrachando
a Bush, diciendo que es un pobre diablo, que es un imbécil.
Vamos viviendo así… participando de todo lo que pasa…
La gente joven es necesaria para mover el mundo…
Fue amable también en la despedida y al darle la mano, con
una leve presión en la mía, y suavemente, se levantó
de la silla. Advirtiéndonos que no estaba en su mejor forma
porque se había roto un hueso de la pierna derecha y se hallaba
con kinesiología.
Dixit
«la arquitectura moderna no cambia nada, si bien se hace para
los políticos y para los que tienen dinero, yo dirijo mi arquitectura
para quien la va a mirar y se asombra para las personas comunes que
pueden disfrutar de mis diseños. El pobre pasa por la vida
y ni se da cuenta lo que es la arquitectura. Pero cuando mira algo
diferente, se detiene, se queda emocionado un momento y ahí
está la importancia de la arquitectura».
«Maradona me interesa más que Pelé. Maradona
es más humano».
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