Danuta María Kugler de Bernaciack,
nació en Polonia, en la localidad de Werzeziagg donde sus padres
tenían una estancia. Circunstancias imprevisibles la trajeron
a la Argentina en 1948 luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Hija de Werchines Kugler y María Dutakievich, tuvo un solo
hermano: Andrei. La familia se dedicaba a la cría de vacas
lecheras en una propiedad de 500 hectáreas donde también
cultivaban cereales, remolacha azucarera, zanahorias y poseían
un tupido bosque que les daba la provisión adecuada de leña.
En 1939 comenzó la invasión nazi que “por supuesto,
nos sacaron de nuestro hogar –indica Danuta- Mi papá
comenzó a trabajar como contador en una estancia alejada bajo
mando del invasor alemán. A mí me tocó hacer
la contaduría de cinco estancias cuando apenas tenía
18 años. La invasión alemana interrumpió mis
estudios secundarios porque en junio del ’39 estaba en el liceo
y en setiembre comenzó la guerra”.
La resistencia
“Los alemanes echaban a todos los dueños y después
los obligaban a trabajar. Gracias a que mi papá y yo hablábamos
alemán pudimos trabajar en oficinas porque muchos que no sabían
nada tenían que ir al campo a trabajar con los peones “pico
y pala” –continúa su relato Danuta Kugler de Bernaciack-
Fue un poco duro para una chica de mi edad trabajar desde las siete
de la mañana hasta las diez de la noche haciendo contaduría
y servir como traductora entre el jefe alemán y los capataces
de estas estancias. En mi escuela fue obligatorio estudiar alemán.
La única materia que tenía como nota siete era el alemán,
en todas las demás era sobresaliente”
Su hermano Andrei ingresó en la resistencia clandestina al
igual que su padre al que nombraron gobernador de esa provincia. Redactaron
una lista con los cargos correspondientes a los miembros de la resistencia,
lista que cayó en manos de las tropas invasoras que procedieron
a detener y enviar a campos de concentración a todos los polacos
que pertenecían al ejército polaco en la clandestinidad,
entre ellos el padre de Danuta, Werchines Kugler.
“Y como era de apellido Kugler –indica Danuta- le dijeron
que si se cambiaba el apellido por uno que significa “alemán
de segunda clase”, lo dejarían tranquilo. Pero en Polonia
somos muy patriotas –exclama Danuta- por lo que papá
no cambió su nacionalidad. Entonces le dieron cien palos en
un banco en el campo de concentración de Bach-hausen. Luego
lo llevaron camino a Alemania e hicieron parada en Varsovia. Paralelamente
yo ya había ingresado en el ejército de la resistencia
y, gracias a mis contactos, me enteré que papá era transferido
en un tren que pasaba por la capital. Y tuve noticias, no muy buenas,
ya que a papá luego de apalearlo le dieron una inyección
que le hizo subir mucho la fiebre y los alemanes temían que
tuviera tifus. Entonces lo dejaron en un hospital de una cárcel
en Varsovia. Un polaco, que luego fue mi suegro, muy conocido acá,
Ricardo Bialous, organizó un asalto a este hospital y liberó
a veinticuatro personas, entre ellos mi papá. Lo sacamos muy
mal, estaba deshecho. Unos meses después murió.”
Sinceridad
“Mi mamá la pasó muy mal –memora Danuta-
llegó a vender cositas por la calle hasta que logró
«aterrizar» en la casa de una tía. Mamá
era profesora de literatura. Años después, cuando terminó
la ocupación, necesitaban profesionales, porque muchos habían
muerto en la contienda y la aceptaron para que trabajara como profesora
en las escuelas. En mi caso, yo trabajé como contadora, con
un jefe que era buena persona pero muy borrachín. De Alemania
nos mandaron libros donde debíamos volcar datos relacionados
con la producción de las estancias. Cuánto cosechaban,
cuánto sembraban, cuánto producían año
tras año y cuánto estimaban que iban a producir cinco
años después. ¡Un trabajo de locos! Hasta que
un día llegó desde Berlín un inspector al que
mi jefe conduce a mi oficina y me dice “fraulein, muéstrele
todo lo que tengan hasta la fecha”.
El inspector le pregunta a Danuta qué opina del trabajo que
le habían solicitado. Ella, le respondió con sinceridad:
“Es la estupidez más grande que vi en mi vida”.
Y, según indica Danuta, el inspector comenzó a reírse
a carcajadas; en sus adentros Danuta pensó que la iban a mandar
a un campo de concentración por haber dicho lo que pensaba.
“Después vino mi jefe –relata Danuta- todo sonriente
diciendo que la opinión era que yo era una secretaria muy inteligente
que merecía un premio”.
Danuta, con astucia y rapidez le pidió que si ella un día
no quería trabajar más allí le dieran permiso
para ir a otra parte, a lo que el jefe asintió.
La clandestinidad
Danuta trabajó en contaduría durante tres años
hasta que un día, luego de una circunstancia laboral, tuvo
que pedirle a su jefe que cumpliera con el pedido que ella le había
hecho. El jefe cumplió con su promesa y la dejó ir.
Entonces marchó hacia Varsovia e ingresó de lleno en
trabajos para la resistencia clandestina.
“Allí hacíamos cosas que los alemanes no permitían
como diarios clandestinos donde se decía la verdad, porque
los alemanes publicaban lo que ellos querían. También
teníamos radios cuyas emisiones estaban prohibidas. Se hacían
reuniones para los jóvenes y se los preparaba para ir a la
selva, a la guerrilla.
Yo hacía todas estas cositas, en forma clandestina. Y con esto
llegué al levantamiento de Varsovia, en 1944, cuando estaba
terminando la Guerra y venían los rusos que nos prometieron
ayuda. Pero nosotros quisimos liberar nuestra capital con nuestras
propias manos porque los alemanes se retiraban.
Las tropas rusas llegaron hasta orillas del río Vístula,
ocuparon y se quedaron porque sabían que en Varsovia estábamos
todos contra el comunismo. Y así nos tuvieron durante dos meses:
sin gas, sin luz, sin agua, en medio de los bombardeos de los alemanes
con artillería pesada y con aviones que destruían casa
por casa, en forma regular.
Vicisitudes
“Nos rendimos porque ya no había ni perros, ni gatos,
ni ratas para comer, nada de nada. Ni hablar de azúcar o cebada
que se comía habitualmente. En principio los alemanes nos querían
llamar «bandidos» pero luego comenzaron a llamarnos «combatientes».
Yo era subteniente de la resistencia, entonces me llevaron a un campo
de prisioneros oficiales. Nada de trabajo, nada de torturas, pero
hambre sí, pero con agua caliente, baños y la posibilidad
de hacer cursos, coros, teatro. Allí estuve durante un año
hasta que el general Patton nos liberó. Entramos otra vez en
el Ejército Polaco bajo mando inglés en ocupación
de Italia, desde un campo de prisioneros de los alemanes. Entonces
nos dijeron: «Usted es subteniente en campo de batalla ¿hizo
escuela de oficiales? Si quiere mantener su grado debe hacer la escuela
de oficiales». Una opción que era casi como una orden.
Así que tuve que ir a Altamura donde organizaron la escuela
para oficiales. Hice la escuela y me reconocieron como subteniente,
y estuve como intendente del Ejército en la ciudad de Ancona,
Italia. Después nos desmovilizaron porque se terminaba la Guerra
y nos mandaron a Inglaterra. Mientras tanto, en un club de oficiales,
me presentaron al que luego se convirtió en mi marido, Casimiro
Berseniack. Cuando dije mi apellido, él dijo que tenía
un chico que hizo el servicio militar en el Regimiento, era mi hermano
Andrés. Entonces Casimiro dijo “ Tengo la obligación
de cuidar a la hermana de mi subalterno”.
La boda
“Meses después nos casamos - recuerda Danuta
y se llenan de luz sus pequeños ojos celestes-y así
estuvimos juntos a lo largo de cincuenta años. Cuatro días
después de las Bodas de Oro, cuando él tenía
81 años y ya se había jubilado como profesor de inglés
de los colegios neuquinos, fue al polo club a cabalgar porque los
caballos eran su pasión.
Fue a las cuatro de la tarde y a las cinco me llamaron para decirme
que había tenido un paro cardíaco mientras cabalgaba.
Murió sin dolor, sin darse cuenta y en la actividad que siempre
había amado”.
(Continuará)
Anécdota de la Guerra
“Durante el sitio de Varsovia yo iba a casa de mi prima que
había perdido una pierna y estaba protegida en un sótano
–memora Danuta- . Iba para buscarle algunas cosas que ella necesitaba
del primer piso de la casa. De pronto, escucho que empieza el bombardeo,
saltan los vidrios; con rapidez me meto en el baño. La casa
empezó a moverse, se cayeron los revoques y yo ¡metida
en la bañera! Cuando salí, la casa estaba destruida
por la mitad. Destruyeron cocina y comedor y quedaron el baño
y el dormitorio. Así salvé mi vida. Siempre tuve suerte,
gracias a Dios.”
Distinciones
La Dirección General de Migraciones, dependiente del Ministerio
del Interior de la República Argentina extendió el 4
de setiembre de 1998 un “Diploma de Honor” a Danuta Kugler
de Bernaciack. Los motivos textuales: “En virtud de haber brindado
durante cincuenta años sus esfuerzos, su trabajo y lo mejor
de sí en pos de su grandeza, se firma el presente testimonio
de gratitud en nombre del gobierno de la Nación Argentina.”
Además, los neuquinos le otorgaron una “Medalla de oro
de la Asociación Personajes de mi ciudad, en el año
2000”.
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