Por rocío herrera
El territorio, actualmente ocupado por EE.UU., fue delimitado
arbitrariamente por Gran Bretaña, después de la Primera
Guerra Mundial.
Neuquén > El petróleo es un recurso
con el que cualquier país quiere contar. Su cotización
en el mercado internacional y el hecho de que se trate de un recurso
básico para el desarrollo de cualquier economía lo convierten
en un bien altamente deseado.
Irak es uno de los 20 principales países exportadores de petróleo
del mundo.
Sin embargo, no integra la mesa del G-8, ni figura en la lista de
los países desarrollados, ni está en vías de
industrialización y las condiciones de vida de su población
registran los índices más altos de precariedad.
Para Irak, el petróleo, antes que una bendición ha sido
una maldición, y el interés de las potencias occidentales
en él, su peor pesadilla.
El primer interesado
A finales del siglo XIX, gran parte de Oriente Medio formaba parte
del Imperio Otomano –turco-.
La Primera Guerra Mundial reconfiguró las relaciones de poder
en la región y los vencedores de la contienda pasaron a repartirse
los territorios ocupados.
Gran Bretaña delimitó el territorio de lo que sería
Irak y organizó el país a gusto y piaccere: instauró
una monarquía aliada a sus intereses petroleros en el novel
país, definió las fronteras y dirigió la redacción
de la Constitución Nacional y la elección de la estructura
del parlamento.
Formalmente, Irak era un país autónomo, con perspectivas
de alcanzar la independencia. Realmente, era un apéndice del
Imperio Británico.
Ésta situación de sometimiento, generó en la
población focos de resistencia a la dominación occidental
y a la monarquía local adicta.
Nacionalistas e izquierdistas derrocaron la monarquía e instauraron
la república mediante un golpe de Estado en 1958, en el contexto
de la Guerra Fría -un dato no menor teniendo en cuenta la puja
entre Rusia y Estados Unidos por ampliar sus zonas de influencia en
el mundo-.
República desvirtuada
Las rivalidades entre los dos grupos que habían derrocado a
la monarquía convirtieron a la joven república en una
dictadura y llenaron de inestabilidad al nuevo Gobierno.
La Guerra de los Siete días, precipitó la crítica
situación interna.
En 1968, un nuevo golpe de Estado lleva al poder al Baas, una agrupación
política de nacionalistas árabes cercanos a Siria.
De la mano del ascenso del Baas, Saddam Hussein ingresó al
Gobierno, ocupando la vicepresidencia.
Durante la década de ‘70 el país vivió
una relativa estabilidad.
Afianzó sus relaciones con Rusia, pero no descuidó los
vínculos comerciales con Occidente.
Los ingresos de la actividad petrolera –nacionalizada en 1972-
permitieron grandes inversiones en infraestructura y mejoraron notablemente
la calidad de vida de la población.
Saddam y el comienzo del ocaso
En 1979, y por razones que aún se desconocen, el presidente
iraquí renunció a su cargo, cediendo el puesto a Saddam
Hussein.
Lentamente, Hussein inició un proceso de concentración
de poder en el que la oposición quedó relegada a ocupar
un mero papel decorativo en la configuración de poder del régimen.
Chiítas y kurdos fueron objeto de una salvaje persecución
y represión durante los ochenta.
El triunfo de la revolución islámica en Irán,
principal aliado occidental en la región en ese entonces, fue
el inicio del ocaso para Irak.
La revolución iraní, comandada por el movimiento chiíta,
finalizó la alianza de su país con las potencias occidentales,
nacionalizó las principales industrias, la banca y las compañías
de seguros y fue muy crítica con la opulencia y desigualdad
de las monarquías exportadoras de petróleo del Golfo.
Hussein encontró un enemigo odiado y temido por muchos, a quien
vencer en una guerra, que el permita instalarse como el “hombre
fuerte” de la región.
Con armas, recursos económicos y logísticos europeos,
estadounidenses y de los países vecinos, Irak invadió
Irán en 1980.
Un millón de muertos, ningún avance territorial y dos
economías e infraestructuras nacionales devastadas fue el resultado
de ocho años de guerra.
Sin embargo Saddam era ahora el “amigo” de occidente en
Medio Oriente.
La guerra del Golfo
Las terribles consecuencias de la guerra con Irán además
de la continuidad de los conflictos internos con los kurdos al norte
y los chiítas al sur, pusieron a Saddam en alarma.
El derrocamiento de Irán había beneficiado a muchos
y el dictador iraquí decidió pedir el pago por el esfuerzo
de la guerra.
Dos fueron los pedidos: que se reduzca la producción de petróleo,
para que así suba su precio y que se le condone la deuda a
Irak contraída durante el conflicto bélico. En caso
de negativa, amenazó con invadir Kuwait y anexarse el territorio.
El 2 de agosto de 1990, Irak invade Kuwait.
Occidente condenó la invasión.
Un hipotético triunfo iraquí llevaría a la crisis
a las monarquías exportadoras de petróleo del Golfo,
aliadas de Occidente (potencias europeas y Estados Unidos) y con importantes
inversiones en los países de la OCDE.
Estados Unidos y la OTAN decidieron frenar la veleidades del “amigo”
Saddam y de paso, demostrarle al mundo quiénes configuraban
el orden mundial.
Sanciones y devastación
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenó la agresión
iraquí.
El 6 de agosto de 1990 declaró un embargo comercial, financiero
y militar a Irak, aislando a un país que importa el 80 por
ciento de los alimentos para su población y casi la totalidad
de los productos industriales que consume. Ironías de la vida,
años más tarde, el mismo organismo implementaría
el programa “petróleo por alimentos”, mediante
el cual se autorizaba la exportación de cantidades limitadas
del combustible iraquí para adquirir bienes de uso humanitario.
En noviembre, mediante la Resolución 678, el Consejo de Seguridad
autorizó el uso de la fuerza para frenar la ofensiva de Hussein.
Una coalición internacional compuesta por 32 países
obligó a Irak a retirarse de Kuwait.
Durante seis semanas bombardearon al agresor.
En menos de dos meses se lanzaron sobre la población iraquí
140.000 toneladas de bombas –el equivalente a siete veces la
bomba de Hiroshima-. Por cada 235 bajas del ejército aliado
murieron entre 50.000 y 150.000 iraquíes. Puentes, rutas y
caminos, fábricas, cloacas, infraestructura de servicios básicos
y de la industria petrolera, todo fue destruido.
En 1991 Irak aceptó las condiciones impuestas por Naciones
Unidas para suspender definitivamente las acciones militares.
La nueva ocupación
Lo que sucedió después es historia conocida. Saddam
nunca dejó de representar una amenaza. Y su petróleo,
nunca dejó de ser una tentación.
En los doce años entre ambos conflictos armados –la guerra
del Golfo y la invasión estadounidense de 2003- el régimen
iraquí estuvo, de una u otra forma, bajo el yugo occidental.
Inspecciones militares en busca de armas de destrucción masiva,
embargos comerciales y hasta la prohibición de sobrevolar su
propio territorio fueron algunas de las intromisiones y violaciones
occidentales de la soberanía de Irak.
Explicaciones de lo inexplicable
Las hipótesis sobre los motivos de la invasión de la
administración Bush a Irak son muchas.
Desde poner fin a la sangrienta dictadura de Hussein e instalar una
democracia hasta usufructuar los recursos petroleros; desde un desesperado
intento por cohesionar a la población estadounidense, en un
momento de franco descenso del al Gobierno republicano hasta la búsqueda
y posterior destrucción de armas de destrucción masiva,
son todas razones que distintos analistas, políticos, y los
propios protagonistas del conflicto han esgrimido para justificar
la nueva conflagración.
Consecuencias
Cualquiera o ninguna puede ser correcta. Lo cierto es que es la población
civil iraquí la que paga las consecuencias de los conflictos
armados y las sanciones impuestas por Occidente a sus gobiernos –situación
que se repite en Franja de Gaza, con el bloqueo occidental a la zona
por encontrarse bajo el gobierno de Hamas, a quien consideran terrorista-.
Lo cierto es que Irak ya no posee el control de sus recursos petroleros
ni la capacidad para negociar su manejo frente al poderío de
las los países industrializados.
Lo cierto es que nuevamente el país, es un país ocupado
por una potencia extranjera, aunque esta vez, los reclamos de los
ciudadanos locales no se dirigen a Gran Bretaña como en 1920,
sino hacia una ex colonia suya: los Estados Unidos de Norte América.
Cronología trágica
1920.
Gran Bretaña ocupa la Mesopotamia.
1921. Gran Bretaña establece los límites
de Irak e instaura una monarquía.
1932. Finaliza el mandato británico en Irak,
que pasa a ser formalmente independiente, aunque continúa la
influencia del país occidental.
1958. Fuerzas nacionalistas y de izquierda realizan
un golpe de Estado, derrocan a la monarquía y establecen una
República.
1958-1968. Las diferencias entre los dos grupos
impiden la estabilización de la situación política.
1968.Un nuevo golpe de Estado lleva al poder a los
nacionalistas de Baas. Es el ingreso de Saddam Hussein al Gobierno,
como vicepresidente.
1979.Renuncia el presidente iraquí y Hussein
asume el mando del Ejecutivo. Comienza un proceso de concentración
del poder, en el que las minorías –chiítas y kurdos-
son brutalmente perseguidas y reprimidas.
1980-1988.Guerra Irak- Irán.
1990-1991.Guerra del Golfo.
2003.Estados Unidos invade Irak, derroca a Saddam
Hussein y comienza la ocupación estadounidense del país.
Diciembre de 2006. Saddam Hussein es ejecutado por
crímenes de lesa humanidad.
Kurdos, chiítas y sunitas
Finalizada la Primera Guerra Mundial, las potencias ganadoras se
repartieron los territorios ocupados durante la conflagración.
La región de Medio Oriente no fue la excepción.
Las fronteras de Irak fueron determinadas por Inglaterra en 1922,
quien también eligió su forma de Gobierno y cómo
y cuándo le daría la independencia a la población
que iba a conformar el nuevo país.
Tres provincias de lo que había sido el Imperio Otomano, integradas
por etnias diferentes que no simpatizaban entre sí, pasaron
a formar, de un día para otro y por mandato británico,
un Estado. Una unión forzada cuyas consecuencias eran más
que previsibles: años de encarnizadas luchas por acceder a
los cargos de poder o por ser independientes.
Kurdos: musulmanes, no árabes, cuya patria sin Estado es el
Kurdistán, dividido entre Irán, Irak, Siria y Turquía.
De tendencia izquierdista, establecieron alianzas ocasionales con
los chiítas.
Chiítas: árabes musulmanes. Cercanos a Irán,
de tendencia izquierdista. Tradicionalmente relegados de la vida política
iraquí y con menos derechos que la población suní,
a pesar de ser numéricamente mayoría.
Sunitas: árabes musulmanes. A pesar de ser minoría en
el territorio, ocupan la mayoría de los cargos de poder, incluso
desde los tiempos en que Irak estaba bajo mandato británico
y con el beneplácito de la potencia occidental que veía
con temor a chiítas y kurdos, las etnias predominantes.
Análisis
Soluciones complejas
Irak nació como la unión artificial de tres pueblos
que pasaron de estar bajo el dominio de un Imperio (el Otomano), a
otro (el Británico).
Tres etnias con raíces culturales y religiosas diferentes encerradas
dentro de unas fronteras que no eligieron, que fueron trazadas por
algún europeo allá por la década del ’20,
en función de lo que era más práctico para el
desarrollo de las actividades petroleras.
Desde sus inicios, Irak estuvo condenado al conflicto.
Pero este cóctel tiene otro ingrediente, y otros personajes.
Porque la cuestión iraquí no se reduce a una lucha étnica
por el poder o por cuestiones religiosas. Siempre hubo una potencia
occidental interesada en la región.
Gran Bretaña impuso las fronteras y la convivencia de tres
pueblos diferentes. Dispuso que gobernara una monarquía, con
un Rey electo por los británicos, y favoreció el ascenso
de un grupo -los sunitas-, en detrimento de los otros.
La ubicación estratégica de Irak como lugar de paso
para construir ferrocarriles y la disponibilidad del preciado petróleo,
fueron grandes incentivos para que la potencia se interesara en la
región.
Durante la Guerra Fría, Rusia y Estados Unidos utilizaron
los países de todos los continentes como campo de batalla,
buscando ampliar sus respectivas áreas de influencia. En ese
contexto se enmarca el apoyo estadounidense a las dictaduras latinoamericanas
en su lucha contra el avance del comunismo y en ese contexto se enmarcan
las alianzas militares que se dieron tanto en la guerra Irak- Irán
como en la guerra Irak- Kuwait.
En la primera, un Occidente preocupado por el triunfo de la Revolución
iraní, de tendencia izquierdista, no dudó en brindar
su apoyo económico, armamentístico y logístico
a Saddam Hussein para devastar al país vecino.
En la segunda, la Guerra Fría ya había terminado. Esta
vez, la anexión iraquí de Kuwait implicaba grandes pérdidas
económicas a occidente y dejaba en manos del inestable Hussein
un enorme poder económico, al darle libre salida al mar al
petróleo iraquí a través de Kuwait.
Cambio de situación
El otrora amigo de occidente pasó a ser un violento dictador
y sus antiguos aliados constituyeron la coalición militar que
lo derrotó y sumió a la población iraquí
en la peor de las miserias.
Aliado o enemigo según las necesidades circunstanciales de
Occidente, la suerte de Irak se mueve al compás de los intereses
inmediatos de Estados Unidos y Europa.
La situación iraquí es compleja, mucho más de
lo que se presenta. Desde los conflictos internos, de larga data,
entre etnias antiquísimas, que entrecruzan divergencias políticas,
religiosas y culturales, hasta el agregado de la intromisión
e imposiciones en su vida cotidiana por parte de países que
nada tienen que ver con la realidad local y cuya motivación
es más económica y geoestratégica que altruista.
No tenemos la solución a la cuestión iraquí.
Sin embargo, algo es seguro: es mucho más compleja que la ocupación
y la instauración por la fuerza de una forma de gobierno ajena
que no contemple las tensiones históricas entre los pueblos
que integran el país.
(RH)
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