Patrimonio sanitario en riesgo
por fronteras chilenas sin control

 
 
La fruta de mesa es la fruta por excelencia que exporta Chile.

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  Los nuevos ejemplares de mosca de la fruta detectados en el valle de Copiapó, además de comprometer 300 hectáreas de uva de exportación, equivalentes a 4 millones y medio de cajas; a un número menor de limones, que ya no podrán venderse a Japón, y otro aún más pequeño de chirimoyos, que no podrá salir de la ciudad, vuelven a poner en el tapete si Chile está haciendo todo lo que puede en materia de protección fito y zoosanitaria.
El no resuena casi furibundo entre empresarios, exportadores y agricultores. Están inquietos, preocupados en realidad. Es que todo indica que la inversión del país en proteger la sanidad no está acorde con las crecientes necesidades, producto del mayor intercambio con otros países. Puestos aduaneros sin energía eléctrica o teléfono; máquinas de rayos X obsoletas, pasos no habilitados que son utilizados como si estuvieran abiertos e infraestructura habitacional no acorde a los requerimientos del lugar, son sólo algunas de las deficientes condiciones del sistema, las que diariamente ponen en riesgo un patrimonio que es medular para la estrategia exportadora chilena.

Patrimonio sin precio
La condición de Chile «país libre de» –mosca de la fruta o fiebre aftosa, por poner un par de ejemplos– es un valor agregado y una ventaja competitiva. (...)
Encargado directo de vigilar que no ingresen frutas, vegetales, lácteos u otros productos orgánicos riesgosos es el SAG. Lo hace, con presupuestos bastante restringidos, en relación con la creciente demanda de control. Pero para poder cumplir su función, el organismo debe utilizar instalaciones que pertenecen a la Dirección Nacional de Aduanas y a la Dirección de Fronteras y Límites. Y aquí es donde está la gran debilidad.
La mosca de la fruta en Copiapó fue el último grito del sistema. El insecto nunca antes había aparecido en la zona. Sin embargo, la región ha aumentado su flujo fronterizo en forma progresiva. En el lugar hay un solo paso habilitado, donde se ejerce el control, que no tiene ni siquiera máquina de Rayos X. A ello se agrega que habría al menos otros tres pasos por donde transitan personas, que no tienen puesto fronterizo, por lo que no hay instalaciones ni posibilidad de que el SAG realice algún control.

Lo de Copiapó es un ejemplo mínimo de lo que ocurre a lo largo del país.
Es que lo que hay que solucionar no es simple. El SAG está en 89 controles fronterizos terrestres, aéreos y marítimos, con los 3 países limítrofes. Pero en 19 de ellos no hay con suministro eléctrico, 58 no disponen de teléfono de red fija, 57 de computador y 54 no tienen conexión a internet. Muchos de estos puestos están en zonas de altura, en condiciones climáticas extremas y, las instalaciones –que son de dependencia de Aduanas– no tienen muchas veces las condiciones habitacionales ni higiénicas adecuadas.
Sólo en Los Libertadores la ducha es una manguera amarrada a un techo descascarado, y el WC ni siquiera tiene tapa. En el mismo complejo ni siquiera existe un techo donde realizar las inspecciones de los camiones, los que son revisados en una explanada de tierra a la intemperie, aun cuando las condiciones del tiempo pueden ser bastante extremas.
Para su control fronterizo, el SAG en 2006 contó con un presupuesto de $1.574.904.000. El de este año subió a $2.147.526.000, con lo que están planificando reemplazar parte de los equipos de Rayos X. La situación de estos es dramática. De los 21 que están en operación en 6 regiones, 11 están en plan de reemplazo, 10 llevan más de una década funcionando cuando su vida útil es de la mitad. No es que se vayan a dar de baja. No hay recursos como para eso. Aquellos que puedan utilizarse serán enviados a puestos donde también se requieren, pero que están lejos de poder acceder a ellos. Si en Copiapó hubiera habido uno, eventualmente no estaría en la situación actual.
En realidad, las necesidades del organismo son tales que requeriría un presupuesto cercano a los $5 mil millones, algo más del doble de lo que recibió este año para poder quedar medianamente preparado para enfrentar adecuadamente los crecientes requerimientos que tiene encima. Sólo a modo informativo, entre 2005 y 2006 el tráfico creció en cien mil vehículos; y el ingreso de pasajeros en 2006 fue cerca de un millón más de personas que en 2005. Con la apertura comercial, esto seguirá creciendo.
Claro que aun cuando contaran con esos recursos económicos y pudieran dotar de equipos adecuados y disponer de un mayor número de brigadas caninas, la situación seguiría pendiente de las condiciones dónde tienen que instalarse. Porque ¿de qué sirve una máquina de RX si no hay energía eléctrica? O ¿cómo obligar a un pasajero a que abra su maleta y deje que el perro huela su auto, si no hay un Carabinero que ayude a convencerlo? No hay que olvidarse que hace cerca de dos o tres años funcionarios del SAG resultaron heridos a bala cuando intentaron impedir el ingreso de unos baqueanos que trasladaban animales.
En Interior decidieron no manifestarse frente al tema. Sin embargo, recalcaron que de ellos sólo depende la infraestructura de los pasos fronterizos –significa electricidad, baños adecuados, calefacción ad hoc a la zona, sólo en lo mínimo– y no como cada cual equipe su oficina.

Pasajeros sin control
La situación no termina sólo con equipamientos adecuados. Porque la realidad es que Chile es extremadamente largo y con una frontera compleja.
Así, por ejemplo, hay muchos pasos que funcionan sólo dentro de ciertos horarios. Y cuando termina la jornada, se baja la barrera y los encargados oficiales se retiran. No es raro entonces que los «turistas» ingresen rodeando la barrera o subiéndola con las manos. Poco útil se vuelve entonces el equipo.
Otro es el tema de los pasos no oficiales que muchos utilizan para cruzar la frontera sin ser vistos, menos revisados. Agricultores de la región de la Araucanía saben que esta es una conducta típica de la zona. De hecho, se sabe que existe un paso habilitado y uno cerrado y que éste último es el preferido por muchos de los que quieren pasar el fin de semana al otro lado de la cordillera.
Cuando los arrieros llevan sus animales a las veranadas en la cordillera es conocido que cruzan de un lado a otro de la frontera con Argentina. Para ellos es un milagro que la fiebre aftosa aún no se haya dado en la zona (aunque hay otras enfermedades o pestes animales o vegetales que pueden ingresar).
Sobre esta situación alertaron también en la región de Atacama al Ministro del Interior un par de semanas atrás, cuenta Joseba Zugadi, presidente de la asociación de productores y exportadores agrícolas del Valle de Copiapó (Apeco).
(...)
Francisco Bahamonde, director del Servicio Agrícola y Ganadero, dice que «lo que hay que tener presente es que este es el riesgo de tener una frontera extremadamente larga y con niveles de riesgo distintos, pero aún así tenemos el control sobre el mayor porcentaje de los pasajeros que ingresan al país».
En la misma línea el jefe de comunicaciones del Servicio Nacional de Aduanas, Fabián Villarroel agrega: «esto es parte de nuestra historia geográfica y responsabilidad del Ministerio del Interior y Carabineros».

El más afectado
Nunca habían tenido moscas de la fruta y hoy Copiapó es la gran víctima del insecto. Las 300 hectáreas que quedaron en el área cercada por el SAG son poco comparadas con las 7 mil que podrían caer en riego si este bicho vuela a la parte alta del valle. Pero son las 5 empresas que quedaron encerradas en la zona cuarentenada las que tendrán que asumir mayores costos, por los tratamientos de frío o fumigación para poder exportar. El primer foco de mosca se dio en el radio urbano y los comentarios hablan de falta de personal calificado del SAG para detenerla. De Copiapó habría salido el foco que afecta Valle Dorado, camino a Caldera. El problema es que entre las plantaciones y el valle hay una zona urbana de personas que trasladarían frutas con riesgo de propagar la plaga hacia arriba en Tierra Amarilla.

Fuente: Revista Campo. Diario El Mercurio. Patricia Vildósola Errázuriz y Macarena de Cea Covacich.

 

 


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