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Puerto Argentino >
En abril de 1982, hace ahora 25 años, tropas argentinas desembarcaron
en las Islas Malvinas, usurpadas por Gran Bretaña, desatando
la mayor batalla aeronaval desde la Segunda Guerra Mundial, que se
saldó con la victoria británica, una revolución
económica en el olvidado archipiélago y el fin de la
más sangrienta dictadura militar que comenzó con el
golpe de 1976 liderado por Jorge Rafael Videla.
Siete buques militares de primera línea de ambas flotas hundidos,
casi un centenar de cazabombarderos y helicópteros destruídos,
y alrededor de 900 muertos entre ambos bandos saldaron 10 semanas
de combates con el telón de fondo de una fuerte inestabilidad
internacional por el enfrentamiento Este-Oeste.
Para los isleños la guerra marcó un giro rotundo en
sus vidas.
Una economía semifeudal basada en la cría de ovejas,
incorporó la pesca, el turismo, la prospección petrolera,
y el Producto Interno Bruto per cápita se multiplicó
14 veces en 25 años.
“Sin la guerra de 1982, nada de esto hubiera ocurrido»,
dijo a la AFP el jefe de gobierno de las islas, Chris Simpkins. Antes
de la invasión la población se reducía en cada
avión y cada barco rumbo a Europa. Sin perspectivas, la gente
emigraba. «Las islas se estaban desvaneciendo».
De haber seguido todo como entonces «en pocos años las
islas hubieran sido argentinas de todos modos», reflexiona Tony
Blake, de 66 años, y quien participó en la resistencia
a las tropas argentinas.
Pero en Buenos Aires los militares tenían otras urgencias y
no podían esperar. El general Leopoldo Galtieri había
tomado a fines de 1981 el control de la dictadura que en sus seis
años en el poder había dejado un saldo de 30.000 desaparecidos
y una severa crisis socioeconómica.
Frente a las primeras protestas en años los generales, para
ganar apoyo interno, optaron por atacar el archipiélago a 500
km de la Patagonia, que Gran Bretaña controlaba desde 1833
pero que los argentinos —habían aprendido en la escuela
durante décadas— sabían que había sido
parte de su territorio.
La dictadura pensaba que gozaría de la protección de
Estados Unidos, país con el que vivía una luna de miel
desde la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca. Empeñado
en lo que consideraba una cruzada anticomunista, el régimen
participaba con esmero en las guerras de baja intensidad en Nicaragua
y Salvador.
Es posible que Galtieri «creyera que su irresponsable acción
en Malvinas iba a ser tolerada por sus jefes del Pentágono
en devolución de favores por haber sido uno de los jefes de
instructores en tortura y desaparición de las fuerzas contrarrevolucionarias
en Centroamérica», sostiene el historiador Felipe Pigna.
Pero Washington, luego de una frustrada intervención del secretario
de Estado Alexander Haig, anunció el 30 de abril el fin de
la mediación y su respaldo a los pedidos de apoyo logístico
británicos. Horas después los primeros bombarderos Vulcan
de la Royal Air Force atacaron las islas.
Moncho Águila, el héroe
Jorge «Moncho» Águila había nacido
en Paso Aguerre, tenía 19 años y murió en las
islas el 3 de abril de 1982.
Por Cecilia Soberón
Paso Aguerre > Cuando los albores de este 2 de
abril comiencen a iluminar los campos de Paso Aguerre, la tristeza
volverá a embargar a quienes conocieron a «Moncho»,
Jorge Águila, el soldado que salió de su pequeño
pueblo para morir por su patria en las Islas Malvinas.
Lucrecio Águila, su tío, ya entregó a la Municipalidad
la llave de la gruta que se levantó para recordar al neuquino
caído en aquel triste 1982 en Malvinas. Desde allí se
organizarán los actos de homenaje de este 2007, mientras la
familia se prepara para otra semana de duelo.
«Nos duele mucho todavía y es peor cuando se acerca la
fecha, ¿vió?», pregunta amargamente sin esperar
una respuesta Lucrecio Águila a La Mañana de Neuquén
en las vísperas de que se cumplan 25 años del comienzo
del conflicto bélico.
Destino: Punta Alta
Jorge «Moncho» Águila fue criado por su abuelo,
Carlos Águila, y sus tíos. Le gustaba mucho cabalgar
y de adolescente había comenzado a correr algunas carreras
para orgullo de todo el pueblo que festejaba cada una de sus victorias.
Cuando cumplió los 18 años tuvo que cumplir el servicio
militar obligatorio y su primer destino fue Punta Alta en Buenos Aires,
y de allí sin escala fue enviado a las recuperadas Islas Malvinas.
Nunca antes había salido de Paso Aguerre.
Cuando Moncho recibió el llamado para cumplir el servicio militar
no había noticias de una guerra inminente, tenía apenas
18 años. Se sumó a la «colimba» en octubre
de 1981 y viajó por primera vez a Buenos Aires, aunque no a
la gran capital sino a una ciudad portuaria como Punta Alta, muy diferente
del paraje donde creció.
De jinete a la marina
Paso Aguerre es un pequeño pueblo que creció a fuerza
del tesón de productores que apostaron a la agricultura, un
vergel en medio de la meseta patagónica.
La vida es típicamente de campo y Moncho Águila creció
en medio de los animales y el plantío. Tal vez por eso era
un apasionado por los caballos. De chico comenzó a trabajar
en estas tareas, acompañando a su abuelo, del que aprendía
todos los días.
Por eso, para Moncho salir de Paso Aguerre debió haber significado
un gran desafío que enfrentó con valentía.
A los pocos meses, antes de enfrentar la guerra, aún sin saberlo,
visitó de nuevo a su familia y les contó que estaba
contento y seguramente compartió sus historias de «colimba»
y de las aventuras del mar.
«Él vino a vernos un día, estaba contento, nos
contó que se iba al ‘Sur’, pero no sabía
a qué, le habían dicho que a un reconocimiento, cosas
que él no entendía», cuenta Lucrecio. Hoy, 25
años después para Lucrecio esa charla cobra suma importancia
porque fue una despedida.
«Habló con su primo, con mi hijo, y le contó de
los planes de viajar, no tenía miedo porque realmente no se
imaginaba nada. Después, hablando con otros soldados viejos
supimos que les dijeron cuando ya habían embarcado que iban
a la guerra», asegura con amargura el abuelo de Moncho.
El desembarco y el final
Moncho fue uno de los primeros en «caer», el 3 de abril
al bajar del helicóptero «El Puma» en un extraño
y helado suelo llamado Grytuike, en Georgias del Sur. Su familia no
se enteró sino hasta dos días después.
«Escuchamos por la radio el 4 de abril que en la guerra habían
caído dos soldados y un cabo, pero no decían los nombres.
Mi hija, que en ese entonces tendría unos seis o siete años
me dijo: ¿papá no será el Moncho? yo la reté
y le dije que no dijera esas cosas», cuenta emocionado Lucrecio.
Pero el presagio se haría realidad luego, cuando vio al día
siguiente la camioneta de su cuñado llegar a mitad de semana.
«Él nunca venía así que cuando lo vi dije,
le pasó algo a Monchito. Apenas se bajó le pregunté
y me lo confirmó», dice con la voz entrecortada.
Después llegó el aviso de la Marina, la espera de que
llegara el cuerpo y finalmente el recibimiento con honores en Cutral
Co.
Para quienes todavía recuerdan ese día como si fuera
hoy, la injusticia se mantiene. «Me preguntan si esta guerra
fue injusta. Yo les digo que este chico no sabía manejar un
arma, no había tenido casi ninguna instrucción, haga
de cuenta que lo tiraron ahí y lo dejaron morir. Qué
se va hacer, son cosas de la vida», dice resignado Lucrecio.
Sólo quedó el dolor y la falta de reconocimiento para
los veteranos de guerra.
Con el paso de los años se han acostumbrado en Paso Aguerre
a tomar notoriedad cuando se acerca un nuevo aniversario y aprovechan
para recordar los días felices, esos en los que Moncho no salía
de Paso Aguerre y corría los caballos que él mismo se
encargaba de criar y cuidar.
«Era flaquito, alto, morocho, muy buen jinete, que alegría
teníamos cuando ganaba una carrera...», sonríe
recordando a al Moncho, al héroe de Malvinas.
El dolor del abuelo
Paso Aguerre
> Jorge «Moncho» Águila fue uno de
los primeros soldados en caer en la guerra por recuperar las Islas
Malvinas.
Al desembarco realizado el 2 de abril le siguió una ofensiva
en las Islas Greenwich, en helicóptero llegaban los soldados
argentinos y comenzaron el desembarco. Allí corrió sangre
celeste y blanca, cuando cayeron por las balas inglesas Jorge Néstor
«Moncho» Águila, el único neuquino, Patricio
Huanca y Mario Almonacid.
Cuando llegó el cuerpo del soldado hacia Cutral Co, se montó
un impresionante recibimiento que incluyó a todo el pueblo.
Aunque no había ninguna experiencia anterior, se respetaron
todos los honores que le correspondíana al héroe y luego
se trasladaron los restos hacia el hogar de Águila, Paso Aguerre
donde descansan actualmente.
Quien lo conoció lo describe como sencillo, humilde una excelente
persona que dejó un gran recuerdo en todos sus vecinos. Aseguran
que tenía una personalidad muy servicial, muy atento, siempre
dispuesto a hacer un favor, una «gauchada».
Fue criado por su abuelo, Carlos Águila, un hombre de conducta
intachable que le supo transmitir la hombría de bien a su nieto.
Cuentan también que no pudo soportar la tristeza y falleció
dos años después que Jorge.
La otra cara de las islas
Mount
Pleasant se transformó en la base de la Real Fuerza Aérea.
El complejo fue construido con el objeto de persuadir a Argentina
de una nueva «aventura bélica».
Por Matías Campodónico (dpa)
Puerto Stanley/Islas Malvinas (Dpa) > Con 1.500
habitantes entre personal permanente y rotativo, la base de la Real
Fuerza Aérea en Mount Pleasant, a unos 70 kilómetros
al suroeste de la capital Stanley, se ha convertido en la segunda
ciudad de las Islas Malvinas y única puerta de entrada de quienes
llegan al archipiélago por vía aérea.
Ya desde el aire se aprecian los enormes galpones, depósitos
de armamento, hangares subterráneos, alambrados de púa,
barreras antitanque y casamatas con ametralladoras que se extienden
por varias hectáreas, siempre camuflados para confundirse con
el verdeamarillento suelo de las islas.
El complejo es sin duda el legado más imponente de la guerra
y fue construido con el objeto de persuadir a Argentina de iniciar
una nueva aventura bélica, luego de que las tropas argentinas
vencieran fácilmente a los alrededor de 80 soldados que velaban
por la seguridad de las islas el 2 de abril de 1982.
Tan sólo 550 de los que viven en Mount Pleasant residen allí
de manera permanente, mientras que el millar restante se compone mayormente
de militares que pasan períodos de entre tres y cuatro meses
en el archipiélago, muchos de ellos preparándose para
misiones de combate en Irak y Afganistán.
«Los habitantes de las islas están encantados con nosotros,
se sienten protegidos cuando ven a los ruidosos aviones de combate
Tornado volando a baja altura sobre sus campos. Eso sería impensable
en Europa», explica un soldado que solicita permanecer en el
anonimato y que ya ha participado en numerosas misiones de combate
en Asia Central.
Pese a que se enorgullecen de que la base militar es la única
institución en el archipiélago financiada por el Reino
Unido, el complejo de Mount Pleasant implica beneficios cotidianos
para los isleños que van mucho más allá de la
defensa del archipiélago.
Además de equipamiento militar, la base también alberga
muchas comodidades que ni siquiera existen en la capital. Al hospital
y el colegio para los hijos de civiles y oficiales que viven allí
de forma permanente se suman un centro comercial, un cine, varios
restaurantes, una disco, una pista de bowling, cancha de golf, varias
piletas de natación y hasta una sala de juegos de guerra con
armas láser. No son pocos los habitantes de la capital Stanley
que los fines de semana se acercan a la base para disfrutar de algunas
de estas atracciones.
Siempre que paguen su pasaje, los isleños también cuentan
con la posibilidad de acceder a entre veinte y treinta asientos para
viajar al Reino Unido tres veces cada dos semanas, en los vuelos militares
que coordinan las Fuerzas Armadas desde Mount Pleasant.
Desde la base también se transmite la señal de televisión
BFBS (British Forces Broadcasting Service) que contiene programación
producida por el Ministerio de Defensa para las fuerzas británicos
desplegadas alrededor del mundo. La alternativa a la BFBS es el costoso
servicio de televisión satelital, provisto, por supuesto, por
un operador monopólico.
Fuera de la base, dispersas en las islas, hay otra herencia de la
guerra de 74 días: aproximadamente 25.000 minas antipersonales
que permanecen aún enterradas en 117 de los 125 campos minados
sembrados por los soldados argentinos durante el conflicto, con el
objetivo de frenar el avance de la fuerza de tareas británica
hacia la capital malvinense.
A pesar de que la Convención de Ottawa exige el desminado completo
de las Islas Malvinas para 2009, fuentes del destacamento de ingenieros
militares apostados en el Atlántico Sur estimaron ante dpa
que serían necesarios «alrededor de 400 especialistas
y una década de trabajo intensivo» para retirar todos
los artefactos explosivos.
El artículo 5 de la Convención de Ottawa (oficialmente
«Convención sobre la prohibición del empleo, almacenamiento,
producción y transferencia de minas antipersonal y sobre su
destrucción») establece que cada país signatario
se compromete a «destruir o asegurar la destrucción de
todas las minas antipersonales en áreas minadas bajo su jurisdicción
o control lo antes posible, o a más tardar a los 10 años
de que el Tratado hubiera entrado en vigor». Para el Reino Unido,
el tratado entró en vigor el 1 de marzo de 1999.
Sin embargo, pese a la colaboración entre las autoridades argentinas
y británicas desde el fin del conflicto, no se ha avanzado
mucho. El principal problema radica en que, por diversas causas, muchas
unidades argentinas no guardaron un registro detallado de la ubicación
de las minas.
«En algunos casos esto se debe a que muchas veces los explosivos
eran colocados bajo fuego de artillería británica y
los soldados argentinos debían buscar refugio sin tener tiempo
a anotar el lugar donde habían sido colocados las minas»,
comenta un sargento de origen galés que presta servicios con
el cuerpo de ingenieros del EOD (por sus siglas en ingles, «Explosive
Ordinance Disposal»), destacado en las afueras de Stanley.
«En otros casos, los registros indican que fueron colocadas
sólo 8 minas, cuando en realidad se enterraban 10 o más»,
agrega el soldado británico, quien sin embargo destaca el profesionalismo
de algunas unidades argentinas, como la Infantería de Marina,
y la colaboración de todos los oficiales argentinos una vez
formalizada la rendición.
Empero la gran cantidad de minas que permanecen activas bajo la fría
turba malvinense, no se han registrado accidentes con seres humanos
desde el año 1983.
«En las islas existe una gran conciencia sobre el riesgo que
implican las minas. Las multas por ingresar en un campo minado alcanzan
las 1.500 libras (alrededor de 3.000 dólares). Además,
no sucede como en África o en Asia que, debido a la pobreza,
los habitantes retiran los cercos de madera que delimitan los campos
minados para utilizarlos como leña», concluye el especialista.
Para los británicos fue una guerra
justa
Por Anna Tomforde (dpa)
Londres (dpa) > A 25 años de la Guerra
de las Malvinas, la mayoría de los británicos cree que
la ex primera ministra Margaret Thatcher envió sus tropas a
la batalla por una causa justa que valió la pena.
Aunque las actitudes duras y el fervor nacionalista mermaron dramáticamente
desde 1982, la firme respuesta de Thatcher a la «indignación»
causada por la invasión argentina es colocada en una categoría
completamente aparte de las actuales guerras en Irak y Afganistán,
según analistas.
A pesar de que los británicos puedan tener una visión
«nostálgica» de los acontecimientos ocurridos en
el Atlántico Sur hace un cuarto de siglo, sin duda ha habido
un cambio de actitud en cuanto a qué tan intervencionista debe
ser su gobierno.
Recientes encuestas de opinión confirman que cuatro años
después de la invasión de Irak, un 60 por ciento de
los británicos cree que la intervención fue un error,
y un 51 por ciento señaló que se opondría a una
acción militar en ultramar si la única razón
era una supuesta amenaza a la seguridad nacional británica.
Sin embargo, un 57 por ciento dijo que respaldaría una acción
militar por causas como ayuda para desastres o impedir un genocidio.
La invasión argentina de las disputadas Islas Malvinas el 2
de abril de 1982 fue considerada en ese momento un ataque a territorio
británico, explica un analista, lo cual permitió a Thatcher
convencer al país de que se justificaba una respuesta militar.
«En las islas Falkland los objetivos militares y políticos
se alcanzaron en buen tiempo, y se consideró que el sacrificio
valió la pena», afirma un analista militar.
Mientras en el conflicto por las Malvinas el estatus previo a la guerra
fue restablecido mediante la intervención británica,
la situación en Irak se ha vuelto más peligrosa, tanto
para los civiles iraquíes como las tropas británicas.
«Ambos conflictos representan dos situaciones militares difíciles
muy diferentes, que son como imágenes especulares», dice
un analista.
El sacrificio hecho por Gran Bretaña en las Malvinas, en donde
murieron 255 soldados británicos, fue considerado como aceptable
porque la causa se creía justa y se logró el objetivo
deseado.
En cambio, las continuas muertes durante cuatro años en Irak
y Afganistán hacen sentir a los británicos que esas
guerras son un desperdicio inútil de vidas.
Es exactamente por esta razón que el primer ministro Tony Blair,
quien no ha ocultado su admiración por el fuerte liderazgo
de la época Thatcher, probablemente, a diferencia de ella,
perdería hoy una elección, si se convocara una.
Thatcher, en cambio, estará en el corazón de las celebraciones
británicas este junio por la «liberación»
de las Malvinas.
Hay una calle Thatcher en Puerto Stanley, la capital de la isla, y
cineastas británicos trabajan en un documental que registra
los cruciales 17 días previos a que las fuerzas británicas
navegaran hacia el Atlántico Sur.
«Durante ese periodo, Thatcher tuvo que enfrentar sus miedos
íntimos, a los hombres que dudaban de ella y forjar una imagen
que aún hoy proyecta una sombra sobre el paisaje político»,
señala una portavoz de la distribuidira cinematográfica
Pathe.
Para Thatcher, de 81 años, su planeada presencia en las celebraciones
de cuatro días, que comienzan el 14 de junio, probablemente
será la última oportunidad para bañarse en la
gloria de su gobierno de 11 años.
En ese momento, la determinación que demostró en relación
a las Malvinas le entregó al entonces debilitado liderazgo
de Thatcher un impulso en las elecciones del año siguiente,
lo cual le permitió buscar cumplir con su políticamente
controvertida y rigurosa agenda interna.
«La campaña de Falklands fue una de las más memorables
de la historia británica de posguerra. La liberación
de las islas fue un gran logro de nuestras fuerzas, operando en duras
condiciones a 8.000 millas (15.000 kilómetros) de casa al final
del mapa», afirma el ministro de los Veteranos Derek Twigg.
Sin embargo, el ministro destaca que los desfiles militares y el vuelo
sobre el palacio de Buckingham el 17 de junio «no serán
triunfalistas», y que los 655 argentinos que murieron en el
conflicto también serán recordados.
«Las conmemoraciones nos darán la oportunidad de reflexionar
sobre los hechos de hace 25 años. Nuestra relación con
Argentina ha hecho un largo camino en los últimos años.
Además de recordar los sacrificios de nuestras fuerzas, también
reconoceremos sus pérdidas», dice.
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