Antonino Conti, el experimentado coach
cordobés, aprendió con los años que hostigar al
jugador durante el partido no ayuda al juego. “El entrenador tiene
que estar al servicio del equipo”, dijo. Neuquén
> Antonino Conti, fue una de las destacadas personalidades
que participaron del Argentino de Vóleibol Sub-21 que se realizó
días pasados en esta ciudad. El veterano coach de 65 años
-dirigió entre otros a Daniel Castellani integrante de la mejor
generación del voley argentino-, vino como entrenador de Córdoba,
subcampeón del certamen que se adjudicó la Federación
Metropolitana.
Oriundo de La Calera (Córdoba) dirigió a Ferro, Obras
Sanitarias, en España y colaboró con las selecciones
nacionales. Con 40 años en la función se destaca por
su serenidad para dirigir a sus equipos. No recurre a los gritos para
que sus jugadores lo entiendan y no apela a la recriminación
constante para corregir errores. En los momentos más calientes
del juego, es cuando exhibe mayor calma.
¿Es una virtud que adquirió con los años,
o la tuvo siempre?
“No, yo era un energumeno gritón. Pero la vida y los
jugadores me han enseñado que no podemos estar detrás
de ellos con un látigo. Eso no sirve. Si nosotros confrontamos
con ellos los inhibimos. No hay que estar prestos a recriminar los
errores, son a tener la humildad de bajar a la situación del
jugador”.
Pero hoy vemos entrenadores que gritan constantemente. ¿Eso
no sirve
para nada entonces?.
“Absolutamente para nada. Estoy convencido que el entrenador
tiene que trabajar con una actitud constructiva de ayuda y al servicio
del jugador. La agresividad es un concepto mal entendido desde el
punto de vista del entrenador que cree que hostigando puede despertar
mayor actividad. Se trata de movilizar lo que para mi es el axioma
máximo de nuestra misión que es sacar lo mejor que tenga
cada individuo para servicio del conjunto. El entrenador que arremete
contra al jugador y en los tiempos muertos utiliza la verborrea como
exposición de conocimiento, me da la sensación que no
está al servicio del equipo. No pedemos estar dividiendo, separando,
alejando, sino acercando. Esta es nuestra función como docentes.
Hay que estar al servicio del ser humano, primero, después
del jugador, luego del grupo y por último del equipo”.
¿Sin embargo el coreano Jon Young Wan Sohn que revolucionó
el voley argentino aplicaba el rigor y le fue bien?
“Es que procedía de una escuela asiática
dónde ellos parten del rigor en cuanto a todas las acciones.
Pero eso fue superado. Ellos basan su trabajo en el sacrificio, el
esfuerzo máximo, las repeticiones hasta no poder moverse. Daba
resultado porque había un grupo de jugadores que estaban dispuestos
a eso y lo aceptaban. Aquello fue una expresión de otra época.
Hoy hay otros métodos, se aspira al alto rendimiento con la
participación íntegra del jugador sin dividirlo ni parcializarlo.
No hay que sacrificar una cosa par obtener otra. Los entrenadores
tenemos que promover el amor al deporte y no frustrar las ganas que
el chico tiene de jugar y divertirse”.
¿Qué se necestia para ser un buen entrenador?
“Una gran vocación. Porque si no está comprometido
a través de los sentimientos difícilmente se consiga
algo. A partir de esa vocación naturalmente se exige la formación,
el estudio y la actualización permamente que va a redundar
en beneficio directo del jugador”.
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