“El Gobierno se equivocó en la elección
de los actores de la transversalidad.”

 
 
“Los tipos de partidos que vamos a ver de aquí en adelante van a ser menos densos organizativamente, con menos penetración social y con una mayor profesionalización en el manejo de sus campañas y programas.”
La crisis de los partidos políticos, en general y en particular en la Argentina, son parte del análisis que realiza Juan Abal Medina, en esta entrevista. Actualmente da clases en varias universidades y es investigador.


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Por Mariana Mercovich

Juan Abal Medina (h) egresó de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y completó sus estudios de posgrado en la Universidad de Georgetown y en FLACSO-México, donde obtuvo el título en doctor en Ciencias Políticas. Actualmente es profesor en las universidades de Buenos Aires, San Andrés y San Martín, investigador del CONICET y coordinador del Plan Estratégico de la Ciudad de Buenos Aires. Escribió, entre otros, El federalismo electoral argentino, El asedio a la política. Los partidos latinoamericanos en la era neoliberal y Análisis comparado del desempeño institucional de tres gobiernos locales.
Son el blanco de todas las críticas, pero aún así son imprescindibles para la democracia. Qué tipo de crisis viven nuestros partidos políticos y hacia qué sistema partidario vamos son algunas de las preguntas que aborda en esta entrevista el politólogo, Juan Abal Medina.

¿Cómo caracterizaría la crisis de los partidos políticos argentinos en el marco de la crisis mundial que viven los partidos?
Hay que entender que la crisis de la representación no es un fenómeno estrictamente argentino, ni siquiera latinoamericano, es un fenómeno global. En los países donde la democracia está más desarrollada, en los países de la OCDE, los partidos políticos ocupan el último puesto en término de aprobación ciudadana, sólo llegan al 22 por ciento. De alguna forma, los partidos siempre tuvieron cierta mala prensa, porque la misma imagen de partido habla de una parte, y para la opinión pública en política es más lindo hablar de totalidad, de interés general y de voluntad nacional. Ahora, entre 1920 y 1970 esas partes, o sea los partidos, existían y eran muy sólidas. Entonces teníamos partidos ideológicos que representaban sectores sociales: los partidos socialistas representando a las clases obreras, los partidos demócrata cristianos o conservadores a las clases medias, los partidos campesinos, etcétera. Había una relación muy fuerte entre lo político y lo social, relación que se empezó a perder a partir de la crisis del Estado de Bienestar en los 70; y que a nivel mundial abrió una nueva etapa en la cual los partidos siguen siendo centrales para la democracia pero al apartarse de lo social se van estandarizando y pierden carga ideológica. A nivel mundial uno observa fenómenos parecidos: pérdida de identificación con los partidos, peor imagen, menor índice de afiliaciones, crecimiento de los electorados independientes. En el caso argentino en particular nosotros vivimos los efectos de esta crisis, sumados a dos crisis más: la crisis de los Estados-nación, que en América Latina jugaron un rol mucho más central que en el caso europeo; y la crisis de gobierno, en la cual los partidos son percibidos por sus ciudadanías como que gestionaron muy mal, que gobernaron en contra de los intereses de las mayorías populares. Países como México, Brasil, Uruguay y Chile vivieron las dos primeras crisis –la global y la regional- pero sus instituciones políticas lograron perdurar. En otros países las tres crisis se dieron a la vez. Es el caso de Ecuador, Perú, Bolivia, con claridad Venezuela y no con tanta claridad de Argentina.

A raíz de la mayor complejidad social y la crisis del Estados nación, ¿qué no van a volver a ser los partidos?
Los partidos nunca van a volver a ser los partidos de masas, que es un modelo que responde a un momento histórico determinado. Los partidos de masas básicamente eran partidos que actuaban incluyendo a sectores que estaban por fuera de la política. El caso argentino es claro: el primer partido de masa fue la Unión Cívica Radical que se construyó como partido de inclusión de las clases medias y el peronismo es el partido que hace la inclusión de los sectores obreros. En momentos en los cuales los grupos sociales ya fueron incluidos y sobre todo en el caso argentino y latinoamericano cuando estamos viviendo procesos de exclusión, ya ningún partido puede construirse a partir de eso. Por lo tanto, los modelos y los tipos de partidos que vamos a ver de aquí en adelante van a ser necesariamente distintos a esos, van a ser partidos menos densos organizativamente, con menos penetración social y con una mayor profesionalización en el manejo de sus campañas y programas. Van a ser menos ideológicos, porque ya no hay sectores sociales tan claros a los cuales referirse. El partido de modelo de masas dejó lugar al modelo electoral. Hoy en el mundo hay partidos que ya no son partidos de masas, que actúan siguiendo el modelo electoral pero que igualmente siguen siendo bastante sólidos y bastante firmes: el Partido Socialista Español, el Partido Laborista británico, la Democracia Cristiana alemana, son partidos que se mueven dentro de este modelo del ambiente electoral, más profesional, más desideologizados, pero que siguen manteniendo una fuerte impronta partidaria. En algunos de los casos latinoamericanos se da lo contrario: partidos electorales muy débiles. En muchos casos son simplemente candidatos que se presentan a elecciones y todo su poder, toda su inserción social depende de esa persona. Lo que en el caso argentino podría ser ARI de Lilita Carrió, el partido de López Murphy, el Frepaso de Chacho Alvarez y Graciela Fernandez Meijide en los 90. Son partidos demasiado livianos, muy poco organizados. Enfrentan el desafío de poder organizarse, les cuesta mucho generar redes sociales.

A los partidos nuevos les cuesta generar redes sociales, ¿por el escepticismo de la población o porque ellos están fallando en su organización?
Hay un doble juego. Las ganas o las expectativas de la población de participar en política se redujeron, y mucho. Y a la vez esos partidos por el tipo de construcción política que tienen, más mediática y contingente, son poco propensos a organizarse. No les gusta, los dirigentes creen que pierden tiempo dedicándose a ese tipo de cuestiones frente a lo que les da ir a un programa de televisión y recurrir a la opinión pública sin mediaciones.

Teniendo en cuenta que sólo una minoría de la ciudadanía participa en política, ¿qué incentivo tiene una persona para acercarse a un partido político en vez de a una organización barrial, vecinal, una agrupación social, etcétera?
Es un círculo vicioso bastante complicado porque hoy cualquiera que tenga intenciones altruistas y de buscar un cambio en la sociedad va a ser llamado mucho más a participar de una ONG, de una iglesia de base, de un movimiento vecinal, en una asamblea vecinal que en la maquinaria de un partido. Porque los partidos al ir perdiendo participación se van profesionalizando más. Es como una selección negativa: los que quieren seguir estando en los partidos son los que simplemente están interesados en acceder a los cargos. Si se mantiene con el tiempo que la gente más interesada por lo público, más interesada en colaborar se va alejando más de los partidos, los que van quedando son los menos interesados en eso. Es una tendencia que se refuerza y puede llegar a cuestiones peligrosas. Peligrosas en términos de lo que ocurrió en Venezuela antes de Chavez, cuando cayó el sistema político, el caso ahora en Bolivia.

¿Qué estrategias tienen los partidos para salir de ese círculo vicioso y relegitimarse?
No se ven muchas. Un caso interesante es el del mismo Kirchner que se da cuenta que un partido político no puede acompañar a la vez a un proyecto neoconservador y de centroizquierda y que sea una maquinaria de poder que me sirva para un proyecto o para el otro. Creo que Kirchner está tensionando al justicialismo para intentar llevarlo hacia una cuestión mucho más programática o doctrinaria si se quiere. Por otro lado, está el intento de Carrió de construir muy en oposición a ese sistema, fomentando cuestiones que yo creo centrales como la ética y la capacitación. Pero en general, en los partidos a nivel nacional hay más bien una mirada como de acostumbrarse a la nueva situación. Y cuando los partidos pierden poder y relevancia, lo que queda son los ejecutivos. Si uno ve algo interesante en la Argentina hoy, es la diferencia que hay a nivel nacional, donde desde el 83 en adelante los gobiernos cambiaron, aparecían y desaparecían partidos; y el plano local donde hay una continuidad muy grande en los gobiernos provinciales y municipales. ¿y esto por qué es así? Porque al ir desapareciendo los partidos, el único lugar que parece quedar para la política son los ejecutivos, quien es jefe del cargo ejecutivo es prácticamente todopoderoso.

¿La transversalidad está muerta?
Yo creo que fue y que es una buena iniciativa. Creo que el Gobierno se equivocó en la elección de los actores de la transversalidad. Pero que no haya sido implementada con los actores correctos, no quiere decir que el proyecto no sea bueno. El proyecto de transversalidad me parece que es apuntar a un sistema más abierto, que haga más referencia a que se junte la gente que opina más o menos lo mismo de la política. Es decir, en cualquier país normal del mundo los que están en una misma posición partidaria en general opinan lo mismo de la sociedad, del Estado, de la familia, de la economía. En el caso argentino se daba esta cuestión de que estaba todo confundido, y en el PJ o la UCR podía convivir gente que opinaba todo lo contrario de todos los temas importantes. Podían convivir Kirchner y Menem. Esa cuestión le quitaba mucho potencial a la democracia y me parece que la apuesta del presidente es intentar que haya un sistema partidario que refleje más lo que son las distintas ideologías y las distintas visiones. En ese sentido la transversalidad era una apuesta interesante. Quizás no como se la intentó implementar en la primera etapa que era con muchos pequeños grupos muy atados a la experiencia de los ‘70, con un discurso anacrónico que respondía a otra época histórica, y grupos que más allá que sean buenos militantes y tengan buenas intenciones, no tenían inserción territorial en la política contemporánea. Para tener más fuerza, la transversalidad tendría que apuntar a dirigentes con experiencia de gestión, con un discurso más novedoso, que apunte más a los problemas del siglo XXI que a los del siglo XX. Ahí yo creo que sería más rico pensar cómo un (Carlos) Rovira de Misiones, como un (Luis) Juez, como un (Anibal) Ibarra, como un (Hermes) Binner y tantos otros personajes que están teniendo una experiencia interesante de gestión y pueden pensar un proyecto común a futuro.

¿Por qué fracasó este intento de diálogo del Gobierno con los partidos de la oposición?
Cuando ahora se hablaba de ese pacto nadie terminaba de entender bien para qué era. “¿Es para sacarse una foto, es para charlar de algo en particular?”. No existe en la Argentina lamentablemente la idea de que los partidos se pueden sentar entre sí para acordar políticas relativamente estratégicas. Y creo que eso es uno de los déficit históricos del caso argentino, siempre hay un problema en la Argentina con la idea del diálogo, porque hay una tendencia “movimientista” que es que a los partidos no les gusta entenderse como parte. Tradicionalmente en la historia argentina los acuerdos o pactos partidarios son vistos como muy negativos porque los que se sientan a la mesa se sientan no a discutir políticas o consensuar políticas a futuro, sino a acordar beneficios concretos para cada una de las partes que la gente, con toda lógica, repudia fuertemente.

 

 


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