“Los gobernantes son demagogos
cuando no los castigan por serlo”

 
 
«A pesar de la sensación de mejora, la situación del país es complicada».
Martín D’ Alessandro, un destacado politólogo argentino reflexionó en diálogo con La Mañana sobre la situación social de la Argentina y sobre lo que definió como «democracia de calidad».


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Por LAURA E. ROTUNDO

Martín D’Alessandro es Politólogo y Magister en Ciencias Sociales (UBA). Con respuestas claras y conceptos realmente muy interesantes, este profesor de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad de San Andrés y en la Maestría en Gobierno y Desarrollo de la Universidad Nacional de San Martín, dialogó con La Mañana de Neuquén sobre el panorama político actual, la ‘democracia de calidad’ y algunas características de la sociedad argentina.

En primer lugar, me gustaría saber ¿cuál es su opinión sobre el panorama político actual?
A pesar de la sensación de mejora que se vive en el país, el panorama político actual no deja de ser complicado. En primer lugar, no hay que olvidar que Argentina está todavía saliendo de la crisis política y económica más grave de los últimos 25 años. Con esto quiero decir que más allá de las intenciones del gobierno, el impacto de la crisis de 2001 ha sido tan fuerte que todavía no se han recompuesto los resortes del sistema económico ni del sistema político. La fragilidad en estos campos es aún grande.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que las democracias no pueden desarrollarse plenamente si no están acompañadas de ciertos niveles de bienestar económico estructural. Con esto no me refiero al indispensable control de las más visibles variables económicas (la estabilidad de los precios, el tipo de cambio ó las negociaciones salariales) sino la redistribución estructural de la riqueza. Es muy difícil pensar que el panorama político esté tranquilo y estable cuando la memoria colectiva todavía recuerda un país que no tenía casi la mitad de su población bajo la línea de la pobreza, casi un cuarto de la población bajo la línea de la indigencia, y una clase media legítimamente frustrada por la pérdida (o la falta de posibilidades de mejorar su situación) económica y social.
En tercer lugar, no parece haber espacios de contención política, como lo eran antes los partidos políticos, para salir de los problemas a partir de acuerdos que canalizaban muchas voluntades. Las otras crisis políticas latinoamericanas, como la de Ecuador en los últimos días, deben prendernos una luz de alerta sobre estas características de nuestro país.

Puntualmente, ¿cómo calificaría a la gestión del Presidente Néstor Kirchner y cómo observa a la oposición? ¿Cree que no es lo suficientemente sólida?
La gestión de Kirchner está teniendo un éxito impensado. Desde su comienzo, su gestión estaba marcada por tres temas centrales: la pobreza, el default y la inseguridad, y en los tres puede mostrar avances. Los planes sociales, la gestión del Ministro (Roberto) Lavagna y su equipo frente a los acreedores y la caída en la cantidad de secuestros son factores que contribuyen enormemente a que su popularidad siga siendo sorprendentemente alta.
Sin embargo, no hay que dejarse llevar demasiado por la tapa del diario del día. La intención del Presidente de que las elecciones legislativas nacionales de octubre de este año sean plebiscitarias de su gestión, se apoya sobre dos grandes debilidades. Primero, de la falta de legitimidad popular real (votos, no encuestas) que todo presidente necesita para llevar adelante su programa. Segundo, necesita ese plebiscito porque no ha formado su propia coalición, ni su partido lo acompaña orgánicamente.
Esto quiere decir que para que exista verdadera gobernabilidad, no alcanza sólo con ganar las elecciones (los Presidentes De la Rúa, Sánchez de Lozada, Gutiérrez, Mahuad, Fujimori y Collor de Melo también las habían ganado legítimamente) y tener altos índices en las encuestas; ese apoyo es muy débil, frágil y volátil. También hace falta una coalición de sectores sociales que apoyen el proyecto: sectores político-partidarios, económicos, intelectuales, culturales, etc. El Presidente parece llevar bien los problemas más urgentes, pero no parece estar armando un proyecto a mediano o largo plazo, no parece sumar aliados (algunos aliados originales provenientes del campo sindical ya no lo son tanto), no hay claros ganadores y perdedores. El menemismo, por ejemplo, era un proyecto de consecuencias desastrosas, pero delimitaba claramente qué sectores ganaban (que se aliaron al proyecto y lo defendieron hasta el final) y qué sectores perdían. A mi modo de ver, esto no está claro todavía.
Con respecto a la oposición, efectivamente, creo que no es lo suficientemente sólida. Y nuevamente, no sólo por negligencia. Desde que el nacimiento del peronismo cambió por completo la historia política del país, sus opositores se tradujeron políticamente primero en gobiernos militares, y después de 1983, en gobiernos radicales. Por razones conocidas, esas dos cosas ya no existen. Si bien el peronismo tampoco goza ya de la confluencia de antaño (que lo hacía bastante controlable en la medida en que había algún liderazgo más o menos hegemónico dentro del movimiento), la oposición al peronismo debe reconstituirse de algún modo, pero eso inevitablemente llevará muchos años, y necesitará la creación de partidos políticos insertos en la sociedad.


¿Cuáles son las principales problemáticas que, desde su visión, ameritan un debate profundo y urgente entre todos los sectores políticos de nuestro país?

Son muy excepcionales las situaciones en las que todos los sectores de un país debaten, aunque haya problemáticas que lo ameriten. Pero sin dudas el principal problema sobre el que se debería a través del Estado lograr un compromiso amplio es el de la pobreza.
Las condiciones de vida de los desfavorecidos en Argentina no sólo son moralmente inaceptables sino que ya han puesto en tela de juicio la posibilidad de que la Argentina sea una sociedad integrada, es decir, uno en el que sus ciudadanos puedan convivir en el barrio, en la escuela o en el trabajo sin despreciarse unos a otros por sus condiciones económico-culturales. Este no es un problema sólo de la calidad de nuestros políticos sino que es un tema que requiere un compromiso amplio por parte de todos, principalmente de los que por su suerte y/o su esfuerzo pueden vivir dignamente.
El otro gran problema es sí, de gestión pública. Es imperioso lograr que los dirigentes (políticos, empresarios y sindicalistas) sean representativos. En el caso más urgente de los políticos, el problema no se resuelve sólo con la eliminación de la lista sábana, sino que, quizá en sentido contrario, con el fortalecimiento de los partidos políticos, únicas reales barreras de contención cuando las cosas se ponen feas. De hecho, los países como Argentina en los que había o hay partidos fuertes e importantes, sortearon mucho mejor sus crisis políticas y económicas que aquellos países que no los han tenido.

¿Cómo advierte los resultados de los comicios legislativos que se avecinan?

Todo parece indicar que el gobierno ganará ampliamente las elecciones, por sus propios méritos y por la ausencia de una oposición. Es decir, no sólo la oposición está fragmentada y dividida ideológicamente, sino que está compuesta por partidos muy nuevos, que tienen un líder, pero también enormes dificultades para crear una organización, para que esa organización les responda orgánicamente (los miembros de los partidos chicos suelen tener menos posibilidades de “hacer carrera” que los de los partidos grandes) y para lograr acuerdos programáticos y estables con otros partidos.
Sin embargo, un triunfo del PJ en las provincias no es necesariamente un triunfo de Kirchner. El carácter federal de la organización institucional de nuestro país hace que los dirigentes del PJ (y de otros partidos) gocen de grados variables de independencia política frente al presidente. Justamente, el Presidente Rodríguez Saá renunció porque se había quedado sin el apoyo de los gobernadores de su propio partido.
Por otro lado, el partido del presidente tiene serios problemas internos: la influencia del ex presidente Duhalde llegó a niveles de confrontación muy altos con su entonces poderoso socio el presidente Menem, de manera que probablemente también en algún momento esté dispuesto a romper su sociedad con el más débil presidente Kirchner. De hecho, ya se ha llegado a un voltaje discursivo muy preocupante, que en el peronismo se evidencia cuando empiezan las acusaciones de traición, como las que enfrenta en estos momentos el Gobernador (Felipe) Solá. Además, la existencia que parece habrá de varias listas peronistas en varias provincias (tanto para cargos legislativos nacionales como para provinciales y/o locales) muestra también las dificultades del presidente para controlar su propio partido, y por lo tanto, para obtener apoyo a sus iniciativas en el Congreso, lo cual dificulta la tarea de gobierno y es fuente potencial de nuevas crisis políticas.

Yendo más al aspecto social de la población argentina, ¿qué relación tiene hoy la sociedad con los políticos?
Para bien o para mal, las democracias modernas (en países extensos territorialmente y complejos socialmente) sólo pueden existir si existen los políticos, que se encargan de las tareas de la administración mientras nosotros nos dedicamos tranquilos a nuestros asuntos particulares. De manera que si no hay políticos, es mucho peor, porque hay personas muy ricas que imponen sus intereses por la fuerza con la ayuda de los militares. Por lo menos a mí personalmente, eso no me gusta, ni me conviene.
En realidad, el “que se vayan todos” no fue una expresión de la población argentina, sino de una parte de ella, la clase media urbana. Los muy ricos generalmente ganan en todas las situaciones, y los muy pobres siguieron votando al peronismo y protestando de otra manera. No por casualidad el partido emblemático de la clase media urbana, la UCR, es el que más sufrió electoralmente. Por otro lado, los gobernantes son demagogos cuando sus sociedades no los castigan por serlo.

¿Qué rol juega el Estado en la actualidad?
El Estado es el gran tema que involucra todos los otros aspectos de la vida de una sociedad y de las personas individualmente. El Estado no está ausente. De hecho, sencillamente no podríamos vivir si lo estuviera. Lo que sí es cierto es que en América Latina, los estados se formaron deficientemente: no fueron integrando territorios ya controlados sino que tuvieron que suplir rápidamente a una pobre estructura virreinal, al tener menos guerras desarrollaron peores sistemas impositivos, crearon una economía de cara al comercio internacional y no al mercado interno, etc.
Podría decirse que esas y otras dificultades llevaron a que los estados de nuestra región nunca completaron su proceso de formación, y por tanto siempre fueron débiles para controlar los intereses y ambiciones que las distintas partes de la sociedad suelen querer imponer a las otras, y también para desarrollar un sistema de cobertura legal y social para todas las personas a las que reconoce formalmente como sus ciudadanos.
Esta gran debilidad de los Estados (profundizada por causas sobre todo ideológicas durante los años noventa), además, los hace particularmente vulnerables frente a los grandes nuevos poderosos de la era de la globalización: el capital financiero, las grandes corporaciones transnacionales y Estados Unidos. Frente a ellos, la capacidad de oponerse a un proyecto de mundo que creo no nos conviene se reduce drásticamente.

¿Cree que los argentinos respetamos a las instituciones?
Es muy difícil hablar de “los argentinos”. Sin embargo, creo que como sociedad tenemos una relación muy ambivalente frente a las instituciones. Durante muchos años, las instituciones democráticas no fueron muy valoradas. Se creía que el contenido (la redistribución de la riqueza, o la tranquilidad social, por ejemplo) no tenía nada que ver con la forma. Otras instituciones, como la militar, en cambio, gozaban de mayor prestigio social.
Lamentablemente fue una experiencia límite como la que significó la última dictadura (no son muchas las sociedades que llegan a lastimarse tanto a sí mismas) la que hizo que las instituciones democráticas fueran valoradas grandemente, y sigan siendo respetadas aún hoy, incluso después de tantas frustraciones económicas.
Los medios de comunicación en su momento contribuyeron a la valoración positiva de las instituciones democráticas, y eso contribuyó para que se hicieran fuertes. Por eso hoy, cuando las condiciones sociales de las que hablábamos al comienzo y algunos datos de encuestas muestran que en Argentina y otros países mucha gente empieza a creer que no hay mucha diferencia entre la dictadura, la democracia de calidad y la existencia de líderes autoritarios, es tan importante que los sectores más informados insistamos en la importancia de las instituciones.

¿Existe una crisis de valores en la sociedad argentina?
No lo sé. Los valores están en cambio permanente y tienen siempre una base parcial. Cuando los valores están demasiado arraigados, eso muchas veces pone en peligro la posibilidad de la convivencia pacífica con otros. Si yo estoy muy convencido de que mi valor no debe jamás ser modificado ni un ápice, soy capaz de cualquier cosa con tal de evitarlo. Eso es lo que ha ocurrido y ocurre en las guerras de religión. En cambio, si tengo a mano mecanismos institucionales para zanjar las diferencias con los valores de religión, nacionalidad o ideología de los otros, (por ejemplo, políticas que fomenten la tolerancia, un sistema internacional que busque el consenso y/o leyes que eviten la discriminación), una crisis de valores absolutos puede ser fructífera.
Además, ¿cuáles son los valores que se deberían respetar inmutablemente y por siempre? Incluso entre la libertad y la igualdad (los dos grandes valores universales de los seres humanos) generalmente hay serios puntos de conflicto.

¿Cuáles son las fallas del sistema democrático en la República Argentina? ¿Qué medidas o políticas de Estado deberían tomarse para revertir esos errores?
El sistema democrático argentino en su sentido estricto, es decir entendido como sus instituciones políticas, ha funcionado muy bien: ha podido superar varios levantamientos militares, la hiperinflación de 1989-1990, ha soportado los enormes cambios en las pautas de funcionamiento económico y social de los noventa (desindustrialización, terciarización de la economía, empobrecimiento de vastos sectores), y ha sobrevivido a la crisis de 2001 que puso en riesgo incluso la supervivencia de la paz social y del país como una única unidad política.
Muchos especialistas han sido muy críticos de la forma de gobierno presidencialista (prefiriendo las formas parlamentaristas típicas de los países europeos), pero la verdad que el sistema democrático ha dado muestras de ser capaz de recuperarse de las peores enfermedades. Siempre se puede mejorar, y hoy es importante mejorar la relación entre los partidos políticos y los distintos sectores sociales.

En el mediano plazo y desde un plano cultural, ¿cuál es su expectativa respecto de la población local y de la clase dirigente?
La democracia argentina todavía es joven. Necesita tiempo, pero sobre todo mucho trabajo para que todos los sectores, sobre todo los de más altos ingresos, acepten vivir en una sociedad integrada y tolerante antes que en una sociedad empobrecida, fragmentada y violenta.

 

 


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