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Por Frank Brandmaier
Nada más en Banda Aceh hubo más de 120 mil
casas destruidas por el maremoto.
Banda Aceh/Phuket (dpa) > La gente lo llama soñador,
y puede que lo sea. «Venga para aquí», dice y camina
a paso firme en dirección a la costa. «Aquí estaban
mis bungalows, y aquí los volveré a construir».
Entre suaves dunas amarillas, Joel, que en realidad se llama Zulfitri,
quiere volver a instalar sus cabañas turísticas. A sólo
unos metros de allí, el mar acaricia la playa con olas muy
suaves y una cadena de colinas con árboles limita la amplia
bahía. Un bosquecillo de cocoteros se mece con la brisa. El
lugar en el que el hombre de 32 años quiere empezar de nuevo
es un paraíso. Pero hace un año, aquí, en Lampuuk,
a media hora en coche de Banda Aceh, se vivía el mismísimo
infierno.
Quien sobrevivió a aquel 26 de diciembre de 2004 en la punta
Norte de la isla indonesia de Sumatra nunca lo olvidará. Fue
un domingo. Los mercados estaban repletos de compradores. Algunas
personas estaban relajadas en sus casas. Y los pescadores, en el mar,
que los alimenta. Entonces, la tierra se rebeló delante de
la costa y se sacudió con una violencia inimaginable. En las
profundidades del mar se levantó el suelo y envió una
ola a velocidad de avión a realizar un viaje de Este a Oeste
que culminó como asesino al llegar a tierra: la ola midió
30 metros de altura en Aceh, según calcularon los expertos.
Más pequeña
Bastante más lejos, en Tailandia y Sri Lanka, la ola fue más
pequeña, pero también allí causó sufrimiento
y destrucción.
Indonesia es el país más afectado. Pasaron meses hasta
que se calcularon las cifras de víctimas. Se estima que hubo
en torno a 170.000 en Banda Aceh. Un tercio de la capital de la provincia
fue borrado. A lo largo de la costa de Ulee Lhue, el barrio de Banda
Aceh más cercano al mar, durante meses reinó el silencio.
El balance para el Norte de Sumatra fue de 120.000 casas destruidas
o dañadas, a las que se sumaron casi 370 clínicas o
centros médicos, más de 2.220 escuelas y 1.500 puentes.
Los daños se estimaron en 3.800 millones de euros (4.500 millones
de dólares).
Joel tuvo suerte. En el momento de la catástrofe estaba en
el Sur de Italia, donde trabajaba en turismo. «Salvo un hermano,
los perdí a todos», relata Joel, y parece tímido
por primera vez. Luego vuelve a su tema favorito: «Actualmente,
hay 5.000 extranjeros en Aceh, y ellos también quieren relajarse
por fin». Comenzará con cuatro o cinco bungalows.
Los extranjeros a los que se refiere Joel son aquellos que llegaron
a Sumatra por encargo de organizaciones y agencias internacionales.
La agencia de reconstrucción indonesia BRR calculó a
fines de noviembre que hay más de 400 organizaciones diferentes.
Todas quieren ayudar, todas quieren contribuir a recuperar la región
afectada por la catástrofe y todas tienen mucho dinero. Todo
el mundo donó más de 7.000 millones de dólares
(5.800 millones de euros) para los proyectos de reconstrucción.
Reconstruirlo todo
Un año después del tsunami los comienzos parecen vacilantes,
pero no pueden dejar de percibirse. Donde el poderoso puño
del agua sólo había dejado los esqueletos y fundamentos
de las casas, se aprecian ahora varias obras. Pequeños asentamientos
de diversos colores y estilos se levantan en diferentes sitios.
La naturaleza, cubrió con su manto verde los escombros. Sobre
él crecen flores salvajes de color azul. En el centro de la
capital provincial ya no se nota el desastre. En el mayor mercado
de Banda Aceh, las tiendas, que hasta hace poco estaban vacías,
vuelven a ofrecer sus productos.
No todos tuvieron la suerte de adquirir una de las 15.000 casas nuevas
levantadas hasta comienzos de diciembre. Según la BBR, hacen
falta 120.000 alojamientos para que todos los desamparados vuelvan
a tener un techo bajo el cual dormir.
Como Sukiya Hadi. El hogar de su familia es una tienda de campaña,
que tras meses de sol ardiente y lluvias está sucia y gris.
Ciento setenta de los habitantes de su pueblo - de los 2.700 que vivían
allí, el tsunami se llevó a la mitad - viven en estas
condiciones. En los estrechos pasillos entre las carpas, se acumula
la basura. Las personas se lavan en una fuente pública. Todo
el mundo lo puede ver.
«Muchas organizaciones de ayuda pasaron e hicieron preguntas,
pero ninguna regresó», relata el jefe del pueblo Hadi.
«Aquí nos va bastante mal. No sabemos a quién
nos tenemos que dirigir».
Quienes tienen que valorar la reconstrucción en Indonesia se
encuentran ante la pregunta de si el vaso esta medio lleno o medio
vacío. «En cuanto a la cantidad de casas construidas,
aún queda mucho por hacer. Todos nosotros deseábamos
más», dice un alemán, que conoce muy bien la situación
en Aceh. «El plan era demasiado optimista».
Por otra parte, Indonesia y la comunidad internacional tuvieron que
enfrentarse a una catástrofe sin precedentes. Los pueblos no
pueden reconstruirse allí donde estaban porque el suelo se
convirtió en lodo. Los propietarios de los terrenos están
muertos o desaparecidos. Las escrituras desaparecieron con el agua.
La infrastructura está completamente destruida. La mayor parte
de los funcionarios administrativos murió en el tsunami. «Esto
no es una carrera, es una maratón», dijeron ya hace meses
los cooperantes, que conocen muy bien las inhóspitas condiciones
en la zona.
Además, Aceh era una zona en crisis ya antes de la catástrofe.
Un foco de conflicto ardiendo entre los soldados del gobierno y el
movimiento separatista Aceh Libre (GAM). Si el tsunami trajo algo
bueno, es el fin del derramamiento de sangre. A mediados de agosto,
ambas partes firmaron un acuerdo de paz. Hasta fin de año,
los rebeldes entregarán sus armas. A cambio, el gobierno en
Yakarta retirará a más de 21.000 fuerzas de seguridad
de la provincia.
Cuánto más sencillas parece las cosas en Tailandia.
La ola asesina tocó el sudoeste, una de las zonas turísticas
más lucrativas del reino en temporada alta. Aproximadamente
la mitad de los 5.400 muertos oficiales eran turistas extranjeros.
En comparación con Aceh, los daños aquí parecen
menores. En la isla de Phuket, ya pocos meses después de la
catástrofe las huellas habían desaparecido. Pero en
torno a Khao Lak, unos 50 kilómetros al norte de Phuket, aún
permanecen.
Resignación
También allí hay quienes no se resignan, o no pueden
hacerlo, como Joel en Aceh. Vitya Chakrabandhu es uno de ellos. Justo
seis semanas antes del tsunami, había abierto su lujoso «Le
Meridien Beach & Spa Resort». El hombre de 62 años
se salvó por poco, pero perdió a una de sus cuatro hijas.
Nunca pensó en levantar su hotel de 240 camas en otro sitio
a causa de la catástrofe. «Hubiera sido demasiado fácil»,
dice el empresario y fuma un cigarrillo. Y lo construyó en
Khao Lak, en el mismo lugar en el que estaba antes.
Nada en el hotel de Vitya recuerda las horas dramáticas de
hace un año. Invirtió alrededor de 18 millones de euros
(unos 21 millones de dólares) en reconstruir el lujoso alojamiento.
Mientras tanto, los turistas vuelven a reunirse en la playa con forma
de hoz, y sólo la altura de las palmeras indica que fueron
plantadas allí hace no demasiado tiempo. Y Vitya tiene más
sueños. Quiere ampliar el hotel, pero en 2006. Y no teme a
un nuevo tsunami. «Estas cosas sólo ocurren una vez en
la vida».
La obra del cambio climático
Por josé
pablo lópez
Madrid (dpa) > Graves desequilibrios climáticos
caracterizaron el año meteorológico 2005, con catastróficas
lluvias, huracanes y tifones, y, al mismo tiempo, fuertes sequías
y anomalías térmicas que parecen confirmar que el planeta
se halla en pleno cambio climático.
Hoy casi nadie niega el cambio climático. Sólo falta
saber cuándo y cómo ocurrirá. Para la Agencia
Europea del Medio Ambiente, «importantes cambios en el clima
y sus impactos son ya visibles globalmente y se espera que se vuelvan
aún más pronunciados».
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el
calentamiento global estaría contribuyendo ya a más
de 150.000 muertes y cinco millones de enfermedades por año
en todo el mundo, balance que podría duplicarse en 2030.
El primer estudio de la OMS sobre el impacto del cambio climático
sobre la salud, firmado por científicos de la Universidad de
Wisconsin, afirmaba en octubre que el cambio climático está
elevando ya las cifras de malaria, desnutrición y diarrea en
el mundo.
«Los más vulnerables al cambio climático no son
los responsables de causarlo», apuntaba el jefe del estudio,
Jonathan Patz. Datos publicados en noviembre por la OMS culpaban al
incremento de las temperaturas y a las lluvias torrenciales en el
sur de Asia del peor brote de dengue en muchos años, que infectó
allí a 129.000 personas y mató al menos a mil.
La OMS no descarta una vinculación climática al surgimiento
y propagación de enfermedades como el sida, la neumonía
atípica (SARS) o la gripe aviar, que amenaza al mundo con una
pandemia antes de marzo próximo, al iniciarse la primavera
europea.
No hay región del mundo que sea menos vulnerable que las demás:
el cambio afecta a todo el planeta, desde el Artico hasta la Antártida,
del Himalaya a los Andes. Y ese cambio, el más brusco experimentado
por la Tierra los últimos milenios, obliga a la humanidad a
una rápida adaptación, so pena de perecer como los dinosaurios.
Lo más obvio: el planeta se calienta cada vez más rápidamente,
pudiendo aumentar la temperatura hasta fines de esta década
en hasta cuatro grados centígrados, advertía el Instituto
Max Planck de Meteorología, en un estudio publicado en septiembre
pasado en Hamburgo.
Mientras mediciones científicas constatan ya desde hace cuatro
años un retroceso de los hielos en la Antártida y el
Artico, el nivel de los mares podría elevarse en los próximos
años en una media de hasta 30 centímetros. Se trata
«del cambio climático más fuerte que se ha producido
en la Tierra en los últimos millones de años»,
según el científico alemán Harmut Glassl, del
Instituto Max Planck.
Los años 1998, 2002, 2003 y 2004 han sido los más calurosos
de que se tiene registro. En 1993 desapareció la décima
parte de los glaciares alpinos, la reserva de agua dulce de Europa
y fuente de sus ríos históricos, y los glaciares suizos
están condenados a desaparecer en 75 por ciento hacia 2050,
según el último informe de la Agencia Europea del Medio
Ambiente (EEA), publicado a comienzos del mes de diciembre.
Esto amenaza con la desertificación de Europa, un continente
donde los niveles de vida se han incrementado en los últimos
decenios, con mejoramiento de los índices medioambientales,
mientras los registros acusan inquietantes cambios.
En los últimos 100 años, mientras las temperaturas medias
globales subieron en 0,7 grados C, en Europa se incrementaron en cerca
de 1,0 grado, debiendo subir de 1,4 a 5,8 grados hasta el año
2100. Las precipitaciones se incrementaron en el norte de Europa entre
10 y 40 por ciento entre 1990 y 2000, mientras en el sur del continente
- Grecia, Italia, España- bajaron en 20 por ciento.
Asimismo, el régimen de precipitaciones se ha incrementado
en Europa central, con riesgo de inundaciones, aunque el volumen de
descarga de los ríos europeos haya disminuído a lo largo
del siglo XX en el sur, mientras se ha registrado importantes aumentos
en el norte del continente.
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