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El grupo, del cual formó
parte el intendente de Las Lajas Néstor Baiz, hizo cumbre a
las 9.20 del lunes. Hubo alegría, discursos y hasta el Himno.
Neuquén (Enviado especial) > En sólo
cuestión de un instante, el viento no era tal. El cansancio,
un mero recuerdo olvidado. El tiempo no se detuvo, pero dejó
de importar. El hito fronterizo, ubicado en la cima del volcán
Copahue -a 3.000 metros sobre el nivel del mar, parecía dejar
de lado su función formal para ser un cómplice que cacheteaba
las mejillas haciendo reaccionar un alma que aún no caía
en el momento.
Fue entonces cuando la vista ganó la batalla encarnizada con
el resto de los sentidos, hasta reducirlos a cenizas. Mientras los
140 integrantes del Regimiento de Infantería de Montaña
21 de Las Lajas se acomodaban para la ceremonia, volcanes como el
Domuyo, Lanín y Tromen en Argentina y Lonquimay, Callaqui y
Antuco en Chile se prestaban en una postal privilegiada. Pero la imagen
sólo supo combinarse con una enorme paz de ánima al
observar esa increíble laguna turquesa ubicada metros debajo
del hito. La nieve que potenciaba el increíble color del agua
fue un disparador de sensaciones. Fue allí donde el alma se
embargó del creíble sentimiento de que todo es posible.
Es allí donde hasta se siente que la paz en el mundo puede
dejar de ser una utopía para transformarse en realidad.
El objetivo de llegar a la cumbre estaba cumplido. Para todos y cada
uno de los 140 integrantes del RIM 21.
Preparativos
El 21 de diciembre de 2004, 21 integrantes del RIM 21 hicieron cumbre
en el volcán Copahue para festejar la ansiada reapertura del
Regimiento, tan esperada por una localidad que supo cortar rutas cuando
el entonces ministro de Defensa Jorge Domínguez decidió
cerrarlo.
El festejo por cumplirse un año desde la reapertura implicaba
un desafío mayor. Esta vez, irían todos. O casi todos.
Salvo el personal que quedó de guardia, el RIM 21 realizaría
el ascenso al volcán para celebrar los 365 días desde
la reactivación de la unidad militar. Oficiales, suboficiales
y soldados voluntarios, buscando la cumbre para reafirmar el espíritu
de cuerpo.
Sin embargo, no era una tarea sencilla. El físico, el clima
y la propia montaña aún indócil por estos tiempos,
ofrecían lo suyo. El pasado domingo por la tarde, en Las Lajas,
el sol parecía empecinado en destrozar lo que tuviera a su
alcance. Una gran cantidad de vehículos estaba alistado en
la tranquilidad del escondido RIM 21 para partir. Detrás de
la hilera, se escondía un viejo colectivo Mercedes Benz (“la
aceituna”) que ya ni siquiera festeja su cumpleaños.
Con la enorme leyenda de “RIM 21”, guardaba aún
un espacio vacío, junto a un simpático mendocino, el
sargentino primero de infantería Gustavo David Ortiz.
Lentamente, el vehículo comenzó a desandar la marcha
hacia el refugio militar de Copahue. Buscando ayuda casi metafísica,
el motor no se resignaba y embestía con fuerza las subidas
pese al obstáculo de los arreos. Los termos y termos de mate,
ese fiel amigo capaz de adaptarse a los contextos más diversos,
armonizaban el paso lento de los kilómetros. Poco menos de
tres horas después, el viaje era una cuestión del pasado.
Mientras el viento adelantaba su presente, los 140 hombres perfectamente
alineados escuchaban la bienvenida e instrucciones del teniente coronel
Rubén Palomeque. Las viejas instalaciones del refugio militar,
sufriendo todavía los efectos del invierno, servirían
para pasar la noche. El grueso del regimiento se alojó en la
clínica abandonada, mientras que una pequeña casita
-que durante el invierno sufrió la rotura de un caño
provocándole serios daños- servía como nuestro
alojamiento. Con madera por donde se viera y un par de habitaciones
que aún guardan el recuerdo de sus épocas de gloria,
la pequeña casita de dos plantas fue el refugio por unas horas.
En una pequeña pieza, junto al sargento ayudante Ricardo Olivera
y el cabo Cristian Sandoval comenzaron los preparativos para lo que
vendría.
Algunos eligieron descansar unas horas. Para otros, la pasión
fue más y no pudieron obviar seguir minuto a minuto lo que
sucedía allá lejos, bien lejos, en una Bombonera que
resumía los deseos de una gran parte del país. Si algo
se podía pedir para intentar refrescar un cuerpo no apto para
lo que vendría, era que el partido no excediera el 0 a 0. Pero
no. Goles, penales y más penales. Cada uno con su grito. Gritos
que retumban en los viejos pisos de la casita. Gritos para una mente
que necesitaba relajarse.
Arriba
El anticipo no quita el dolor. Sabido era que a las 3.30 había
que estar arriba. Ni un minuto más. Ni un minuto menos. Pero
de nada servía el anuncio. Cuando el reloj decretó el
tiempo exacto, la precisión y la velocidad de estos hombres
para volver a activar una mente que soñaba con aventuras de
ciencia ficción eran asombrosas. Otros, apenas podían
ajustar los viejos cordones de los borceguíes.
En poco menos de veinte minutos, la mochila para partir estaba lista.
La que quedaba también. Y la ropa, ajustada y preparada meticulosamente.
Mientras el cuerpo intentaba acomodarse a ese cuerpo extraño
y dificultoso que eran los borceguíes, bajar las diminutas
escaleras era un inconveniente.
La pregunta por el partido fue casi de rigor. Casi como un hola adaptado
a la dificultad del horario. Era claro que tantos gritos -especialmente
el extendido del final- habían anunciado la obtención
de la Copa Sudamericana.
Por ese entonces, el mate cocido y un pedazo de pan se combinaban
con pensamientos peligrosos, ayudados por el viento helado que entraba
por un agujero de la ventana. Es que un ascenso siempre implica un
desafío. Y ese desafío crece desmesuradamente cuando
el cuerpo, la experiencia y la indumentaria son aliados de la montaña.
Y enemigos personales.
Historia
La historia del RIM 21 arrancó allá por 1937, cuando
el entonces ministro de Guerra, el General Basilio Pertiné
creó la guarnición militar en Esquel. Y el 19 de agosto,
se designó como “fuerza expedicionaria” a un destacamento
de montaña sur.
Poco tiempo después, el destacamento de montaña sur,
adquirió la denominación de Regimiento de Infantería
de Montaña reforzada 21. Con el tiempo, se dividió en
batallones y el primero de ellos comienza sus actividades en 1948
en Zapala. Poco más de diez años después, se
transforma en Regimiento y en 1964 se inicia el traslado a la localidad
de Las Lajas.
La historia pesa. Siempre. Y para este grupo de integrantes del RIM
21, lo sucedido en el tiempo con su regimiento es un pensamiento latente
en los momentos previos a la ascensión.
Atención
Cuando la orden llega, se cumple. No hay vueltas. Y cuando llegó
la hora de partir, el reloj apenas marcaba las 4.30. El convoy partió
lentamente hasta el punto de inicio, lo cual no llevó mucho
tiempo. Apenas unos siete minutos.
Bajar del vehículo fue, seguramente, el paso definitivo de
la inconciencia a la conciencia de la situación. De repente,
lo que venía dejó de ser palabras para transformarse
en una realidad que ofrecía dos alternativas: disfrutar o sufrir.
Ninguna de las alternativas permitía la elección propia.
Todas dependientes de una serie de variables que no jugaban precisamente
a favor.
Una inmensa luna intentaba ofrecer una mano para quienes no teníamos
linterna. Sólo la potencia del geiser cortaba la paz en una
noche tan tranquila como cerrada. Los primeros pasos comenzaron así,
sin mediar palabras. Delante de la patrulla de rescate y llevando
los borceguíes prestados entre un barro que no se observaba.
Bien atrás de la columna de 140 hombres que encabezaban los
dos guías y el Teniente Coronel Palomeque.
Mientras la mente trabaja a su gusto, alguien recordó alguna
riesgosa escena de “Límite Vertical”, la película
de 2000 de Martin Campbell. Fue más nafta para el incendio
de una mente que ya estaba en llamas.
Doscientos metros después de una tranquila pero invisible caminata,
llegó el momento de la detención. Del inicio oficial
de la travesía. En una línea333
recta perfecta, que no permitió que el terreno conspirara en
su contra, los 140 integrantes del regimiento escucharon las palabras
del Teniente Coronel.
El agradecimiento a Dios se mezcló con un “el éxito
de la misión implica que regresemos todos sanos. La cumbre
se asegura acá, de regreso”. Palabras inspiradoras para
un grupo de gente entrenada para la ocasión. Palabras duras
para un acompañante ocasional.
Allá vamos
Mientras la cámara se negaba a iluminar tanta oscuridad, aparecieron
los primeros manchones de nieve. Los primeros indicios de luz natural
permiten asombrarse con el contexto. Mientras las piernas todavía
transitaban por terrenos duros físicamente pero sin peligro
alguno, la mente absorbe centímetro a centímetro un
paisaje indescriptible. Palabras que pueden lanzar meros indicios,
pero nunca transcribir la sensación de sentirse libre. Libre
en serio.
El cuerpo relajado así como la mente disfrutaban del entonces
paseo mágico, aunque con rigurosidad militar (por supuesto).
No duraría mucho. Menos de una hora después del inicio,
llegaron las complicaciones. Ya no era una cuestión de caminar
con ganas, actitud y fuerza.
La nieve tiesa e impenetrable era producto del frío nocturno.
Ni siquiera la potencia de los borceguíes conseguían
hacerle daño. Nada. Fue entonces cuando asomó un enorme
manchón de nieve. Ya no con una leve pendiente. Había
llegado el tiempo de caminar por pendientes tan pronunciadas como
peligrosas (“no revisten dificultad”, aseguró el
Teniente Coronel en comunicación con LU5 desde la cumbre, destrozando
mi pequeño orgullo para vencer las dificultades).
El cuerpo entrenado, con pasos bien cortitos, la ayuda del bastón
y la mente en calma, la veía como una circunstancia necesaria.
El cuerpo no entrenado, con pasos enormes e inseguros, el encariñamiento
casi patológico hacia el bastón, la veía como
un preludio de un final no acertado.
Mientras la columna parecía caminar como si nada, la distancia
con el hombre más cercano se fue extendiendo y extendiendo.
El cuadro visual enfocado sólo en el próximo paso impedía
pensar en el riesgo (“una caída depende de donde termines.
El problema es si terminás en una piedra”, me dijo alguien).
¿El inconveniente? Imposible determinar dónde terminaban
semejantes pendientes. La mente se va acostumbrando a convivir con
el riesgo. No tiene alternativas.
Superado el primer manchón de debut en pendiente, llegó
la señal de descanso. Había pasado más de una
hora desde el inicio. A varios metros de altura, los tres dedos en
alto del Teniente Coronel Palomeque anunciaban que sólo serían
segundos. “Hidratarse”, es la palabra de moda en esos
segundos. La única que vale.
Lucha
Al superar los 2.500 metros, la orden era abrigarse. Al máximo.
El cuerpo, caliente por el movimiento, sufre horrores cuando se detiene
y el intenso viento de la cima hace de las suyas. “Eso que está
allá es la cima”, aseguraba con firmeza entre sus anteojos
espejados uno de los integrantes del regimiento.
Ya faltaba poco. Faltaban minutos para las 9, poco más de cuatro
horas desde el inicio. El Teniente Coronel da la orden: “Descansar
acá, preparar todo para la ascensión final, preparar
los testimonios, porque el tiempo en la cima será lo más
corto posible”. La llegada está llena de rituales. Tocar
el hito –que parece vestirse de San Cayetano- para los integrantes
del RIM es cómo tocar no sólo el objetivo sino una manera
de agradecer y festejar la reapertura.
Los grupitos que van llegando se juntan para el intenso grito de “¡Cumbre!”,
que busca hacerse oír pese al viento. El heroico integrante
del bandín termina de subir con el bombo a cuestas, listo para
interpretar lo que sea necesario.
Y el turno de las palabras y los actos. A 3000 metros de altura, el
Teniente Coronel Palomeque –jefe del Regimiento de Infanteria
de Montaña 21 “Tte General Rufino Ortega” realiza
el relevo del Encargado de Unidad, cargo que recibe con orgullo en
la altura del Copahue el Suboficial mayor de Infantería Felipe
Marcelino Arroyo.
El himno, los agradecimientos a Dios y a quienes hicieron posible
la reapertura y a todos quienes la viven día a día llevan
algunos minutos. Aunque suene increíble, los celulares consiguen
señal a metros del hito, sólo ahí.
La vuelta se vive con emoción. Con la alegría de haber
podido festejar la reactivación con todos los integrantes que
partieron haciendo cumbre. Y habrá que enfatizar la importancia
de hacer cumbre para este grupo de hombres.
Lento y sin descanso, poco antes de las diez comenzó un descenso
que se extendió hasta pasada las 13. Las pendientes ya sonaban
más amigables, con una nieve que había cedido finalmente
a los embates de los rayos solares, permitiendo al calzado afirmarse
con mayor seguridad.
Un momento en la montaña permite mirar atrás para ver
una inmensa columna que asoma a lo lejos como una fila de hormigas
negras descendiendo por un enorme manchón de nieve.
Con la mente puesta en cumplir con aquella orden de las 4:40 del Teniente
Coronel de asegurar la cumbre en la llanura, ninguno de los militares
pierde la concentración del descenso. Apenas cuando el geiser
de la partida ya es una realidad y no un mero punto visible, el relajo
y el festejo final se extienden por unos minutos libremente.
Con el Teniente Coronel saludando uno por uno y el convoy regresando
al estilo Hollywood, la tarea está cumplida. El Regimiento
de Infantería de Montaña no sólo había
cumplido con su gran festejo por el año de reapertura con todos
sus integrantes sino también haciendo cumbre en su masivo grupo
(volviendo a enfatizar lo que significa hacer cumbre para este grupo
de hombres y mujeres). Eso sí, quedó flotando un horizonte:
en marzo, el Lanín.
333 recta perfecta, que no permitió que el terreno conspirara
en su contra, los 140 integrantes del regimiento que realizaron el
ascenso escucharon las palabras del Teniente Coronel.
El agradecimiento a Dios se mezcló con “el éxito
de la misión implica que regresemos todos sanos. La cumbre
se asegura acá, de regreso”. Palabras inspiradoras para
un grupo de gente entrenada para la ocasión. Palabras duras
para un acompañante ocasional.
Allá vamos
Mientras la cámara fotográfica se negaba a iluminar
tanta oscuridad, aparecieron los primeros manchones de nieve.
Los primeros indicios de luz natural permiten asombrarse con el contexto.
Mientras las piernas todavía transitaban por terrenos duros
físicamente pero sin peligro alguno, la mente absorbe centímetro
a centímetro un paisaje indescriptible. Palabras que pueden
lanzar meros indicios, pero nunca transcribir la sensación
de sentirse libre. Libre en serio.
El cuerpo relajado así como la mente disfrutaban del entonces
paseo mágico, aunque con rigurosidad militar (por supuesto).
No duraría mucho. Menos de una hora después del inicio
llegaron las complicaciones. Ya no era una cuestión de caminar
con ganas, actitud y fuerza.
La nieve tiesa e impenetrable era producto del frío nocturno.
Ni siquiera la potencia de los borceguíes conseguían
hacerle daño. Nada. Fue entonces cuando asomó un enorme
manchón de nieve. Ya no con una leve pendiente. Había
llegado el tiempo de caminar por pendientes tan pronunciadas como
peligrosas (“no revisten dificultad”, aseguró el
Teniente Coronel en comunicación con LU5 desde la cumbre, destrozando
mi pequeño orgullo para vencer las dificultades).
El cuerpo entrenado, con pasos bien cortitos, la ayuda del bastón
y la mente en calma veían la pendiente como una circunstancia
necesaria. El cuerpo no entrenado, con pasos enormes e inseguros,
y un encariñamiento casi patológico hacia el bastón
la veían como un preludio de un final no acertado.
Mientras la columna parecía caminar como si nada, la distancia
con el hombre más cercano se fue extendiendo y extendiendo.
El cuadro visual enfocado sólo en el próximo paso impedía
pensar en el riesgo (“una caída depende de dónde
termines. El problema es si terminás en una piedra”,
me dijo alguien). ¿El inconveniente? Imposible determinar dónde
terminaban semejantes pendientes.
La mente se va acostumbrando a convivir con el riesgo. No tiene alternativas.
Superado el primer manchón de debut en pendiente, llegó
la señal de descanso. Había pasado más de una
hora desde el inicio.
A varios metros de altura, los tres dedos en alto del Teniente Coronel
Palomeque anunciaban que sólo serían segundos. “Hidratarse”
es la palabra de moda en esos segundos. La única que vale.
Lucha
Al superar los 2.500 metros, la orden era abrigarse. Al máximo.
El cuerpo, caliente por el movimiento, sufre horrores cuando se detiene
y el intenso viento de la cima hace de las suyas. “Eso que está
allá es la cima”, aseguraba con firmeza entre sus anteojos
espejados uno de los integrantes del regimiento.
Ya faltaba poco. Faltaban minutos para las 9, poco más de cuatro
horas desde el inicio. El Teniente Coronel da la orden: “Descansar
acá, preparar todo para la ascensión final, preparar
los testimonios, porque el tiempo en la cima será lo más
corto posible”. La llegada está llena de rituales.
Tocar el hito –que parece vestirse de San Cayetano- para los
integrantes del RIM 21 es no sólo agradecer y festejar la reapertura
sino que se transforma también en una manera de concretar la
obtención de un objetivo.
Los grupitos que van llegando se juntan para el intenso grito de “¡Cumbre!”,
que busca hacerse oír pese al viento. El heroico integrante
del bandín termina de subir con el bombo a cuestas, listo para
interpretar lo que sea necesario.
Y el turno de las palabras y los actos. A 3.000 metros de altura,
el Teniente Coronel Palomeque –jefe del Regimiento de Infantería
de Montaña 21 “Tte. General Rufino Ortega”- realiza
el relevo del Encargado de Unidad, cargo que recibe con orgullo en
la altura del Copahue el Suboficial mayor de Infantería Felipe
Marcelino Arroyo.
El himno, los agradecimientos a Dios y a quienes hicieron posible
la reapertura y a todos quienes la viven día a día llevan
algunos minutos. Aunque suene increíble, los celulares consiguen
señal a metros del hito, sólo ahí.
Regreso
La vuelta se vive con emoción. Con la alegría de haber
podido festejar la reactivación con todos los integrantes que
partieron haciendo cumbre. Y habrá que enfatizar la importancia
de hacer cumbre para este grupo de hombres.
Lento y sin descanso, poco antes de las diez comenzó un descenso
que se extendió hasta pasada las 13. Las pendientes ya sonaban
más amigables, con una nieve que había cedido finalmente
a los embates de los rayos solares, permitiendo al calzado afirmarse
con mayor seguridad.
Un momento de respiro en la montaña permite mirar atrás
para ver una inmensa columna que asoma a lo lejos como una fila de
hormigas negras descendiendo por un enorme manchón blanco.
Con la mente puesta en cumplir con aquella orden de las 4.40 del Teniente
Coronel de asegurar la cumbre en la llanura, ninguno de los militares
pierde la concentración del descenso. Apenas cuando el geiser
de la partida ya es una realidad y no un mero punto visible, el relajo
y el festejo final se extienden por unos minutos libremente.
Con el Teniente Coronel saludando uno por uno y el convoy regresando
al estilo Hollywood, la tarea está cumplida.
El Regimiento de Infantería de Montaña no sólo
había cumplido con su gran festejo por el año de reapertura
con todos sus integrantes, sino también haciendo cumbre en
su masivo grupo (volviendo a enfatizar lo que significa hacer cumbre
para este grupo de hombres y mujeres).
Eso sí, quedó flotando un horizonte: en marzo, el volcán
Lanín...
Historia del RIM 21, año a año
1937:
Por una orden del entonces ministro de guerra, general Basilio Pertine,
se crea una guarnición militar en Esquel,. El 19 de agosto,
se designó como “fuerza expedicionaria” a un destacamento
de Montaña sur, constituido por una plana mayor de destacamento,
Sección Comunicaciones, Regimiento de Infantería de
Montaña 21 y GAM 3.
1939: El destacamento de montaña sur adquirió
la denominación de Regimiento de Infantería de Montaña
reforzada 21.
1943: En diciembre, el Regimiento pasó a
depender del VI Destacamento de Montaña, incluyendo al segundo
batallón, ubicado en Bariloche.
1948: El primer batallón inicia sus actividades
en la localidad de Zapala.
1960: El primer batallón se transformó
en Regimiento y en 1964 se inicia el traslado a la localidad de Las
Lajas.
1996: En el marco de la segunda reforma del Estado,
el entonces ministro de Defensa Jorge Domínguez, ordena la
disolución del RIM 21.
2005: El 1 de enero, por una resolución del
teniente general Roberto Bendini, se reactiva el Regimiento.
El volcán Copahue
Altura:
3.000 metros sobre el nivel del mar.
Ubicación:
A 18 kilómetros de la Villa de Copahue. Límite.
Su cima es el límite entre Chile y Argentina.
Historia:
El cráter del volcán se originó como resultado
de la actividad volcánica postglacial y se encuentra ocupado
por una laguna de dos o tres hectáreas de extensión,
alimentada por precipitaciones y agua de deshielo.
Desnivel
(desde la villa): 900 metros.
CarActerísticas:
Las emanaciones gaseosas calientan las aguas de la lagia a temporaturas
que oscilan entre 20 y 40 y la cargan de gases y sustancias minerales,
dándole además un alto grado de acidez. La laguna desagua
hacia el oeste, dándole origen al río Agrio.
Zona
Protegida: Alrededor de 27.000 hectáreas.
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