Esta semana la provincia sufrió la
crecida más grande de la historia.
La furia de la naturaleza se sintió en su más triste
potencia.
Los números, siempre fríos, dirán que el caudal
del río Neuquén superó los 10 mil metros cúbicos,
que las represas soportaron, erogaron y mantuvieron una cantidad de
agua nunca vista, que de no haber sido así el daño hubiera
sido mayor.
Los daños económicos, también cuantificados,
serán millonarios.
Rutas, puentes, postes de electricidad, antenas de telefonía,
autos, animales, sembradíos, todo fue arrasado por el paso
devastador del agua.
Lo que no podrá ser cuantificado es el dolor de «perderlo
todo, de dejarlo todo».
Las lágrimas derramadas por decena de familias que en pocas
horas vieron como el agua se llevó el fruto de años
de trabajo.
La impotencia de no tener palabras para una respuesta a una pregunta
inexplicable, ¿por qué?.
Los números tampoco podrán explicar el llanto de un
niño que en la madrugada vio como sus juguetes eran llevados
por esa agua «marrón» que invadía, sin permiso,
su hogar.
Si el tiempo no «juega en contra», el agua comenzará
a bajar, pero la «catástrofe humana» continuará
por mucho tiempo más.
El norte se recuperará, los habitantes de Sauzal Bonito retornarán
al valle y reconstruirán sus hogares, con sacrificio reanudarán
el trabajo con sus chacras y animales, pero no olvidarán el
día en que el agua se llevó todo.
«La naturaleza nos ha mandado un aviso y no podemos hacer oídos
sordos», dijo el gobernador. Esa debería ser la enseñanza
que debería quedar luego de tanta destrucción para que
no exista una próxima vez.
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