Por dario soto
Con multitudinarios actos, en el país y en la región,
se conmemoró el trigésimo aniversario del golpe militar
del 76 demostrando sin lugar a dudas que la sociedad argentina asumió
muy profundamente el «NUNCA MÁS».
Pero más allá del repudio a los militares y civiles
que protagonizaron esa página negra de la historia nacional
quedó en evidencia que con los discursos no alcanzan para saldar
la deuda que tenemos con nuestro pasado, y con todos los que habitan
en la actualidad el territorio argentino.
Los indicadores socioeconómicos dan cuenta de un retroceso
alarmante respecto del país antes del golpe. Por caso vale
observar que la desocupación en el 76 apenas si alcanzaba el
3,8% y la subocupación el 5,4%, en tanto que hoy ambos rubros
sumados superan holgadamente el 20%.
La participación del salario en la renta nacional que se situaba
entonces en el 45% hoy apenas si supera el 21% lo que determinó
que la brecha entre el 10% más pobre y el 10% más rico
se haya profundizado en estos 30 años en alrededor del 500%.
Estos números son una consecuencia de la política económica
impuesta por la dictadura militar pero también una muestra
de la ineficacia para revertirlos por parte de los posteriores gobiernos
democráticos.
Estos números no son historia, muestran nuestro presente como
país, donde más del 50% de la población vive
sumido en la pobreza y más de nueve millones de argentinos
en la indigencia, es decir no pueden satisfacer sus necesidades materiales
más elementales.
En nuestra patagonia, región privilegiada del territorio nacional,
el índice de pobreza se ubica en el 25,9%.
En este marco referencial, las acciones de nuestros gobernantes y
dirigentes tanto nacionales como provinciales aparecen como grotescas
y no pueden menos que causar alarma y temor por nuestro futuro. Cuando
todavía falta más de un año para las elecciones
la profundización del internismo político y la desesperación
de la mayoría de los políticos por mantener su empleo
o mejorarlo no va de la mano con la preocupación por elevar
la calidad de vida de la población.
Este nuevo aniversario del golpe del 76’dejó en evidencia
también la distancia pasmosa que existe entre la calidad del
debate de entonces y el de ahora y la ausencia casi total de posicionamientos
ideológicos que permitan vislumbrar que futuro de país
tiene como objetivo cada sector. Esta ausencia de debate y de propuestas
es también muy marcada en la provincia en donde la mayoría
de sus dirigentes están más preocupados por colgarse
del saco del presidente que de exigir con más fuerza el cambio
de políticas que nos afectan profundamente, como por ejemplo
la retención que grava la exportación de nuestra producción
frutícola, columna vertebral de la economía provincial.
Tampoco se observa una gran preocupación en los políticos
provinciales por exigir la apertura del debate para establecer nuevo
marco de coparticipación incluyendo la totalidad de los impuestos
que percibe la nación, y avanzar en un nuevo pacto federal
que permita mejorar las economías regionales.
La pasividad con que se acepta el manejo discrecional y unitario de
los fondos nacionales, con premios y castigos para quienes aplaudan
o no la figura del presidente Kirchner, y la absoluta dependencia
de la oposición política provincial (oficialismo en
la nación) de la venia presidencial, no permite, ni mucho menos,
mirar con expectativas positivas el futuro de los rionegrinos.
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