Opinión: La Semana en el país

El sabor amargo de un pasado atroz

 
 
EL presidente Néstor Kirchner, la semana pasada, junto a la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini.
La desaparición del testigo clave del juicio a Etchecolatz está poniendo a prueba, una vez más, el sentido común de la clase política.


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Por Darío D’Atri

Buenos Aires (Corresponsalía) > De repente todo se ha teñido del más oscuro color. La desaparición del albañil Julio López, testigo clave que permitió con su testimonio y reconocimiento condenar al ex comisario Etchecolatz por genocidio, está poniendo a prueba –una vez más- la capacidad política y el sentido común de la clase dirigente argentina. Para el gobierno, el casi seguro secuestro de López significa el mayor desafío a su política central de derechos humanos; enarbolada por Néstor Kirchner desde el día que asumió. Un desafío mafioso que, por los objetivos que pueden intuirse aunque no por existir amenaza institucional, se parece en gravedad al que tuvieron las asonadas carapintadas contra el gobierno de Raúl Alfonsín. La búsqueda por la vía del terror de frenos a la catarata de juicios por comenzar contra militares y policías no es sino otra manifestación del tenor que tuvieron aquellas demandas que enarboló Aldo Rico y se tradujeron en un parate de casi 20 años de los juicios contra genocidas.
El paso de los días hace menos probable la tesis de un ocultamiento voluntario de parte del albañil que fue secuestrado y torturado en el Proceso por el propio Etchecolatz, a la vez que vuelven más realistas los fantasmas de irrupción de mano de obra desocupada, directamente relacionada con las fuerzas de represión y muerte que azolaron el país de la mano del terrorismo de Estado.
Las nuevas purgas policiales en la maldita policía, como se conoce a la Bonaerense, no hacen otra cosa que verificar lo que siempre han denunciado la mayoría de los organismos de derechos humanos y que la clase política prefirió eludir: la permanencia desde el final del Proceso de jefes, suboficiales y oficiales militares y policiales en las fuerzas de defensa y seguridad no solo implicó amenazas y condicionamientos sobre el tortuoso camino de la consolidación democrática, sino el cobijo y mantenimiento por parte del Estado de criminales y genocidas capaces de cualquier cosa. Desde el asesinato atroz de José Luis Cabezas, hasta el crimen y desaparición del estudiante platense Bru, pasando por centenares de muertes, secuestros, bandas de temibles ladrones del asfalto e intimidadores profesionales, los cuarteles y comisarías no depurados han sido una caja de Pandora de la que escapan las más temibles amenazas contra la vida y la democracia.
Ahora, parece llegar tarde la emergencia de seguridad decretada en la provincia de Buenos Aires o la expulsión de casi un centenar de policías participes de delitos durante la dictadura. Y por si fuera poco, las consecuencias sobre la revisión del pasado y juzgamiento de varios cientos de ex militares, policías y represores civiles son, en perspectiva, claramente negativas, por el temor que la desaparición de López genera sobre testigos que están al borde de declarar, cara a cara, contra asesinos y captores de niños nacidos en madres secuestradas durante el Proceso.
Aunque no es hora de achacar responsabilidades al boleo y resultan patéticos los reclamos de dirigentes como Mauricio Macri, que nunca fue un adalid de la lucha por derechos humanos, lo cierto es que el gobierno nacional se mostró lento en la reacción inicial tras el secuestro y, peor aún, confiado en exceso en la incapacidad de reacción de los sectores golpistas encaminados a los tribunales, como para diseñar una estrategia de protección de testigos claves.
Ahora, son casi impredecibles las consecuencias de la desaparición de López, aunque no hay dudas que obligará al gobierno a romper el exceso de soledad desde la cual diseñó e impulsó la política de anulación de las leyes del perdón y el juzgamiento de criminales del Proceso; mientras la oposición duda si transforma la situación creada por el posible secuestro de López en un tema de politiquería o en una cuestión de Estado.

El país que no entendieron
El presidente Kirchner, al contrario de lo ocurrido hasta ahora con su política de derechos humanos, parece haber girado con cierta desorientación en los últimos días, tal vez vanamente preocupado por el impacto que un posible desenlace fatal del caso López pudiera infligir a su imagen y la de su gobierno.
Por cierto, la lucha contra ese país oscuro, el que no entendió el paso de más de 20 años de democracia y, sobre todo, de los últimos 3 años de revisión profunda de las políticas de indulto y negación de justicia, hacían previsible una reacción por el lado de la violencia. Y es allí en donde caben las mayores dudas: ¿consideró el gobierno nacional una estrategia global de protección de testigos, inteligencia y detección de focos de reacción a la política de juzgamiento de los crímenes de la dictadura y coordinación desde las fuerzas de seguridad democráticas de un plan consistente de neutralización de esos resabios del Proceso?. La respuesta, por lo que se está viendo, se orienta para el lado del “no”.
Ahora, es la propia y renovada Suprema Corte de Justicia la que debe salir a pedir al gobierno una debida protección de testigos, mientras busca calmar los temores que en el frente judicial provocaron las decenas de amenazas contra jueces y fiscales involucrados en los juicios contra genocidas.
Algo por el estilo escuchó el gobierno nacional de parte del de Italia, que manifestó a través de su vicecanciller la preocupación de la península por el impacto de la desaparición de López en la continuidad del proceso de enjuiciamiento de militares y policías.
El riesgo sobre causas que ya vienen marcadas por la escasez de testigos y de datos irrefutables como un reconocimiento visual de torturadores de parte de sus antiguas victimas es que se caigan esos procesos y no se cierre el circulo ejemplificador que deberían tener condenas como las que ya recayeron sobre el “Turco” Julián o el propio Etchecolatz.
La Argentina se encuentra una vez más en una encrucijada histórica, en la que la apatía popular y la mezquindad política bien podrían hacer que se pierda la oportunidad de cerrar con justicia la peor herida de los últimos 100 años de vida de la República.
Es, desde otro costado, interesante analizar cómo la irrupción inesperada del caso de desaparición del albañil López viene a trastocar el patético escenario que comenzaba a montarse en torno a las elecciones del año próximo. Ahora, será aún más evidente y bochornoso comprobar, si así ocurriera, que los principales partidos y dirigentes evitaran pensar con sentido histórico una salida conjunta al callejón tenebroso en el que el presunto secuestro de López nos ha metido a todos, obnubilados por los comicios del lejano octubre del 2007.

 

 


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