Con casi 54 años, fuertes vínculos
con la Iglesia católica y el empresariado y una dilatada carrera
política a pesar de su reconocida falta de carisma, Geraldo
Alckmin enfrentará hoy su principal desafío político
cuando dispute la presidencia en representación del Partido
Social Demócrata de Brasil (PSDB), con todas las encuestas
en contra.
Alckmin es cofundador del PSDB y desde la gobernación de San
Pablo construyó la imagen de hombre «promercado»
que lleva como bagaje a estos comicios.
Poco afecto al intervencionismo, aún antes de gobernar el gigante
industrial del sur Alckmin tuvo un rol protagónico en el proceso
de privatización de varios entes públicos durante el
mandato de su antecesor al frente del gobierno paulista, Mario Covas.
Esa imagen es la mayor virtud para los industriales y los empresarios
que respaldan su postulación pero, a la vez, es el dato que
hace que la gran mayoría del electorado brasileño lo
asocie como «el candidato de los ricos».
Casado con Lu Alckmin y padre de tres hijos, médico anestesista,
Alckmin tiene un fuerte vínculo con la Iglesia católica,
al punto que ha sealado en diversas entrevistas que su libro de cabecera
es «Camino», la guía espiritual del Opus Dei que
lo acompañó en toda su carrera política, aunque
niega pertenecer a esa organización.
De todos modos, en la campana electoral para las elecciones generales
de hoy abundaron los artículos que lo vincularon con el Opus
Dei y no faltó quien recordara que durante su gestión
como alcalde de Pindamonhangaba Alckmin bautizó una calle con
el nombre del fundador de la orden, Josemaría Escrivá.
La carrera política del candidato del PSDB comenzó cuando,
a los 19 años, fue el concejal más votado de Pindamonhangaba,
la ciudad paulista donde nació el 7 de noviembre de 1952. Pocos
años más tarde, a los 24, fue electo alcalde.
Además de concejal y alcalde, Alckmin fue diputado estatal,
dos veces diputado federal y gobernó de 2001 a 2006 San Pablo,
con altos indices de popularidad, cargo que dejó para abocarse
a la campaña presidencial.
Se lo conoce como políticamente moderado, disciplinado, metódico,
determinado y meticuloso, aunque, según admiten sus propios
seguidores, «no tiene carisma».
Durante la campaña, que ha sido particularmente virulenta,
Alckmin prometió darle «un baño de ética»
a Brasil y realizar «una gestión eficaz y con menos impuestos».
Un ex lustrabotas que busca seguir
Lula Da Silva fracasó tres veces antes de ser elegido
presidente. Se juega la reelección.
Al borde de los 61 años y con un pasado de vendedor ambulante,
lustrabotas y obrero metalúrgico, el presidente de Brasil,
Luiz Inácio Lula da Silva, buscará hoy que las urnas
le otorguen otros cuatro anos en el sillón principal del Planalto.
Su camino a la jefatura del Estado brasileño comenzó
bastante lejos, probablemente cuando decidió abandonar el árido
nordeste con destino a San Pablo, en un viaje de 13 días, a
bordo de un camión y con sus padres analfabetos al lado.
Hasta entonces Lula había vendido tapioca y lustrado botas,
en busca de mantener a sus siete hermanos, todos parte de los 45 millones
de pobres que varios anos después lo llevarían a la
presidencia, y a quienes destinó sus principales planes sociales.
Ya en San Pablo, fue obrero en una fábrica desde los 14 años
y fue allí donde, además de perder el meñique
de su mano izquierda, empezó a delinear su perfil de líder
en el Sindicato de los Metalúrgicos, cuya dirección
asumió con el apoyo casi unánime de cerca de 100.000
trabajadores, pocos anos después del golpe de Estado militar
de 1964.
Casado con Marisa Leticia Rocco y padre de tres hijos, el sindicalista
-hincha furioso de Corinthians- encabezó en 1980 la histórica
«Huelga de los 41 días», en la que 140.000 metalúrgicos
pararon en defensa de la reducción de la jornada laboral.
Tras enfrentar una violenta represión por parte del gobierno
militar, que había prohibido las huelgas, Lula fue preso junto
a otros varios dirigentes.
Convencido de que un Congreso integrado por empresarios nunca favorecería
a la clase obrera, Lula propició en 1980 la creación
del Partido de los Trabajadores, la primera fuerza local salida de
las entrañas de las bases populares e integrado mayoritariamente
por sindicalistas.
Sumó entonces a la estructura partidaria a intelectuales de
izquierda, trotzkistas y activistas de la Teología de la
Liberación.
Tras lucirse como diputado federal, Lula llegó al sillón
presidencial después de haber soportado tres derrotas electorales
con dos Fernandos. Con el discurso prolijo de Collor de Mello perdió
en 1990 y con la moderación de Cardoso, en 1994 y 1998. La
revancha llegó en octubre de 2002. Lula ya había dejado
de lado el mameluco y optado por el traje y la corbata, conciliado
su habitual discurso radical con promesas de respetar el libre mercado,
y tranquilizado a los sectores más conservadores.
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